LA COLUMNA DE JORGE ASIS EN EL OJO DIGITAL: INTERNACIONALES

El deber de la injerencia

Sobre la obsesión antiamericana, el monitoreo a las democracias, la reivindicación de José María Muñoz y la Asamblea General de la OEA en Fort Lauderdale, Florida.

21 de Julio de 2010
Tío Plinio querido: Al final, Condolezza Rice, comparativamente, me resultó una zurdita. Acaso por notables influencias del socialismo pragmático que profesa el Secretario General de la OEA, el chileno Insulza, la negrita Condy se sitúa más a la izquierda que el canciller Celso Amorim. Trátase -Amorim- de un diplomático pudorosamente infatuado de Itamarati. Y por si no bastara, de manera casi radical, en cierto modo contestataria, Condolezza Rice se ubica bastante más a la izquierda del canciller Alí Rodríguez Araque, de la Venezuela disparatadamente bolivariana. Trátase -la Venezuela Bolivariana- de un artificio jactancioso oportunamente creado, para colmo, por Norberto Ceresole, que no tuvo reparos en ser argentino. Una lástima, tío Plinio querido, que en la Argentina pueda resultar sospechoso cualquiera que haya podido conocerlo a Ceresole. Aunque sea de nombre. Pensándolo bien, Ceresole será tema de una próxima carta. Se la prometo. Prefiero regresar a los códigos del pudoroso cuadro de Itamarati. Y al fantasioso bolivariano que ejecuta los lineamientos del locutor Chávez. Ambos cancilleres, Amorim y Alí, cada uno a su manera, supieron rendir, con sus desbordantes emanaciones orales, y acaso sin saberlo, sendos homenajes retroactivos a aquellas posiciones retardatarias del general Videla. Porque los sudamericanos susceptibles lo reivindican. Por ejemplo al rechazar, con un énfasis tan firmemente reaccionario, la llamada intrusión. O lo que es retóricamente peor, los "mecanismos intrusivos". En el fondo prosiguen, veinticinco años después, las ejemplares líneas liminares trazadas por José María Muñoz, en 1978, aunque perfeccionadas para el mundo en 1979. Trátase del gordo Muñoz. Infinitamente fue más que un legendario relator deportivo, Muñoz fue un virtuoso estratega argentino de la comunicación geopolítica. Al desmoronar, acaso, los citados cancilleres, la contundente racionalidad del derecho a la injerencia, los principistas sudamericanos honran, con llamativa retroactividad, al general Videla. Porque, con el cuento de "la libre determinación de los pueblos", los reticentes sudamericanos vuelven a legitimar, con un cinismo ni siquiera brillante, la correcta atribución que tiene cada gobernante, autodeterminado, para masacrar a sus opositores como le plazca. Por ejemplo, puede exterminarlos a la excepcional manera del siempre ponderable Fidel. A canilla relativamente libre, encerrándolos merecidamente, durante el tiempo que se le ocurra a los atributos de su "libre determinación". Y entregándolos alternadamente como variables de ajuste, tal vez para hacerle alguna concesión a cualquier baluarte del progresismo europeo, que saca patente ante las alucinaciones de su electorado, o de algún poeta autografiado, que estimula la asignatura pendiente de exhibir en el progresismo de su living la fotografía al lado del Comandante. Videla hubiera necesitado, entre los goles del 1979, de semejantes aportes argumentales que rindieran culto a la autodeterminación. Sobre todo para neutralizar los efectos devastadores que tuvo, para aquel gobierno militar que aquí todos unánimemente combatieron, aquella visita "in loco" de especialistas de la OEA. Cuando vinieron, tío Plinio querido, aquellos "intrusos". A "monitorear" la desastrosa violencia de nuestra ropa sucia, con sus "mecanismos intrusivos". A "monitorear", como si fuera una afrenta, las violaciones a los derechos humanos. Con los criterios brígidos de hoy, se trató, en definitiva, de una injerencia imperdonable. Porque se entrometían, aquellos impertinentes de la comisión de la OEA, con la "libre determinación" de los gobernantes que detentaban el poder, y violentamente habían recurrido a ciertas dotes para la magia de hacer desaparecer a sus enemigos. ¿Se acuerda, tío Plinio querido? Una mañana radiante en que coincidían las denuncias de familiares por sus desaparecidos, con los fastos por la obtención, en Tokio, del campeonato mundial del juvenil de fútbol. Nos habíamos despertado a las seis de la mañana para ver la final. Maradona tenía 19 años y le hizo un pase incomparable a Ramón Díaz, que tenía 20. Y el riojano Díaz, con tiro cruzado, dictaminó que éramos, otra vez, campeones mundiales. Del mismo modo que José Gómez Fuentes privatizaría, tres años más tarde, en el 82, la imagen de la complacencia periodística durante la Guerra, aún no asumida, de Malvinas, el Gordo José María Muñoz privatizó aquel fuerte galimatías de confrontación. Entre la alegría direccionalmente utilitaria del deporte que bastardeaban, y la amargura conmovedora de los parientes que denunciaban, la desaparición de los suyos, a la comisión de intrusos de la OEA. "¡Demostrémosles a los intrusos de la OEA que los argentinos somos derechos y humanos!", vociferaban, por ejemplo, decenas de Muñoz, perfectamente identificados que se ganaban su sueldo. Mientras los afectados, los doloridos, hacían la cola, como si pertenecieran a otro país. Distinto del que legítimamente festejaba, con contagioso alboroto, los goles del Ramón. Mientras soportaban, además, las agresiones groseras del analfabetismo mediático. Entonces, tío Plinio querido, bienvenida sea la idea de encontrar mecanismos para fortalecer las democracias monitoreadas. Aunque lo proponga Bush, y lo instrumente la zurdita Condy por injerencia intelectualmente positiva de Insulza. Y si no dígame, aparte de mecanismo nada intrusivo para tramitar alguna beca para distintas sobrinas, ¿para qué sirve la OEA? Si no es para custodiar el funcionamiento democrático de las instituciones, no sirve para nada. O más grave aún: ¿cuál es el sentido, hoy, de la existencia de cualquier carísimo organismo multilateral? Entonces, la injerencia no es un derecho. En un organismo internacional, tío Plinio querido, la injerencia es un deber. Sólo para servir de formidable pretexto, a los efectos de mantener miles de familias de perdurables burócratas, no es negocio. Tampoco para ofrecer el marco con viáticos, el envoltorio hipócrita de la escenografía para que los ministros ocasionales dirijan sus mensajitos, a la indiferencia de sus propios pueblos. Por primera vez, tío Plinio querido, después de tantas décadas de intrascendentes oscilaciones, irrumpe una Asamblea General de la Organización de Estados Americanos que sirve para algo. Que pasa a revistar una cierta importancia. En realidad, con la gestión innovadora de Insulza la OEA pasa a tener, por lo menos, algo que ver con la agenda concretamente palpable de un continente. Con "países miembros" infectados por gobiernos débiles que fueron oportunamente expulsados por manifestaciones teledirigidas, de excluidos miserablemente zaparrastrosos, movilizados, apenas, por afanes contestatarios que se calman, en general, con la receta del clientelismo. Por lo tanto, no hay que caer en la ingenuidad de la "obsesión antiamericana". Como la calificó Jean Francois Revel, en un libro memorable. Aunque aquí el antiamericanismo se convierte en un virus escandalosamente ridículo. En un sarpullido que transforma, a los máximos dirigentes del sur, en prejuiciosos a la defensiva, limitados que custodian sus virtudes porque temen, que los americanos malos, pretendan propasarse, por debajo de la espalda. Entonces hay que oponerse de raíz a cualquier propuesta de monitoreo (norte)americana, y más aún si está respaldada por un chileno. Si es posible, hay que oponerse de manera gratuitamente desafiante. Porque significa la posibilidad de encubrir una próxima ofensiva (norte)americana contra la nueva estrella del continente de las sorpresas, del realismo mágico. Chávez. Entonces es necesario quedar bien con Chávez, así no monitorea especialmente a los contestatarios bastante baratos que con cinco movilizaciones pueden atreverse a derrocar. Y avalar, de manera indirecta, los desbordes oralmente televisivos del Locutor. Se que me va a preguntar, porque lo conozco, por el juego de la Argentina. Como con Vulgarcito no tiene nunca una posición, la Argentina se ubica en el medio. Opta, con el cuento del consenso, el bonapartismo a la bartola de Kirchner opta por "consensuar". Y dirigir guiñaditas cómplices, tanto a Chávez como Bush. Como si se apostara a ganar protagonismo, o por lo menos una cierta identidad, con la ficticia contención del consenso. Como si para el bonapartista fueran, tanto Bush como Chávez, dos giles. En la próxima le cuento de Ceresole. Si tía Edelma no entiende algo que me busque en el celular.
Jorge Asís Digital