SOCIEDAD: POR EL PROFESOR LUIS ALBERTO MORENO

San Luis: Los sueños de Nelson Madaff

De a poco, fueron llegando los Madaffs. Los primeros, tan pronto conseguían trabajo, llamaban a otros. Y así, se reunieron padres e hijos. Entre estos, Nelson. Buscaban trabajo para crecer, para ser, para concretar los sueños de toda familia humilde y trabajadora. No vinieron a pedir: solo a tener oportunidades para realizar sus sueños.

24 de Junio de 2011

Calladón, tímido, de modos tranquilos y sencillos, Nelson hacía todas las changas que fueran saliendo: ora carpintero, más tarde albañil; también, ladrillero. De frente a la vida con su simple honestidad, con ganas de crecer y de hacerse hombre de bien.

Y cuando la primavera empuja a los jóvenes al encuentro, a la amistad, al romance, en aquel octubre de 1989 conoció a Claudia Díaz. Amiga de la amiga de su hermano, se vieron en la Plaza Pringles, frente al colegio donde Claudia era alumna en el turno tarde. Ese día de octubre, que tan mal recordaría por el resto de su vida; se dio la amistad y -quizás pensando en algo más- Nelson acompañó a Claudia hasta su casa.

Tal vez, por el camino, Claudia le contó de sus problemas con un padrastro que había encontrado en ella el objeto receptor de su violencia alcohólica. Quizás también hayan hablado de su necesidad de liberarse, de poner distancia, de una ayuda amiga.

¡Vaya a saber qué más dijo Claudia, al tener a quien abrirle su corazón!  

¡Quién sabe qué pasó por la mente de Claudia aquella tarde, mientras Nelson le ofrecía la amistad de su hombría joven!

Nelson la acompañó hasta donde la prudencia permitía, no fuera cosa que el golpeador encontrase un motivo más seguir haciendo de las suyas. La dejó cerca, con la promesa de verse de nuevo, para comenzar a tejer sueños juntos.

Pero ese encuentro jamás se dio. Nelson no volvería a ver a Claudia Díaz. No iba ya al colegio: la amiga no la veía desde que los vio irse juntos de  la plaza. Y, de a poco, creció la ausencia de Claudia. Nadia sabía nada de ella desde aquella tarde.

Denuncia, reclamos y marchas de compañeros y vecinos. Todos soñando con la reaparición de esa compañera, tan parecida a ellos en problemas, esperanzas y dudas.

Nunca se investigó en la familia. O a lo mejor sí. Pero creyendo que las cosas se arreglarían solas cuando a Claudia se “le pase”, aquello que le pasaba.

Pasó el tiempo sin noticias, hasta que llega la orden:
- Hay que aclarar lo de Claudia Díaz.

¿Habrá sido porque las marchas molestaban? ¿Alguien habrá acusado un abrupto ataque de justicia y verdad?

Allí apareció el recuerdo de aquella caminata vespertina y primaveral, desde el colegio a la casa. Y también, el nombre de Nelson, que fue a la cárcel porque urgía una explicación ante la ausencia de Claudia.

Y fue así como Nelson dejó de soñar con romances y trabajo, para comenzar a soñar con justicia, con policías que encuentren la verdad. A soñar con recuperar su preciada libertad, con respirar un aire sin paredes.

La incapacidad para investigar se tradujo en capacidad para culpar. Y Nelson cargó con todas las culpas: él sabía qué había pasado: él era el responsable de todo. Y, como no había modo de aclarar la cosa, de la capacidad de culpar se pasó a la de hacer confesar, a la triste capacidad de pegar y torturar.
 
Nunca dejó de soñar pero ¡cómo cambiaron sus sueños! No es lo mismo soñar en libertad, que soñar encerrado, lejos de los suyos. Sueños difíciles los de verdad y justicia.
 
El juez Ochoa también soñaba. Con resolver un caso importante. Con quedar bien con el poder. Con fama, premios y honores. Sabía cómo concretarlos y no le hacía asco a ninguna forma. Porque la exigencia de que se aclarase todo le permitía usar herramientas que, pese a todo lo recientemente vivido en la Patria, todavía estaban disponibles. También los ejecutores.
 
Chocaron los sueños de justicia de Nelson con los sueños de poder del juez. Los de Nelson sólo tenían la fuerza de la verdad. Los otros, la fuerza bruta. Y esta última fue la que se impuso.

Los sueños de verdad y justicia de Nelson cayeron por la tortura ciega y despiadada. De la tortura ordenada, tolerada y hasta participada por el juez.

Nelson comenzó a soñar con menos dolor, con un poco de descanso, al precio que fuera. Y el precio fue firmar lo que le acercaron: una confesión novelesca de hechos que nunca la Policía y el juez pudieron comprobar en aquellos ridículos operativos que montaron para encontrar las inexistentes pruebas de lo que ellos mismos habían inventado: muerte por un aborto hecho a instancias de Nelson por una enfermera y otros más. De esa supuesta muerte de Claudia, el culpable era Nelson.
 
Nada se encontró, pero nada importó. Nelson fue a parar a la cárcel. Más torturas, más padecimientos, el contagio de esa enfermedad que sacude al mundo. Ninguna prueba, sólo cárcel. Más tarde, ante la falta de pruebas, una libertad acotada porque era un hombre marcado en una sociedad adormecida y que sólo veía lo que le hacían ver.

En libertad, pero ¿un hombre libre? No, porque nadie es libre cuando se le destruye la honra, cuando sus sueños mueren en una pesadilla tejida por quienes debían protegerlo tanto a él como a Claudia.
 
Y cayeron los sueños de los supuestos cómplices de Nelson. Una enfermera, su hija y un amigo. Sin sus trabajos, también marcados ante la sociedad. No padecieron las torturas que se aplicaron en el físico de Nelson, pero también sus planes recibieron un tiro de gracia, en medio de esta flagrante incapacidad para perseguir la verdad.

Pasó el tiempo y Claudia apareció, en San Juan, en pareja y con hijos. Dijo no saber nada de los suyos acá. Dijo no saber nada de lo que había pasado, de lo que le habían hecho a Nelson. Simplemente se fue para no ser golpeada. Hizo dedo y llegó a Caucete, donde hizo otra vida.
Por primera vez desde aquel octubre del 89, un sueño de Nelson se concretó, el de la verdad. Que no llegó de la mano de los hombres, sino que arribó porque él lo merecía.

Tras la verdad, nuevamente se vio obligado a cambiar de sueños. Ya no podía trabajar. Las torturas y la enfermedad habían hecho su trabajo. Debía acostumbrarse a depender de aquellos que podían darle una mano. Sus padres, sus hermanos y unos pocos más. Pese a la aparición de Claudia, seguía siendo discriminado y olvidado. Como sucede con los malos recuerdos.

Ahora, Nelson aspiraba a una verdadera justicia. Que limpiara su nombre, que se disculparan, que se arrepintiesen. Soñaba con tener acceso a la salud, a una reparación económica que le permita enfrentar un poco mejor ese futuro que el Estado le había destruído.

Volvió a pasar años en la pobreza, dependiendo de otros. Debiendo pelear mucho hasta para recuperar una casa, lo único que había logrado y que fuera usurpada por punteros barriales.  

Los sueños de aquel joven de 1989 quedaron destrozados por la acción impune de los responsables de la seguridad y la justicia.  

Ahora, hombre maduro, solo espera una mínima expresión de aquella justicia, a través de una indemnización. Lo menos que cabe esperar. Hasta que llegó la sentencia favorable por la que el gobierno debía pagarle una suma, no la que merecía tanto padecer (¡Quién puede, acaso, cuantificar ese monto!). Pero, al fin, se le reconocía razón en todo lo que había dicho.

El dinero no hace a un hombre. Nelson no la necesitó para demostrarnos su hombría de bien, su valentía, sus ganas de pelear por la vida, por la razón. Pero con ella, ahora podría hacer algo que le permita afrontar mejor el porvenir.

Y, nuevamente, el sueño cae en pedazos. Porque la justicia ordena una reparación económica, pero el gobierno la niega. Tira culpas para otro lado, se declara en emergencia. "Yo no fui", le hace decir a sus abogados. Fue la justicia la que encarceló a Nelson: que ella pague.  

Pero, ¿y qué sucede con la policía, que no supo investigar pero sí torturar? ¿Y el Gobernador y los ministros que miraron para otro lado? ¿Y los legisladores que rechazaron aplicarle al magistrado un jury de enjuiciamiento?

¿Es que nadie fue? ¿Es que Nelson inventó todo?
 
Pues no: fue el Estado Provincial en pleno: Gobierno, Justicia y legisladores. Pero nadie se hace cargo.

Esos señores deben atender sus campos, edificar sus mansiones, cambiar sus autos, elegir en qué moneda extranjera hacer sus inversiones.
¿Quién es Nelson Madaffs para ellos? Un perejil que se "comió un garrón". Pero ya está; ya pasó.
 
Nelson sigue peleándole a la pobreza con la misma entereza de siempre. Siempre soñando, y siempre viendo como esos sueños se hacen trizas a manos de la maldad de un sistema perverso cuyo único objetivo y orientación coincide con acumular poder, riqueza e impunidad para seguir haciendo lo mismo.
 
¿Por qué todo esto de los sueños?

Porque Nelson comenzó sus sueños con el gobierno de Adolfo Rodríguez Sáa.  También con él sufrió la cárcel, la tortura, la discriminación y el olvido.

Ahora, es el gobierno de Alberto Rodríguez Sáa el que niega el pago de  una indemnización ordenada por la justicia. Es la justicia de este gobierno la que no resuelve la inconstitucionalidad de una ley en la que se escuda el Gobierno.

¿A qué viene todo esto?

Porque, a comienzo del mes de junio, el Gobernador Alberto Rodríguez Sáa lanzó su candidatura para Presidente de la Nación, hablando de sueños. De que él nos llevaría a los argentinos a concretar nuestros sueños. Hermosa propuesta, si acaso pudiera obsequiar algún buen ejemplo.

Toda esa hojarasca declamatoria cae por su propio peso, ante el ejemplo de lo que la familia Rodríguez Sáa -regente del poder desde 1983- le hizo a Nelson Madaff. Al matarle sus sueños, violaron todos sus derechos. Los mismos que también proclamara el gran candidato en su discurso.
 
Lo que le hicieron a Nelson nos lo han hecho a todos. Todos somos sus hermanos.

Los que destruyeron los sueños de un buen muchacho -esos que se ensañan aún hoy con él- son abiertamente incapaces de pedir perdón y de intentar una mínima reparación. Son los que muestran soberbia y maldad ante la inocencia sencilla y modesta.

Estas personas, este gobierno, carecen de la mínima autoridad moral para hablar de sueños.

Por el Profesor Luis Alberto Moreno, para El Ojo Digital Sociedad