SOCIEDAD: JUAN A. YARIA

Argentina: el narco y la explotación de niños

En gran parte, nuestra consulta en una comunidad terapéutica remite a un diagnóstico de la sociedad en que vivimos.

16 de Abril de 2017
'(...) Asegúrese de que los chicos con padres muertos en la Guerra tengan una familia sustituta. De lo contrario, aumentará el delito, y peligrará el sistema democrático'

Consejos de D. Winnicott, Psiquiatra, a Sir Winston Churchill en 1945

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En gran parte, nuestra consulta en una comunidad terapéutica remite a un diagnóstico de la sociedad en que vivimos. Y cada vez más jóvenes se acercan a nosotros. Una camada de chicos 14 años, ya sea a pedido de los padres o de sus respectivas obras sociales, nos solicitan ayuda. Me sorprende su inermidad frente a la magnitud de lo que relatan. A tal efecto, me limitaré a compartir apenas dos estas historias, rescatadas durante el último año.

Los menores siempre han formado parte de proyectos autoritarios; eso fue lo que sucedió con Stalin, quien adoctrinaba a niños desde temprana edad. Lo propio cabe referir sobre Adolf Hitler, en el caso de las guerrillas narco colombianas, y con los grupos paramilitares. De lo que se trata es de garantizar la perpetuación de omnipotencia, a partir de este delirio de poder, captándose a jóvenes desde sus primeros años de la infancia. Hoy día, el narcotráfico explota -a través de niños- esa siempre buscada plusvalía; de igual manera, este proceso tiene lugar con ciertos sistemas políticos -buscan su justificación futura a través del adoctrinamiento. Acaso las ciudades experimentan hoy una suerte de guerra, bajo la tutela omnipotente de las mafias. Mientras tanto, en la provincia argentina de Santa Fe, tiene lugar un hecho en oposición, que revela la guerra que se vive en ciertos barrios. En uno de esos ejemplos, una madre enfrenta a un cartel de narcomenudeo barrial que recolectaba menores para su trabajo. La propia señora ha denunciado este ilícito, y su puja -en formato de entrega personal- quedó traducida en una imagen que supo viralizarse en la red social Facebook.  

Drogas, protecciónRecuerdo a un gran maestro en estudio de barrios casi tomados por el narcotráfico, como lo ha sido Braulio Montalvo en los Estados Unidos de América, reconocido especialista en familias: '(...) Una combinación de problemas de conducta general criminal no obedece sencillamente a dificultades en la familia para manejar los límites con los chicos; el problema no se radica única y exclusivamente en la conducta interior de la familia: estoy pensando en las fuerzas del barrio, en los amigos, en la desorientación moral externa, en la cultura'. Las drogas -para muchos, el verdadero cuarto poder en el mundo, detrás del comercio de armamento, petróleo, sistemas de laboratorios y médicos en general- buscan colocar bases de venta en todo sitio posible. Nuestra tarea como profesionales de la salud es ayudar a nuestra juventud a que crezca libre. De manera complementaria, los sistemas legales habrán de hacer su trabajo.

Chipi reside en el conurbano bonaerense, y consume todo tipo de drogas. Un grupo de poder de su barrio lo explota -junto a otros como él, que forman parte de una murga- para manifestaciones políticas, o bien para tomar posición entre los barrabravas de dos clubes de fútbol (uno de ellos nacional; el otro, de orden local). Emplean sus habilidades en el manejo de los 'redoblantes'. Ante cualquier riesgo policial o de las fuerzas de seguridad, ellos se ubican al frente de los grupos y se transforman como fuerza de choque, en lo que constituye una instrumentación perversa de adultos que administran cuotas de poder. Un dinero diario asegura la concurrencia (dinero que en esos ambientes suele ser mucho). Naturalmente: entre las drogas que Chipi consume y las actividades diarias en concentraciones masivas -en donde no faltan viajes a distintos puntos del país-, no existe lugar para la escuela ni para el aprendizaje de oficio alguno. Su destino futuro ya ha quedado marcado; buscará algún 'patrón' que lo sostenga. Chipi me cita la identidad de los titulares de ese poder -lo cual no deja de provocarme asombro, dado que no existe atisbo de desafío en lo que me refiere; acaso como si estuviese buscando otro camino posible, o una salida. Hay en él una esperanza, previo a transformarse en un elemento antisocial, si se llegara a mimetizar absolutamente con ese ambiente que lo prohíja para luego explotarlo. Lo cierto es que será uno más de ellos si no se registra un cambio -cambio que él espera, a raíz de que su mirada así lo delata. Es su mirada su forma más declaradamente sincera de comunicación.

Por su parte, Lucía ha comenzado a consumir a los 12 años, en el seno de una familia de profesionales. Parte de su historia personal remite a un padre biológico ausente quien, además, la rechaza. Sus carencias afectivas no pueden ser compensadas por el otro padre (pareja de su madre verdadera), en esa familia, actualmente ensamblada. Cuando una persona consumo en su juventud y viene acompañada de una personalidad vulnerable, el escenario suele ser una garantía de explotación por parte de algún Amo. Precisamente, esto es lo que sucede con Lucía, en cuyo caso el narcomenudeo se convierte en fuente de supervivencia... para conseguir su propia dosis. Ya la escuela ha quedado atrás en sus planes, y las fugas del hogar son moneda corriente. Se cierran puertas, se esconden llaves -pero el dinero familiar, aún así, desaparece. Es una crisis de pubertad en donde la sexualidad termina siendo asociada a temores que llegan hasta el deterioro de la cristalización de la identidad; el 'auxilio' termina siendo destructivo, conduciendo al consumo de drogas varias en medio de experiencias de sexo múltiple con lesbianismo y en núcleos con numerosos actores. Aún así, Lucía mantiene la esperanza del cambio. Su impotencia -surgida del no poder hacer otra cosa- se refleja en sus lágrimas. En concreto: consumir drogas durante la pubertad es algo así como echar nafta al fuego, conforme reza la vieja expresión. Pero Lucía espera; aguarda por ese cambio, a través de un mundo adulto diferente. En Plaza Centenario, solo asiste a imágenes de franco deterioro; no es ella una de las muchas jóvenes que practican aerobismo. El oxígeno que el cerebro precisa es reemplazado por tóxicos; la venta de sustancias oficia de complemento.

En el caso de Chipi y de Lucía, los adultos que se han cruzado en sus vidas los han entregado a esas actividades. Existe, en ambos casos, una evidente privación ambiental y familiar. Hoy día, los padres también están en crisis, ya sea por permisividad o por la clara expresión del desapego. Diría Winnicott: 'La manera en que organizamos nuestras familias demuestra a las claras cómo es nuestra cultura, tal como el retrato de un rostro refleja al individuo'. Sabias palabras que resumen lo que hoy se ve en la República Argentina; tales escenarios han sido bautizados hoy como 'ambientes invalidantes'.

Lo que le sucede a Chipi y a Lucía explicita el declarado fracaso de toda una socialización inicial: son causa los propios padres, la escuela y el copamiento de los barrios por parte de estructuras delictivas. Los menores son siempre los elegidos por el poder de turno.


Las etapas hacia el cambio

De no responderse con premura al pedido de un joven, su conducta antisocial se consolidará -así lo refiere la experiencia en el tratamiento. El carácter impersonal de la crianza de muchos de estos jóvenes, por parte de una familia en crisis y de una escuela casi ausente en lo que tiene que ver con su responsabilidad educativa, se complementan con el manejo omnipotente de las fuerzas del delito, ligado todo ello al tráfico de drogas o al tráfico de personas (mujeres), y a la práctica de la prostitución. Inevitable es apuntar que esto tiene lugar en numerosos barrios de las grandes ciudades de nuestro país, pero lo que debe solucionarse a corto plazo es la ausencia de la detección precoz, y que esta detección logre consolidarse como una pauta cultural de conducta.

Existen fallas iniciales que colaboran en el deterioro de los mecanismos de contención familiar, para que las escuelas claudiquen en su responsabilidad, y para que las fuerzas del orden cedan terreno a organizaciones criminales. El acto antisocial que puedan tener jóvenes como Chipi y Lucía no son otra cosa que un desesperado grito de auxilio. Claramente: existe una esperanza de cambio. Y es allí donde la sociedad habrá de intervenir, a través de la detección precoz, a criterio de asistir a estas familias y a sus integrantes más jóvenes. Al no haber respuesta, la desesperanza se une a la revancha y al odio teñido por el resentimiento. Triúnfa, entonces, la variable antisocial.

Cuando el muchacho o la niña ya se han endurecido a causa de la falta de comunicación (al no atenderse a ese pedido de auxilio que se explicita en el acto antisocial), y cuando los beneficios secundarios (por ejemplo, dinero como en el caso de Chipi, o drogas a cambio de sexo, en el caso de Lucía) han adquirido importancia y ya se ha alcanzado una gran destreza en alguna actividad antisocial, todo se complica. La ayuda no ha llegado, y no ha podido advertirse (pese a que aún estaba allí) ese revelador pedido de auxilio en pos de la esperanza, que alentaba en el muchacho o la niña en los albores de las actividades antisociales. Nuevamente: todo es fruto de un subsistema de privación familiar y ambiental. La sociedad precisa actuar como última reserva cultural. Una Ciudad Preventiva habrá de suplantar, eventualmente, aquellas deprivaciones familiares y sociales. Escenario de rescate y prevención en donde los centros de acogida para menores y padres (con la debida orientación educativa) y comunidades terapéuticas tengan un protagonismo central. En resumen: hemos de formar líderes sociales que, como en loable ejemplo brindado por aquella madre santafesina, opongan una sólida barrera cultural ante el modelo de decaimiento que la barbarie, la enfermedad mental y el delito buscan imponer.

Recordando el momento histórico en que John Fitzgerald Kennedy consultara a Bruno Bettelheim (experto en niñez) en relación al destino de las jóvenes generaciones: '(...) Asegure, Señor Presidente, la vida familiar; de lo contrario, la droga y la tiranía del marketing publicitario reinarán'.

En nuestra República Argentina al menos, parecería que eso es lo que ha sucedido.

 
Sobre Juan Alberto Yaría

Juan Alberto Yaría es Doctor en Psicología, y Director General en GRADIVA, comunidad terapéutica profesional en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina. Los artículos del autor en El Ojo Digital, compilados en éste link.