INTERNACIONALES : PHILIP GIRALDI | REALPOLITIK

Estados Unidos: nadie presta atención; un país dividido, contra sí mismo

El país podría mutar en dos naciones diferentes; por un lado, los cada vez más empobrecidos 'deplorables', pisoteados por el botín de los 'empoderados' guerreros de la justicia social.

14 de Enero de 2021


En un artículo publicado recientemente, el profesor de la Universidad Católica Claes G. Ryn, escribió: 'Pocas personas están hoy realmente abiertas a la persuasión -no sólo en lo que respecta a cuestiones políticas, sino a cualquier tópico sobre el cual genuinamente expresan interés, y sobre el cual ya han adoptado ciertos puntos de vista. Los partisanos de la línea dura sobre un tema en particular se rehusarán a que sus perspectivas sean cuestionadas, y lo propio harán muchos otros. Harán caso omiso de cualquier documento que desafíe sus posturas, aún si el mismo viene acompañado de numerosas notas al pie y de apéndices. En rigor, cualquier documento de ese talante los hará resistirse aún más a su contenido. En lo que concierne a las personas que verdaderamente se aferran a la apertura intelectual, no evaluarán como definitivas las observaciones de terceros. Por sí mismos -y así deben hacerlo-, desearán considerar la evidencia sobre temas polémicos'.

Estados Unidos, Capitolio, Violencia, Donald Trump, DemócratasDe inmediato, estas consideraciones remiten a la división política observada hoy en los Estados Unidos entre rojos y azules a lo largo de los últimos años, con ambas partes hablando -insistentemente- por encima de la otra. Parte del problema es que, una vez que alguien se ha aferrado a una posición ideológica fundamental, él o ella analizarán los temas que vayan surgiendo de modo tal que coincidan con su preconcepción inicial. Una vez que una persona se mantiene en una perspectiva, se vuelve prácticamente imposible que 'considere la evidencia sobre un tema polémico' por sí misma.

El hecho de que la tendencia en la que uno quiere creer es una verdad indiscutible significa que el grueso de las personas encuentran difícil ejercitar un equilibrio entre dos ideas de alguna manera contradictorias, al mismo tiempo. En el contexto acutal, debería ser posible creer que Donald Trump ha sido un muy mal presidente, basando esa opinión en ciertos aspectos de su desempeño mientras que, al mismo tiempo, deberá concederse que muchos de sus fallos han sido exagerados por las recurrentes críticas que el ex presidente ha venido recibiendo desde los medios de comunicación, así como también desde los esfuerzos clandestinos que, partiendo del establishment gubernamental, buscaron comprometerlo y destruirlo. La mayoría de las personas que ponen énfasis en las conspiraciones contra el presidente también se ven empujadas a defender su trayectoria. Aquellos que no creen que existe un complot contra él, incluyendo la del Russiagate, respaldan la decisión de expulsarlo del gobierno, al tiempo que también condenan sus logros.

Y también está la cuestión de las elecciones en sí mismas, con un lado creyendo firmemente que las mismas fueron consecuencia de un robo, y con el otro evaluando que no existió fraude. En realidad, una revisión objetiva de la evidencia existente y un examen de los sistemas de votación y de registración de votantes sugiere que ciertamente existieron maniobras fraudulentas, aún cuando el tema que versa sobre si las cifras irregulares sirvieron para modificar el resultado es, probablemente, una pregunta que jamás será respondida, con los Demócratas ahora a cargo. El voto por correo, con frecuencia promocionado por el Partido Demócrata, fue, o bien un esquema que sirvió para ampliar las listas de votantes, o bien un mecanismo que toleró un amplio fraude. No sería poco razonable estimar que fue útil para lograr ambos objetivos.

El COVID-19 es otro buen ejemplo de pensamiento lineal. Los críticos de la pandemia tienden a ir hasta el final, minimizando el impacto de la enfermedad mientras que, en simultáneo, entienden que se trata de un engaño propiciado por el gobierno, con el fin de privar a la ciudadanía de sus derechos. Contra esa hipótesis, uno debería estar en capacidad de reconocer que la enfermedad es altamente contagiosa, y también letal para cierta demografía; en tanto también debe aceptarse que el gobierno ha administrado el problema de manera errónea, y que ha buscado ampliar su poder en desmedro de los ciudadanos corrientes. De tal suerte que ambos puntos de vista pueden ser bastante certeros.

Finalmente, arribamos al incidente en el edificio del Capitolio de los EE.UU. en Washington, el pasado miércoles 6 de enero. Numerosas estimaciones oficiales citaron que la cifra de manifestantes que participaron del evento 'Stop the Steal' ('Detengan el Fraude Electoral') se situó entre 20 mil y 200 mil personas. El lenguaje utilizado para describir lo sucedido aquella tarde es sugestivo, y probablemente haría las delicias de George Orwell. Los medios de comunicación progresistas -prácticamente, todos ellos-, al igual que congresistas del Partido Demócrata, oficialmente lo declararon como 'una incitación a la insurrección'. Otras expresiones que están comenzando a conocerse involucran 'terrorismo doméstico', 'sedición', 'pandillas de la extrema derecha', un 'golpe', o una 'toma' del edificio; todo ello, propiciado por la retórica incendiaria del presidente Trump. Otros, se inclinaron por describir al episodio como un 'ingreso forzoso' al edificio, o también como protagonizado por una 'turba'; y también se ha hablado de 'alta traición' -como delito.

Un matutino local en el estado de Virginia escribió un titular, afirmando que el edificio del Capitolio fue 'saqueado', mientras que la web Politico hizo sonar las alarmas frente a la 'turba que ejecutó un ingreso violento en el edificio'. El New York Times bramó que la 'turba' involucró a 'infames supremacistas blancos y teóricos de la conspiración'. Lo que no puede disputarse es que cinco personas perdieron la vida en el interior del edificio, incluyéndose a una mujer, veterana de la Fuerza Aérea de los EE.UU., sobre quien se disparó con un arma de fuego innecesariamente, y un oficial de la Fuerza de Policía del Capitolio, quien fuera asesinado de un golpe en la cabeza, ejecutado con un matafuegos. El hecho de que la cifra de muertes no haya sido superior fue atribuído por algunos, inevitablemente, a la autocontención de la policía, a raíz del 'privilegio blanco' -por cuanto el grueso de los manifestantes eran caucásicos.

Los aliados de Trump rechazan el lenguaje utilizado y todo lo que ello implica, defendiendo que el presidente nunca alentó sin medias tintas la violencia perpetrada por un grupo de participantes de la 'Marcha para Salvar a los Estados Unidos' (March to Save America), y que mayoritariamente, la manifestación ciudadana fue pacífica, tomando parte de la misma ciudadanos comunes que expresaron su shock ante los espasmos de un país languideciente en el que supieron crecer. Una encuesta de Newsweek determinó que casi la mitad de los votantes Republicanos respaldaron las manifestaciones en el Capitolio, mientras que no menos de un 68% opinó que no hubo una amenaza contra el sistema político americano, lo cual consigna qué tan dividido está el país. Asimismo, se conocieron afirmaciones que versaron sobre infiltrados de Antifa y BLM, quienes pudieron proponerse explotar la oportunidad para iniciar un ataque exitoso contra los simpatizantes de Trump; esos infiltraron rompieron la línea policial, y forzaron el ingreso al Capitolio. Algunos Demócratas también han sugerido que, en sí mismo, el ingreso al edificio contó con la asistencia de algunos miembros de la policía, sugerencia para nada descabellada, dada la inexplicablemente pobre performance de los agentes de la Fuerza de Policía del Capitolio, y a la luz de cierta evidencia fotográfica que muestra a manifestantes siendo asistidos por personal de seguridad.

Alguien podría observar que lo único que está faltando en el evento son los argumentos en torno de la 'interferencia' rusa o, probablemente, de los chinos. Pero, en apariencia, algunos Demócratas ya han comenzado a responsabilizar a Vladimir Putin. Y, seguramente, a los iraníes y aún a los norcoreanos, como que hubiesen tenido algo que ver con los episodios. Tendremos que esperar hasta que termine de instalarse la Administración Biden, si es que lo hace, para descubrir con precisión qué extranjeros serán implicados, y reprendidos. Uno espera con ansias la llegada de la inevitable tira cómica del Washington Post, mostrando a Putin sonriéndose en su despacho, mientras mira los eventos de Washington por tevé.

Algo seguro, y que está siendo ignorado por muchos de aquellos que se han aferrado a posturas contrarias, es que habrá consecuencias sobre lo sucedido hace una semana. Dada la polarización que tiñe a la discusión política en sí misma, la 'verdad' será la primera entidad en ser sacrificada, conforme los Republicanos se alejarán de Trump, y los Demócratas no permitirán que nadie indague con mayor profundidad en la mecánica electoral. Sin importar qué decidan hacer los Republicanos, ellos resultarán perdedores en el largo plazo, aún si Trump es tomado exitosamente como chivo expiatorio. Y aquéllos deberán aprender a ganarse el respaldo de los simpatizantes de Trump, pero sin él.

A pesar de lo expresado por los medios de comunicación y por sus fulminantes presentadores y anchormen, sigue siendo improbable que Trump termine siendo destituído y sentenciado por ambas cámaras del Congreso, o bien removido bajo los considerandos del Artículo o Enmienda 25, conforme ello habilitaría a sus abogados para que desarrollen una defensa -evento que podría poner en aprietos a muchos. Nancy Pelosi, Vocera de la Cámara de Representantes, ha inevitablemente contribuído a elevar las tensiones, contactándose con el Estado Mayor Conjunto en el Pentágono, para consultar si acaso al presidente Trump podría negársele el acceso a los códigos de lanzamiento de armas nucleares, conforme Trump podría estar 'fuera de sus cabales'. De igual manera, se conocen especulaciones en torno de un ataque contra Irán en coordinación con Israel, acción que estaría siendo considerada, a criterio de torcer la narrativa.

Lo que es quizás más interesante es que algunos Demócratas están exigiendo una investigación y castigos para algunos de sus pares políticos, empleados gubernamentales y ciudadanos corrientes que pudieran ser hallados culpables por respaldar el 'golpe' de Trump. Numerosos manifestantes, que han sido identificados, ya han perdido sus empleos, mientras que el Washington Post ha exigido que se 'tome por responsables a miembros sediciosos del Partido Republicano'. Incluso se han conocido conversaciones a efectos de erigir una 'comisión de la verdad' que investigue y reprenda a aquellos individuos que ayudaron a Trump a perpetrar los pretendidos delitos. Algunas personas podrían, incluso, ver restringida su libertad para trasladarse en vuelos comerciales, asociarse en asamblea y/o retener sus empleos, ampliánfose el alcance de la legislación antiterrorista existente, por cuanto ahora involucraría poner el foco en el 'terrorismo de extrema derecha', y extendería el listado de 'delitos de odio'. El monitoreo sobre las personas que no cometieron delitos probablemente se extienda, dramáticamente. Cualesquiera de estas iniciativas, si Biden las implementare, conducirían a la puesta en marcha de un pésimo precedente, el cual motorizará más violencia.

Y, en el epílogo, se supo de pedidos con el objeto de potenciar las restricciones en las redes sociales. Un consultor que se desempeñó en la Administración Obama llegó a afirmar que las redes sociales provocaron la turbulencia en el edificio del Capitolio, 'habilitando la diseminación de mentiras, discursos de odio y teorías conspirativas [por parte de extremistas de derecha], que condujeron' al ataque. Dado que los Demócratas se han hecho del control de la mayoría en ambas cámaras del Congreso, así como de la Casa Blanca, esto significa que aquellos que sean etiquetados como 'supremacistas blancos' y sus mensajes serán purgados, mientras que el contenido políticamente correcto que versa sobre justicia social será promocionado. Numerosas plataformas en redes sociales han comenzado a eliminar contenido que entienden vinculado a extrema derecha y, de hecho, Biden y numerosos senadores ya prometieron aprobar legislación 'preventiva contra el terrorismo doméstico' basada en los considerandos de la Ley Patriota (Patriot Act). Y aún aquellos que se perciben a sí mismos como 'a salvo', debido a portar perspectivas progresistas, eventualmente terminarán descubriendo que cualquier desviación que se aleje de las posiciones aceptadas por el Establishment serán prohibidas.

La libertad de expresión en los Estados Unidos de América se extinguirá igual que el pájaro Dodo, y el país se convertirá, en los hechos, en dos naciones diferentes. Por un lado, estarán los cada vez más empobrecidos 'deplorables', pisoteados por el botín de los empoderados guerreros de la justicia social.

No será agradable; mucho menos, estable.


Artículo original, en inglés


 

Sobre Philip Giraldi

Especialista en contraterrorismo; ex oficial de inteligencia militar de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos de América (CIA). Se desempeña como columnista en medios estadounidenses, y como Director Ejecutivo en el Council for the National Interest. Giraldi es colaborador frecuente en Unz.com, Strategic Culture Foundation y otros. En español, sus trabajos son sindicados con permiso en El Ojo Digital.