NARCOTRAFICO & ADICCIONES: DR. JUAN A. YARIA

Argentina: cocaína y guardias médicas

La marihuana se ha convertido ya en el 'aperitivo inicial' y es, a la vez, una suerte de ritual iniciático en el mundo de las drogas.

02 de Junio de 2018
La raíz de los problemas experimentados por las sociedades occidentales, y que dañan a personas e instituciones, es la desvinculación.

Joseph Miró, filósofo español (La Sociedad de la Desvinculación)

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La marihuana se ha convertido ya en el 'aperitivo inicial' y es, a la vez, una suerte de ritual iniciático en el mundo de las drogas. El 'postre' -en avance raudo- es la cocaína. Desde mi perspectiva profesional, me detengo en lo que he visto en las guardias de emergencia. Oportunidad en la que viene a mi recuerdo lo explicitado por el filósofo español Miró en relación a los seres desvinculados, estrictamente ligados a un estupefaciente. Acaso sea terapéutico para el profesional, el detenerse a pensar sobre los episodios de las guardias, en donde la muerte física convive con la locura: el poder devolverle un sentido a sus vidas -a aquellos que eventualmente se convertirán en pacientes- es altamente satisfactorio.

En rigor, todos ellos se dirigen a las guardias de hospitales y clínicas de emergencias en adicciones -algunos, exaltados; otros, casi dormidos mientras el dolor se convierte, de a poco, en reclamo; la abstinencia, en impotencia; y cuando el síntoma parece consignar una venganza contra uno mismo o, imaginariamente, contra terceros. A diario, trato con ellos en nuestra comunidad terapéutica GRADIVA. Algunos se proponen matar a sus padres -a partir de querellas familiares administadas con sustancias y dosis de violencia, aunque lo cierto es que se matan unos a otros. En otros casos, habrá quien despotrica o llora contra una mujer infiel. En definitiva, son distintas caras de una confesa impotencia a la hora de conducir la propia vida sin recurrir al abuso de sustancias.

Drogas, cocaínaSe ha desmoronado la palabra; la omnipotencia se ha alzado con la victoria. Así es el mundo de la cocaína, que hoy parece exhibirse como la 'droga estrella', conforme promete aquello que la Biblia pone en boca de la serpiente: 'Seréis como dioses'. El contacto nasal inicial deposita al individuo en un plano de omnipotencia y grandiosidad; ellos suelen llamarle 'Paraíso'. El consumidor, a la postre, es un 'semidiós'. Así, contruye su propio altar, allí donde se adorará a sí mismo. Lenta o rápidamente, se acercará a su 'Infierno' personal. Muestras de lo que puede uno testificar tras asistir a una jornada de guardia, un jueves por la tarde.

En esa locación -la guardia-, la vida se transforma en urgencia. Las demandas se vuelven imperiosas, mientras el 'nosotros mismos' parece haber perdido por goleada. No en vano, la Biblia sugería tomarse un día para el descanso o la meditación. Para encontrarse con el otro, o para -simplemente- contemplar. Lo que se ha declarado en ausencia hoy es el encuentro.


Las drogas y el grotesco

No obstante lo anterior, la cocaína se presenta como la caricatura de estos tiempos presurosos -agregando incluso más 'gasolina' al presente instante cultural: más velocidad hacia la nada que es el vacío. Para el consumidor, huír pareciera ser la clave; a contramano del verdadero 'aprender a vivir', que suele coincidir con la necesidad de detenerse. Ya lo enseñaba Antonio Machado (1875-1939): 'Ni el trabajo por el trabajo; ni el juego por el juego; ni la lucha por la lucha misma: la gracia está en pararse... a contemplar, a meditar'.

Todos pelean por el plato lleno de cocaína porque -al decir de no pocos nuevos pacientes-, ya no es la bolsa lo buscado, sino el plato repleto de estimulantes. Quizás acompañado de un respetable vino blanco, de una cerveza, de un vaso de whisky escocés... o de más Viagra. El dealer es más buscado que nunca antes, habida cuenta de que es el titular y verdadero dueño de la receta para la huída. Es, el vendedor de drogas, casi un personaje central en los relatos sobre vacío y posterior remordimiento que solemos cifrar en éste espacio.

Y todo vale: el exceso intenta llenar el vacío que preside numerosas existencias. La huída es el boleto proporcionado por la sustancia; el placer consegido es, a lo mucho, un goce que precisa de técnicas sexuales, o acaso de múltiples parejas, de la indistinción de sexos, o incluso ejercicios de pederastia. La cocaína inhibe -solo por un momento- culpa y responsabilidad. Pero habrá que decirlo: ambas retornarán luego, en forma de culpas y enfermedades asociadas (hipertensión, procesos cancerosos, y un largo listado de etcéteras).

En opinión de quien esto escribe, la guardia hospitalaria se presenta como la pintura caricaturesca de los estilos de vida de actualidad. Estos espacios físicos remiten al escalafón final de un profundo y extendido desencuentro de la civilización actual, que tiene en grandes filósofos como Zygmunt Bauman (1925-2017) a uno de sus intérpretes centrales. Bauman nos recuerda, en sus Lecturas sobre Este Tiempo: 'Hoy, no hay solidez ni peñasco; solo hay arena y viento'. 

Por su parte, el maestro de origen francés Edgard Morin (1921) enseñaba que, al cobrar masividad la problemática de las drogas, la profundidad del problema se vuelve política, entendiendo por 'político' al eterno dilema de la polis griega: las ciudades. Es que los núcleos urbanos se exhiben hoy saturados de inconvenientes relacionados con las drogas. Desde el adolescente hasta el jubilado, desde el empresario hasta el ama de casa. Las sustancias se presentan como el complemento mortífero que la notable ensayista gala François Dolto (1908–1988) supo llamar 'la dificultad de vivir'.


El desmoronamiento de un mundo

Se ha precipitado el mundo vertical; emerge el mundo actual, de una naturaleza bastante más frágil, caracterizado por la inexistencia de vínculos -o bien la supervivencia de algunos, en franca debilidad. Asistimos a una contemporaneidad respaldada por la tecnología y los aparatos, la imagen, el dinero y la publicidad. El eje parece cohesionarse a partir de una ética relativista en donde el bien ha dejado ya de ser un atributo colectivo basado en un 'deber ser', rematando como fruto de una mera preferencia personal. Han caído en desgracia los transmisores de la cultura, como supieron serlo familias, barrio, instituciones vinculadas a la espiritualidad o la política. Todo parece emparentarse -directa o indirectamente- con los negocios, alejado todo foco del proverbial bien común. Y no se atisba salida alguna de momento, pues pareciera ser que somos protagonistas de un interregno -así lo plantearía Bauman, en medio de un reinado de la incertidumbre.

-¿Dónde están los padres? -consulto en la Guardia. Muchos me comparten una mirada, como preguntándome qué será eso. Si los encuentros se han extraviado en algún precipicio, ¿qué será la vida sin ellos? ¿Qué será la existencia, sin transmisión de cultura y de la palabra? De esta manera, se arriba a un escenario en donde las drogas se exponen como el complemento secreto de la autodestrucción. Las sustancias parecen suplantar al amante; convirtiéndose en un par siniestro que, en rigor, es sinónimo cabal de dominación.

A la postre, la crisis a la hora de construir personas -o, lo que es lo mismo, de seres libres en contacto empático y solidario con el medio humano- conduce, de manera inenarrable, a otro andarivel: la multiplicación en serie de seres anónimos y manipulables. Aldous Huxley, pionero a la hora de describir escenario futuros, así lo predijo en su libro Un Mundo Feliz. En sus páginas, el lector asiste a un mundo caracterizado por la generación de seres anónimos bajo auspicios de la ingeniería genética, coloreado ello con la licuación del vínculo humano: '(...) Cien repeticiones, tres noches por semana, durante cuatro años y setenta y dos cuatrocientas repeticiones, crean una Verdad'. En la obra de Huxley, la hipnosis social o encantamiento colectivo recibe el nombre de Hipnopedia. La cual no es otra cosa que una cáscara sin intimidad. Antes persona, el ser humano muta ahora en un autómata carente de encuentro. 

Como profesionales, no hemos de permitir que esta dinámica nos convierta en meros técnicos que certifiquen la sepultura social. Tampoco hemos de aceptar que nuestro rol quede relegado al de toxicólogos dedicados simplemente a 'lavar' a pacientes moribundos. Si no trabajamos con el norte de la brújula centrado en devolver un sentido a la vida de los pacientes, nuestra profesión se fusionará con el grotesco actual. Al menos para quien esto escribe, éste deviene en un mandamiento ético en estos tiempos.

 
Sobre Juan Alberto Yaría

Juan Alberto Yaría es Doctor en Psicología, y Director General en GRADIVA, comunidad terapéutica profesional en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina. Los artículos del autor en El Ojo Digital, compilados en éste link.