LA COLUMNA DE JORGE ASIS EN EL OJO DIGITAL: POLITICA

Patti y la moneda de la derecha

Gracias a las ingenuidades de la izquierda, Patti se consolida como exponente de la derecha.

21 de Julio de 2010
Como significante, el Paufe, su partido, suena mal. Sin embargo Patti suele definirse como peronista ortodoxo. Y como conservador. La cuestión que, aunque algo acotado por sus limitaciones, el subcomisario Luis Patti, alias El Principal, se consolida como un exponente de la derecha. Aunque, más que por sus propios atributos, Patti logra instalarse como consecuencia de las ingenuidades de la izquierda. O mejor, de aquel conjunto ilusorio de vacilaciones voluntaristas, que pretende la representación, acaso el monopolio, de un cierto humanismo genérico, que los distraídos prefieren denominar, sin mayor rigor, el progresismo. Cables y muertes La izquierda, por ejemplo, inútilmente, insiste en catalogarlo a Patti como un torturador. Cada vez que se lo menciona, en cualquier ámbito relacionado con una interpretación progresista de la vida, invariablemente aparece alguna alusión a la cuestión despreciable de la tortura. Destacan ciertas presuntas habilidades para el cablerío de la picana. Y su vocación represiva de policía duro. O lo vuelven a estampillar, hasta la monotonía, con el mote abyecto de asesino. Por haber supuestamente matado a dos militantes montoneros. De todos modos, desde el intencionalismo humanista de izquierda, cuesta entender que la sociedad argentina es, en realidad, más compleja. Que se encuentra lo suficientemente fragmentada como para resistirse a ser, como sus parámetros ideales reclaman. Por lo tanto, con semejantes descalificaciones, al Principal Patti no se lo condena. Al contrario, se lo legitima en el escenario. La vida no es tan bella Como si los progresistas no terminaran de entender que, en el segmento social, nada desdeñable, del electorado que lo acompaña, muy poco interesan las categorías de semejantes cargos. Al menos, en ciertos sectores de la provincia de Buenos Aires, dista, en general, de preocuparle, en absoluto, que a Patti se lo pretenda neutralizar con el estigma del torturador. Más aún, puede incluso que despierte cierta simpatía, precisamente por la misma razón. Y que hasta se lo vote, silenciosamente, por mostrarse sin reparos como un duro de novela negra. De los que no vacilan, en todo caso, con recurrir a la tortura. La vida no es tan bella. Y ocurre lo mismo con la calificación de asesino de Montoneros. Porque les cuesta entender a los progresistas que, los que apoyan a Patti, probablemente, hasta valoran que los haya, hipotéticamente, matado. Por lo tanto, pueden continuar eternamente con la carga de sensibilidad de las acusaciones. Apenas sirven para distanciarlo, tan sólo, del segmento, acentuadamente progresista, que Patti da por perdido de antemano. Como si se tratara de un territorio adversario y ajeno. Y simultáneamente sirven, las acusaciones, para consolidarlo a Patti con el apetecible siete por ciento que mantiene casi cautivo. Y con el que puede políticamente proyectarse. Negociar, sobrevivir. Sentarse en mesas donde precisamente no lo aprecian. Duhaldismo digestivo Ahora, a partir de la alianza electoral de Patti con la señora Hilda Duhalde, las obviedades ingresan al primer plano. Es decir, el duhaldismo muestra mayor capacidad digestiva que la fantasía del recrearismo. Por lo tanto, no vacila en sumarlo. A pesar de su menemismo explícito, Patti resulta de utilidad para resistir las imposturas avasallantes de un kirchnerismo que se pretende, con prepotencia, ejemplarizador. Aunque signado por el estigma incoherente del vacío, del negativismo implícito de la traición, la opacidad conceptual de una caja, la jactancia de una encuesta. En adelante, entonces, la reiteración condenativa de los citados lugares comunes dejaron de ser propiedad exclusiva de los parciales columnistas de Página 12. Ni del primitivismo estudiantil de Alfredo Leuco. O de las picardías de lenguaje de Carlos Polimeni. Sin embargo, debe reconocerse que principismos similares resultaron suficientes, en todo caso, para que López Murphy, con mayores problemas digestivos, paradójicamente se comiera el amague del humanismo y no se atreviera a suscribir oportunamente, con Patti, la alianza que hoy lo hubiera, al menos, fortalecido. De haber contado con mayor fortaleza ideológicamente estomacal, López Murphy podría haber continuado, aún, en carrera. Y sin pedir, desde la banquina, ningún misericordioso auxilio judicial, y apenas anotado en el testimonialismo inconsistente de un campeonato moral. Ahora, Aníbal y Felipe Ahora asombra, hasta la perplejidad, con el versatilismo repentinamente progresista que se le desconocía hasta sus 48 años, un peronista de marca, como Aníbal Fernández. Que se atreve a denunciar, por el acuerdo de la señora Hilda con Patti, una "derechización del duhaldismo" que lo catapultó. Téngase en cuenta que es la reencarnación del mismo Aníbal que, con aquella audacia ilimitada, sostenía muy suelto de cuerpo que Duhalde, en diciembre del 2001, se encontraba en short y hojotas, en su casa de Lomas, mientras la clase política entera iba a suplicarle que salvara al país. Sorprende, además, el supino candor del gobernador Felipe Solá. Compite con Aníbal para cumplir la instrucción presidencial y sale a demoler a Patti, sin siquiera el mérito de la originalidad. Lo denigra por haber matado militantes peronistas. Ambos exponentes, Aníbal y Felipe, deben hacer méritos eternos electorales con un Kirchner que se excita retóricamente con la imberbocracia de aquellos montoneros panzones, con problemas de colesterol ideológico. Y en los que, para colmo, descree, mientras percibe el desvanecimiento de una plebiscitación que se transforma en una victoria digna, y que está a un par de semanas de convertirse en un empate honorable, que podría implicar el inicio de su declinación. Pese a la perspicacia que les brindan su exitoso instinto de supervivencia política, Felipe y Aníbal, en definitiva, entibiados por el sol transitoriamente artificial del kirchnerismo, hoy recurren a la misma artillería de la izquierda que no sienten. Una izquierda que, orgánicamente, los desprecia. Para colmo, con sus denigraciones, Aníbal y Felipe lo atornillan, a Patti, hasta instalarlo como exponente de la derecha necesaria que necesita un redituable segmento de la sociedad. Una derecha que, por la cultura colonizadora de la izquierda, nadie se atreve a asumir. Y que Patti casi se la encuentra, en el piso, a merced, como si fuera una moneda.
Jorge Asís Digital