POLITICA: POR HORACIO ENRIQUE POGGI

El justicialismo republicano

La emergencia del kirchnerismo y la cooptación de los organismos de derechos humanos embelesaron a un vasto sector de la progresía liberal que devino populista. Las sucesivas frustraciones del alfonsinismo, el Frepaso y la Alianza habían dejado huérfanas a las minorías ilustradas de los conglomerados urbanos que encontraron un cauce a sus inclinaciones ideológicas en el “frente para la victoria”.

11 de Julio de 2011

El relato oficial se carga a cincuentones y cuarentones –además de miles de jóvenes engañados- que jamás tuvieron convicciones firmes ni tampoco una formación sólida. Por eso mezclan al Che Guevara con Perón, asumen tergiversaciones históricas que les dictan las usinas propagandistas solventadas con fondos públicos. Ellos creen que están participando de una revolución cuando en realidad son la claque de una asociación ilícita que saquea las arcas del Estado a mansalva y con absoluta impunidad.

El populismo es una manifestación política negativa que daña la democracia. No aceptamos la pasteurización del populismo de parte de algunos intelectuales que se esfuerzan por mostrarlo como un intento natural y proclive al progreso ciudadano. Es fácil proyectar un populismo sano desde los claustros académicos de la derrotada Europa. Lo audaz y creativo es darles pelea a los populistas que privatizaron las herramientas institucionales de la República, colocándolas a su exclusivo servicio.

La primera década del siglo 21 llevará el estigma de una variante populista que, teñida de una nimia simbología peronista, se adueñó del país. Es el poder económico real, capitalismo de amigos, nuevos ricos que amasan fortunas siderales desde la Anses, Planificación Federal, Jefatura de Gabinete... Todos los ministerios del Gobierno kirchnerista están dominados por una cáfila de delincuentes que saquea el patrimonio de los argentinos bajo la máscara del derechohumanismo retroactivo: los derechos humanos quedaron estancados en la década del 70. Videla preso, pero la Fundación Madres Plaza de Mayo malgasta cientos de millones que nadie controla ni tampoco investiga seriamente. Esto demuestra la perversidad del populista Néstor Kirchner que se apropió de una bandera legítima para usufructuar las mieles del poder. Y sus seguidores lo imitan.

Las notas comunes de cualquier populismo son: desapego a la ley, autoritarismo, relato maniqueo, estado de corrupción, atropello de las instituciones republicanas, patrimonialismo, utilización partidaria de los recursos públicos, doble discurso, etcétera. Cualquier parecido con el kirchnerismo es obra de la realidad.

La génesis del justicialismo encuentra su punto de inflexión en el pluralismo que es, por otra parte, uno de los valores supremos de la democracia. Ha sido la convergencia en la diversidad lo que ha fortalecido la trama justicialista, primero en su versión movimientista y, luego, en su versión institucional, dañada por la pretensión hegemónica del kirchnerismo, portador del pensamiento sedicioso que se consagra a la tarea de la división permanente y a la destrucción de la institucionalidad.

El pluralismo exige el reconocimiento del otro, fruto de la tolerancia, la manifestación plena de las disidencias, el respeto al que piensa distinto y a quien veo como un aliado en potencia. Si en el otro no encuentro a un posible amigo por el consenso, la política es guerra en nombre de una supuesta tensión de intereses, que sólo es legítima cuando los protagonistas desechan un relato artificial que enmascara el latrocinio de la cosa pública.

Quienes impugnan el pluralismo difícilmente apliquen desde el gobierno respuestas integradoras ni sostengan desde la oposición alternativas viables. El populismo criollo es una especie depredadora de la institucionalidad cuyo plan maestro es la apropiación de cuanto le sirva a sus fines electorales. El populista llega al gobierno a través de elecciones libres y lo primero que coarta es la libertad poniendo los recursos del Estado bajo la férula de la camarilla oficial. Así se pasa del Estado de Derecho al estado de corrupción.

Imponer la uniformidad en democracia es el mejor camino hacia el totalitarismo que es de vía única. En la democracia se entrecruzan las vías, las solucione se debaten y son sustentables cuando nacen en un ámbito deliberativo. Por eso el pluralismo insta a asumir actitudes solidarias, alejadas de cualquier premisa individualista o de cualquier rechazo a los proyectos de construcción colectiva.

La comunidad se integra desde lo diverso, potencia y vigoriza las energías hacia la busca de alternativas posibles. Prevalece la propuesta que interpreta lo que tenemos en común para la unidad. Tampoco el relativismo o el anarquismo son puertas de salida a la decadencia. Ambos encierran a la libertad en la cárcel del vale todo. Y si vale todo, el conjunto padece la invectiva a la razón de parte de las minorías que hacen de la opinión particular un capricho, apenas una excusa tan adolescente como errada.

El movimientismo peronista no puede ser el crimen perfecto de la pluralidad. Fue el modo de hacer política aplicado por el fundador y que durante décadas permitió amalgamar parcelas electorales antagónicas. Hoy el movimientismo -además de ser anacrónico- es un atentado a la democracia partidaria porque nivela para abajo, licúa lo diverso, es expresión acabada de la uniformidad y rehén de la voluntad verticalista de turno. La contracara de la jerarquización de las direcciones evolucionadas. La daga en el pecho de la meritocracia. El recurso sofisticado del aparato pejotista  que suma adherentes mediante aprietes mafiosos y los jugosos fondos de una aceitada red clientelista.

Pejotismo no es justicialismo. Es mafia. Uniformidad que garantiza proyectos económicos. Negocios de familias, de círculos cristalizados en el poder que han hecho del sentido oportunista un pragmatismo devaluado. La consigna movilizadora es “oficialismo siempre”. Así vemos a personajes que han viajado sin escalas del menemismo al kirchnerismo. Ni una pizca de autocrítica. Sólo justificaciones del sello “PJ”. Bajaron las banderas para que se floreen  invictas las verdades relativas de una pretendida “izquierda real”, portadora de sofisticados pretextos que sirven a la clausura del debate, que agiganta el griterío entre sordos y ofrece los más enrevesados argumentos para desviar de la agenda política el estado de corrupción.

Mientras los ideólogos de la “izquierda real” juegan a la progresía, la rapacidad de las bandas militantes usufructúa el poder invocando glorias ajenas de un pasado mítico.

Pejotismo es aclamación y dedazo. La máquina de aplaudir que tapa la pluralidad de voces y neutraliza la democratización interna. Discurso unidireccional. Lealtad a jefaturas autoritarias que tirará a los disidentes a los leones porque resisten la imposición brutal de la uniformidad. Es decir, en la disidencia anidan los verdaderos demócratas que encarnan la pluralidad y que hacen política con métodos legales y decentes.

Por Horacio Enrique Poggi, para El Ojo Digital Política