POLITICA: POR MATIAS E. RUIZ, EDITOR

La Presidente no vive en la "tele"; vive en Twitter. Un análisis de la comunicación presidencial

Apuntes sobre la hoy más que nunca devaluada imagen presidencial. Cristina Fernández y el culto a la chabacanería electrónica.

13 de Octubre de 2010
Algo decididamente grotesco ha tenido lugar en meses recientes, en los que la Presidente de la Nación -si acaso le aplica ese título- ha superado al mismísimo Aníbal Fernández en la sucesión de mensajes chabacanos y de mal gusto en Twitter, canal electrónico de moda. Desde ese espacio cibernético -pueril, si no se lo utiliza con propiedad-, la primera mandataria se ha despachado en suculentos arrebatos contra la otrora kirchnerista Corte Suprema de Justicia y los magistrados en general, toda vez que la administración de Justicia no opera conforme a sus intereses. Se ha ocupado, asimismo, de defenestrar a opositores políticos y de calificar de "piratas" a los británicos. ¿Cuál es la respuesta diplomática de la señora de Néstor Kirchner ante la presencia de misiles tácticos de ojiva nuclear en las Islas Malvinas? Twittear. Hace pocas horas, en virtud del rescate de caracteres épicos de los 33 mineros chilenos, la Presidente publicó el hilarante mensaje de apoyo en la forma de un "Chi-chi-chi, le-le-le". Por cierto que la Pasionaria de Tolosa no invierte tiempo para completar, en persona, los 140 caracteres desde su móvil. La faena es responsabilidad de algún joven peón salido de la lastimosa égida de los cercanos del círculo íntimo. Con toda probabilidad, el autor de los tweets podría ser Máximo Kirchner. Lo cual complementaría el escenario con mayores dosis de patetismo. Mientras la juventud oficialista y los aliados del gobierno celebran la repercusión de cada nuevo comentario en el Twitter de Cristina Fernández, el periodismo opositor y Clarín aplauden, pues cuentan ahora con un elemento extra para apabullar al matrimonio caído en desgracia y a sus socios. Sin embargo, lo que corresponde analizar a consciencia es si acaso el Twitter presidencial no debería ser un bien virtual regenteado con algo más de cuidado. Ese canal de comunicación -aún cuando su surgimiento sea novedoso y hoy sea utilizado masivamente para desperdigar contenido vulgar, a lo Jorge Rial- hace a la imagen de el o la Presidente de la Nación, y no debería ser manipulado como lo haría cualquier personero del chismorreo barato de la tevé. Como en cualquier Administración de cualquier país del mundo, a los efectos de desmenuzar la ideología o el discurso presidenciales, lo verdaderamente importante es deconstruír el metamensaje que se comparte desde la cima del organigrama. La "Señora K" -tal como la llaman en Chile- se ha esforzado, a partir de su concatenación de escritos chabacanos, en autorizar indirectamente a sus ministros y laderos para que tipeen con igual tenor. Es desde esta óptica que se comprenden, a la postre, los mensajes ofensivos y provocadores de Héctor Timerman o los del marplatense Amado Boudou y del propio Aníbal Fernández. Peor aún, no solo existe carta blanca de parte de la Presidente hacia un "Juan Pérez" para que éste comunique el pensamiento de la cabeza del gobierno federal en las formas que le plazca, sino que el resto se sube al mismo carro de locura y hace lo propio con sus espacios. Existe, pues, en el gobierno, una suerte de referido autodesprecio por el cuidado de la imagen presidencial, sus modos, formas y protocolos. La rapidez en la llegada de lo publicado en un canal como Twitter u otra red social ha representado tamaño desafío para la dirigencia argentina, quien ciertamente ha vuelto a demostrar que no se halla en condiciones de sopesar esos avances tecnológicos con la debida preocupación. Se opera no solo en forma desprolija, sino también bajo la prerrogativa del eterno desinterés en el "qué dirán" de los mandatarios y/o medios extranjeros. Pero, a este nivel, ese "qué dirán" importa. Y mucho. Porque comunica. Aunque ello no se perciba rápidamente, una comunicación presidencial devaluatoria y devaluada contribuye eficazmente al ninguneo y el desprecio no solo de las instituciones, sino también del significado de la República Argentina en toda su dimensión: el status de banana republic, si antes se hallaba a la vuelta de la esquina, hoy se ha encarnado en nosotros definitiva e inapelablemente. Será necesaria una cirugía de años de duración para extirparlo. Y, llegado ese momento, deberán transcurrir otros treinta años para que la Argentina pueda convencer al globo sobre su previsibilidad. Se ha dicho que Cristina Fernández hace uso efectivo de Twitter para exteriorizar los vaivenes de su complicada psiquis y un desequilibrio emocional cada día más acentuado. Con Jacques Lacan en la mano, podría decirse que ella se refleja en sus tweets y que se realimenta de ellos. Repasa luego los comentarios que refleja la prensa sobre lo último publicado en su Twitter y retorna después a su cuenta para celebrar lo que ella o su adalid escribieron, como el adicto que suspira por sus narcóticos. Para rematar el desastre, ministros y funcionarios de su Administración son percibidos por la opinión pública como portadores del mismo virus: estos reparan en lo comentado en el microblogging presidencial para elaborar sus propios mensajes. Esta concatenación de errores y espejos distorsionados/deformados termina de configurar un panorama no solo desolador sino tragicómico, en donde sus protagonistas se convierten en los hazmerreír del mundillo político local e internacional. La estupidez comunicacional se corona con el Ministro de Economía citando el caso de los nazis que limpiaban las cámaras de gas de judíos muertos en el Holocausto, para referirse a la oposición. La risa troca en espanto. El espanto, en resignación. Y el proceso se reinicia. Sus protagonistas y principales promotores -vale la pena recordarlo- son los mismos que reían a mandíbula batiente con los viajes del peluquero Tony Cuozzo junto al ex presidente Carlos Menem en el Tango 01 y con el episodio de Madonna exhibiéndose en el balcón de la Casa Rosada. Aquellos tiempos parecían difíciles de emular o incluso superar, pero los políticos argentinos en general -y los Kirchner en particular- han sido harto creativos a la hora de aferrarse a nuevas formas y estilos para pisotear la identidad nacional. Pertenezca Usted a la "izquierda", el "centro" o la "derecha", antes que nada, habrá que coincidir en respetar la investidura presidencial, pero también en reclamar que ésta se respete a sí misma. A la persona de Cristina Fernández Wilhelm sirve aconsejarle que se ajuste a la figura de Presidente de la Nación que ella representa. Y, de paso, recordarle que Abdalá Bucaram fue despedido de su cargo como primer mandatario del Ecuador por mucho menos que lo que ella viene haciéndole hoy a la Argentina. A tal efecto, a los dirigentes de la actualidad y a aquellos que les sobrevendrán después de las Presidenciales de 2011 en nuestro vapuleado país, ciertamente constituiría un aporte acercarlos a los postulados básicos de la Teoría de la Estupidez publicados en Allegro, ma non tropo, de Carlo María Cipolla, célebre historiador económico italiano que falleciera en 2000: 1.Siempre e inevitablemente, cualquiera de nosotros subestima el número de individuos estúpidos en circulación. 2.La probabilidad de que una persona dada sea estúpida es independiente de cualquier otra característica propia de dicha persona. 3.Una persona es estúpida si causa daño a otras personas o grupo de personas sin obtener ella ganancia personal alguna, o, incluso peor, provocándose daño a sí misma en el proceso. 4.Las personas no-estúpidas siempre subestiman el potencial dañino de la gente estúpida; constantemente olvidan que, en cualquier momento, en cualquier lugar y en cualquier circunstancia, asociarse con individuos estúpidos constituye invariablemente un error costoso. 5.Una persona estúpida es el tipo de persona más peligrosa que puede existir. Por Matías E. Ruiz -Editor-, para El Ojo Digital Política. e-Mail: contacto@elojodigital.com. Twitter: http://twitter.com/matiaseruiz
Por Matías E. Ruiz, Editor