POLITICA: POR EL DR. SERGIO JULIO NERGUIZIAN, PARA EL OJO DIGITAL

El extraño caso de Clotilde Acosta (Nacha Guevara). El colectivo, el dulce de leche y las candidaturas "testimoniales"

El 3 de enero de 1995, la Ley Nº 24.430 ordenaba la publicación del texto de una Constitución Nacional reformada el año anterior como resultado de negociaciones entre el entonces presidente Carlos Saúl Menem y el ex presidente Raúl Ricardo Alfonsín.

21 de Julio de 2010
Desprolija y tímida, la reforma insinuaba un suave giro de la Argentina hacia un régimen de parlamentarismo muy "a la criolla", dispuesto en realidad para echar las bases de una futura Carta Magna que recortara el sesgo presidencialista y afín con los viejos anhelos de un radicalismo admirador de los modelos europeos socialdemócratas. Así, otorgó la Reforma, rango constitucional al Jefe de Gabinete, al señalar en su art. 100 que, con responsabilidad política ante el Congreso de la Nación, le incumbe "ejercer la Administración General del país". En realidad, nunca entre nosotros el nuevo personaje constitucional pudo desempeñar las facultades que se le conferían. Menem había aceptado la propuesta, pues era el módico precio que el radicalismo le había puesto a la inclusión de la cláusula que permitía ahora la reelección del titular del Poder Ejecutivo, aunque acortando en dos años la duración de su mandato. A su vez, Alfonsín imponía el engendro del "Tercer senador", personaje que ingresaba por la minoría al Senado de la Nación, y desnaturalizando la idea primigenia del legislador de 1853, al convertir a la Cámara Baja en una variante de la Cámara de Diputados. Para las elecciones del último 28 de junio, una ocurrencia del laboratorio de Olivos propuso que las elecciones de mitad de mandato operasen como una solicitud de "voto de confianza" típica de sistemas como el británico, en el que, entre otras características, los miembros del Gabinete lo son también del Parlamento. Ahora bien, las llamadas pomposamente "candidaturas testimoniales" que se sometieron a las opinión pública, tuvieron de particular que los individuos sometidos a la evaluación popular, eran titulares de cargos electivos y, en este sentido, se trata lisa y llanamente de un invento argentino, probablemente menos útil que el colectivo e incluso menos sabroso que el dulce de leche. Vale recordar que, en los regímenes parlamentarios, perder el voto de confianza implica la renuncia del individuo valorado. Sin embargo, otra notable originalidad del sistema ideado por el Gobierno consistió en que muchos dirigentes que -encabezando las listas- perdieron la elección, en lugar de renunciar, volvieron alegremente a sus funciones anteriores. Eso sí, advertidos de que deben mejorar su gestión porqu, desde esa derrota, han sido castigados por el voto ciudadano. La propuesta del Poder Ejecutivo Nacional no fue fraudulenta en la acepción técnica del vocablo, porque no se dieron los caracteres del tipo penal: el "ardid o engaño" no aparecen, dado que los candidatos hicieron pública con suficiente anticipación su voluntad de continuar en sus funciones, cualquiera fuese el resultado del comicio; en algunos casos, jugaron a confundir con expresiones ambigüas la naturaleza real de sus intenciones, sin abundar en precisiones que hubieran arruinado el juego. Pero la maniobra careció de legitimidad moral, aunque la frase suene inevitablemente como solemne y dramática. El propio partido que imaginó las "testimoniales" acaba de reconocer de que se trató de "un error"; la reformas de legislación electoral en la Provincia de Buenos Aires acompañarán a la ley nacional votada en estos días, empleando la mayoría parlamentaria kirchnerista que agonizará el 9 de diciembre a las 24 horas. La Legislación de la Provincia prohibirá explícitamente la reedición del experimento. Aunque los ciudadanos a quienes les resultó repugnante en términos éticos la novedosa táctica dispusieron siempre del recurso formidable de no votar a los candidatos comprometidos con la tramoya, aún así el sistema democrático no debería consentir ocurrencias que bordean los límites de la legalidad y que terminan adentrándose en el fangoso terreno de las trapisondas formalmente inimpugnables. La Constitución Nacional jurada en 1853 y sus reformas, constituyen un sistema relativamente armónico sostenido en sus 129 artículos. Allí se afirma enfáticamente que "el pueblo no gobierna ni delibera" sino a través de sus representantes. Convertir una elección en una oportunidad para ratificar la confianza en una gestión, empleando a administradores que no asumirán parece ser una desnaturalización del sistema. La elección, acto civilmente sagrado, sufre un agravio cuando se pretende confundirlo o asociarlo con un plebiscito; herramienta que, por otra parte, aparece siempre en la génesis de los procesos de acumulación y concentración de poder. Recientemente, pudimos conocer lo que aparentemente sería una versión más del "testimonialismo". Se trata de una señora que desde muy joven admiró al "Che". Así, cuando debió elegir un nombre artístico para presentarse como actriz y cantante, salió al ruedo con el compuesto "Nacha Guevara". Ocurrencia, desde ya más paqueta que la prosaica Clotilde Acosta. Para las elecciones del último 28 de junio, se la eligió para cubrir el cupo femenino en la lista de Diputados Nacionales, ubicada en el honroso y apetecido tercer puesto. La idea de los diseñadores del marketing electoral era recordar a los electores que alguien que había interpretado a Eva Perón en un musical era la más indicada para hacerlo en el campo de la política. La "Nacha" le dijo a cuanto medio la consultó que estaba preparando varios proyectos para fomentar y respaldar la creación artística, la labor de companías teatrales, la defensa de los derechos de los intelectuales del arte y algunas ideas afines que encondía en unas fotocopias que exhibía con vanidad y agitaba en los límites del éxtasis. La única afirmación ideológicamente valiosa que realizó, la llevó a un sitio que revelaría que en la Argentina de hoy algunos partidos eligen personas, con prescindencia absoluta de sus filiación política. En efecto, la actriz afirmó muy suelta de cuerpo que su paradigma de dirigente era el Dr. Alfredo Palacios. Ahora bien, ¿sabía Nacha que la Revolución Libertadora, tras masacrar peronistas, premió al bueno de Palacios con una embajada, nada menos que la de Uruguay? Quizás creyó integrar un Frente de progresistas en el que ella aportaba su elegante cuota de "evitismo". Quizás ignore -envuelta en una confusión sin remedio- que el socialismo reaccionario jamás toleró la experiencia del Justicialismo ni su carácter de revolución a medio hacer, vacilante e inconclusa, pero que aún hoy sigue escribiendo la historia de la Argentina. Un buen día, la Clotilde anunció que no asumiría como diputada: la instalación mediática como candidata le había reportado el súbito interés empresario por sus dotes indiscutibles como cantante y tal vez como actriz, en grado menor. De modo que el paquete clon de Eva mostraba ahora el patio trasero de su alma: muchos contratos justificaban dejar para más adelante los proyectos culturales de la izquierda de champagne y canapé. Fue, de alguna manera, una candidatura testimonial al revés. Dijo que estaba entusiasmada por asumir, mas no asumió. Tal vez jamás haya pensado en asumir. Pero, como no avisó, traicionó. O -quien sabe-, pensó en asumir, pero el dinero de los empresarios se tornó una tentación irresistible. Entonces, defraudó por partida doble. Los que la votaron, ahora tienen por representante a una candidata que en la lista iba en el puesto 15 (probablemente, sólo uno entre diez mil votantes pueda recordar su nombre). Las testimoniales, en cualquiera de sus patéticas versiones, no son una estafa. Pero, sin lugar a dudas, se asemejan demasiado a una. Por el Dr. Sergio Julio Nerguizian, para El Ojo Digital Política. E-mail: sjnerguizian (arroba) hotmail.com.
Por el Dr. Sergio Julio Nerguizian, para El Ojo Digital Política