INTERNACIONALES: MATIAS E. RUIZ

Dirigencia política: desorden disociativo, disolución identitaria y desintegración

Ya en octubre de 2017, el escritor estadounidense Mike Malice publicaba -en el medio neoyorquino...

05 de Junio de 2019


Ya en octubre de 2017, el escritor estadounidense Mike Malice publicaba -en el medio neoyorquino Observer- un breve pero interesante texto intitulado 'En Occidente, la fragmentación es la nueva normalidad' (In the Western World, Fragmentation is the New Normal). Sin pretensiones, el artículo compartía una breve mención sobre la realidad política estadounidense, y sobre los ecosistemas alemán, francés y holandés, que ya por aquel entonces evidenciaban el surgimiento de una fractura que preanunciaba un principio de crisis en los partidos políticos tradicionales, históricamente competentes.

Emmanuel Macron, Theresa MayA la sazón, y casi dos años después, ese examen y otros de similar tenor resultaron incidentalmente anticipatorios. En los Estados Unidos de América, Donald Trump terminó por dinamitar la interna del Partido Republicano (personificando luego una reformulación inesperada para un GOP que comenzaba a extraviar su identidad); en el Reino Unido, Theresa May condujo al Partido Conservador hacia el peor de sus ocasos electorales; en Francia, el presidente Emmanuel Macron exhibe hoy un abrumador porcentual de rechazo ciudadano del 69% (tras cumplir apenas dos años de llegado al poder); y, en Alemania, la otrora imperturbable figura de la Canciller Angela Merkel ha comenzado a desbaratarse y, al parecer, le ha contagiado ese tóxico efecto a la coalición que pretendía armar, previo a colgar su atuendo de Bundeskanzlerin.

Siempre echando mano de análisis consuetudinariamente lineales, numerosos analistas internacionales gustan de titular a este escenario como un 'crecimiento de la derecha', apoltronados en un eslogan que reza: 'El populista es el Otro, nunca el propio'. No obstante, no deja de resultar curioso que aquéllos jamás precisen de manera mínimamente cristalina en qué consistiría esa 'derecha', cuál sería su declaración de principios, su network de relaciones con otros circuitos en otras naciones, organigrama, expectativas, coordinación o estrategia. A la postre, si nadie parece identificar el verdadero origen del fenómeno, entonces la razón acaso se deba a que esa aparente 'derecha' no sería tal; como tampoco la realidad concreta hallaría un correlato programático-partidario entre los Republicanos de EE.UU., el Brexit Party del británico Nigel Farage, el Lega Nord italiano de Matteo Salvini, el Fidesz del húngaro Viktor Orbán, el espectro polaco Ley y Justicia de Jarosław Kaczyński y así, sucesivamente.

Ese ritmo de evidencias también referiría que, en la práctica, a la prensa tradicional le cuesta abandonar la costumbre de arrojar a la hoguera del estereotipo a todo fenómeno cuyas raíces ignora o, sencillamente, no desea comprender. El problema podría, quizás, rastrearse en la verdadera esencia de ese tradicionalismo, que tampoco es ajeno al de los partidos políticos de corte clásico -mismo establishment que hoy acusa profundos cuestionamientos en virtud de su probada ineficiencia, del desmoronamiento de su credibilidad, y tanto más.


De tal suerte que medios de comunicación tradicionales, encuestadoras de opinión, analistas, cientistas políticos y partidos -todos los cuales, en su justa medida, constituyen un consorcio plenamente integrado desde los albores del siglo XX- bien podrían estar explicitando un reverencial temor ante las fuerzas genuinas del cambio.

No será coincidencia, a tal efecto, subrayar un detalle: la única variable que supo hacer de lubricante para vincular a los segmentos de ese conglomerado, y que ha evolucionado acorde a los tiempos de la Era Espacial, han sido los canales de comunicación. Casi adquiriendo la forma de imprevisto golem, esos canales parecen haberse rebelado contra sus amos, progresado mucho más rápidamente que ellos. El corolario es el ya conocido por muchos: hoy, un periodista, un encuestador de opinión o un dirigente político son más esclavos que nunca de sus propias palabras, y de sus acciones (sean éstas públicas o privadas; por cuanto a la tecnología, ciertamente, no le importa). Transitivamente, el funcionario público corrupto puede, de manera accidental o mediando la debida planificación por parte de un anónimo y bien entrenado perpetrador, ser destinado a una muerte en vida -pudiendo suceder lo propio con sus familiares directos e indirectos. El proceso globalizador inicial ha potenciado este problema. La hipertecnologización que la ha acompañado desde los canales de comunicación (WhatsApp, redes sociales) cuenta hoy con la capacidad para amplificar los efectos negativos ya mencionados.

A la hora del quebranto, si el ejercicio de la política insiste en anclarse a metodologías arcaicas del pasado (discursos soterradamente idénticos, promesas incumplidas, corrupción, defraudación, despilfarro, etcéteras) y, en contrario pero en simultáneo, la comunicación se ha aggiornado, podría concluírse que la globalización se ha convertido en la némesis de la política tradicional -y de sus espejos en la prensa, la encuestología y otros.

Dicho con mayor precisión: el aspirante a ocupar puestos electivos que promete e incumple suele caracterizarse por un evidente desorden disociativo. El prestigioso instituto médico-académico estadounidense Mayo Clinic lo define de la siguiente manera: 'Los desórdenes disociativos son desórdenes mentales que involucran una experiencia de desconexión y falta de continuidad entre pensamiento, recuerdos, acción e identidad. Las personas con desórdenes disociativos escapan a la realidad en formas involuntarias y poco saludables, que provocan problemas de funcionamiento en el quehacer cotidiano'. La alternativa a esta dolencia sería bastante menos feliz, por cuanto remitiría al clásico accionar del psicópata, esto es, individuos portadores de un 'Desorden de Personalidad Antisocial (APD)', el cual se verifica en un comportamiento coherente con la falta absoluta de empatía, sinceridad y de interés por el bienestar de los demás. Se trata, en definitiva, de personas carentes de emociones sociales tales como vergüenza y/o culpa, que mienten patológicamente. Asoma una primera e inevitable conclusión: necesariamente, el dirigente político incapaz o negligente caerá en una de dos categorías: o bien es un desequilibrado mental, o bien es un psicópata en todo concepto.

El plano que concierne a la disfuncionalidad individual conducirá, a posteriori, al inevitable desbarajuste grupal, referenciado en la crisis de los partidos tradicionales sintetizada al inicio: cualquier conjunto de funcionarios electivos que opera en flagrante ignorancia de lo exigido por sus mandantes, estará destinado a la caída en desgracia electoral. Aún cuando individuos pertenecientes a un núcleo partidario determinado se anotasen resonantes victorias electorales, éstas observarán un carácter efímero o perentorio, a mediano o largo plazo (May, Macron), desmoronamiento que se evidenciará acompañado de la disolución identitaria (nuevamente, May, renegando del ADN conservador de su propio partido, y desoyendo los reclamos pro-Brexit) y la amenaza de la desintegración de la jerarquía institucional-republicana (destacando aquí Macron, otrora líder de altas credenciales que hoy debate cada fin de semana su patíbulo frente al movimiento de 'Chalecos Amarillos', o Mouvement des gilets jaunes).

América Latina, mientras tanto, no parece ajena a este desarrollo de confusión. En Chile, los porcentuales de ponderación del presidente Sebastián Piñera han comenzado a derrumbarse, merodeando por momentos el 34% (y ascendiendo su imagen negativa a más de 50 unidades porcentuales). En Colombia, se verifica un proscenio análogo, con el Jefe de Estado Iván Duque Márquez rescatando un paupérrimo 30% de ciudadanos que simpatizan con su gestión, contra un 61% que la desaprueba abiertamente. En la República Argentina, el presidente Mauricio Macri es protagonista central de un curioso fenómeno, en el que casi un 50% de consultados no ve con buenos ojos su faena al frente del gobierno, al tiempo que comienzan a conocerse encuestas que solidifican sus chances para ser reelecto en octubre próximo. Beneficiado con la desigual comparativa frente a sus oponentes de Unidad Ciudadana (kirchnerismo) en la oposición, y arreciando el certificado de defunción para el Partido Justicialista, los titulares parecen sonreírle a Macri. Aunque el panorama no debería tomarse por definitorio, en lo absoluto: la preocupación es que, de alzarse vencedor en pocos meses, el primer mandatario argentino no se muestre capacitado para hacer frente a los múltiples desafíos cuya resolución ha esquivado durante casi cuatro años, a fuerza de soporíferos discursos; endeudamiento para fogonear despilfarro y gastos corrientes; impuestos confiscatorios; recesión; y reiteradas exigencias de sacrificio ajeno. De no verificarse un torcimiento del presente rumbo, al presidente argentino bien podría aguardarlo una coronación con exiguo y fugaz disfrute. O, si se quiere, una victoria 'a la francesa'.


 

Sobre Matias E. Ruiz

Es Analista en Medios de Comunicación Social y Licenciado en Publicidad. Es Editor y Director de El Ojo Digital desde 2005.