NARCOTRAFICO & ADICCIONES: DR. JUAN A. YARIA

La droga y los poderes 'invisibles'

Son tiempos de química, y todo parece hallar solución en ella.

25 de Julio de 2018
El gran mal de hoy es el desamor.

Dr. José Milmaniene; Supervisión. Comunidad terapéutica GRADIVA.
 
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Son tiempos de química, y todo parece hallar solución en ella. La palabra, el diálogo, y el llorar sufrimientos para aprender a 'digerirlos' de manera humana, sencillamente no están de moda. En la sociedad del espectáculo, la imagen y la tecnología, la química parece mandar. Reina el desamor. Además, ¿a quién podría uno contarle algo? No parece haber nadie allí afuera. Somos nadies entre nadies, protagonistas en la nada. Pero abundan los patrones de la química: ellos son los que mandan y, en el proceso, generan renta con las personas vaciadas por el desamor y la ausencia de palabras.

Los trastornos mentales y adictivos se multiplican. Para algunos, aquéllos pueden ser incluso la 'caricatura' de esta época que hoy nos toca vivir. Hoy, las drogas ocupan un lugar central en lo sanitario y además son una fuente de plusvalía muy importante tanto para sectores delictivos como para sectores políticos y de la economía formal.

Drogas, poder invisible, marihuana, cocaínaEn esta economía de la producción de enfermos, cambia incluso el rostro de quienes sostienen los 'males' sociales. No existen más los Pablo Escobar. Valga la apreciación de los estudiosos colombianos Notimérica mencionado por el Plan de Drogas de España (edición del 19 de julio), en donde claramente hay una estrategia diferente en la penetración en las sociedades. La máxima de Pablo Escobar (el capo que se iniciara en los setenta y alcanzara su cénit en los ochenta y parte de los años noventa) del 'Plomo o Plata' mutó hacia el eslogan 'Plata... más plata... más plata' que, en franca sinergia con el poder político y un marketing respaldado en el respeto a los derechos humanos a consumir, se anota objetivos impensados.

En rigor, se ha pasado de la etapa de las personalidades violentas y orgullosas de las armas automáticas, al trabajo silencioso y clandestino -invisible. De lo que se trata es de pasar desapercibido y manejar los negocios financieros: he aquí una de las claves. Los acuerdos de paz de Colombia permitieron 'lavar' grandes fortunas, proteger políticamente -incluso con cargos de inmunidad parlamentaria- a numerosos individuos de prontuario guerrillero. Hoy, esa nación produce produce más cocaína y marihuana que nunca antes en la historia. Estos acuerdos fueron 'bendecidos' desde muchos sitios, menos desde las urnas, conforme la ciudadanía prestó la debida atención y descubrió la trampa. No obstante ello, el costado invisible (esto es, delictivo) ha logrado imponerse, a la postre.

La meta de no visibilizar el dominio se observa claramente en el negocio de la marihuana. En Wall Street, ya ha debutado una firma dedicada a la marihuana medicinal (Tilray), con un 37.1 % de ganancias en pocos meses. La venta bajo receta médica con el objetivo de paliar ciertas enfermedades (quimioterapia, epilepsias refractarias, etcétera) es también una forma de disimular la venta en tiendas de marihuana, o en farmacias para todo público como se hace en los Estados Unidos de América, Canada y espacios de farmacopea en la República Oriental del Uruguay. En el caso estadounidense, el Auditor General del estado de Pennsylvania ha puesto el grito en el cielo porque, de tomarse la decisión oficial de no legalizar el comercio de cannabis, ese estado de la Unión perdería un aproximado de US$ 600 millones al año, en recaudación impositiva. Las referencias sanitarias -dedicadas al cuidado de la ciudadanía- han ido a parar a la papelera de reciclaje.

La marihuana medicinal es el proverbial caballo de Troya (a saber, procedimiento para enmascarar otro fin que el declarado) de la venta en tiendas, dietéticas, farmacias; lo cual, a su vez, sintetiza un formato que busca implantar la venta libre de drogas como si se tratase de cualquier otro producto.

En todo este marco, deviene en fundamental -para las organizaciones del marketing pro-droga- el trabajar y machacar sobre la opinión pública, ocultando los perjuicios del consumo y exhibiendo los 'beneficios' del consumo controlado -si acaso existe tal cosa-; esfuerzo concentrado en los grupos denominados de 'reducción del daño'. Los estudios sociales de las poblaciones de riesgo, las edades de máxima vulnerabilidad de tipo biológico-cerebral o del desarrollo jamás son tenidas en cuenta por los promotores de la droga libre, que también ignoran la totalidad de los aspectos vinculados a la salud pública, como ser costos, enfermedades asociadas y discapacidades, minusvalías, etc.

La meta del referido servomecanismo es generar más y más dinero, lo cual también permitirá consolidar control político. No se trata de otra cosa de de sistemas de imposición coactiva, acompañados de estratagemas de mercadotecnia. Al éxito y consecución de objetivos de las corporaciones invisibles, ayuda el actual marco de carencias sociales y familiares de la posmodernidad.

El abismo en que se ven sumergidas la vida familiar y la educación en tiempos actuales se esboza como reaseguro para este novedoso modelo de control social. El resultado también coincide con el debilitamiento explícito de sociedades organizadas en torno del esfuerzo y el trabajo duro, con un sólido protagonismo institucional. Al potenciarse la disociación social, los promotores de la droga libre se infiltran en territorios específicos, con su respectiva 'mano de obra' -que es la que ejecutará el control territorial manu militari.

La legalización de ciertas sustancias, contrariando todo dato científico y objetivo en resguardo de la salud pública, no se contradice con el incremento del poder ilegal; antes bien, existe una complementación. En el vecino Uruguay, como ejemplo, la comercialización de cannabis en farmacias consignó un aumento para las ventas del mercado marginal narco. Se ha amplificado la cifra de consumidores.

Acaso siguiendo a pies juntillas los postulados de la Divina Comedia de Dante, que rezaba 'La confusión es el principio del mal de las ciudades', en los Estados Unidos se asiste a un refinado trabajo de promoción: dada la epidemia de opiáceos, los cráneos del marketing proponen a diario, reemplazar a la heroína con la marihuana.

Mientras tanto, lo cierto es que a nadie parece importarle qué es lo que le sucede a las personas, ni cuáles son sus padecimientos. Es que el lenguaje como herramienta crítica para la resolución de conflictos ha caído en franco abandono: la solución ha quedado bajo control de la química, sobre la cual se han estructurado enormes poderes económicos, que han consolidado un férreo control político.


Males de época

Esta actual temporada de posmodernidad tecnológica ejercita una demanda permanente, y potencia la sintomatología. La sociedad explicita su padecimiento, manifestándose amor y abandono por doquier. Es esta una época de soledades anestesiadas con psicofármacos adquiridos sin mediar consulta médica. También las drogas cumplen la función de encubrir ese vacío y desamor: se asiste al mustio espectáculo de adolescentes que buscan Padres, en una búsqueda frenética de identidad. En muchas ocasiones, el padre también utiliza drogas. Familias enteras con hijos consumidores han decidido internarse.

Lo cierto es que todos precisamos hallar la senda perdida de la palabra, que es el límite al exceso. Solo la palabra podrá restaurar un continente normativo perdido, y un afecto que ponga fin a los sintomatología de autodestrucción.

Desde el punto de vista del terapeuta, la responsabilidad comporta una ética de magnitud, buscando rescatar el valor de la vida y de la ternura ante los imperativos de la violencia. 
Desde que nacemos, a diferencia de los animales, somos incompletos. Necesitamos de los afectos, el amor, las normas, los límites y la tutela de otros que nos ayuden a ser. De acuerdo a estudios científicos, los animales carentes de afecto y contacto en los primeros momentos de su vida registran una menor resistencia a los virus y bacterias, produciéndose el emerger de enfermedades del sistema inmunológico. También los seres humanos desarrollan crisis y explicitan, de varias maneras, llamados al Otro a partir de la ausencia de afecto -y muchas personas lo hacen aún desde los desafíos más omnipotentes y violentos.


La barbarie ha plantado bandera en las relaciones humanas. Y la barbarie es, precisamente, el destierro de los amores, la fragilidad de los vínculos, el abandono de niños y ancianos. La Humanidad ha aprendido a dominar el átomo, la tecnología aeroespacial. Casi nos hemos convertido en dioses. Pero algunos solo saben funcionar echando mano de las motivaciones básicas del primate, capaces de lo peor.

Así, pues, el suicidio, un episodio de sobredosis, o una enfermedad de transmisión sexual son, quizás, formas de pedir a gritos la intervención de un Otro. La realidad es que todo síntoma es un mensaje. Pero se percibe que, en no pocos casos, nos quedamos sin interlocutores. La dislocación de la familia solo logra que sus integrantes no tengan con quién hablar.

El precipicio del lenguaje, la interlocución y el reconocimiento se han vuelto moneda corriente. De igual manera, la caída del Otro -y de terceros significativos en la vida de los dolentes- sintetiza el peor de los mudos testigos de la posmodernidad que hoy transitamos. 'Sin testigos, nos evaporamos', evidenciaba Jean-Paul Sartre. La sociedad del hoy solo parece aportar cómplices y secuaces; de testigos, nada.

Se pierde de vista que el cómplice solo se presenta para la hora de la trampa. El testigo es quien sabe explicitarnos todo su apoyo en temporadas de sufrimiento y dolor y, al sostenernos emocionalmente, nos ofrece consuelo. Sin embargo y al mismo tiempo, ese Testigo-Otro nos obsequia una oportunidad para reponernos, coadyuvando para que emerja lo mejor de nuestros propios recursos y, así, conquistemos a la desesperanza. Esta desesperanza no es otra cosa que el fruto de episodios de extrema desesperación y soledad.

Y la esperanza solo hace su ingreso cuando tenemos a la mano interlocutores significativos. El oponente no es menor: por ahora al menos, la química -con todo su poder económico- parece estar ganando la partida.

 
Sobre Juan Alberto Yaría

Juan Alberto Yaría es Doctor en Psicología, y Director General en GRADIVA, comunidad terapéutica profesional en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina. Los artículos del autor en El Ojo Digital, compilados en éste link.