POLITICA: POR MATIAS RUIZ, PARA EL OJO DIGITAL

Sobre periodistas rentados y mercenarios de la pluma. El contraespionaje informativo kirchnerista

Apuntes sobre un tema tabú que, en función de incomprensibles "códigos de honor", también atenta contra la libertad de expresión. El aparato oficial, en plena faena de intoxicación de la prensa.

21 de Julio de 2010
Supo decir Paul Joseph Goebbels -ministro de propaganda del nacionalsocialismo alemán con poderes plenipotenciarios-: "Imagine a la prensa como un enorme tablero en el cual el gobierno puede participar". Goebbels era un "incomprendido". O quizás -visto desde una lupa más aggiornada-, apenas un pobre diablo. Si pudiera hoy levantarse de su tumba y despojarse de sus mortajas, él mismo comprendería que, en virtud de la expansión de los medios en la actualidad, le llevaría demasiado tiempo ponerse al día. Se ha dicho que la Argentina de los Kirchner ha quebrado todos y cada uno de los códigos más elementales. Y la prensa tampoco ha sabido escaparle a las afiladas garras del poder. Pero también se ha ocupado de hacer trizas su propia razón para existir. Fueron dos los comentarios que me motivaron a la preparación del presente material. Hace pocos días, un amigo entrañable aprovechó un encuentro casual -café negro y bien cargado de por medio- para decirme: "Amigo, por la manera en que escribe Ud., veo que no está interesado en convertirse en un bloguero kirchnerista. No se está ganando amigos con sus palabras, y le aviso que nadie le va a poner un peso de pauta". La segunda confidencia se pareció más a un ruego, de parte de un colega del mundillo de los medios: "Estimado, no podés empezar a escrachar a tus compañeros del rubro. La gente necesita plata para vivir y alimentar a la familia". Mi respuesta fue un tanto parca, ingenua si se quiere: "Los empresarios, los políticos y la gente de la calle pueden darse el lujo de convertirse en mercenarios. Los periodistas, no". Sobrevino el contraataque: "Pero vos no sos periodista de profesión". No me quedó otra alternativa que contestar: "El periodismo es demasiado importante como para dejarlo solamente en manos de los periodistas". Me acordaba yo de uno de los columnistas estrella de Diario Clarín quien -hasta el comienzo de la pelea con el multimedio- observaba asistencia perfecta en los "picados" que se llevaban a cabo en la Quinta de Olivos los fines de semana. O de Alfredo L., que desde sus columnas supo adherir a pies juntillas al discurso "destituyente" sembrado desde Balcarce 50, al tiempo que se lo pasaba descalificando a la oposición por su carencia de ideas. Los mencionados pululan hoy entre los líderes de gran parte de la incontinencia verbal contra el "alto mando" del gobierno federal. Incontinencia que se asemeja más al resentimiento derivado del "ya no ser". Pasaron también por mi mente los muchachos que se hicieron famosos por explotar las debilidades discursivas de los políticos desde la tevé y desde el archivo. Todos ellos, agrupados en la misma mesa y portando traje y corbata, hacían de la extorsión a los gobiernos un estilo de vida. Y han sabido pegarse bien a los dineros que les han obsequiado desde el poder. A fin de cuentas, parece ser que aquello de "caiga quien caiga" no era tan así. Su peor "pecado": tener buena llegada entre el público joven. Recordé el apellido del voluminoso y ahora barbado periodista que fuma sin parar, y que remata sus frases con su clásico "boludo". Este hombre ni siquiera se ha privado de "arreglar" con sindicatos, con tal de no perjudicar a sus líderes desde sus columnas y programas radiales y televisivos. Con todos sus desperfectos, Néstor Carlos Kirchner no carece de razón cuando reniega de ellos. Y a estas alturas no resulta extraño que se prive de divulgar las listas de las voluntades que ha adquirido desde que arribó en 2003, y bajo qué payroll. Se comprende que no lo haga, pues ello equivaldría a blanquear uno de sus peores pecadillos. Los argentinos nos encontramos, finalmente, en medio de un irreverente tironeo, protagonizado por códigos de Omertá. Hace pocas semanas, conversando con un puñado de candidatos a puestos encumbrados de la función pública, me quedé -casi sin quererlo- con la última palabra de ese diálogo: "Señores, yo bien podría recibir una pauta, pero ello no implica que dejaré pasar aquello que ustedes hagan mal, una vez llegados a la oficina. Pues en ese caso, yo sería cómplice". Como respuesta sólo obtuve silencio. Pasó también por mi memoria el apellido de cierto gobernador de una provincia mediterránea, con su prolijamente armada task force que abona a buen término jugosos salarios a los periodistas "del palo". A ellos se los convoca en función del nivel de obsecuencia que exhiben. El más obsecuente es el que cobra mejor, y vale la pena aclararlo porque ello no siempre resulta obvio. Estoy en posición de poder decir lo que digo, pues conozco en persona a muchos que distribuyen y han distribuído pautas "publicitarias". Y ahora entiendo mejor que nunca aquello de que "no me estoy ganando amigos". Pero lo que mejor he comprendido es la manera como las palabras pueden herir. Y entiendo que, para muchos gobiernos, lo importante sea mantenerlas a raya. A mis amigos y colegas siempre les recomiendo finalizar el día leyendo a Immanuel Kant y a Georg Wilhelm Hegel, entre otros, pues sus escritos están subvaluados o, cuando menos, han sido malinterpretados con periodicidad. Ellos no hablaban solo de dialéctica y antinomias. Buscaban una manera elegante, sofisticada y poco ortodoxa para referirse al control. Buscaban echar luz sobre el sistema del que -invariablemente- todos somos parte. Al comienzo de esta semana que va tocando fin, aprovechamos desde nuestro medio para darnos el lujo de colocar un "anzuelo". Se trataba de la compra de la voluntad del otrora periodista uruguayo Víctor Hugo Morales quien, confieso, supo ser para mí una de las figuras más respetadas de los medios. La denuncia al respecto de que el mencionado habría hecho "caja" defendiendo la labor de la Administración Kirchner era, cuando menos, sospechosa. En cualquier caso, la información fue chequeada oportunamente, recurriendo a otras fuentes. Pero la puesta en línea de la "denuncia" cumplió acabadamente con el objetivo que, desde El Ojo Digital, nos habíamos propuesto alcanzar. A pocas horas de encontrarse online el material, comenzamos a recibir -desde Facebook y por la vía del correo electrónico- comentarios frente al dudoso origen de la acusación. Por cierto, la recepción de estos comentarios nos sirvió para desenmascarar a una más refinada categoría de supuestos periodistas que, lejos de ser tan evidentes, operan con cubierta de independientes pero que, al final de cada mes, no dejan de recibir su pago bajo diferentes identidades en cuentas del Nación. El lector los reconocerá de inmediato, pues son aquellos que -para este caso- han defendido a Morales de la pertinente denuncia. Uno de esos "colegas" ha saltado a la fama recientemente, a partir del homicidio de Sebastián Forza y otros dos aportantes a la campaña presidencial de Cristina Fernández. Tuvo un fugaz paso por los medios televisivos, y tiene su propio sitio web, desde donde "aparentemente" critica a los Kirchner. En lo que constituye el colmo de las ironías, la persona a la que me refiero le ha dedicado una generosa porción de su tiempo a investigar la denominada "cadena de la felicidad", a través de la cual los servicios de inteligencia estatales remuneran la actividad de escribas amigos del poder. Peor aún, en una línea de su artículo, el autor declamaba que "el que denuncia a otros, es aquel que resiente el no poder ingresar". Este señor tuvo la mala suerte de que quien esto escribe, conociera a la perfección el funcionamiento de cada engranaje del sistema, porque mis buenos amigos me lo han explicado en detalle en su oportunidad. El dato es útil para terminar de corroborar que el aparato de propaganda kirchnerista no solo recurre a la herramienta poco feliz de la "contratación directa", sino que también se vale de mecanismos bastante más maquiavélicos en donde sus beneficiarios hacen las veces de opositores (tesis-antítesis-síntesis o, en lenguaje urbano, "controlar a las dos partes en pugna"). La lección que el tema permite entrever es que, si Ud. desea dedicarse al periodismo y se propone cosechar éxito, lo ideal es que sus ingresos provengan de otra actividad. Tal como yo me he ocupado de hacerlo, aún cuando en ocasiones -no me ruboriza reconocerlo- deba recurrir a un par de amigos cercanos para poder abonar las expensas de mi departamento. Como segunda sugerencia -aunque opcional-, también sería positivo no ser periodista de formación. Porque -lo sé, pues mi carrera ha sido paralela a la de Periodismo- los programas en la universidad no solo carecen de lineamientos útiles para lidiar con este tipo de situaciones sino que por momentos incluso alientan la corrupción. También existen sanos consejos para brindar al lector, quien también hace las veces de ciudadano -con todo lo que ello implica-: al repasar las páginas de sus periódicos o páginas web favoritas, observe si esos medios incluyen pauta gubernamental o si el espacio en cuestión promociona la faena de tal o cual municipio. A la postre, cualquier persona puede atar cabos o -hablando mal y pronto- "sumar dos más dos". El periodismo profesional reclama autocrítica de parte de la dirigencia, pero jamás ha invertido tiempo en hacer la propia. Tal vez porque cree que el solo hecho de declamarse periodismo implica libertades, o que la profesión le garantiza una eterna condición de observador omnisciente. Pero el daño que los mercenarios de la pluma le han hecho -y continúan haciéndole- a la Patria es gigantesco. Es difícil de medir, pero en mucho puede compararse al caso del intendente del conurbano que hace propios los fondos del presupuesto apartado para remodelar un hospital o construír cloacas en un barrio que carece de ellas. El barbado y voluminoso periodista a quien me referí líneas arriba supo decir, en su antiguo programa dominical: "El problema es que la corrupción mata". Amén. Por Matías Ruiz, para El Ojo Digital Política. e-Mail: contacto (arroba) elojodigital.com.
Por Matías Ruiz, para El Ojo Digital Política