POLÍTICA HISTORICA: SERGIO JULIO NERGUIZIAN

La 'Traición Frondizi', percepción fallida de la izquierda intelectual argentina

Las 'épicas lluvias de septiembre' de 1955, alabadas por la prosa borgeana, habían terminado con el segundo gobierno peronista.

27 de Junio de 2018
'Jamás un Gobierno constitucional debió soportar tan colosal presión político-militar como éste, el de Frondizi. ¿Quién faltaba allí, en ese conglomerado opositor, para que fuera reproducción exacta de aquel setiembre de 1930 y del otro de agosto-octubre de 1945? Nadie. Lo que para la izquierda era "entreguismo", para el nacionalismo aristocrático y colonial era "comunismo" y, para los herederos de la Revolución Libertadora, era "peronismo"'. (Real; p. 216)

'La nueva izquierda se había equivocado con Frondizi: creyeron en él, los sedujo con la seguridad de sus planteos, el conocimiento que tenía de la realidad económica argentina, su desapego y crítica a las variadas formas de gorilismo, sus textos nacionalistas de izquierda, su antimperialismo, su habilidad y convocatoria. Con la misma rapidez con la que Frondizi implementaba las primeras medidas de gobierno, la izquierda se sorprendió, quedó atónita durante unos meses y dio, finalmente, el verdicto: Frondizi los había traicionado' (Abraham; p.103)

'Cierto: ese departamento de la calle Rivadavia, al fin un político que entendía el país y tenía libros en su casa (...) Libros y realidad: la síntesis esperada durante años (...) Un Roosevelt que conocía a Lenin, la síntesis de libros y alpargatas, y unitarios y federales. El Gran Proyecto; el país, al día'. (Viñas, David; p, 55)

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Las 'épicas lluvias de septiembre' de 1955, alabadas por la prosa borgeana, habían terminado con el segundo gobierno peronista. La Revolución Libertadora, al proscribir las manifestaciones formales del justicialismo, había imaginado que liquidaba la subsistencia material del aparato de poder diseñado por Juan Perón. En su rol de albaceas improvisados del viejo legado unitario del siglo XIX, creían que las leyes y los decretos -en definitiva, las palabras- tenían la potestad virtual de construir la realidad.

La convocatoria a elecciones generales para febrero de 1958 enfrentaba a dos vertientes del viejo tronco radical: la Unión Cívica Radical del Pueblo y la Unión Cívica Radical Intransigente. La primera se presentaba en el escenario nacional como socia de los postulados que animaron la destitución peronista; la segunda, una escisión que había logrado la adhesión del justicialismo, con el objeto de burlar finalmente los alcances de su proscripción. Su impulsor e ideólogo, el Ingeniero correntino Arturo Frondizi, se hizo cargo del Ejecutivo en un mayo que la izquierda visualizó como el prólogo de un proceso de síntesis que desembocaría en el socialismo posible, una superación realista de las pretensiones teóricas del marxismo local, tanto como de los desvíos de un populismo agotado. Pronto, los intelectuales que adhirieron al frondizismo se dieron a la tarea de precisar el novedoso objeto que los entusiasmaba: 'Al frondizismo, no se lo puede homologar a la izquierda liberal porque, mucho más que un ala de la venerable UCR, es un partido nuevo, con sus cuadros dirigentes renovados y, de la hetereogénea ideología radical se ha quedado, precisamente, con los elementos antiliberales' (Alcalde; p. 56). En algunos sectores, las expresiones revelan una euforia que legitima el retorno del discurso revolucionario: 'La izquierda concreta que se perfila a través del radicalismo es la cuña real introducida por los intereses populares en el flanco de los intereses imperialistas y antinacionales' (Viñas, Ismael; p. 2). Frondizi había publicado en pleno gobierno peronista, su Petróleo y Política, cuyo subtítulo sonaba como un himno para algunos lectores: 'La lucha antimperialista como etapa fundamental del proceso democrático en América Latina'. Ahora, el Presidente, a apenas meses de asumir, se deslizaba por un sendero crecientemente estrecho, acosado por unas Fuerzas Armadas que vigilaban cada paso en prevención de la tan temida Infiltración comunista y, a la vez, percibiendo en la nuca la respiración nerviosa del peronismo, que esperaba el cumplimiento de las medidas que habían consignado el precio de su adhesión electoral.

Frondizi y John Fitzgerald Kennedy, EE.UU.Rogelio Frigerio, consejero de máxima confianza del Presidente, editaba la revista 'Qué', en donde era usual toparse con artículos de los peronistas Scalabrini Ortiz y Arturo Jauretche, actores esenciales de lo que fuera Forja, una suerte de think tank radical que respald el alumbramiento del Justicialismo de Mario Amadeo, miembro del gabinete en el brevísimo primer gobierno de la Libertadora. La idea central que animaba al equipo de Frondizi giraba en torno al integracionismo, una rudimentaria utopía que imaginaba la resignación de las particularidades ideológicas en aras del proyecto nacional y popular. Los intelectuales que el peronismo había maltratado (Scalabrini y Jauretche lo habían sufrido con notable entereza) creían próxima la hora de una confluencia que, cristalizada como fuerza política, impulsara un histórico giro hacia la izquierda, al que imaginaban insoslayable, dado el grado de evolución de la conciencia de clase del proletariado abrumadoramente peronista. Dos hechos, sin embargo, conducirían pronto la desilusión a las huestes de la intelectualidad vernácula.

En la edición trimestral de enero-marzo de 1956 de la Revista de la Universidad de Buenos Aires, el historiador y notable medievalista José Luis Romero había advertido la incubación de un conflicto de proporciones, de tener curso una disposición promovida por el gobierno de Aramburu, tendiente a habilitar la creación de universidades privadas facultadas para expedir títulos académicos de validez oficial. La iniciativa, impulsada por el Ministro de Educación de entonces, Atilio Dell'Oro Maini, era reflotada por el frondizismo como una concesión a sectores clericales: se ensayaba el juego riesgoso de ceder ante las presiones de los factores reales de poder, negociar hasta el límite crítico, y emitir deliberadamente señales confusas mientras se ganaba tiempo para consolidar el programa económico. En poco tiempo, las calles de Buenos Aires y periferia fueron escenario del enfrentamiento entre 'Laica o Libre', donde laica refería a la continuación de la cosmovisión del liberalismo de comienzos de siglo, y libre defendía la proposición de que la educación religiosa era una decisión particular de cada institución educacional reconocida.

Otra decisión adoptada por Frondizi consistió en invitar al capital extranjero a participar en la explotación del petróleo en sus distintas etapas. El autor de la tesis, según la cual Yacimientos Petrolíferos Fiscales debería tener la competencia exclusiva para la producción de combustibles, esto es, un monopolio oficial que reaguardara un recurso esencial de la voracidad del capital imperialista, renegaba, en los hechos, de los postulados teóricos. En su momento, el Presidente se defendíó: 'Si el país contara con medios financieros, no titubearíamos en aplicarlos a nuestro petróleo. Lo propusimos cuando el Banco Central tenía reservas de oro y divisas y, si el 1 de mayo de 1958 hubiese habido oro suficiente en las arcas del Banco Central, habríamos ido personalmente a retirarlo para entregarlo a YPF (...) No disponemos, por lo tanto, ni de un gramo de oro en el Banco Central para YPF'. (Frondizi; 95).

Un cronista describe el ambiente que se experimentaba en la Ciudad de Buenos Aires: 'El clima de Buenos Aires era irrespirable. Los contratos petroleros habían encendido los ánimos (...) Las calles adyacentes al Congreso estaban atestadas de manifestantes que reclamaban por DINIE o YPF. Es en ese momento, justamente, que Frondizi arroja otra bomba sobre la opinión pública: el proyecto de la ley de enseñanza libre' (Nosiglia; 98).

Cuando en el contexto de su táctica pendular, Frondizi entrega el Ministerio de Economía a Alvaro Alsogaray, la desazón y el desconcierto de la intelectualidad de izquierda alcanza su cénit. Se asume, de manera dramática, la ruina de cuanta ilusión había despertado el Presidente: 'Del 23 de Febrero—con sus expresiones de júbilo popular- a Alsogaray -acompañado por el repudio popular-, va el fracaso estrepitoso de una generación que dejó la voz en la declamación antiimperialista'(8). La esperanza de que el país iniciaba un giro hacia la 'izquierda tolerada' se ha hecho añicos: 'Lo que debió ser el estímulo para un nuevo impulso (...) nos encuentra, en cambio, decepcionados, desengañados, y próximos al abandono y al nihilismo (...) Sólo Frondizi podía traicionar ese fervor que el mismo suscitó y ayudó a preparar' (Strasser; 20).

Mientras tanto, la relación con el peronismo no deja de deteriorarse. Si bien se restituyen los sindicatos a los gremios y una Ley de Asociaciones Profesionales provee a su normalización, esta cesión será el límite impuesto por las Fuerzas Armadas, de tal suerte que la rehabilitación de Perón queda en suspenso, y constituye el tiro de gracia del precario acuerdo que tejieran los delegados Cooke y Frigerio en los últimos días de 1957.

El peronismo se embarca, entonces, en un plan de lucha que incluye huelgas y el rechazo activo ante todo esfuerzo conciliatorio con las propuestas gubernamentales. Perón autoriza el uso de la violencia, y legitima todas las vías asociadas a la misma para imponer sus postulados. Los intelectuales en general difunden la idea de que 'no hay salida burguesa a la situación nacional'. Frondizi, exasperado, impone su Plan Conintes (Conmocion interna del Estado), con su secuela de detenciones y clausuras.

En el mensaje que el Presidente lee en el Congreso el 1 de mayo de 1961, en el capítulo 'factores negativos' de su balance de tres años de gobierno, explicita: 'No hubo la misma comprensión en todos los sectores. La historia de estos tres años registra la acción negativa de extremistas e impacientes que no comprendieron, y resistieron el esfuerzo del gobierno para asegurar los beneficios de la democracia (...) Disturbios sociales, provocados por elementos políticos infiltrados en la vida sindical, así como la acción perturbadora del comunismo, forzaron al gobierno a tomar medidas de excepción, en defensa del orden y de las instituciones democráticas (...) En un ambiente caldeado por antiguas pasiones, no era fácil convencer a todos de que no hay otra manera de retornar a las practicas sustanciales de la democracia que restaurar el imperio igualitario de la ley' (Frondizi; 249).

Un año después, el escenario tórnase insostenible para un gobierno que opta por ceder ante las presiones militares, al tiempo que confía en el armado de un sistema de convivencia política que incluya la proscripción de Perón. El 29 de enero de 1962, el Ministro de Interior, Alfredo Roque Vítolo, firma un acta secreta junto con los tres secretarios de las Fuerzas Armadas, donde se cifra: '(...) las Fuerzas Armadas no intervienen en el campo político, ni está en su misión el interferir la acción de gobierno. Pero ello no significa, en manera alguna, que estén dispuestos a permitir la restauración del régimen de oprobio derrocado por la Revolución Libertadora ni el retorno de Juan Domingo Perón, ni de los responsables, conjuntamente con él, de agravios inferidos a la Nación, a la libertad y a la humanidad, delincuentes que no pueden ocupar cargos electivos ni de otra naturaleza sin desmedro de la dignidad nacional' (Baschetti; 207).

La relación entre el peronismo y los intelectuales fue en general conflictiva, exhibiéndose asfixiada por recíprocas desconfianzas. Buena parte de los hombres asociados al arte y a la literatura en particular escribían en la revista Contorno, fundada en 1953 por los hermanos Viñas, Ismael y David. Firmaban con frecuencia notables como los mismos Viñas, León Rozitchner, Noé Jitrik, Ramón Alcalde, Tulio Halperín Donghi, Juan Josee Sebrelli. Se presentaban como una generación dotada de una 'nueva sensibilidad estética y política.Influenciados por el marxismo y el existencialismo'; exigían una función social a la literatural, lo que implicaba, correlativamente, demandar del intelectual un compromiso social y político. Tomaron distancia tanto del peronismo como de antiperonismo, al definirlos como visiones parciales e incompletas de la compleja realidad argentina, advirtiendo la distinción entre el régimen peronista y el fenómeno sociológico de la irrupción del proletariado industrial como la clase joven emergente.

Acontecida la Revolución Libertadora, 'estos intelectuales reevaluaron el foco de sus críticas y, si el peronismo se les fue develando menos impugnable, no así el antiperonismo de sus mayores. Esta última posición terminaría por definir los contornos de un nuevo sujeto intelectual, el del intelectual comprometido y/o constestatario de los años sesenta, propio de la nueva izquierda de esa década, que no dudaría en sublimar toda practica intelectual a las demandas de imperativos éticos considerados superiores' (Fiorucci; 189).

El progresismo de los años post-Libertadora creía aproximarse a una bisagra de la historia, que alumbraría una concepción superadora de la dicotomía peronismo-antiperonismo. Se procede, a la sazón, a una nueva lectura del régimen, concluyéndose que el joven actor social emergente, el proletariado industrial, habría de desembarazarse de la estructura corrupta de gestión y administración del poder derivada del caudillismo anacrónico, para dar paso finalmente a una democracia social participativa, ensamblada en el frente nacional, el cual giraría lenta y firmemente hacia un socialismo moderado.

Pero el Presidente concentra la totalidad de su filiación antiimperialista en un plan económico tendiente a construir una economía autosuficiente en el plano de sus insumos críticos: 'El plan de desarrollo significa explotar extensiva e intensivamente las riquezas básicas de la Nación. Significa dejar de depender de los mercados exteriores para el abastecimiento de petróleo, carbón y mineral de hierro, dependencia que, de otro modo, aumentará a medida que crezca nuestra industria. El plan persigue cubrir paulatinamente nuestras necesidades de acero y de hierro. Significa poner bases para una industria que construya máquinas y repuestos para las fábricas, tractores para el campo y vehículos para el transporte ferroviario, marítimo y caminero (...) El plan de desarrollo significa construir caminos que unirán las distintas regiones entere sí, sin pasar por la Capital Federal (...) Significa, por fin y definitivamente, integrar geograficamente y económicamente nuestro territorio, hacer de él la Nación que soñaron los que nos dieron patria' (Frondizi;175, 176).

Mientras los partidos del arco antiperonista más acérrimo planificaban tentar al pueblo peronista ofreciéndose como una opción superior en cuanto plano quisiera comparárselo, la UCRI eligió representar a esa porción mayoritaria del electorado, merced al un célebre pacto con el General exiliado. Los intelectuales de izquierda abrazaron con júbilo la maniobra del candidato que tiene libros en la casa y cita a Lenin de memoria.

Pero el sueño fue breve: los contratos con Standard Oil quitaron a YPF el monopolio del negocio del petróleo. La mayoría frondizista en el Parlamento aprobó la alternativa de la educación religiosa. El Plan Conintes instaló un ambiente callejero comparable al Estado de sitio. La huelga en el Frigorífico Municipal, en la perspectiva del gobierno, había sido orquestada y puesta en práctica por elementos comunistas y subversivos.

La frustración que se abalanza sobre la intelectualidad de izquierda deja como saldo, más tarde, una trágica herencia trágica, la convicción de que la vía democrática jamás conducirá a la revolución. La izquierda que había creído en Frondizi es inorgánica, caótica y ciertamente propensa a la depresión que supo importar del existencialismo francés. Es, esta nueva izquierda, la que, 'a diferencia de la vieja, se interesó en primera instancia por el ascenso de Arturo Frondizi, lo acompañó, depositó en él sus esperanzas, se afilió al radicalismo intransigente, lideró los sectores de la juventud apartidaria, y fue defraudada, traicionada y dejada en la orfandad política (...) Se trataba de una nueva izquierda que buscaba su estructura, que se interrogaba sobre sus limitaciones (...) Era una izquierda de clase media que odia a la clase media, que quiere desprenderse de ella por una introspección ideativa y afectiva extrema' (Abraham; 98).

Mientras tanto, en una bien identificada isla del Caribe, un puñado de guerrilleros, con apoyo de la Central de Inteligencia estadounidense, se hace del control de la capital, La Habana, poniendo fin a la ignominia de un régimen criminal. La revista SUR, de la Señora Victoria Ocampo, saluda jubilosamente la proeza. La Revista católica ultra conservadora Criterio también celebra la aventura, y el matutino La Nación le dedica fervorosos editoriales. Frustración Frondizi. Fidel en Cuba. La salida burguesa esta agotada.

A posteriori, Fidel traiciona a los yanquis, instaurando un socialismo a la cubana. La revolución, a los efectos de sobrevivir, habrá de ser exportada. Tal fue la conclusión del nuevo régimen en La Habana.

Lentamente, entre nosotros, emerge brumosamente la bestia que nos teñirá con su sangre, en los años setenta.


Referencias
 
Abraham, Tomás. Historias de la Argentina Deseada, Ed. Sudamericana, 2005.
Alcalde, Ramón. Catecismo político para un nuevo Uriburu; en Rev. Contorno. Número 7; 8 de julio de 1956. 
Baschetti, Roberto. Documentos de la Resistencia Peronista; 1955-1970. Ed. De la Campana; 1997.
Fiorucci, Flavia. Intelctuales y Peronismo, 1945-1955. Ed. Biblos; 2011.
Frondizi, Arturo. Política Económica Nacional. Ed. Arayú; 1963.
Nosiglia, Julio E. El Desarrollismo. Ed. CEAL; 1983.
Real, Juan José. Treinta años de Historia Argentina. Ed. Crisol; 1976.
Strasser, Carlos (comp.). Las izquierdas en el proceso político argentino. Ed. Palestra;1959.
Viñas, David. Dar la Cara. Ed. Jamcana; 1962.
Viñas, Ismael. Orden y Progreso, en Revista Contorno. Número 9; 10 de julio de 1957.


* Fotografía: Arturo Frondizi y John Fitzgerald Kennedy, 29 de septiembre de 1961, en el Hotel Carlyle de la Ciudad de Nueva York. Crédito: Biblioteca Presidencial Presidente John F. Kennedy (Estados Unidos)

 
Sobre Sergio Julio Nerguizian

De profesión Abogado, Sergio Julio Nerguizian oficia de colaborador en El Ojo Digital (Argentina) y otros medios del país. En su rol de columnista en la sección Política, explora la historia de las ideologías en la Argentina y el eventual fracaso de éstas. Sus columnas pueden accederse en éste link.