SOCIEDAD: POR CARLOS A. MORAN HIDALGO, PARA EL OJO DIGITAL

¿Xenófobo o racional? La gran pregunta

En los últimos días, el término "xenofobia" se popularizó entre nosotros. Como toda especulación irracional de este gobierno etiquetador, manipulador y extremista, las opciones son sólo dos: o bien permites que una familia de extranjeros instale una carpa en el jardín de tu casa, los alimentas y les sonríes cada mañana, o bien eres un fascista xenófobo inhumano no apto para vivir en sociedad. Trataba yo de encontrar un punto medio entre dos posturas tan opuestas y no puedo impedir identificarme, finalmente, como "xenófobo".

17 de Diciembre de 2010
Me tortura el recuerdo de Gabriel (mi padre) quien -allá por el año 1955- emprendió la construcción de mi casa paterna, en un terreno que había comprado a Kanmar en quién sabe cuántas cuotas. Cuotas que fue pagando con tres horas más de trabajo diario, en horas que le robó a su familia. Descansos necesarios, postergados para cuando se pudiera; la ropa usada de los primos que tuvimos que vestir los tres hermanos porque la familia había entrado en “economía de guerra” -el techo es lo primero-. Tales fueron las respuestas al planteo de mis hermanos y mía, en virtud del recorte de los viernes, "cine y pizzería". ¡Todos los domingos, al terreno! Se habían terminado las salidas. Nuestras escapadas a los parques o casa de algún familiar, suspendidas. Los domingos, todos al “terreno” era la consigna. Bajo la atenta supervisión general del “Maestro Bruno” (un sexagenario italiano corrido por la guerra), mis tíos -al igual que mi padre- se ocupaban de los trabajos más duros. Mi madre, mis tías y nosotros llenábamos baldes y cargábamos ladrillos, etc. Menú único: asado. Retornábamos a casa ardidos por el sol. Cansados y doloridos, pero orgullosos. Porque estábamos haciendo nuestra casa “por donde el diablo perdió el poncho” se quejaba mi madre (y con razón). Veníamos de vivir en Flores Norte, y aquí todas las calles eran de tierra. Por fin, para las fiestas de 1958, nos mudamos a nuestra casa. No lo podíamos creer. Estaba incompleta, mas la veíamos hermosa: teníamos pisos de cemento, faltaban todos los revoques exteriores y las paredes estaban sin pintar. El baño, sin terminar de instalar, al igual que la cocina. Per era hermosa, y lo positivo era que ya no pagábamos alquiler. Las deudas eran muchas. Gabriel tenía que trabajar muchas horas por día en su taxi para pagarlas: él era un hombre de palabra y las deudas son sagradas; por eso, también el recorte alcanzó a su viejo taxímetro. El deterioro de una cubierta que una vez dijo basta sobre la Av. General Paz fue fatal para él. Al intentar cambiar el neumático averiado un 17 de diciembre de 1960, fue embestido por una Rastrojero que le causó lesiones gravísimas. Para el día 18, en horario de madrugada, esas heridas le causaron la muerte. Paradójicamente, Gabriel -mi padre- murió sin llegar a ver su casa terminada. Estaba yo perturbado, a la vez que conmocionado por los sucesos: los gobernantes elegidos por el pueblo tienen como misión ineludible el resguardar y administrar el patrimonio nacional y no de servirse de ellos como propios. No pueden ni deben poner al pueblo en estado de enfrentamiento para posicionarse políticamente. Entiendo que los extranjeros a los que este país alberga no pueden ni deben exigir dádivas ni beneficios que históricamente no les han sido concedidas a los propios argentinos. Si se les otorgaran viviendas y subsidios como están exigiendo, en pocos años, todos los sudamericanos estarían viviendo en la Capital Federal, y lo harían a expensas de los dineros que aportamos en concepto de impuestos los argentinos y que ellos se preocupan por evadir en forma sistemática. Es de notar que ninguno habla de tierras para edificarse su casa en la provincia de Buenos Aires: ellos exigen viviendas dignas, pero siempre dentro de la Capital Federal. El siguiente pensamiento -que recibí de una amiga- despejó todas mis dudas: No se puede multiplicar la riqueza, dividiéndola (Dr. Adrian Rogers, 1931) Todo lo que una persona recibe sin haber trabajado para obtenerlo, otra persona deberá haber trabajado para ello, pero sin recibirlo. El Gobierno no puede entregar nada a alguien, si antes no se lo ha quitado a alguna otra persona. Cuando la mitad de las personas llegan a la conclusión de que ellas no tienen que trabajar porque la otra mitad está obligada a hacerse cargo de ellas, y cuando esta otra mitad se convence de que no vale la pena trabajar, pues alguien le quitará lo que han logrado con su esfuerzo, esto, mi querido amigo, conduce al fin de cualquier nación. Hace varios años, dejé de pagar la totalidad de los impuestos, por entender que están siendo dilapidados en compra de votos a partir de dádivas y, por lo tanto, se está faltando al Contrato Social. Es sabido que el dinero de impuestos debe ser aplicado a Educación, Justicia, Seguridad y Salud, pero nunca a satisfacer las necesidades de argentinos que pretenden vivir sin trabajar, y de extranjeros prepotentes que, apañados por el poder, están terminando con la paz social de nuestro país, al tiempo que colapsan la ya deficiente estructura de hospitales públicos, colegios públicos y todo aquello que sea gratuito. No tengo conocimiento de familias extranjeras que, aún pudiendo, paguen un plan de salud, o que envíen a sus hijos a colegios pagos. Por cierto, si acaso Ud. se encuentra satisfecho con la situación actual, abone puntualmente sus impuestos. De esta manera, no correrá el riesgo de ser catalogado de "xenófobo", como a quien esto escribe. Por Carlos A. Morán Hidalgo, para El Ojo Digital Sociedad. e-Mail: camh27 @ hotmail.com
Por Carlos A. Morán Hidalgo, para El Ojo Digital Sociedad