POLITICA: POR GABRIELA POUSA, PERSPECTIVASPOLITICAS.INFO

El desprecio por el tiempo y las oportunidades

Una esquina cualquiera. Día de semana, la fatídica “hora pico” y la osadía de esperar un taxi. El aumento en las tarifas no parece haber sido un gran obstáculo. Llevó un buen tiempo hallarlo. Una vez dentro de aquel, lo predecible: el embotellamiento y el desparpajo de los argentinos por vencer lo invencible. ¿Desde cuándo los bocinazos pueden abrir paso a un asfalto cubierto de motores varados? Somos incongruentes al máximo.

17 de Noviembre de 2010
Pese al ruido infernal seguimos inmóviles, como si las callecitas de Buenos Aires tuvieran además de “ese no sé qué”, una similitud indiscutible con aquella Autopista del Sur, donde Cortázar plasmó, ni más ni menos, la naturaleza humana sin atenuantes: la supervivencia del más apto. Como animales. Estas situaciones cotidianas ya no sorprenden. Nos acostumbramos. No entendemos que el tiempo es el único recurso no renovable. Consecuentemente, vivimos en un estado de vértigo inevitable. “Hartos ya de estar hartos…”. Entre tanto, una repentina conversación con el conductor nos deja perplejos. ¡Ese hombre que pasa horas frente al volante piensa como yo! ¿Por qué no sucedería de esa manera? ¿Qué nos diferencia? En el trance de igualar lo inigualable, las desigualdades se han vuelto vulnerables. Creemos ser únicos inmersos en una masa humana donde las diferencias se emparejan hasta convertirnos en autómatas reaccionando con idéntico tino frente a las adversidades. Todos sentimos -en el órgano más sensible de los argentinos, el bolsillo-, la inflación como algo implacable. Sin embargo, la queja se descarga entre pares. Se evapora café mediante, pero en el clima social en general, la percepción de crisis aún no es tal. Los funcionarios se contradicen, buscando tapar el sol con las manos. Hay noción de caos dirigencial, mas no conciencia de dónde estamos ni hacia adónde vamos. De otro modo, distintas serían las reacciones y reparos. No bastaría con ensordecer inútilmente a los demás en cada ida y vuelta al hogar. El taxista vocifera en contra de las autoridades, las de ahora, las de antes… Esgrime que no puede haber sana convivencia en un país donde todos mienten descaradamente. Verdad de Perogrullo: en la oratoria política, la mentira se hizo carne. La orfandad de representación es gigante. De repente, gira la cabeza, descarga adrenalina poniendo bruscamente el freno de mano, y mi temor se materializa. -“Dígame, ¿usted a quién va a votar el año que viene? Son todos iguales” El silencio me invade. Los mismos políticos se han encargado de propagar, erróneamente, la “igualdad de oportunidades”. Porque igualaron solo la concepción que la sociedad tiene de sus conductas y modales. Se fagocitan entre ellos, y la batalla final será a puertas cerradas nomás. No hace falta siquiera detenerse en depurar las posibilidades un año antes de la fecha electoral. ¿Quién podrá evitar las muertes por desnutrición, los aeropuertos desbordados por anomia que cuesta millones impensados? ¿Quién viajará sin necesidad de alquilar por medio millón de dólares otro avión estando el Tango 01? Logrado el objetivo, me bajo tratando de olvidar el tiempo perdido en llegar a destino. En definitiva, perder tiempo y oportunidades es ya un deporte nacional. Sin embargo, del viaje me ha quedado no sólo la billetera vacía sino también el eco de aquella voz, la de un simple trabajador que no pretende veleidades sino que intenta la supervivencia como el resto de los habitantes: sorteando obstáculos innecesarios por la inoperancia de las autoridades, y no entendiendo la causa por la cual no salimos del círculo vicioso de las mediocridades. ¿A quién votar? Una certeza hay: pingüino ya no será. Plantearse en consecuencia si acaso será pingüina, nos define de la peor manera. ¿En qué país medianamente civilizado los cargos se plantean por herencia, conmiseración o pena? Acá, esa rareza la aceptamos como si estuviésemos anestesiados. ¡Hasta se escucha hablar de Máximo como candidato! Y lo grave es que repetimos el patético rumor con ceño fruncido, no como humorada de un programa televisivo… Entonces, cabe preguntarse hasta qué punto somos responsables de lo que vivimos -o de aquello que no vivimos- por ese tiempo perdido en burocracias e inequidades fruto de una queja que no se plasma en votos emanados de ningún aprendizaje. Cientos de veces oímos el “Nunca Más” con respecto a gobiernos dictatoriales, incluso en referencia a aquellos que surgieron del golpe que dieron los nudillos de nuestros ancestros en unidades militares para frenar el desorden y la violencia en las calles. Porque si mal no he comprendido, y por sólo citar un ejemplo, la Triple A no surgió durante una Presidencia que el pueblo no haya elegido. Pero el “Nunca Más” a las atrocidades que vivimos en muchos de los últimos 25 años, han pasado como pasan las estaciones del año: siempre regresando con mayor o menor rigurosidad. En menos de 48 horas, una persona puede pasar de ser reprobada como gobernante a ser aceptada por el sólo hecho de cambiar su estado civil. No hay modo de explicar con lógica estos disparates. En otras 48 horas, un enmudecido personaje que fue y volvió sin definiciones ni opiniones que aportaran un ápice, se aleja de una mesa coordinadora que no sabemos a ciencia cierta qué se coordinó o se coordina en ella. Mientras, las denuncias de aprietes y extorsiones se propagan con absoluto descaro: es la era de la imagen. Se ve y se sabe. Todo es de un realismo mágico que excede cualquier panorama razonable. El escenario político se confirma circo. Y en ese cometido hasta el payaso más absurdo o el equilibrista más suicida pueden terminar “conquistando” voluntades. ¿De qué depende? Ni más ni menos que de entender que no es normal aceptar ciegamente este Cambalache de atrocidades, que van desde una coima hasta un simple viaje en taxi. Y es que el tiempo es el único recurso no renovable... Por Gabriela Pousa, PerspectivasPoliticas.info. http://www.perspectivaspoliticas.info/
Por Gabriela Pousa, para El Ojo Digital Política