POLITICA: POR JORGE ASIS - CARTAS A TIO PLINIO

Para el geriátrico

El Perón de los setenta se encontraba más adelantado que el Kirchner y Chávez de los dos mil.

21 de Julio de 2010
Tío Plinio querido: Como corresponde a un previsible "duro, en el difícil arte de arrugar", El Imberbe, finalmente, arrugó. Parece atenuarse, por lo tanto, la frivolidad de la ofensiva política, contra el fantasma del General. Ofensiva que anticipara, sin modestia, en diciembre, el Portal. A través del recomendable texto "El Imberbe va por Perón". Haga que se lo relea, en voz alta, la tía Edelma. La franela La franela del pasado signó, tío Plinio querido, la temporada veraniega. En este nivel de análisis, puede admitirse que los doctores Acosta y Oyarbide, dos respetables juristas independientes, resultaron holgadamente triunfadores. Al menos, en la vanguardia mediática del verano. Con las desopilantes citaciones a la señora Isabel, ambos destacados juristas superaron, tanto en espacio como en contenidos escandaletes, a Los Intrusos, de la dupla Rial y Ventura. Y hasta a la señora Viviana Canosa, magistralmente fortalecida por la señora Claudia Segura. Fue como consecuencia del pasional entretenimiento, colectivamente superficial, de las causas fomentadas. Rigurosamente estimuladas desde la más alta irresponsabilidad del poder. Porque fascinan las caudalosas vueltas de tuerca sobre la Triple A. O los bemoles culposos del Decreto de Aniquilación, que cualquier funcionario sensato hubiera firmado. Salvo que se considerara, en caso contrario, la posibilidad de condecorar a los alocados guerrilleros que asaltaban los cuarteles, durante el esplendor raquítico de la fragilidad institucional. O entregarles medallas, en emotivos homenajes, a los asesinos que ponían muertos en las veredas, para negociar, a través de los cadáveres, desde una alucinante posición de poder. Trátase de una problemática fervorosamente apasionante. Para discutirla, tío Plinio querido, en el geriátrico. Cubiertos por una tibia manta, mientras se demora el té de hierbas. Sin embargo, la franela sirve. Al menos para ensayar otro nivel de interpretación, fuertemente comparativo, del pasado que moralmente congela y socialmente petrifica. El intelecto diletante, invertido en la devoción por la franela, debiera servir para explicar, sin ir más lejos, la cinematográfica declinación de la Argentina autófaga. La que se alimenta con pedazos de su propio cuerpo. Sin erotizarnos, por ejemplo, con el desperdicio puntual de las anécdotas aberrantes. Las que podrían tratarse, con el tiempo que queda de la vejez, hasta la llegada del minuto final de la cesación de pagos. En el geriátrico nostálgico de la historia. Impertinencias Vaya el dardo de la impertinencia comparativa: El Perón que ligeramente hoy se juzga, el Perón de los setenta, se encontraba infinitamente más adelantado que el Kirchner y el Chávez de los dos mil. Aquel Perón octogenario conocía, con minuciosa exactitud, el significado de los poderes universales. Un estratega con estigmas de Viejo Vizcacha, que sabía deslizarse, con destreza, entre las sutiles contradicciones de la Guerra Fría. Sabía de las claves del César, pero también conocía las claves del Vaticano. Envió a Orfila, un mendocino superior, a Washington, con la instrucción expresa de arreglar con los Estados Unidos. Y hasta designó como ministro a Gelbard, por entonces un paisano célebre, para acordar también, racionalmente, con aquella Unión Soviética. Leer, para más datos, "El oro de Moscú", agotadísimo opus de Isidoro Gilbert. Usadores y usados Lo único que le faltaba a Perón, tío Plinio querido, era el tiempo. Tenía 80 años. Porque Perón era del 1893, y no del 1895. Serpiente de Agua y no Cabra de Madera, apunta, desde Antibes, Medea Lobotrico-Powell. Su coronación representaba el triunfo de una epopeya personal. Pero la falta de tiempo convertía, a la epopeya, en el preludio de una derrota letal para la Nación. Aquel Perón sin tiempo, que ya hablaba de ecología y sin interlocutores, se encontraba, tardíamente dispuesto, y por la unidad nacional, a asociarse con Balbín. Claro que había utilizado, lícitamente, para llegar, a los imberbes. Los que simultáneamente pretendían utilizarlo para plantear la turbulencia de la revolución imaginaria. Un juego perverso de usadores. Por lo tanto, Perón supo peligrosamente usarlos, tío Plinio querido, a los maravillosos imberbes, como descartables cubiertos de plástico. Y los imberbes, aquellos usadores groseramente usados, hicieron el pucherito de gallina generacional. Y le dieron, al desfalleciente Perón, la espalda. Para combatirlo, en adelante, con el lenguaje expresivo de los balazos y las explosiones. Aunque Los Imberbes sólo podrían enchastrarlo, con sangre de prestigio, casi 33 años después. Cuando El General ya no podía rebatirlos. Resulta, por lo tanto, infamante el oportunismo de los infieles seguidores que se declaran peronistas. Innumerables ganadores de sueldos y prebendas, que trafican, sin arrojo, con la portación de identidad. Los pragmáticos que optan, mayoritariamente, por la conveniencia táctica del silencio. Ocurre que, en el gobierno de los imberbes, los peronistas son, tío Plinio querido, con la tortilla dada vuelta, los flamantes infiltrados de los dos mil. Deciden pasar, tibiamente inadvertidos, en el artificio del Frente de la Victoria. Derrotados Para discutir, en el geriátrico, vaya aún otra insolencia comparativa: Aquel Perón de los setenta mantenía, tío Plinio querido, una lectura de su realidad infinitamente superior al Perón de los cuarenta. El del GOU, precisamente. Del Ejército que producía la creación popular del peronismo. Porque el Perón de los cuarenta, el que aguardaba la tercera conflagración, tal vez no comprendía que la Argentina había sido políticamente derrotada en la Segunda Guerra Mundial. Aferrada, redituablemente, con su próspera neutralidad, a Inglaterra, otra derrotada superior. Aunque mantuviera una sillita, como agregada, en Yalta. Argentina había políticamente perdido y los argentinos, vanamente inflamados, aún no se daban cuenta. En adelante se asiste a la seguidilla del festival de desencuentros. A la dinámica evolutiva de las contradicciones internas. Al minué del peronismo y del peor antiperonismo. Desde las fragilidades institucionales hasta las carnicerías del facto. Hasta concluir en la Guerra de los Derrotados, en 1982, que posibilita la recuperación, por descarte, de la democracia. En definitiva, tío Plinio querido, es para discutirlo, durante horas, en la parsimonia del geriátrico. Que el Perón de los setenta estaba más avanzado que el Kirchner y Chávez juntos de los dos mil. Y que el Menem de los noventa. Que tenía una lectura superior del momento histórico que el Perón de los cuarenta. El Perón folklórico que inspira a Chávez y extrañan, incomprensiblemente, los superficiales. Un Perón que fue superado por el propio protagonista. Habría que consultarlo, tal vez, con Natalio Botana. O con Escudé, que del tema sabe. O con el profesor Zuleta Álvarez, o el profesor Grondona. Incluso, por qué no, con el Pacho, o con Pigna, los más osados periodistas deportivos de la historia. Descuente que el geriátrico, a la hora del tecito, se pondrá tenso, pero bastante ameno. Dígale a tía Edelma que reserve, por anticipado, varias plazas en el Geriátrico de Cosquín. Tiene onda y energía, a pesar de ciertos irritantes dipsómanos que suelen arremeter con el folklore anual.
Por Jorge Asís, JorgeAsisDigital.com