LA COLUMNA DE JORGE ASIS EN EL OJO DIGITAL: CHICHE, CRISTINA... Y SUSANA MERLO DE LOPEZ MURPHY

La señora de nadie

Entre las señoras de Kirchner y Duhalde, López Murphy sorprende con Susana Merlo.

21 de Julio de 2010
Con cierta astucia, López Murphy prefiere alejarse de las facilidades nefastas del nepotismo clánico, casi medieval. Por lo tanto, el recrearista se atreve a brindar una lección política conjunta. En primer lugar a Kirchner, el plebiscitador que arruga. Y también a Duhalde, el guardavidas desairado. La idea requiere una previa explicación teórica. Escenas de la política conyugal De manera profundamente indecorosa, estos dos caudillos, intrínsecamente conservadores, se entregan a las ceremonias circenses del mutuo esmerilamiento. Fueron meses de congojas hastiantes. De tensionantes distancias y acercamientos monótonos. Acaso para conducirlos, en el mejor de los casos, a una vulgar reconciliación de teleteatro. En efecto, ante la resignación de una sociedad indiferente, que los padece sin legitimarlos, estos dos pesos supuestamente pesados del peronismo cautivo, Kirchner y Duhalde, se dedicaron, desde hace bastante más de un año, a las fatigas de un desgaste ordinario. Una pulverización recíproca, que los analistas domingueros prefieren presentar como negociación. Bemoles absurdos de una puja asombrosamente tercermundista, que representa el emblema de nuestra mediocridad dirigencial. Para colmo, se los percibe como titiriteros que debieran irritar a las feministas. Porque, de la peor forma, hasta bastardean las excelencias reivindicativas del cupo femenino. Por lo tanto litigan, escandalosamente y sin asumirlo, por imponer a los mascarones de proa de sus mujeres. Que son, por otra parte, Hilda y Cristina, infinitamente más interesantes que ellos. Sin embargo, semejante manoseo político conyugal tiene más que ver, en el fondo, con la degradación, que con la reivindicación de la mujer. Por la que tanto luchaba oportunamente Evita. Aquí las damas suelen presentarse, exclusivamente, como pantallas que reflejan la impotencia conceptual de sus respectivas estructuras políticas. Por lo tanto, se asiste a las extravagancias bananeras de un comportamiento de clan. Entonces los precarios titiriteros ocultan, las severas disputas por la caja, con los más retrógrados contenidos de la causa perdida del machismo. Paradójicamente, con el cuento discutible del cupo femenino, en la Argentina puede asistirse a la devaluación intelectualmente igualitaria de la mujer. Una aseveración provocativa que podría constatarse hoy, incluso hasta entre los armadores de cuantiosas listas al voleo de penúltimo minuto. Hurgan entonces los aventureros por conseguir hermanitas confiables para salpicar en las listas improvisadas. O amantes medianamente discretas, más convenientes que damas preparadas para la lucha por el poder. Y capacitadas para administrarlo. Volvamos al juego lícito del "traidor traicionado". Al conflicto Kirchner-Duhalde, y segundos afuera. Aunque quiere incorporarse, y armar un triángulo, Felipe Solá, con sus suficientes méritos para postularse al paulatino juego de la traición. Trátase de un pintoresco duelo político/conyugal, que se registra en un marco casi imaginario de tolerancia. El de unas elecciones legislativas que pueden resultar sustanciales, tan solo, para los postulantes. Más allá de la competencia deportiva, por ejemplo entre Macri, Bielsa o Carrió, cuesta movilizar a la sociedad. Porque estas legislativas se producen en el momento de mayor insignificancia política de la historia del parlamento argentino. Justamente cuando cualquier locutor, o tal vez el último monotributista, conserva mayor prestigio social que un diputado. En definitiva, si estas elecciones adquieren, por lo menos, una cierta tonalidad dramática, es por el disparate conceptual de Vulgarcito. Porque Kirchner prefirió presentarlas, de entrada, en otra muestra de su argumentación precoz, como un plebiscito para su (falta de) gestión. Aunque, como es un duro en el arte de arrugar, también, lógicamente, arrugó con la propuesta del plebiscito. Conste que esa palabra casi se expulsó del vocabulario oficial. Ocurre, simplemente, que el plebiscito Kirchner ya lo perdió. Que, tal como lo vaticinamos, se plebiscitó encima. Cierta misericordia por el peronismo. Porque supo ser un movimiento, que hoy se debate lastimosamente por pragmatismos clánicos. Y porque mantiene aún ciertas reservas taponadas que superan, con amplitud, las limitaciones intelectuales de estos dos circunstanciales referentes que confunden la política con los bienes de familia. La señora de nadie Por lo tanto, mientras la opacidad del peronismo, súbitamente amariconado, sólo se debate por instalar como candidatas, en la decisiva provincia de Buenos Aires, a las respetables señoras de Kirchner o de Duhalde, irrumpe, de pronto, López Murphy. Y madruga políticamente a sus adversarios. Porque designa, para secundarlo en la fórmula, a uno de los mejores cuadros que el peronismo mantenía relegado, sin utilizar. O más grave aún, en medio del olimpismo clánico, hasta no registraban siquiera su existencia. Para colmo, es una "señora de nadie". Como un homenaje permanente al film homónimo, de María Luisa Bemberg. O más fuerte aún: es una señora apenas de sí misma. Trátase de Susana Merlo, alias La Negra Merlo. Un cuadro provisto de un arsenal de conocimientos, que no resiste comparaciones con ninguna de las dignas esposas. De las respetables "portadoras de apellido" que ilustraron debates "de alta peluquería". Aunque utilizadas groseramente como fichas. Meros elementos presionantes de una negociación. Material plácidamente encuestable por la numerología de Artemiópolis. Téngase en cuenta que Susana Merlo es una ingeniera agrónoma de sólida formación profesional. Es autónoma, una emprendedora que arriesga su capital y generalmente con suceso. Mantiene su campito de algunos miles de hectáreas, su casa familiar en Castelar, su departamento porteño, es directora del Canal Rural, fue periodista de Clarín y columnista de Ámbito. Conoce las entretelas del mundillo mediático como el último secreto de los suelos. La Negra Merlo sabe de soja, de agriculturas comparadas. Le apasiona discutir sobre La Picaza, estudia proyectos para terminar con las centenas de miles, acaso millones de hectáreas inundadas, tiene proyectos para triplicar producciones. Incluso, hasta mantiene una visión estratégica del perfil de país, y puede discutir medianos y largos plazos. Está contagiosamente convencida, para colmo, que la Argentina es una aventura viable. Y resulta saludable que, entre tanta sanata ambiental, tanta política virtual de charlatanería, Merlo se encuentre obsesionada con sus ideas para aplicar. Por ejemplo, Merlo impulsa la creación de un ministerio de Agricultura. En fin, puede explicar durante horas las contradicciones y virtudes de los porotos, de las proteínas y todo lo relacionado con la alimentación. A propósito, también fue subsecretaria alimenticia de Felipe Solá, durante su inolvidable gestión de siete años en Agricultura, bajo las presidencias de Juárez Celman y Santiago Derqui. En realidad, apenas puede registrarse sólo un dato reprochable de la biografía de Susana Merlo. Consiste en que fue compañera de fórmula de Jorge Asís, en una campaña entrañablemente disparatada que reclama, con énfasis, la evocación de la literatura.
Jorge Asís Digital