LA COLUMNA DE JORGE ASIS EN EL OJO DIGITAL: "CARTAS A TIO PLINIO"

El pacto

Vulgarcito tiene razón. Pero más que un pacto, Menem y Duhalde comparten la culpa de haberlo catapultado.

21 de Julio de 2010
Tío Plinio querido, Habrá que aceptar que Vulgarcito, por una vez, tiene razón. Porque entre Menem y Duhalde comparten, infinitamente más que un pacto, una culpa. Entonces, si el pacto existió, entre Menem y Duhalde, fue para favorecerlo a Kirchner. Aunque de manera indirectamente involuntaria. A pesar de ellos, y las consecuencias fueron catastróficas. La instalación, en primer lugar, en la presidencia, de Kirchner. Que ambos, Menem y Duhalde, se joroben. El problema, más grave, lo tiene el país. Porque, como consecuencia del disparate del triángulo, el país se joroba mucho más que ellos. La culpa es de Menem y Duhalde, tío Plinio querido, por haber sido ciegamente estáticos, en política, para una realidad dinámica. Y en los respectivos estatismos conservadores, ambos fueron piadosamente etnocéntricos. Intolerablemente autorreferenciales. Y no se percataban, en el fragor del esmerilamiento mutuo del combate, que podían, de pronto, pasarlos de largo. Como alambres caídos, dirían en el barrio. O como perros muertos que se secan, ante la indiferencia general, al costado de las rutas. Ambos, Menem y Duhalde, son los máximos responsables de la deconstrucción del presente. Por haberse masacrado, hasta la exasperación, en aquel grotesco minué de reciprocidad. Bailado al ritmo pequeño de la rivalidad compartida. Fueron -Menem y Duhalde- lo suficientemente incautos, como para carecer de la estrategia negociadora que suele caracterizar a los grandes estadistas. Por rebelarse, en fin, después de tantos años como administradores hegemónicos, como vocacionales turistas del poder. Con una insistencia conmovedora, los estáticos conservadores, Menem y Duhalde, se desgastaron en la nociva estimulación del rencor. Con aquel festival de mezquindades conspirativas que explicitaban el principal proyecto movilizador. El de destruirse. Menem, porque -al no poder eternizarse- prefería, como sucesor, a De la Rúa. Y nunca al "compañero" Duhalde, a quien, sin fundamentaciones racionales, subestimaba. Era un Duhalde desairado que sin embargo marchaba, en el 99, concientemente, hacia el cadalso electoral. Y aunque después fue un próximo turista presidencial, Duhalde prefería, en el 2003, en su minimalismo obsesivo, que cualquier otro fuera elegido presidente. Reutemann, por ejemplo, o De la Sota. Y en el desvarío hasta pensó en Macri. Y en Solá. De últimas, hasta ese muchacho, El Visconti. Kirchner. El propósito de Duhalde era, en definitiva, que jamás volviera, como presidente, Menem. Tuvo suerte. Duhalde logró finalmente sacarlo de la cancha a un Menem que se abreviaba hasta el desconocimiento más elemental. Sobre todo por su falta sospechosa de reflejos, en aquel congreso triste de Lanús. Un escenario que no figurará, siquiera, entre los desmanes más antológicos de la historia totalizadora del peronismo entendido como una embaucación. La cuestión que Duhalde se las ingenió para disolver, aquella interna partidaria, en la elección general. A los efectos de permitir que la contundente imagen negativa de Menem destruyera, de ser posible para siempre, a su enemigo. Para hacerlo más gráfico, tío Plinio querido, aquella guerra irracional entre Menem y Duhalde fue letal, primero, para la Patria. Después, para los despojos de lo que había dejado de ser el Movimiento. Y por último, claro, fue letal para los hombres. Los que padecieron los arrebatos del después. ¿Comprende entonces por qué, lo que queda del peronismo, tío Plinio querido, se encuentra en una nueva situación de Resistencia? Una Resistencia infinitamente más sutil que la Resistencia contra la Libertadora. De manera que no se puede admitir, con tanta facilidad, que los superados caudillos, Menem y Duhalde, se la lleven, en todo caso, de arriba. Y no se puede absolverlos, en definitiva, y ni siquiera conmoverse, con los llantos de Toledo, porque hayan compartido, gracias a Caselli, un almuerzo romano. Para colmo como producto, casi ilustrativamente emblemático, de un sepelio. De la mano, en virtual ridículo como Laurel y Hardy, aunque hoy sistemáticamente victimizados, Menem y Duhalde comparten, a coro, la responsabilidad histórica por haber catapultado al pichón de Nerón. Al imberbócrata que, culturalmente, fastidia, hasta la irritación y el aburrimiento. Con la rutina de la prepotencia arrebatada y sin sintaxis. Con la jactancia hueca de la Caja agresiva. Con la artificialidad superficial de las encuestas alquiladas. Con el amontonamiento intrascendente de anuncios sin seguimiento, apenas legitimados por la permanente tendencia al keynesianismo electoral. Con la profundización irresponsable de las fosas divisorias en la sociedad. Con la intensificación provinciana del aislamiento. Con el raquitismo conceptual. Con la sensibilidad selectiva en medio de la riesgosa fragmentación. Con una visión tan retardataria, tan chiquilina, tan maniquea, en definitiva, de la vida. Y con el complemento de la complacencia cómplice de los colaboracionistas transitorios. Aquellos que, amparados en cierto oportunismo institucional, tío Plinio querido, se convierten en meros cómplices. Con el pretexto pueril del pragmatismo. Y la cínica resignación de los entregados. En el fondo, y hasta incluso en la periferia, y para simplificar, la nueva política de Kirchner es, tío Plinio querido, una gigantesca tergiversación. Por no decir una elemental truchada. De pícaros traficantes de pendientes asignaturas generacionales. Un negocio inescrupuloso de arbitrarios avivados a punta de subsidios y retornos. Por lo tanto, tío Plinio querido, Vulgarcito tiene razón. El pacto de Menem y Duhalde fue tan consistente que, desde la dialéctica, lo sostiene a Kirchner. Entonces, con el servicio de la traición incluido, Kirchner no tiene mayores reparos en exhibir que pretende llevárselos puestos. Como si fueran -Menem y Duhalde- una gorra. Un guante o una media. Y trate de no comerse, en lo posible, el amague: Porque si Kirchner lo agrega a Patti, no lo dude, es para completarla. Porque siempre, la fuerte imagen instalada de un represor asumido, completa una buena mesa de conspiraciones. En fin, la sociedad, siempre inocente, tío Plinio querido, se enfrenta hoy, como consecuencia de esta relación triangular, frente a un dilema patrióticamente moral. Porque el 23 de octubre se juegan dos alternativas. La consolidación del proyecto hegemónico. O la iniciación del ciclo abrupto del postkirchnerismo. Como las sociedades improbablemente atenten contra sí mismas, lo recomendable puede ser la segunda hipótesis. Es decir, el postkirchnerismo. Aunque el efecto no deseado, irreparablemente secundario pero peligrosamente principal, pueda ser la revalorización inmerecida de un peronismo caricatural. El que condujo, justamente, a esta opacidad. Dígale a Tía Edelma que el nombre del Arcángel, el que le corresponde, es Harahel. La estampa viaja ya por correo postal. Tía Edelma sabe que un Arcángel no merece ser escaneado.
Jorge Asís Digital