NARCOTRAFICO & ADICCIONES: DR. JUAN A. YARIA

Drogas y comportamiento delictivo

En los núcleos urbanos y periferia de la República Argentina, delito y violencia saturan las calles, emparentada esta realidad con...

13 de Julio de 2018
En los núcleos urbanos y periferia de la República Argentina, delito y violencia saturan las calles, emparentada esta realidad con el consumo crónico de drogas. En muchos casos -hoy de público conocimiento, como es el caso del popular ídolo 'Pity' Alvarez-, el recurrente hábito de consumo se une al perjuicio cerebral: la frialdad y la ausencia de empatía con el otro devienen en una a-moralidad que remata en la suspensión del juicio crítico. La hipofrontalización (conforme ya hemos explicitado desde este espacio que el lóbulo frontal del cerebro es la base psicobiológica donde se asienta la cultura) está ligada a ese consumo crónico, conduce al sadismo en perjuicio de la víctima, y a la pérdida de la noción y reconocimiento del dolor ajeno.

La frialdad lleva a que desaparezca el otro de nuestra perspectiva vital. La vida deja de perder sentido. Se llega a la situación de ser un 'desaparecido' (sin funciones superiores humanizantes), y todo puede llegar a  desaparecer alrededor de él.

Pity AlvarezLa epidemia del consumo de drogas aumenta exponencialmente el número de delitos, así como la prevalencia de cuadros psicóticos. Es factible ofrecer guarismos, pero lo cierto es que éstos son, en la abstracción que consignan, un relato pobre sobre la realidad. En conformidad con estadísticas ofrecidas por Observatorio SEDRONAR, se incrementó -entre 2010 y 2017- el consumo de marihuana entre jóvenes en un 200%, y de cocaína, un 300%. En 2010, uno de cada 100 adolescentes consumía marihuana. En 2017, 3 de cada 100. En lo que respecta a la cocaína, quienes consumieron en el último año alrededor del 30% ya son dependientes -esto es, que precisan un voraz consumo diario. Uno de cada 2 jóvenes de entre 12 y 17 años recurrió al alcohol en forma abusiva. Lo cierto es que la tolerancia social ante el consumo es enorme: se cree que no es perjudicial, acompañándose el porcentual de consumo, que se duplicó en menos de siete años. En simultáneo, niños y adolescentes comprueban que el obtener drogas es sencillo: de acuerdo con datos de Observatorio SEDRONAR, el 50% 'la tiene a mano'.

Se asiste a una temporada de epidemia que en ciertas zonas ha trascendido a frontera de la pandemia (adquiriendo dimensión de fenómeno sanitario descontrolado), y que ya es endémico en una gran población que ha quedado cautiva (certificándose ello en el amplio reservorio de pacientes con remarcables déficits y deterioros. En los años noventa, la droga formaba parte, en general, del circuito nocturno, pero todavía se verificaba la existencia de una ciudadanía no perforada por la oferta, y con un relevante porcentual de rechazo contra la cultura del consumo. Desde el 2000, sin embargo, la República Argentina ha terminado por resultar perforada en lo social y cultural, consolidándose un indetenible avance de la oferta, en paralelo con la amplificación de la llegada del nocivo mensaje de aceptación social de las drogas.


¿Cómo llegamos a esto?
 
Los signos primigenios de la epidemia se conocieron hacia fines de los años ochenta. Emergieron, en ese entonces, estructuras públicas unidas a organizaciones de la comunidad, que formularon planes provinciales y contando ellos con una matriz nacional fuerte, portadora de formación de recursos humanos (líderes comunitarios) y redes de asistencia (centros de escucha, admisión, desintoxicación, comunidades terapéuticas , hogares de día). Así, pues, se erige un marco normativo en el Ministerio de Salud Pública, que permite la habilitación de centros. En la Provincia de Buenos Aires, se habilitaron por aquel entonces más de 150 centros públicos y gratuitos de asistencia, con un sólido trabajo de difusión de la cultura preventiva. Hacia fines de los años noventa, se registra una reducción de la prevalencia de la epidemia, debido al énfasis depositado en la detección precoz, ya desde la familia, y con participación de escuelas, clubes barriales, etcétera.

A partir de 2000, se vio modificado el eje del problema y el enfoque sociociudadano. Si antes se proponían cuidados frente al consumo de drogas (a partir de los consabidos perjuicios, y máxime en edades de alta vulnerabilidad), ahora se dio inicio a la invasiva promoción de un consumo 'cuidado y responsable', sin tomarse nota de edades ni momentos de la vida en lo que respecta a desarrollo. En rigor, se asistió a la victoria de la tolerancia y la aceptación social de la drogadicción: incluso las escuelas han terminado por difundir ese perturbador mensaje. 'La marihuana no daña' se ha convertido en un siniestro eslogan. Se hace a un lado toda mención a vulnerabilidades y a la función de este alucinógeno en la híperproducción de dopamina (mediador químico), lo cual coadyuva en la apertura del sistema nervioso del individuo hacia otras drogas.

Ya desde hace ocho años -a pesar de encontrarnos en plena pandemia-, no se autoriza la habilitación de institutos especializados, haciendo su aparición centros ilegales que exhiben personal no adiestrado ni profesionalmente habilitado, porque la epidemia habla, y las familias que la experimentan de primera mano desconocen hoy qué hacer con sus hijos que precisan tratamiento de urgencia.

A la postre, la Argentina ha pasado de los ingentes esfuerzos en pos de combatir a la epidemia (fines de los noventa), a la actualid explosión pandémica.


Implantación de una cultura criminal en la sociedad
 
Así con una población cautiva sin cultura preventiva y escoriada en lo social por distintos fenómenos y soportando los embates de la cultura tecnológica y de la posmodernidad (vínculos familiares frágiles, abandonos, desapego, inatención, etc.), en los años 2000 da inicio la gran tragedia argentina, asistiendo todos como mudos testigos a la implantación del comercio y la venta de drogas. Destacaron tres etapas:

a) Al comienzo del siglo, se registró la multiplicación de células delictivas, así como también la infiltración de las mismas en circuitos de miseria y marginación, tal como se verificó en circuitos VIP;
b) Entre 2007 y 2010, se asistió a la introducción de cárteles de la droga caribeños y/o mexicanos, que se disputaban la tutela de territorios para comercialización y distribución; 
c) Desde 2010, emergen los brazos armados, se consolida la distribución de territorios, registrándose una militarización creciente con acantonamiento en zonas o geografías. Las estructuras del narco explotaron las debilidades bien conocidas en fronteras aéreas, fluviales y terrestres, multiplicando también la erección de cocinas de producción con alta rentabilidad. En simultáneo, el tejido social acusaba el impacto: sin cultura preventiva desde la ciudadanía, y con un acentuado déficit de redes asistenciales otrora funcionales. Negocio redondo para las organizaciones de la delincuencia organizada con preeminencia del negocio del tráfico de sustancias ilegales, que consolidaron también su infiltración de áreas judiciales y de seguridad.

Todo estudio profesional existente prueba, sin mayor preámbulo, que las naciones carentes de cultura preventiva se encaminan velozmente hacia las peores consecuencias de la pandemia y a una sobreoferta de substancias (suele obviarse que las drogas ilegales son el tercer negocio global en franca expansión, detrás del petróleo, las armas y el tráfico de órganos). Son aliados de la epidemia la rápida disponibilidad de drogas (oferta), la promoción de la banalización de los daños y efectos nocivos de las drogas en el organismo, la abundancia de un marketing obviamente inclinado hacia la promoción desenfrenada del consumo, y la declarada ausencia de recursos familiares (destrucción del tejido social, verificable en la fragmentación de la familia, la disfuncionalidad de las escuelas, y la ausencia general de referentes, etcéteras).

Hoy -tardíamente-, debe procederse con el redescubrimiento de la cultura preventiva. Considérese que el progresivo aumento del consumo se ha movido en paralelo con la victoria de la cultura de la aceptación social de las drogas, y de la cerrada organización programática de la criminalidad en torno de este tema puntual.

 
Sobre Juan Alberto Yaría

Juan Alberto Yaría es Doctor en Psicología, y Director General en GRADIVA, comunidad terapéutica profesional en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina. Los artículos del autor en El Ojo Digital, compilados en éste link.