INTERNACIONALES: CARLOS ANDRES GOMEZ RODAS

Sobre el voto de la derecha en Colombia y la Argentina

Para quienes se dedican al apasionante mundo de la docencia y la investigación académica...

21 de Octubre de 2019

 

El voto de la Derecha en Colombia y Argentina.
Con afecto, admiración y amor de hermano,
para Luis Carrero Blanco (por la Madre Patria que compartimos), 
Jordán Bruno Genta, Carlos Alberto Sacheri, 
Álvaro Gómez Hurtado y José del Cristo Huertas Hastamorir,
quienes se encuentran ya en
la diestra de Dios Padre.
¡Se acerca el fin del régimen! 
 
* * *

Para quienes se dedican al apasionante mundo de la docencia y la investigación académica en el campo de las Ciencias Humanas, resulta sorprendente la ligereza, frivolidad y falta de rigor con las que numerosos connotados profesores o, si se quiere, intelectuales de prestigiosas instituciones universitarias y centros de pensamiento se afirman en lugares comunes o clichés que, aparte de su evidente falsedad, que puede ser descubierta mediante un sencillo análisis lógico, dejan muy mal la supuesta preparación o, por lo menos, la sinceridad de estos prestigiosos orientadores de la opinión pública.

Iglesia y políticaUno de estos lugares comunes es el que sostiene ―y hasta grita― que no deben mezclarse religión y política ―además de que suena cool y sofisticado―, afirmación que daría lugar a extensísimos desarrollos en cualquier grado de escolaridad, desde un ensayo en la educación básica, hasta un trabajo de grado o una tesis de maestría, doctorado o posdoctorado y sobre la que existe abundante bibliografía, pero, dada la naturaleza de este portal y la extensión que a sus artículos es debida, se enunciarán tan solo algunas ideas básicas al respecto, como primer paso que introduzca a una reflexión obligada acerca del voto de la derecha para las elecciones presidenciales en Argentina y para las elecciones locales en Colombia, a realizarse el próximo domingo 27 de octubre, fecha en la que el Calendario Litúrgico Nuevo de la Iglesia Católica celebra el XXX Domingo del Tiempo Ordinario (Ciclo C), que, en su Primera Lectura trae unos versículos del Libro del Eclesiástico, con las que esta ocasión importantísima del sufragio popular, está muy a tono:
 
No cuenta para nada un sacrificio injusto;
porque el Señor es juez,
y no tiene miramiento al rango de las personas.
No hace el Señor acepción de personas 
en perjuicio del pobre; Él escucha las plegarias del injuriado.
No desechará los ruegos del huérfano; 
ni a la viuda, cuando derramare sus gemidos. 
Las lágrimas de la viuda, que corren por sus mejillas, 
¿no son por ventura otros tantos? 
tantos clamores contra aquel que se las hace derramar (Eclo. 35, 15-19)
 
Este pasaje del Antiguo Testamento hace referencia a un pecado grave que, en la Suma de Teología, el Doctor Común de la Iglesia, Santo Tomás de Aquino, explica, a saberse: la acepción de personas, que consiste en otorgar un cargo o dignidad a alguien, no porque lo merezca objetivamente según sus cualidades y méritos, sino por otros intereses que contradicen el bien común y que pueden afectar la totalidad de la polis (tradúzcase este concepto griego como Estado, ciudad, ciudad-Estado o pueblo, esto es, como una unidad política regida según unos mismos principios y leyes y bajo un gobierno determinado). El Aquinate señala, con claridad:

La acepción de personas se opone a la justicia distributiva, pues la igualdad de ésta consiste en dar cosas diversas a diversas personas, proporcionalmente a sus respectivas dignidades. Por eso, si uno considera aquella propiedad de la persona por la cual lo que le confiere le es debido, no habrá acepción de personas, sino de causas; por eso la Glosa, sobre aquello de Ef 6,9: Para con Dios no hay acepción de personas, dice que el juez justo discierne las causa, no las personas. Por ejemplo, si uno promueve a otro al magisterio por la suficiencia de su saber, al hacerlo atiende a la causa debida y no a la persona; pero si uno considera en aquel a quien confiere algo no aquello por lo cual lo que se le otorga le sería proporcionado o debido, sino solamente que es tal hombre, Pedro o Martín, hay ya aquí una acepción de personas, puesto que no se le concede algo por una causa que le haga digno, sino que simplemente se atribuye a la persona (Suma de Teología II-II c. 63 a. 1 sol.).

Dado que, en la democracia, es el pueblo, mediante voto, el que promueve a un ciudadano particular a los puestos de gobierno y de legislación, es decir, a lo que, modernamente, se conoce como ramas ejecutiva y legislativa del poder público, existe un acto moral de suma importancia en el que todo hombre y, de modo especial, el hombre católico, en coherencia con la Ley Natural, debe obrar en coherencia con la justicia, es decir, justamente ―dando a cada uno lo suyo, su derecho, a los ciudadanos y al candidato―, eligiendo a quien objetivamente y según criterios morales correctos, sea el mejor para el país (presidente), el departamento o provincia (gobernador y asambleístas), el municipio (alcaldes y concejales) y las juntas de acción local (JAL) o sus equivalentes en cada ordenamiento. Por esta razón, es absurdo que un católico no vaya a elegir a sus representantes ―a lo cual tiene un derecho garantizado por la misma democracia―, con criterios que emanan de su visión católica de la realidad, en este caso, de los asuntos políticos, de la misma manera que los tiene un liberal clásico, un neoliberal, un comunista, un fascista y con ellos va a votar, sustentado, niéguelo o reconózcalo, en una idea sobre Dios, aunque sea vaga y genérica, pues ya decía Gómez Dávila que 'toda política implica una idea de Dios' (p. 436), razón por la cual es certero afirmar que existe una sabia y sana distinción entre los asuntos espirituales (Iglesia Católica) y los temporales (Estado), pero no existe separación ni oposición y estos deben estar subordinados a unos cánones morales suministrados, precisamente, por la Revelación transmitida por la Iglesia, pues ―y en esto hay que sincerarse y no hacer chistes fáciles, bobos y predecibles que disimulan la desinformación y la ignorancia del hombre revolucionario― ¿a quién no le gustaría vivir en una sociedad regida por los Diez Mandamientos en la que el poder público promueva la vida, familia, el respeto a las jerarquías, la propiedad privada, el derecho natural al trabajo y todos los que de allí se derivan? Si no es la moral católica la que orienta al Estado, será otra, pero siempre la habrá ¿cuál prefiere el ciudadano de a pie, con honestidad?

Incluso, si se aceptara el punto de partida relativista que, según el reconocido iusfilósofo (filósofo del derecho) y jurista alemán Hans Kelsen (gran teórico del positivismo jurídico), es el fundamento y la justificación de que exista la democracia, ―dado que, si como sugiere el relativismo, no existe la Verdad y ninguno, cual monarca, puede arrogarse el derecho divino de gobernar― deberán ocupar los cargos del gobierno público aquellos a quien elija el pueblo, porque el pueblo es soberano, (tesis moderna harto condenada por la Iglesia, pero que no se debatirá aquí). Por tanto, cada elector irá a las urnas con sus criterios éticos, es decir, sus ideas personales sobre lo que es el bien común y votará por aquel que, según esos mismos criterios y esas mismas ideas, se acerca más a esa idea del bien común.

A pesar de que las modernas teorías en materia política no sean ya ni Filosofía ni Teoría Política, sino, más bien, “cratología” (Martínez, p. 72), es decir, técnicas para conseguir, mantener o imponer el poder, ―lo cual es una traición al concepto originario y a la humanidad toda―, la noción clásica del concepto “Política” exuda realismo y está más cercana al sentido común y a la realidad de la vida cotidiana de los pueblos, sus anhelos, sus esperanzas y su deseo de ser felices, cuando se leen las sabias palabras de Aristóteles, quien, desde la razón natural y antes del Cristianismo ― o sea, parafraseando al querido y admirado amigo Dr. Alejandro Ordóñez Maldonado, “no hace parte de la nómina paralela” de la Iglesia Católica―, dijo en su clásico tratado Etica a Nicómaco, al cual siempre es necesario volver en periodo electoral:

Aunque sea el mismo el bien del individuo y el de la ciudad, es evidente que es mucho más grande y más perfecto alcanzar y salvaguardar el de la ciudad; porque procurar el bien de una persona es algo deseable, pero es más hermoso y divino conseguirlo para un pueblo y para ciudades. A esto, pues, tiende nuestra investigación, que es una cierta disciplina política (I, 2, 1094a 5-10).

Retomando, pues, la idea que se venía tratando, incluso, si se aceptara el relativismo rampante de hoy, cuando cada uno parece poder pensar, decir y hacer lo que quiera porque lo quiere ―¡Y ya!, como Mónica, que justifica su adulterio con un cínico “me gusta”, en ese filme glorioso de Ingmar Bergman que es Un Verano con Mónica (1953)―, los católicos pueden contestar que su institucional y personal postura es legítima y válida, y, de la misma manera que un católico no podría excluir del ejercicio democrático fundamental a un ateo, agnóstico, católico mal formado doctrinalmente, protestante o miembro de otro credo, diciéndole: “No metas tus creencias en la política”, ninguno de los mencionados, puede decirle al católico que quiere ejercer el voto según recta conciencia ―y vaya que se los dicen―: “No metas tus creencias en la política”.

El pasado miércoles 16 de octubre, la Dra. Faviola Rivera Castro, del Instituto de Investigaciones Filosóficas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), afirmó, en una conferencia plenaria del XVIII Congreso Interamericano de Filosofía, realizado en la Universidad del Rosario (Bogotá, Colombia), que la neutralidad del Estado laico debe ser anticlerical, lo cual llevaría, en estricto sentido lógico, a la prohibición política de personas con fe católica. Al parecer, la académica no midió la incoherencia de sus palabras ―que promueven, algo así, como una “neutralidad selectiva”―, ni la agresividad que conllevan ni, mucho menos, las consecuencias y el impacto de las mismas en un contexto próximo a elecciones locales en Colombia y presidenciales en Argentina, dos países que tuvieron una gran participación en este importantísimo evento académico.

Así pues, ese 'gran argumento' con el que algunos intelectualoides y sofistas criollos pretenden intimidar a los católicos solo logra la victoria cuando estos se dejan apabullar y, contra sus valores morales, arrastrados por la turbamulta irracional ―parafraseando al gran Calvo Sotelo―, eligen a un candidato que no busca el bien común, aunque ponga cara de ponqué y diga que es muy humanitario, invocando las banderas ―ya rotas de tanto usarlas― de la tolerancia, la diversidad, el respeto a la diferencia, la ecología, el humanismo y, sobre todo ―cual Gaitán posmoderno en la Plaza de Toros― la lucha contra la oligarquía y los “partidos tradicionales”, sin explicar cuál es la medida de tiempo que hace a un partido tradicional o moderno, ni tampoco, en una típica falacia de petición de principio, por qué razón un candidato de un partido tradicional es malo y el de uno nuevo es buenísimo o viceversa. Votar por partidos y no por personas concretas por sus propuestas concretas y por una hoja de vida muy bien estudiada es una injusticia, esto es, un pecado, un acto malo, y se llama, como ya se dijo, acepción de personas.

Para terminar, quieren enunciarse algunos criterios que ofrecen la Filosofía Moral (que es la misma Ética, con eso no hay que enredarse tanto) y la Teología Moral, muy importantes en este tiempo previo a elecciones locales. Quien aquí escribe, agradece la valiosa orientación doctrinal y teórica del P. Javier Olivera Ravasi O.S.E., abogado y doctor en Filosofía e Historia (quien, en este video entrevista a la diputada brasileña Chris Tonietto acerca de la participación de los católicos en la política (ver link).

Tomando como ejemplo el espinoso tema del aborto, prioritario para los católicos que, obviamente, en su totalidad, son provida ―cuya ola celeste está configurándose, cada vez, más claramente como fuerza política determinante en Argentina y, con lógica elemental, consideran que un candidato que no garantiza el derecho primero de todo ser humano no promete nada bueno―, el P. Javier aporta orientaciones como filósofo y jurista que resultan esclarecedoras y contribuyen enormemente al discernimiento que todos los ciudadanos ―especialmente, los católicos― deben hacer por estos días previos a una jornada electoral decisiva, de modo muy particular, para las principales ciudades.

Comentando el Evangelio según San Lucas (19, 41-47), el P. Javier se refiere a la posible cooperación de las personas en el pecado de otro o de otros, lo que ocurre, precisamente, cuando un católico vota mal, eligiendo a quien va a atentar contra los intereses públicos y privados, dado que, estas esferas de la vida humana también son distinguibles, pero no separables. El acto moral de votar en democracia, como todo acto moral, tiene tres fuentes que son el fin (aquello a lo que se ordena todo acto voluntario humano, o sea, aquello que se está buscando, la finalidad. En el caso que aquí se trata, el fin es y debe ser el bien común), las circunstancias (las condiciones accidentales que acompañan a todo acto humano como lugar, momento y condición de quien realiza el acto. Caso en el cual la circunstancia puede no presentar el candidato católico ideal, pero debe votarse por aquél que más se aproxime a ese ideal) y el objeto (votar en una elección democrática).

Según la moral, existe cooperación formal objetiva en un acto malo cuando, sin estar de acuerdo con el acto malo de otro, se colabora en su realización, como un enfermero que, siendo provida, trabajara en un centro de abortos y pasara los implementos necesarios al médico para realizar tal acto inicuo o un farmacéutico que vendiera píldoras abortivas sin estar de acuerdo con el acto moral de la mujer que los consume. Por tanto, hay cooperación formal objetiva del elector en el sufragio popular cuando vota, irresponsablemente, por un candidato que atentará contra el bien personal, común y sobrenatural de los ciudadanos, sea por ignorancia vencible ―pues es muy fácil conocer las agendas ideológicas de los candidatos y su carrera, en eso nadie se puede excusar―, por intereses personales de que esa persona gane ―aunque se sepa que su gobierno va a ser inmoral y sus propuestas contradicen la moral católica― y, así, el elector reciba algún tipo de beneficio material, lo cual es muy común en los días que corren.

Por último, hay que recordar que los conceptos de derecha e izquierda van mucho más allá de la partidocracia democrática. Los sentidos fundamentales de estas nociones de la Política remiten a cosmovisiones, o sea, comprensiones sobre Dios, el mundo y el hombre que pueden ser revolucionarias, o sea, atentatorias de la visión y principios morales cristianos (las de izquierda) y las de derecha, esto es, las contrarrevolucionarias (pero la verdadera derecha, no el liberalismo clásico, el neoliberalismo, el fascismo o el libertarianismo etc. que contradicen también la Enseñanza Social de la Iglesia), que buscan el reinado social de Jesucristo, manifestado en una polis que viva según los Diez Mandamientos de la Ley de Dios sin lugar a negociaciones, pactos o componendas de ningún tipo con el espíritu, ideas y fines de la izquierda, de la Revolución, como hoy tantos sugieren con el famoso 'ceder para no perder', por culpa del cual los católicos han perdido su participación en la esfera pública o han terminado incurriendo en la cooperación formal objetiva con líderes y partidos que promueven la inmoralidad y trabajan inmoralmente o, incluso, mucho peor, en la cooperación formal subjetiva, esto es, en una aceptación y compromiso con la agenda anticristiana, posterior a un cambio en la forma de pensar, que deja de ser cristiana para volverse pagana y, para decirlo con mayor claridad, maligna.

Debido al mal uso de la noción de “derecha” o “derechas” en la política moderna, sobre todo, después de la Revolución Francesa, vale mucho la pena leer ―sobre todo para quienes tengan un mayor nivel académico en los campos de la Teología, la Filosofía, la Historiografía, la Jurisprudencia, la Ciencia Política, la Sociología y la Filología― el breve pero sustancioso artículo del filósofo alemán Robert Spaemann, fallecido en diciembre pasado, de título “Sobre la ontología de ‘derechas’ e ‘izquierdas’”. Decir en la época presente “soy de derecha” traduce, usualmente “soy un liberal clásico o un neoliberal”, esto es, apoyo, sobre todo y con mayor énfasis, las libertades individuales, la inversión privada, la seguridad y la promoción de la libre empresa y el libre mercado, sin embargo, para un católico, la reflexión política debe ir mucho más allá a la hora de elegir, pues, incluso, un candidato que apoyara estas agendas podría atentar contra el bien común, porque, siendo buenas per se, pueden ser pervertidas y conducidas a fundamentar actos reprobables moralmente y que, paradójicamente, han preparado el terreno al advenimiento de izquierdas que, aduciendo los errores, reales o inventados de las derechas, prometen un cambio y una transformación, pero trayendo problemas más graves y, peor aún, con ideologías más anticristianas y, por ende, más atentatorias de la dignidad humana y de su bien personal, común y sobrenatural.

Por otro lado, el sentido de “derecha” para un católico trasciende los partidos, los caudillos, las visiones económicas o la concepción acerca del uso de las armas y del rol de las Fuerzas Militares. Sirvan de elucidación y conclusión al respecto las acertadas palabras del eminentísimo teólogo dominico P. Réginald Garrigou-Lagrange, reconocido hasta hoy por sus grandes aportes a la Filosofía y la Teología, en las cuales deben encontrarse siempre los fundamentos de la Ciencia Política y las posibles teorías, sistemas e iniciativas que de ella pueden surgir.

Por ende, como afirma el connotado miembro de la Orden de Predicadores, un católico no tiene por qué avergonzarse de ser de derecha, ni ocultarlo, ni refugiarse en un centrismo que “quiere evitar toda polarización” ―cual jugador de fútbol que comete autogoles para no evidenciar animosidad contra el equipo contrario― y, mucho menos, afirmar que “la Iglesia no es de derechas ni de izquierdas”, falsedad rampante que Garrigou-Lagrange objetaba con unas líneas que hacen parte ya del acervo de una “concepción católica de la Política”, como la llamó el P. Juan Meinvielle:

'Personalmente, soy un hombre de derechas, y no veo por qué habría de ocultarlo. Entiendo que muchos quienes se sirven de la fórmula citada, hacen uso de ella porque abandonan la derecha para inclinarse a la izquierda y, queriendo evitar un exceso, recaen en el exceso contrario, tal como ha sucedido en Francia a lo largo de estos últimos años. Creo, asimismo, que no ha de confundirse a la verdadera derecha con las falsas derechas, que defienden un orden falso y no el verdadero. Sin embargo, la derecha verdadera, que defiende el orden fundado sobre la justicia, parece ser un reflejo de lo que la Escritura denomina la derecha de Dios, cuando refiere que Cristo está sentado a la diestra de su Padre, y que los elegidos estarán a la derecha del Altísimo'
 
 
 
Referencias
 
Aristóteles. Etica a Nicómaco. Madrid: Gredos, 1998.
De Aquino, Santo Tomás. Suma de Teología III. Parte II-II (a). Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1990.
Garrigou-Lagrange, Réginald. 'La Iglesia no es de derechas ni de izquierda'. O Legionário 313 (1938).
Gómez Dávila, Nicolás. Notas. Bogotá: Villegas editores, 2003.
La Santa Biblia. Versión de Mons. Juan Straubinger. La Plata: Desclée de Brouwer, 1948.
Martínez Barrera, Jorge. La política en Aristóteles y Tomás de Aquino. Pamplona: Servicio de Publicaciones de la Universidad de Navarra, 2001. 
Spaemann, Robert. 'Sobre la ontología de 'derechas' e 'izquierdas’'. Anuario Filosófico 17, 2 (1984): 77-87.

 
Sobre Carlos Andrés Gómez Rodas

Gómez Rodas es Licenciado en Filosofía y Letras y Doctor en Filosofía (Universidad Pontificia Bolivariana; en Medellín, Colombia). Miembro del Centro de Estudios Clásicos y Medievales Gonzalo Soto Posada (CESCLAM). Coautor de los dos tomos del libro '100 Preguntas y Respuestas para Comprender el Conflicto Colombiano'. Es colaborador regular en El Ojo Digital (Argentina) y en el Centro Cultural Cruzada y Razón+Fe (ambos de la República de Colombia).