NARCOTRAFICO & ADICCIONES: JUAN A. YARIA

Argentina: Internet y ausencia familiar

En ocasiones, los textos religiosos consignan otra manera de interpretar las angustias más profundas del ser humano.

20 de Enero de 2018
En ocasiones, los textos religiosos consignan otra manera de interpretar las angustias más profundas del ser humano. Notables filósofos y pensadores -muchos de ellos agnósticos- han hecho de la la lectura de textos de distintas religiones un modo de aproximarse al dolor y a las esperanzas del individuo. Aquel célebre lamento Jesús en el Gólgota ('Padre, ¿por qué me has abandonado?') resuena en ocasión de analizar, evaluar y tratar las historias personales de jóvenes que se acercan a la consulta; estos portan padecimientos variopintos, mientras parecen emular aquella preocupación de Jesucristo -que remite al abandono del padre. Un paciente, por ejemplo, supo compartirnos: 'De mi padre, solo tengo su número de celular; a veces me atiende. Otras, no'. Una síntesis perfecta sobre el drama más actual: la tecnología reemplaza a la palabra y a la presencia.

Tecnología y EsclavitudLa cultura basada en Twitter, Facebook y etcéteras configuran una oportunidad, aunque también un riesgo. Toda vez que esos instrumentos se utilicen para potenciar los actuales problemas de salud mental y de alejamiento de la realidad -hoy, notorios-, la fractura en los sistemas de contención social y familiar se acentuará. La abolición de la palabra y del acompañamiento emocional deposita a niños y a jóvenes en el sometimiento a un mero aparato y a su respectiva intermediación de imágenes y textos -lo cual constituye la base de la desorganización de la estructura social. Se diría: una crisis 'de época'. Pero lo cierto es que el lenguaje se desmorona en un poco disimulado proceso de intersubjetividad.


Abandono y consecuencias

El abandono no trae más que vacío -en el cual es imposible creer. A la postre, el sujeto que padece ese vacío decidirá llenarlo con alguna otra cosa -llámese drogas, alcohol, autoreclutamiento en tribus urbanas, videojuegos, adicción al sexo, compulsividad en las compras, y tecnologías (las cuales se utilizarán para suplantar la carencia de compañía, vía Instagram, Facebook, etc.). Así, el individuo hace su entrada en la realidad de lo inauténtico: participa de un mundo virtual, que nada tiene de real.
 
A diario, asistimos a los casos de no pocas familias en donde el vínculo lingüístico, comunicacional y afectivo que solía congregarlos, hoy brilla por su ausencia. La comunión con el aparato de televisión parece ser más crítico que el vínculo con los padres. En esos simulacros de encuentro familiar, nadie habla: todo mundo se halla inmerso en su autismo tecnológico.

A la postre, es la soledad el factor convocante: la persona se extravía en la imagen coloreada o en la espera irritada y ansiosa de una imagen o de un sonido. El diálogo ha desaparecido ya; al igual que la humanización. En otros casos -no tan comentados-, es la heladera el promotor del contacto. El hambre es el lazo. Ergo, es lo oral (pero sin mediar palabra). No pocos ciudadanos en la República Argentina padecen hoy el problema de la obesidad; en la vereda opuesta, otros sufren de un hambre de sentido. Variante que termina transformándose en bulimia o anorexia -cuándo no, estimulada por la amplificación en el uso del Instagram.
 
De tal suerte que, por estos tiempos, asistimos a la coexistencia dos espacios de comunicación: uno que avanza a paso acelerado (el espacio virtual); el otro -el lingüístico y afectivo- se exhibe en franco proceso de desmoronamiento. El ciberespacio es hoy la herramienta de moda, con el agravante de que ataca todo fundamento de educación infantil.


Datos de época

Algunas estadísticas refieren que dos tercios de los niños de entre 10 y 11 años cuentan con un teléfono móvil con acceso al Internet; en la franja que va a partir de los 15 años, ese porcentual asciende al 90%. Estos chicos tienen en sus manos una extraordinaria herramienta de comunicación y ocio, pero que comporta riesgos psicosociales que pendulan entre la adicción, la pérdida de atención, los problemas auditivos y de visión, y la percepción distorsionada de la realidad. En la práctica, más de un 50% de los jóvenes se pasa más de cinco horas diarias enganchados al Internet, por lo que el acceso al ciberespacio rebasa ya todo control (citamos datos del Observatorio Europeo de Tecnologías; 2016). Adicionalmente, youtubers y bloggers se han convertido en personas de referencia de identidad. En determinados espectros etarios, el youtuber, el blogger y el instagrammer son medidas de prestigio.
 
¿Es la tecnología un instrumento, o determina comportamientos? Este es el eje sobre el cual giran no pocas preguntas hoy día. La disponibilidad de tecnología debería, en la teoría, ser un instrumento; pero, en la presente condición de 'inermidad simbólica', determina comportamientos, modela cerebros, genera compulsiones ideativas que propenden a consumir aún más tecnología (con impulsos a ejecutarla más allá de los horarios permitidos, incluso en desmedro de horas de sueño y de comidas). Aquello que representaría una oportunidad inmejorable para ampliar el conocimiento -o bien para enriquecer la propia perspectiva sobre el mundo-, termina mutando en un severo riesgo para la salud mental.

En el concierto de la juventud actual, aquel que no utiliza redes sociales se queda afuera de cualquier grupo que se organiza a través del factor tecnológico. Esa marginación etiqueta a los 'raros' -que tal vez sean, en rigor, 'independietes'. Así, pues, la falla perentoria de los dispositivos (sean el ordenador personal o el teléfono móvil, y su pérdida de señal) puede conducir a una sensación acentuada de incomunicación. Por estas horas, el no integrarse a redes sociales (incluso no hacerlo en tiempo real) se interpreta como una pérdida de oportunidades en las relaciones personales: 'por si acaso', conviene estar conectado. Siempre.

Lo cual conducirá a novedosos planteos y estudios en la psicología: existe un yo-online que debe estar conectado con un yo-offline, si de lo que se trata es de ser eficiente; y esta percepción parece llenar hoy la totalidad de los espacios de la subjetividad. El índice de realidad (o de 'i-realidad', para muchos analistas) pasa por el Internet. La sola presencia física del otro, antes que una invitación a un verdadero desarrollo personal, parece constituír un obstáculo en ese proceso de permanente enganche al mundo virtual.

 
Sobre Juan Alberto Yaría

Juan Alberto Yaría es Doctor en Psicología, y Director General en GRADIVA, comunidad terapéutica profesional en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina. Los artículos del autor en El Ojo Digital, compilados en éste link.