LA COLUMNA DE JORGE ASIS EN EL OJO DIGITAL: PROSPECTIVA CHINA

La Argentina Rata

Jorge Asís invita al lector a acompañarlo en un incisivo análisis de la realidad argentina actual y la de sus personajes, escrita con tinta de horóscopo chino.

21 de Julio de 2010
País Rata, de Cáncer, con ascendente Caballo. Para los iniciados, semejante conceptuación puede ser suficientemente explicativa. Casi aclaratoria de la actualidad del país. La asunción de País Rata podría utilizarse, además, como punto de partida para ilustrar acerca de ciertos altibajos emocionales, que repercuten en el aspecto institucional. Ocurre que la brillante creatividad de la Rata, con su capacidad permanente de multiplicación, y con su magnífico instinto de sobrevivencia, permiten que el país pueda haber atravesado, a lo largo y complejo de su historia, momentos de alta intensidad, combinados con unos bajones memorables, inexplicablemente impresionantes. El dilema entonces consiste en resolver las dificultades, a los efectos de lograr una cierta estabilidad que facilite la distensión de las pasiones. En el fondo, es como si el País Rata oscilara, inexorablemente, entre períodos de notable alza y de preocupante baja, aunque con alteraciones cada vez más brevemente esporádicas. Como si se tratara de una Argentina muy hacia arriba, o, lo que es casi lo mismo, muy hacia abajo, aunque improbablemente estabilizada en su vertiente más racional. El País Rata se debate entonces en una rutina implacable. Entre la petulante condición de país ejemplar para ser imitado. O la imagen penosa del peor país contagiosamente contaminable. Semejante inmadurez, originada en la misma egolatría, es perceptible entonces hasta para el derrumbe. El País Rata oscila entonces entre la conceptuación de mejor y peor país. Características tensas que adoptan la misma defección egocéntrica. Es decir, el etnocentrismo analítico es igualmente negativo. Tanto en los momentos de superexcitación como de superdepresión. Circunstancias patológicas que imploran por una cierta contención anímica, para cualquiera de las dos categorías extremas igualmente reprobables. El argentino como producto cultural Por lo pronto, el argentino como producto cultural suele ser directamente intolerable cuando se sorprende con la autoestima muy elevada. Actúa entonces como si culturalmente se inflamara de una vanidad nacional, que lo direcciona hacia el camino de una arrogancia superadora. En general sus vecinos, algo perplejos, suelen secretamente reprocharlo. Sin embargo el argentino como producto puede ser también amargamente deprimente. Sobre todo cuando tiene la moral (la autoestima), muy por debajo de la línea de flotación de la alfombra. Se exhibe entonces como un suplicante de conmiseración, inmovilizado por la impotencia para encontrar la salida, o por lo menos para reflejar tanta desolación en un buen tango. En definitiva, históricamente el argentino como producto cultural del País Rata, está condenado a sentirse Gardel o un linyera. Es decir que se inflama cuando se jacta de estar "condenado al éxito". Por poseer la cantinela de lugares comunes que pasan por la mejor carne, las mujeres más bellas, todos los climas y la suma concentrada de la inteligencia y la celebratoria picardía. Sin embargo, simultáneamente cae también en la soberbia de autoflagelarse y presumir que es portador de las peores desgracias que el mundo tendría que tener en cuenta. Porque atraviesa entonces la crisis más insoluble, padeció la represión que nada tiene que envidiarle al nazismo, sufre la condena histórica por no haber sabido mantener una grandeza ilusoriamente perdida para deslizarse entonces entre las acusaciones de culpabilidad recíproca, justificatorias de tanta resignación o la ideología del fracaso. Ratas emblemáticas La Argentina Rata presenta entonces una colección admirable de Ratas emblemáticas. Podrían ilustrar acerca de los desmanes de una descripción semejante. Seres que combinan, en muy poco tiempo, los grandes altibajos. La simultaneidad del hallazgo, la genialidad y la desdicha. En principio, Diego Armando Maradona. Trátase de una Rata de Metal, que puede emblematizar la idea misma de la máxima genialidad. Y coincidentemente postularse para protagonizar una impresionante autodegradación. O, aunque de menor nivel, Jorge Lanata, otra Rata de Metal. Un creativo que puede, acaso a su pesar y desde la ingeniosidad de la nada, atreverse a diseñar un producto periodístico exitoso. O convertirse en un hacedor de sucesos comunicacionales y simultáneamente convivir con las angustias de un hombre económicamente quebrado y físicamente autodegradado. O Carlos Álvarez, alias Chacho, Rata de Tierra y por lo tanto con tendencia hacia la racionalidad. Un cuadro que, con su encantamiento oral, supo signar la contracara del noventismo y crecer a sus expensas. Para alcanzar las alturas de la vicepresidencia e inmediatamente sumergirse, en la primera de cambio, en el desperdicio del desprestigio y del olvido. Desde donde le resulta más difícil, hoy, preparar su retorno. U Horacio Massaccesi, otra Rata de Tierra. En momentos de alza fue gobernador durante ocho años. Alcanzó la candidatura presidencial por el radicalismo para desaparecer paulatinamente del primer plano, e instalarse en una especie de ocaso desde donde le cuesta, también, retomar la contraofensiva que aguardan sus amigos. Por lo tanto, la identidad brillantemente creativa de la Rata -en cualquiera de sus cinco elementos, Metal, Agua, Madera, Fuego y Tierra- se consolida por la contención que podría permitirle una cierta necesaria estabilidad. Tanto para sus momentos de ascensos como de pendientes en baja. Porque su capacidad de recuperación de las caídas suele ser tan intensa como la posibilidad de que pueda desmoronarse en cualquier momento desde las instancias supuestamente ascendentes. Sin embargo, las indicaciones que pueden aplicarse para las personas se tornan un tanto más complejas cuando se trata de una Rata identificada como País. El ascendente Caballo, enemigo interior Otro aspecto fundamental de la Argentina Rata pasa por su ascendente Caballo. Ocurre que la identidad Rata es antagónica de la identidad Caballo. Cuando la Rata reina en el universo es precisamente cuando el Caballo se encuentra más vulnerable. Y viceversa, por supuesto. Significa entonces que la Argentina Rata es, en cierto modo, por su ascendente, también una Argentina Caballo. Y cuando alguien -como por ejemplo una persona, un país- porta una identidad de ascendente absolutamente opuesto al de su identidad básica, corre el riesgo implícito de convertirse, al mismo tiempo, en su propio contrario. Es decir, en el propio enemigo. Porque el enemigo confrontacional reside exactamente en su interior. Lo que en la práctica cotidiana significa que, mientras el país se proyecta, automáticamente se dedica a hostigar su propia proyección. Sólo desde la astrología china puede entenderse que naturalmente Argentina autohostiga su propia evolución. Constatarlo, en un escenario de fragmentación, podría hasta ser trágico. De no ser por la capacidad de sobrevivencia de una identidad Rata, que no tiene inconvenientes en habituarse a cualquier contingencia. Desde pasar de treinta grados bajo cero a cincuenta grados. Una capacidad monumental tanto para sobrevivir como multiplicarse, que admite una cierta garantía de persistencia. A pesar, claro, de los obstáculos que se autoimpone, por naturaleza, para obturar su propio despegue. En definitiva, el País Rata se encuentra en un laberinto del que perfectamente podría salirse con conocimiento de especialistas forjados en el arte de las contradicciones. Y de ningún modo por idiotas que, en su desconocimiento, aceleran la fragmentación a partir de posiciones sectarias de selectivismo moral. Sobre todo podría resolverse fácilmente la nimiedad de su crisis, que se convertiría en un mero asiento contable, de capitalizarse con una capacidad de conducción que permita oportunamente recurrir a la conveniencia de los atributos del País Rata o del País Caballo. Y encontrar, al contrario, un cierto positivismo en el obstáculo natural que presenta el hecho dialéctico de contar, en su seno, con su propio antagonismo. Porque, por ejemplo, en momentos en que una de las dos identidades antagónicas (la Rata) atraviesa por un momento de privilegio, la acción negativa de la otra (El Caballo) logra evitar que aquellos buenos momentos sean tan positivamente redituables. Y cuando ocurre exactamente lo contrario, cuando una de las identidades atraviesa por un período negativo, la acción de la otra identidad logra que lo malo no venga acompañado de una excesiva adversidad. Dos fechas patrias Para aclarar una mayor complejidad, curiosamente Argentina presenta dos grandes fechas nacionales. Ambas tienen que ver con las contradicciones naturales de su identidad. El 25 de Mayo y el 9 de Julio. Incluso, nuestras embajadas del hemisferio norte suelen celebrar su fiesta nacional el equívoco 25 de mayo. Como si la Argentina tuviera como fecha de nacimiento el 25 de Mayo de 1810, en cuyo caso sería un País Caballo de Metal. Cuando la Argentina nació, en realidad, a las 12 del mediodía del 9 de Julio de 1816. Es lo que la convierte en un País Rata, de Fuego. Si como corresponde, se conmemora su nacimiento del 9 de Julio, la Argentina debe asumirse como País Rata. Sin embargo, si se prefiere como fecha patria el 25 de Mayo, Argentina se presenta como falso País Caballo. El dilema es que ambas identidades son rigurosamente confrontacionales entre sí. Una representa exactamente lo contrario de la otra. Por lo tanto, lo recomendable no es que Argentina sea un País Rata que prefiera presentarse como Falso País Caballo. Como si fuera, por ejemplo, el Brasil, que es un País Caballo de Agua. O como Chile, que es un verdadero País Caballo de Metal, de la misma marca que Colombia o México. Tranquilos, porque el estudio de identidades geoastrológicas comparadas es el tema de la parte dos.
Jorge Asís Digital