POLITICA: LA COLUMNA DE JORGE ASIS EN EL OJO DIGITAL

Polenta y tragamonedas

Rocamora cuenta, desde Tucumán, que se pudre la polenta solidaria, pero llegan las tragamonedas.

21 de Julio de 2010
AN MIGUEL DE TUCUMÁN (de nuestro enviado especial, Oberdán Rocamora).- Mientras se pudre la polenta, en Tucumán se aguarda la salvación de las máquinas tragamonedas. En esta provincia, condecorada por la naturaleza y fuertemente ligada a la emotividad nacional, puede intentarse un dilatado ensayo sobre la debacle. Trátase de una crisis que ofende, por demasiado explícita. Como la pobreza que se exhibe, impiadosamente, en las vitrinas de Buenos Aires. Aquí, en Tucumán, el deterioro, socialmente institucional, es tan rotundo que, en cualquier momento, por meros mecanismos de comparación, podría pensarse que Riera fue un gran gobernador, que no tuvo suerte. O que el propio Domato, si se continúa por la pendiente ficcional de la comparación, tenía excelentes intenciones. Aunque no lo ayudó la época. Con la negatividad de sus inacciones, aquellos retrocesos gestionarios podrían pasar inadvertidos, incluso, para la posteridad. Téngase en cuenta que citamos exclusivamente a los peores gobernadores que registró la historia contemporánea de Tucumán. Entonces puede perseguirse el inútil riesgo de tomar, por ejemplo, a Palito Ortega, como si fuera -con el ritmo contagioso de su fe- un pichón de Adenauer. Y de ningún modo un oportuno artificio inventado por la inspiración transitoria de Menem. Y que supo cumplir, apenas, con el rol asignado de dilatar la llegada al poder, y paradójicamente por los votos, de las botas electorales del general Bussi, con su alucinación del orden, tan legítimo como insuficiente. En todo caso, en cualquier momento, sumergidos en la declinación revisionista, podrá revalorizarse hasta la gestión, aunque con epílogo desastroso, de Miranda. Un ciclo infortunado que sirvió para que germinara, en todo caso, el proyecto político del gobernador actual, José Alperovich. Aquí, curiosamente, en la cautivante Tucumán que incita a la nostalgia, y a la simultánea autoflagelación del raciocinio, cunde una atmósfera de dislate generalizado. De dolorosa impotencia permanente, a la que debió habituarse, sin el menor espacio para la misericordia, aquel resistente tucumano que se obstina, a pesar de todo, en mantener su derecho al pensamiento. En la tierra natal de Alberdi, entonces, aún resiste el tucumano racional. Aunque convertido en una situación límite. En un drama existencial. Es preferible detenerse en lo pedestre, en la precariedad coyuntural. En Tucumán se asiste, políticamente, al travestismo que pudo percibirse, de manera grotesca, en Tierra del Fuego. Ocurre que justamente aquí despunta otro radical sin convicciones, José Alperovich. Que se convierte, de pronto, en el salvador del peronismo, que agonizaba en medio de la carencia. Sometido a los rigores espesos de la desertificación dirigencial más abrumadora. Por si no bastara, Alperovich mantiene una formidable capacidad de adaptación. Y sintoniza, para colmo, con la onda inquietante del peronismo conyugal. Continúa entonces con el último alarido feminoide de la moda peronista. Por lo tanto la señora Beatriz Rotkes de Alperovich, su esposa, se convierte en la incuestionable cabeza de lista. En representación, claro, del oficialísimo Frente de la Victoria. Después de todo, el kirchnerismo es, si no una enfermedad infantil, una somatización inconvincente del peronismo. Una especie, en realidad, de sarpullido. Los pobres y los chanchos Cualquier cronista que recorra, sin atisbo de perplejidad, la espesura del país desperdiciado, en muy poco tiempo puede hacerse especialista en la tristeza de los desmoronamientos. Sin embargo, Tucumán, en materia de caída libre, es insuperable. Porque, desde aquel jardín colorido de Billiken, desde donde surgieron las "bases" memorables, del proyecto de prosperidad de una república, pudo emerger, también, la imagen desolada de la desnutrición. Trátase del estigma emblemático del máximo fracaso. La constatación del hambre, inexplicable en la tierra de la abundancia. Sin embargo habrá que explicar, alguna vez, por ejemplo en carta de don Asís al Tío Plinio, cómo es que se pasa, por ejemplo en el peronismo, del ambicioso ensueño de la "comunidad organizada", a la sistemática organización de la desigualdad. Tanto en el cordón más desfavorecido del conurbano bonaerense, como en las provincias que debieran ser administrativamente ejemplares. Porque resulta inadmisible el escenario de la desorganización asistencial. Genocidios cotidianos para la comunidad de desposeídos, transformados en víctimas dobles. Por ejemplo que, mientras en la Argentina no se pueda justificar la existencia del hambre, simultáneamente sus autoridades permitan, en su irresponsabilidad, que se pudran, en barracas inferiores, por impericia o especulación, toneladas de alimentos más perecederos que el hombre. Ocurre que las dieciséis toneladas de sopas y polenta, que fueron encontradas, en estado de putrefacción, en los depósitos de Burruyacu, se convierten hoy en alimento para cerdos. "La comida de los pobres engorda los chanchos de los ricos", declaró, a propósito, un inspirado piquetero. Un militante rentado, similar al que convierte la Plaza de Mayo, hoy, en el emblema de una abyección. Keynesianismo electoral Acaso el cronista no escogió los días apropiados para llegar a Tucumán, procedente de Ushuaia, y con un toque, de horas, en Buenos Aires. Al margen de la depresión implícita en la polenta podrida. Y de la intensidad de las mezquindades temáticas, se asiste a un cruce de gobernadores que se trasladan. Por ejemplo hoy llega Sobisch, el gobernador de Neuquén. En su lícito paseo preparatorio de campaña, podrá atreverse, más tarde, a la elevación de un compendio de promesas conmovedoras. Ante un auditorio, en cierto modo, cansado. Que dista de creer hasta en la imagen que devuelven los espejos. Y parte Alperovich hacia Buenos Aires. Por dos días, el gobernador podrá olvidarse de los acosos implacables del diputado Sangenis, o de su socio político, Parajón. Siente políticamente ellos crecen, a partir de los ecos de las denuncias de sus desventuras. Mañana, a dúo, Alperovich ofrecerá un show junto al presidente Kirchner. Claramente enmarcados, ambos, en la cruzada espectacular del keynesianismo electoral. Trátase de un coro afiatado de anuncios, aunque carecen, en general, de seguimientos. Y que admiten la ficción de pensar que, aquello que anuncien en sus canciones, por el mero hecho de anunciarlo, ya está. Sólo restan entonces las fotografías y los aplausos. Ocurre que Kirchner se agota, en definitiva, en la rimbombancia de las formulaciones. De manera que las obras públicas sólo cumplen en mantener su pueril efecto de campaña. Porque con Kirchner hasta el keynesianismo, en el fondo, es trucho. Final con "lopecitos" Un keynesianismo de sufragio. De alcance corto y verso largo, aunque en realidad es útil para ocultar que Tucumán sólo puede aguardar, apenas, una obra movilizadora. Que es, y cualquiera lo comenta en el bar del Grand Hotel, el proyecto que más le interesa al Presidente Kirchner para Tucumán. Y que motivó, incluso, personales comunicaciones telefónicas. De presidente a gobernador. Trátase de la instalación, por decreto, y a cargo de la empresa Casino Club, del caramelo de madera de un Centro de Convenciones. Pero sobre todo de un hotel, en el pulmón verde del Parque 9 de Julio, con la intermediación de un Jockey Club que cumple el rol de simple vaso comunicante, con veinte años más de derechos sobre el hipódromo. Es el casino que podría generar puestos legítimos de trabajo. Con la instalación de las mil máquinas tragamonedas del comisario. Tragamonedas, en fin, encuadradas en el Frente de la Victoria. Maquinitas cautivantes del inmanente don Cristóbal. Del Cristóbal López que inicia, a pesar del reservadísimo perfil, un cierto camino legendario. Sospecha don Cristóbal, acaso desde el interior luminoso de una tragaperras, que es uno de los dos "lopecitos" con los que cuenta Kirchner. Sin velas negras, esas ideales para brujerías de barrio. Invariables Lopecitos que serán, con marcada precipitación, indeseablemente populares. Oberdán Rocamora
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