ESTADOS UNIDOS: VICTOR DAVIS HANSON

Barack Obama y la presidencia perpetua

Al respecto de los recurrentes esfuerzos del ex presidente estadounidense Barack Obama de mantenerse en los titulares de los medios.

08 de Diciembre de 2018
Recientemente, el ex presidente estadounidense Barack Obama siguió transitando su acostumbrado sendero de emprenderla contra su sucesor, el actual jefe de Estado Donald Trump.
 
Los cambios de Obama, en tal contexto, resultan parajódicos.
 
Por un lado, Obama pareciera creer que él mismo, antes que Trump, debería hacerse acreedor al actual boom económico estadounidense -así como también debería atribuírsele el resurgimiento de los Estados Unidos de América como principal productor mundial de energía. Pero Obama también ha acusado a Trump de poner en marcha un esquema de política pública fallido y portador de perniciosos efectos.
 
Barack ObamaEn apariencia, Obama entiende que la totalidad de los éxitos cosechados por Donald Trump se deben exclusivamente a Obama -mientras que el conjunto de errores debe seguir siéndoles atribuídos al actual mandatario americano.
 
Ciertamente, Obama olvida aquella vieja regla, la cual reza que los presidentes, con justicia o no, se llevan tanto el crédito como las culpas por todo lo que tiene lugar durante su mandato, desde el primer día de gobierno hasta incluír las últimas horas de sus períodos respectivos -aún cuando las guerras que tienen lugar en el extranjero, los avances tecnológicos, los desastres naturales y los colapsos de los mercados nada tienen que ver con lo que hagan durante sus gobiernos.
 
Trump montó su campaña presidencial sobre la base del comentado eslogan 'Hagamos que Estados Unidos sea grande otra vez', el cual estaba llamado a respaldarse sobre un renacimiento económico. Trump abogó por una masiva desregulación, por un sistema comercial justo antes que libre, y defendió también una reforma impositiva (que también debía acompañarse de una reducción en materia de impuestos y tributos).
 
Así, pues, Donald Trump la emprendió contra la tercerización o outsourcing y contra el establecimiento de firmas en formato offshore, y elogió todo lo relacionado con la actividad empresarial privada. Buscó reindustrializar al Medio Oeste, y prometió abrir nuevos cuadrantes geográficos en tierras federales para dedicarlas a la producción de combustibles fósiles, con una completa reformulación de oleoductos, eliminando restricciones interpuestas contra el fracking y contra la perforación horizontal.
 
En contraste, Obama argumentó que Estados Unidos jamás podría perforar para buscar petróleo en tiempos de escasez. Abogó por la necesidad de lograr que la explotación de carbón fuera tan onerosa, que terminaría desapareciendo como recurso energético. Las fuentes renovables de energía, como ser la eólica o la solar, se constituyeron en la visión de Obama de cara a los Estados Unidos del futuro en materia de energía.
 
Hacia fines del pasado año, Larry Summers, director del Consejo Económico Nacional durante dos años en tiempos de la Administración Obama, ridiculizó las arengas de Trump, al respecto de que el presidente podría consolidar un crecimiento anual del 3% en el Producto Bruto, afirmando que los comentarios del actual mandatario eran 'cuentos de hadas y una ridícula propuesta respaldada en economía de la oferta marginal'.
 
De igual manera, Summers había predicho que la economía estadounidense se encontraría en recesión ahora mismo, mientras Usted lee estas líneas. En lugar de verificarse tal escenario, los hechos explicitan que el crecimiento del 3% prometido por Trump podría incluso ser superado en el próximo período de doce meses.
 
Tras registrarse la victoria electoral de Trump, el economista -y simpatizante de Obama- Paul Krugman, predijo entonces que el mercado de valores se estrellaría, para 'jamás' recuperarse. 'Con toda probabilidad, estamos asistiendo a una recesión global, sin final a la vista', expresó el propio Krugman en noviembre de 2016.
 
En rigor, el Promedio Industrial del Dow Jones ha trepado hacia los siete mil puntos desde que Donald Trump llegó al Salón Oval. El desempleo ha tocado récords mínimos, los salarios netos se verifican hoy en crecimiento, y lo propio sucede con la economía nacional.
 
Con todo, y luego de ya veintidós meses, nadie conoce cuál será el veredicto final sobre la Administración Trump. De tal suerte que lo más sensato podría ser aguardar a que el período de cuatro años de Donald Trump llegue a término, previo a comenzar a ponderar cualitativamente su legado -o la ausencia de uno.
 
En el mismo sentido, el frenético Barack Obama debería tener a bien tomar aire, poner fin a sus discusiones vinculadas al pasado, y permitir que la historia juzgue a su período de ocho años, en materia de economía y política exterior.
 
Dado que Obama se mostró como un sólido gobernante progresista, mientras que, sorpresivamente, Trump terminó probando su carácter de conservador de derechas, las presidencias de ambos ofrecen una suerte de laboratorio basado en visiones internacionales en permanente contraste.
 
La historia será la que decida qué tipo de economía funciona mejor: si acaso una administrada el ciento por ciento del tiempo, o si una economía desregulada es más provechosa. Entre todos, aprenderemos si es preferible poner el foco en recursos energéticos tradicionales, o si conviene hacerlo en energía verde subsidiada.
 
En los últimos tiempos, ha sucedido que los presidente republicanos -Ronald Reagan, George H.W. Bush, y George W. Bush- abandonaron la palestra ni bien sus períodos llegaron a término. Prefirieron mantenerse en silencio de cara a los hecho por sus predecesores, y dejaron que la historia juzgase sus relativos éxitos o fracasos. Reagan y el Bush más joven prefirieron invertir tiempo en sus haciendas, alejados de la luz pública.
 
Obama bien podría hacer lo mismo, y adquirir su propia hacienda.
 
Sin embargo, los presidentes de extracción progresista, como Jimmy Carter, Bill Clinton y Obama, ponderaron a la presidencia de los Estados Unidos de América como una suerte de historia sin fin. Para ellos, la política consistía en una experiencia a la que había que invertirle las 24 horas del día, y 360 grados de visión. Todos ellos evaluaron sus retiros como oportunidades para retomar el litigio emparentado con sus Administraciones, politizando el presente para albergar la esperanza de que los gobiernos en el futuro fueran progresistas, continuando la agenda que ellos construyeron.
 
Con frecuencia, Carter advertía que el monto invertido por Ronald Reagan en la Defensa y que la postura firme corporizada por éste, eran peligrosos, y que llevarían a una confrontación de índole existencial.
 
Clinton se convirtió en un áspero crítico de la Guerra de Irak, mientras su esposa Hillary Rodham se preparaba para ingresar en la carrera presidencial de 2008 -revelándose como una candidata anti-Bush.
 
Obama aún se esfuerza para convencer al país de que Trump no es 'apto' para ser presidente.
 
Luego del reciente deceso de George H.W. Bush, quedan ahora cuatro ex presidentes vivos: Carter, Clinton, George W. Bush, y Obama. Existen cinco ex vicepresidentes vivos: Walter Mondale, Dan Quayle, Al Gore, Dick Cheney, y Joe Biden.
 
Si todos los ex presidentes y ex vicepresidentes se esforzaran tiempo completo para impugnar al mandatario actual, y se involucraran permanentemente en política, el resultado sería tan caótico como aburrido.


Artículo original, en inglés, aquí


 
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