INTERNACIONALES: EUGENIO GUERRERO

Venezuela: el Lenin que nos hizo y nos deshizo

Cuando las respuestas simples dejan de tener el efecto engañoso de calma transitoria que habitualmente tienen...

14 de Julio de 2017

Cuando las respuestas simples dejan de tener el efecto engañoso de calma transitoria que habitualmente tienen, o cuando nuestra realidad ya no se explica con el sólo reducir el acontecer trágico a la más pura novedad de unos revolucionarios que llegaron y se enquistaron en el poder desde 1999, mirar hacia atrás se vuelve un imperativo.

El cómo empieza a tener sentido, la duda se erige frente a la banalidad argumental. Pero cuando la impotencia es reina y señora absoluta de las emociones de los individuos las acciones que de allí emergen se encaminan a una compulsiva búsqueda de certidumbre. Aquella duda irracional que describió Erich Frommesa que nos somete a un tortuoso aislamiento abrumador, refleja una actitud hacia el mundo que se caracteriza por el odio y la angustia dificultando vislumbrar con claridad. ¿Cómo fue que el socialismo tuvo algún asidero y convirtió en cómplices a millones de aquel credo criminal? ¿Cómo es que una plétora de renta pudo financiar aquel proyecto que el mismo Vladímir Ilich Uliánov, mejor conocido como Lenin, hubiese aplaudido con entusiasmo por seguir a cuasi pies puntillas el macabro guión que su propia psiquis totalitaria ideó? ¿Había en nuestra más recóndita urdimbre cultural y política unos moldes incipientemente calcados para que los delirios soviéticos mimetizados por una vanguardia marxista criolla tendieran la alfombra roja al apocalipsis republicano?

Hugo ChávezDesde la fundación misma de la política moderna en Venezuela ya el fantasma marxista estaba nutriendo los vítores de los ilusos por un mundo mejor bajo la égida del colectivismo. Incluso para 1923, Salvador de la Plaza, estando en París, ya tenía para el 11 de diciembre de aquel año una circular propagandística donde buscaría promover la instauración de una “República burguesa” en Venezuela como el adelanto de una especie de fase para llegar posteriormente a la “realización completa del programa comunista”. Luego con Gustavo Machado, se reuniría en México en 1926 donde organizan el PRV (Partido Revolucionario Venezolano), el más inmediato antecesor de PCV. En una formación doctrinaria en tiempos de exilio parisino avivarán su marxismo los “aportes enriquecedores del leninismo”. La táctica y doctrina de Lenin acerca del Estado, la revolución irá consumando el tegumento estratégico de la componenda revolucionaria. Ya el anhelo y activismo por la formación del partido de masas estaba caldeando las pasiones de utopistas que soñaban con la “emancipación de los obreros”, de los campesinos, como también de los soldados contra Gómez.

Pocos años después, en otro ámbito, la generación del 28 irrumpe con un enardecido imaginario irreverente. Al percatarse ésta que la poca formación ideológica era la norma común de aquel liderazgo prometedor y que solo exigir una “democracia decente”, el castigo al peculado y destronar el personalismo no eran cartas suficientes para enfrentarse a una situación que poco tiempo después reconocerán como compleja,  ya en el exilio estos jóvenes verán la realidad por los anteojos del marxismo y su dialéctica materialista. El propio Rómulo Betancourt veía para él y sus camaradas un “estímulo poderoso” y un “conmocional episodio histórico” lo ocurrido en la Rusia de 1917 con sus revolucionarios bolcheviques.

¿Y qué leían los aspirantes a revolucionarios que estaban tras las rejas de la ergástula gomecista, según Sanoja Hernández? A Yegulev, Baubusse, Tassin, Sorel, Naquet, Torralva Bechi con “Las nuevas sendas del comunismo” y al propio Lenin con “El impuesto en especie”. Pio Tamayo, profesor y doctrinario del más refinado materialismo marxista, podría llamarse “el precursor” de la generación del 28, según Ramón J. Velásquez. Entre sus alumnos más cercanos estaba el propio Jóvito Villalba. ¿En qué base doctrinal Rómulo Betancourt impulsa su perfil político revolucionario estando en el exilio? En sus lecturas y citas de El capital de Karl Marx (a quien llamaba “nuestro padre”) y los textos de Rosa Luxemburgo; como también bibliografía leninista que manejaba como por ejemplo “La Revolución proletaria y el renegado Kautsky”, además de las obras de León Trostky. Al redactar el Plan de Barranquilla en 1931, especie de manifiesto fundador del movimiento político ARDI (Agrupación Revolucionaria de Izquierda), no escatimará en hacer uso de lo aprendido y expresarse con términos como “el determinismo de la evolución” o “las condiciones objetivas” para así poner a la orden del día la “insurrección”  como lo exige la “dialéctica materialista”, y la búsqueda de “acopiar elementos de todo orden para la lucha armada”; para luego ver en el Estado aquella superestructura que defendía los intereses de una clase explotadora a la cual había que por la fuerza derrocar. El paroxismo marxista-leninista de Betancourt llegará con el ensayo publicado en 1932 titulado “Con quién estamos y contra quien estamos”.

Y así desde ARDI llegará ORVE en 1936, luego el PDN y después Acción Democrática en 1941. Éste último donde se concreta la organización leninista del partido de masas pensado por Rómulo Betancourt. Ya el partido edificará junto con una vanguardia leninista más no marxista un policlasismo más benevolente que el de Lenin en Rusia —claro está— donde, al igual que éste, verá que en las condiciones de atraso agrario, poca urbanidad e industrialización el camino a presentarse las contradicciones de sistema capitalista no llegaría como la ortodoxia marxista dictaminó. Era necesario hacer la revolución saltándose esa etapa, sometiéndose al contexto. Si bien Betancourt se caracterizó por su guerra campal contra los comunistas a quienes llamaba la “sediciente izquierda sovietizante”, las formas y los medios del leninismo militante partidista junto a rasgos doctrinarios marxistas quedarían a la posteridad.  

La idea del partido de masas leninista, es la idea totalitaria que Lenin tenía en mente en su famoso “Qué hacer”. Dos rasgos resume Diego Bautista Urbaneja acerca de lo que es un partido leninista: una estructura interna de carácter centralizado, jerárquica, vertical y disciplinada que “asegure que la línea del partido baje a las bases”, y segundo: contar con una red organizativa que abarque todo el mapa político y administrativo del país, pero también con el objetivo de penetrar en las organizaciones sindicales, estudiantiles, en los distintos gremios, donde la voluntad del partido es la que domine y predomine sobre la masa. “Ni un solo distrito, ni un solo municipio, sin un organismo del partido” decía Rómulo Betancourt con el fin del control hegemónico de la vanguardia partidista adeca. Incluso, hasta la idea de un Estado Docente donde el gobierno tomara el control de la educación ya estaba en las pretensiones colectivistas de Prieto Figueroa.

Bastó que bajo la sombra militar de un golpe de Estado a Medina Angarita llegara AD al poder en 1945 para poner en práctica lo que del manual leninista habían aprendido: hacer del llamado “trienio adeco” un gobierno del partido político fundando en una oclocracia virulenta donde se violaron derechos humanos, se agredió a la disidencia, se censuró y se controló por medio del sectarismo a todo un país. Incluso Rafael Caldera llegó a renunciar a su puesto de Procurador en protesta por la agresión y los comportamientos incivilizados de los militantes de AD contra militantes de COPEI. Contra URD no fue distinto. La fuerza sindical se aglomeró en un monopolio donde era difícil mediar a pesar de los dictámenes de la dirigencia. Lo que llamaban la “alpargatocracia”, empoderó a una masa neófita de los comportamientos institucionales que regulan las actitudes en sociedad para que emerja la pluralidad, la libertad y el respeto a las minorías. Un trienio que no conoció paz. Hasta campesinos armados tomaban fundos de manera violenta como bien lo hace patente —entre otros— el historiador Naudy Suárez (hechos incluso aceptados por Betancourt). Así como Lenin en 1905 en un telegrama les decía a sus camaradas rusos que “armar al proletariado es la única garantía”, suscitando también el “no acercamiento a otros partidos”, parece haber sido en buena medida una táctica adoptada por la dictadura del partido leninista, AD. Una dramática división del país “con un foso infranqueable de odios mortales” será una de muchas expresiones de Arturo Uslar Pietri acerca del trienio hegemónico partidocrático.

La historiografía suele vanagloriarse con el hecho que en 1947 —durante el trienio partidocrático de AD— el voto universal directo y secreto fue aprobado y, por ende, la democracia fue fundada. Como si la democracia significara únicamente votos y opinión mayoritaria. O como si la libertad quedara en segundo plano porque ahora la gente podía elegir a sus secuestradores políticos. Si bien el voto universal representó un avance importante en materia de derechos políticos, esto se ensombreció con la forma leninista de instaurar una democracia que ya venía viciada con su perversión incrustada.

La inestabilidad, la violencia, el desproporcionado sectarismo y la partidocracia llevaron nuevamente a la elite militar a apropiarse del poder por la fuerza en noviembre de 1948. Después de 10 años donde 6 estuvieron signados por una dictadura cruel y violenta, el 23 de enero de 1958 retorna el liderazgo político que pretendía instaurar la democracia. Una “democracia de consenso” parecía demostrar una madurez de una elite que había aprendido de sus errores del trienio. Sucesivos gobiernos se alternaron de manera pacífica por 40 años y un bipartidismo estatista, controlador, populista e intervencionista parecía tener estabilidad.

Eso que Lenin puntualizó como “capitalismo de Estado” y la guerra contra la “anarquía de la producción” parecen haber sido también los rectores del pensamiento político intervencionista venezolano. Más de treinta años con la suspensión de garantías económicas; una política económica ineficiente que fracasó rotundamente con las teorías de la CEPAL y la sustitución de importaciones (tesis, por cierto, extraída de la teoría del imperialismo de Lenin por André Gunder Frank, por ejemplo); controles de precios y cambiarios develaron y minaron el sendero institucional para que la propiedad privada no adquiriese jamás la sacralización institucional que caracteriza a los países desarrollados libres y prósperos.

Si bien un liderazgo importante —específicamente el de Rómulo Betancourt como estadista que fue— desarticuló, combatió y expulsó (al menos temporalmente) el pensamiento comunista, no pudieron evitar el boomerang que paulatinamente se estaba devolviendo a no meditar acerca del profundo daño que la partidocracia centralista y rentista estaba instaurando en la cultura política de la ciudadanía que veía en el Estado y su hipertrofiada maquinaria toda fuente de prosperidad, el epicentro peticionista de recursos, un modelo promotor de una sociedad reclamadora de renta que vio, condenó y despotricó de un modelo de país distinto —mal ofrecido por Carlos Andrés Pérezen 1989— en contubernio con elites empresariales adictas al proteccionismo. Creció una cleptocracia petrolera que al verse limitada de ofrecer los mismos niveles de asistencialismoobtuvo el rechazo de una ciudadanía que pedía más a un Estado que tenía menos liderado por meras organizaciones electorales que habían dejado de ser partidos políticos reales.

La corrupción endémica, la inflación, el deterioro institucional, el crecimiento de fenómeno de la antipolítica mientras loas a Fidel Castro se daban en universidades estatales —inundadas de pensamiento marxista y keynesiano— y recintos políticos, además de la infiltración marxista en la institución militar, no encontraron una contraparte que combatiera lo que no se había terminado de expulsar debido a que formaba parte del mismo corazón de la socialdemocracia de Punto Fijo: la pataleta anticapitalista, el estatismo centralizador al estilo leninista (con sus atenuantes e importantes mesuras democráticas y efímera pluralidad), el rentismo empobrecedor, el paternalismo y la dependencia de un ingente número de ciudadanos de los tentáculos del Estado y del gobierno partidocrático (cada vez más oligárquico). Todo un pernicioso cóctel para que un mesianismo populista apareciera como salvador y llevara a Lenin a su vehemencia táctica, programática y totalitaria.

Y allí aparece Hugo Chávez: una consecuencia más que una causa. Ya rasgos doctrinarios marxistas, la teoría y práctica del partido de masas de Lenin (en su versión populista y débilmente democrática) y la asunción perniciosa del Estado controlado por el partido como rector central de la evolución institucional de la economía y el Estado de Derecho estaban internalizados y asumidos acríticamente por la ciudadanía y su cultura política.

Mientras muchos celebraban una supuesta democracia ya garantizada, otros se preparaban para la tomar del poder por vías pacíficas (después de las fracasadas asonadas de 1992) embalsamados en el ejemplo de Salvador Allende. Cuando se tuvo la oportunidad de cambiar con CAP II, los políticos se preguntaron “y cómo quedamos nosotros” más no cómo quedaba el país, dando una impresión de que el Estado era el patrimonio de una camarilla partidocrática en detrimento del país y su futuro. A tanto llegó tal desmesura que hasta el mismo Jaime Lusinchi nombró a sus secretarios generales del partido (Acción Democrática) como gobernadores estadales pintando el mapa político de la hegemonía de un solo partido, haciendo de la pluralidad un lúgubre mal chiste.  

En los intersticios de este entramado centralista que se estampará en nuestra cultura política irá pavimentándose el camino al espectro tiránico de Lenin. Sólo políticos con talante más democráticos retrasaron la llegada totalitaria del bolchevismo criollo al monopolio estatal; la degeneración de éstos le abrió el pasó.

Importantes cosas buenas se hicieron en los 40 años de alternabilidad pacífica y en cierta medida democrática, de eso pocas dudas habría. El problema es cuando los viejos partidos (y muchos nuevos viejos prematuros, también) juegan al olvido y a la amnesia histórica. Traer a garrotazos un pasado para ofrecerlo deformado, amputado e incapacitado para explicarse a sí mismo, forma parte de toda una cultura política que encuentra su razón de ser en el desembarazo de toda responsabilidad. Venezuela presenta el caso donde es mejor fingir que lo presente parte de una invención en su estado de pureza; y para quienes detentan la cúpula totalitaria lo mejor es que no le se amalgame con un pasado que les es familiar (en sus prácticas sectarias, paternalistas y rentistas) exacerbándose en sus manos llevando el esquema heredado a sus últimas consecuencias. Uno se explica con otro, son interdependientes en su cultura política, ¡es un sistema!

En el presente nos acorralan el fantasma de Lenin y la sistematicidad estalinista manifestados en la criminalidad barbárica del totalitarismo genocida. ¿Que aquel pasado “no se puede comparar” —se dice— con este presente? No entraría aquí una superficial comparación maniquea. Pero lo que si podemos identificar es de dónde se gestó el monstruo colectivista, de qué se alimentó para buscar independencia y desarrollarse en su criminal potencialidad proyectiva. La historia es importante. Ignorarla desplaza las posibilidades de aprender de los errores y rectificar para la búsqueda de un mejor porvenir. Si queremos apuntar hacia una sociedad verdaderamente libre y superar los esquemas centralista-paternalista-rentista socialdemócrata y el social-marxista criminal y totalitario, debemos entenderlos desde sus raíces. El “pasado es lección para el presente, si sabemos leer” como enunció Henríquez Ureña. En el año centenario de la revolución bolchevique, sería patente entender el cómo la influencia de Lenin, en nuestra cultura política, nos hizo y nos deshizo. Como también es hora de deshacer a Lenin, al socialismo y realizar la Libertad.

 

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