SOCIEDAD: POR MATIAS E. RUIZ, EDITOR

Disneylandia en llamas

Un diagnóstico aproximado de una sociedad en estado terminal, acompañado de postales políticas de un universo que cruje bajo los pies de sus protagonistas.

21 de May de 2011

La República Argentina se encuentra hoy inmersa en uno de los momentos de mayor tribulación de su joven historia democrática. A lo largo del último año, la conflictividad social ha escalado hasta convertir la cotidianeidad del ciudadano en un evento largamente insoportable, el cual se impone superar a cualquier precio. Solo para llegar a un nuevo día, en donde los padecimientos de la jornada anterior hacen borrón y cuenta nueva.

Al tenebroso panorama de accidentes mortales que se contabilizan con rigor diario en las autopistas y rutas del país, se le suman piquetes y nuevas interrupciones del tránsito que vuelven a reciclarse, una y otra vez. Las desgraciadas estadísticas -que el Gobierno Nacional se empeña en ocultar bajo un polvoriento tapete- se ven engrosadas por cada vez más homicidios en ocasión de violentos robos, cuando no es protagonista el tan trillado "crimen pasional". A la tristemente célebre "sensación de inseguridad" habrá que agregarle ahora otra extensa hilera de "sensaciones": la del piquete, la de la huelga ejecutada por la huelga en sí misma. Y, probablemente, tampoco falte el funcionario de rigor que insinúe que las aeronaves que se precipitan a tierra -matando a todos sus pasajeros- son también parte de un complot manufacturado intencionalmente por una prensa corporativista y vengativa. En la óptica del kirchnerismo, las calles del país son incontestablemente seguras. Los cielos, también. El impiadoso crecimiento de los precios se corresponde con las "tensiones del crecimiento". El escenario -se declama- se presenta más idóneo que nunca para la vida. Finalmente, alguien podría concluir que la realidad actual de los argentinos no difiere mayormente de la que se ve en Disneylandia.

Sin embargo, la coherencia del discurso oficial aterriza de manera forzosa, merced a las idas y venidas de una Presidente prisionera no solo de los propios desatinos, sino de una ignorancia que desde siempre le ha sido inherente. Si -como dicen los albaceas del poder- "Cristina ya ganó", entonces no habría necesidad de llantos u ojos enrojecidos ni declaraciones explosivas para reclamar que se la deje tranquila. Si nuestra primera mandataria tiene la consciencia limpia, tal vez no sería imperativo que el Excelentísimo Señor Embajador en España -Carlos Bettini- y el "operador por excelencia" Juan Carlos Mazzón continúen empecinados en sendas misiones secretas para garantizarle impunidad futura. A la larga, la mentira y la falacia terminan por mordisquearse nerviosa y acaloradamente sus propios rabos.

Hugo Moyano dice intuír que los operadores "camporistas" de Balcarce 50 han propuesto acercarlo a los tribunales a como dé lugar, pero no conoce los detalles de la "Operación Jerónimo" local. Porque, a fin de cuentas, el líder camionero no es muy distinto a Osama Bin Laden, Manuel Noriega o Saddam Hussein. En todo el mundo, el poder del gobierno se encuentra detrás de la construcción de pequeños ejércitos de monigotes necesarios para dar forma creíble a alguna agenda. Llegado el momento -cuando ya no sirven-, aquellos son liquidados de un plumazo. Aquí -como es obvio- las conspiraciones suelen ser bastante más espontáneas. Los grandes ideólogos, a cubierto tras las espaldas de los supuestos directores de orquesta, arman y desarman, atrincherándose en la prerrogativa de la impunidad. Pero, en la Argentina al menos, esa impunidad siempre tiene los pies de barro. Y, más tarde o más temprano, el propio amateurismo termina pasando la factura.

La Casa Rosada le dará batalla a don Hugo Moyano y sus asociados en poco tiempo más y -en ese preciso momento- dará comienzo una empresa pírrica que se llevará puesto el futuro político de propios y ajenos. Para las aves de rapiña del Gobierno Nacional -incorrectamente calificados de "halcones"-, se ha llegado a un punto de no retorno. Hora de ir "a por todas" -al decir de los españoles-. A matar o morir. La razón es sencilla: han comprendido que la dinámica de la debacle socioeconómica del "modelo" exige desempolvar una nueva táctica publicitaria para que la gente tome partido por la Administración. Sin importar que, para ello, haya que dividirla aún más. Se trata, ni más ni menos, del fenómeno de destrucción mutua asegurada (Mutual Assured Destruction, o MAD) con el que coqueteaban soviéticos y americanos en épocas de la Guerra Fría. Desde luego que la analogía es exagerada, por cuanto, por estas tierras, la cosa siempre se desarrolla en una escala mucho menor. Como le sucede al enfermo de cáncer -que desconoce si lo liquidará primero el tumor o la quimioterapia-, Cristina Fernández sabe que es más probable que el malhumor social pulverice sus posibilidades, mucho antes de que pueda garantizarse una victoria en las Presidenciales. El terror ha empujado a sus operadores más extremistas a perseguir hasta las últimas consecuencias al gremialista que -sin inteligencia, pero con sagacidad- se apropia de las primeras planas prácticamente todos los días. Evalúan que -de súbito- las clases medias volverán a creer en la sacrosanta palabra oficial. Pero, ¿es correcta esa apreciación? El razonamiento nos retrotrae, nuevamente, a sus comienzos: si no existiera desesperación, no sería necesario recurrir a medidas tan desesperadas como draconianas. Si las encuestas y opiniones con que intoxican y adormecen sacerdotes como Fernando Braga Menéndez, Carlos Fara o Artemio López fueran precisas, a la Presidente de la Nación le bastaría con "hacer la plancha" y hacer silencio ante los medios. Precisamente, lo contrario de lo que está haciendo.

En cualesquiera de los casos -lo que fuera que suceda con Moyano-, existe un factor que la oposición política no parece considerar, y tiene que ver con el plan oficial para manipular los resultados de las elecciones generales de octubre. Al borde de los comicios, no pocos recordarán lo sucedido con la elección cordobesa que terminó depositando a Juan Schiaretti como gobernador de la provincia mediterránea. Pues bien: aquel ejemplo viene a ser como una suerte de "muestra gratis" de lo que vendrá. Ningún sistema de cómputos es ciento por ciento infranqueable. Su operador principal conoce a ciencia cierta que, con muy poco, puede "hacerse" de un 5% adicional...

La manipulación franca de los resultados de las Presidenciales volverá a echar mano de "Los quince mil". Refieren algunos "malpensados" que el término remite a las quince mil autoridades de mesa que, misteriosamente y previo a las Generales de 2007, jamás recibieron la notificación para presentarse ese decisivo día. Aquellos mismos "malpensados" hablarán una y otra vez de los buenos oficios que habría prestado el sindicato de encargados de edificios (SUTERH, Víctor Santa María) para ocupar esos puestos con gente del propio espacio kirchnerista. Como consecuencia, Cristina Fernández alcanzó un porcentaje que nunca estuvo llamada a captar entre la ciudadanía. Huelga decir que jamás se supo de actuación alguna de parte de la magistrada María Romilda Servini de Cubría, ante aquella desprolijidad. A la Señora Jueza solo la hemos visto protestar en aquella ocasión en que le fuera impuesta una custodia "no oficial" de personal de la Secretaría de Inteligencia, o en la oportunidad en que denunció que "alguien" se había entrometido en los archivos de su despacho, provocando graves destrozos y la consiguiente pérdida de información.

Pero, tal vez, el oficialismo ni siquiera necesite de su bien aceitado aparato electoral para obsequiarse un resultado digno a fines del próximo octubre. Aquí, corresponde volver a tener presente que los opositores parecen desconocer por completo la compleja arquitectura de la celada electoral que se les tiene preparada, sonrisa mediante. Los requisitos que le aplican a los partidos políticos que pretendan presentar candidatos de cara a las internas del 14 de agosto y el propio octubre son tan intrincados como inalcanzables. No hablamos aquí solo del azucarado candor de los candidatos de la Unión Cívica Radical, sino que el ingenio también ha desaparecido de las mentes de los aspirantes cercanos a Elisa Carrió. Tampoco la militancia duhaldista ni los más estrechos colaboradores del hombre de Lomas de Zamora -Eduardo Duhalde- saben exactamente cómo proceder. La mayoría de todos ellos -en colaboración con su propia tozudez e ignorancia- pecan de complicidad con los encumbrados arquitectos del sistema. De igual modo, el estudioso analista político comprenderá que, para el kirchnerismo, la ausencia de verdadera competencia en las internas opositoras no es percibida por la Rosada como una mala noticia (en función de que el gobierno no podrá cooptar a alguno de los participantes o rivales del principal candidato). Con un tiempo bastante prudencial, el oficialismo se ha ocupado de infiltrar "topos" en cada búnker. El caso más grave parece ser el que hace al funcionamiento interno del duhaldismo: en ese espacio, saben pulular informantes que no solo reportan al PRO del Jefe de Gobierno porteño, Mauricio Macri, sino también ante allegados del silencioso Francisco De Narváez. Con muy poca materia gris -tal es el grado de mediocridad política-, los librepensadores de Balcarce 50 se las han arreglado para confeccionar la agenda, propia y ajena, conforme a sus intereses, o para emparejarlos con los de su verborrágica y sanguínea "jefa".

Mientras todo esto sucede, los argentinos continuamos obsesionados en perfeccionar nuestro rol de mediocres contestatarios de cafetín. En el pináculo de nuestra ignorancia, exteriorizamos nuestra impotencia emprendiéndola diariamente contra el carnicero de la esquina, el cartonero, la persona sin hogar, el colectivero, el taxista o el "motoquero", sin comprender que todos somos parte del mismo gigantesco conglomerado de damnificados y abandonados a nuestra suerte por una clase dirigente que solo ha aterrizado en sus puestos para garantizarse un lujoso porvenir. Tal como lo confesara oportunamente el veterano Antonio Cafiero, en una reunión privada con legisladores colegas: "Señores; ya que estamos aquí, debemos estar de acuerdo en una cosa: que a ninguno de nosotros nos interesa verdaderamente el país".

Los argentinos nos hemos quedado sin mejillas qué ofrecer, con tal de seguir acusando más golpes. En el proceso, se nos escapa que somos socios inevitables de la bien planificada configuración de un sistema que no descansa a la hora de fabricar cada vez más ingentes cantidades de pobres. Tampoco hemos terminado de asumir nuestra reponsabilidad en la arquitectura de una nación en donde los jóvenes carecen de futuro, y donde ni siquiera el puesto de trabajo mejor pago que puedan conseguir les permitirá jamás ser titulares de una vivienda o un vehículo.

En este preciso momento, a miles de kilómetros de nuestra malograda Patria, cientos de miles de ciudadanos de naciones europeas han tomado nota de la enorme pero inaceptable cuota de confianza que han entregado a sus políticos, y -rápidamente- se han decidido a pasarles factura. Los "indignados" españoles, por ejemplo, han tomado las calles de su país para saber qué han hecho sus gobernantes con los votos que en su oportunidad se les obsequiara. Y no se trata de una reedición de nuestro patético "Que se vayan todos". En el Viejo Continente, con sana rabia y encumbrada dignidad, los ciudadanos de la Madre Patria se han notificado de que toda aquella buena voluntad demostrada los ha depositado en un infierno de crisis y desempleo. Para sus líderes, es hora de rendir cuentas.

Aquí, hemos decidido -una vez más- quedar afuera de la Historia. Nuestra obstinación y estrechez mental -alimentadas por nuestro propio desinterés por la política- no nos permiten tomar consciencia de que el mundo se encamina hacia un futuro cada vez más lóbrego, en donde el empleo se convertirá en un lujo del que solo podrán hacer mención unos pocos. La voracidad del sistema que hemos alimentado a nivel local terminará ocupándose de privarnos hasta de los bienes más elementales, ya en forma definitiva. Ese proceso hace ya tiempo que se ha puesto a punto, y su marcha se muestra indetenible.

Seguramente, el día en que los argentinos nos decidamos a abrir sincera y efectivamente nuestros ojos, será tarde. De nuestra Disneylandia actual, podrían quedar solo las cenizas.


Por Matías E. Ruiz, Editor.
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