LA COLUMNA DE JORGE ASIS EN EL OJO DIGITAL: CARTAS A TIO PLINIO

Heráclito y el río de la Justicia argentina

"Todo fluye, nada permanece", ni las leyes, es el encabezado de este nuevo escrito de Jorge Asís, donde se examina la falsa promoción de "justicia independiente" que proviene desde la Administración Kirchner. La derogación de las "leyes del perdón" y un nuevo intento de distraer la atención de la opinión pública.

21 de Julio de 2010
Tío Plinio querido: Acaso Heráclito, El Oscuro, pensaba en las fuertes oscilaciones de la justicia argentina, cuando, desde los arrabales pecaminosos de Efeso, se atrevió, filosóficamente, a bajar línea. "Nadie se baña dos veces en el mismo río", dijo. Misericordia para Heráclito de Efeso. Porque fue absorbido, entre las sutilezas de la interna griega, por un Platón que lo superaba en la trasversalidad. Al fin y al cabo, lo único que quedó de Heráclito fue la imagen manoseada, la honda sentencia del río que fluye, interminablemente. Para ejemplificarlo, tío Plinio querido, basta entonces con que uno, sin siquiera distraerse, en medio del río, lo más pancho, se de vuelta. Por ejemplo en el río sorprendente de la justicia cultural argentina. Podrá percibir perfectamente que de pronto, en el río apacible donde uno supone que se baña, le cambiaron, de un plumazo, en primer lugar, los valores del paisaje. También, justamente con el cambio de gobierno, puede cambiar la temperatura del agua. Incluso, hasta puede ser probable que, después de una ingenua zambullida, cualquier argentino se de cuenta que no existe más ningún río. Que era verso. Como el uno a uno. Que el banco está cerrado, y que probablemente no existió nunca su dinero. O que el río se convirtió, repentinamente, en una formidable pista de bailanta. A moverse entonces, con la tía Edelma, y la alegría del cuartetazo cordobés. Comprenderá entonces que el pobre Heráclito de Efeso me sirve, tío Plinio querido, para explicarle que Argentina, con la anulación de aquellas leyes que suponíamos pacificadoras, confirma sus credenciales de país rigurosamente imprevisible. "Todo fluye, nada permanece", continuaba Heráclito. Aunque desconocía que iba a gravitar, 2500 años después, en el pensamiento oscilante del doctor Petracchi. Trátase del actual presidente de la Corte Suprema. Un sobreviviente que, mientras se bañaba en el río anterior -que no es de ningún modo el mismo río-, había suscripto, exactamente, lo contrario. Podría hasta votárselo, al doctor Petracchi, inclusive, para el Premio Carrario. Por lo tanto ninguna ley, ningún poder, ninguna regla del juego en la Argentina puede, decididamente, mantenerse. En la diversidad transcurre precisamente el juego. En el apasionante juego de la diversidad. Que admite el cambio arbitrario de las reglas. De manera que se permiten las bruscas alteraciones, y se glorifican las trampas. Con los códigos inalterables de Heráclito, tío Plinio querido, la Argentina puede postularse para ser consagrado, en definitiva, como el país más imprevisible del mundo. Sin embargo, es tan imprevisible la Argentina que se vuelve, de pronto, por ciertos arrebatos irritantes de lucidez, hasta previsible. De todos modos no hay razones para inquietarse. Porque la súbita condición de país previsible, que es ideal para desorientar distraídos, forma parte, exactamente, de la misma característica de imprevisibilidad. De manera que, como todo fluye y nada permanece, fluirán nuevamente los relatos de aquellas oscuras carnicerías de nuestra entrañable masacre. Desfilarán entonces las intrigas operadas, las patéticas picanas, las claudicaciones de los recuperados. Se entrecruzarán con informaciones perversas, relativas al desmoronamiento de viejas integridades. "A aquel que hoy denuncia", se nos dirá, "había que pegarle para que dejara de hablar. Antes que pudieran enchufarle la afeitadora ya había delatado a la mujer". Volver a vivir, tío Plinio querido, las congojas divisorias del desencuentro. Aún podrá florecer un rencor grotescamente más intenso. El tiempo perdido de Proust podrá convertirse, al fin y al cabo, en el centro de torturas recobrado. Otra vez, para la algarabía tensa de los traficantes de angustias existenciales, los comunicadores tendremos que filetear las diferencias. Distinguir entre la acción psicológica, el pescado podrido, y la información veraz. Habrá que atender las versiones relativas al malestar en los cuarteles. Y al paulatino riesgo de los rostros embetunados, que pondrán un poco de color, en todo caso, a la tristeza densa de las horas de cierre. Habrá que certificar entonces que era verdad nomás que construían, secretamente, en Campo de Mayo, una prisión, plácidamente austera, para veinticinco militares emblemáticos. Trátase de un funcional edificio blanco, con muebles de algarrobo, y con algún banquito eficaz para representar la gloria inmaculada del general Bendini. Ánimo, tío Plinio querido. Porque las mejores columnas del Horacio aún quedan por escribirse. Sólo resta esperar, acaso para contraponerlas, las próximas frases dolientes de Cecilia Pando, la dama del bolígrafo. Es el tiempo, en el oportunismo del fluir, del festejo reconfortante de quienes supieron privatizar el dolor del humanismo. Fluye entonces el horror, entre la euforia, de la militancia con colesterol y de las pañoletas blancas. Mientras tanto, en la fugacidad del río transitorio, donde nada permanece, Vulgarcito puede consolidar, jactanciosamente, su elaborada impostura de revolucionario. Porque Vulgarcito supone colocarse a la vanguardia de la lucha universal contra la impunidad. Sabe que su nombre estará positivamente instalado en todos los diarios del mundo. Después de todo, es una jugada brillante para lanzar, internacionalmente, la campaña justiciera de la plebiscitación.
Jorge Asís Digital