INTERNACIONALES: MATIAS E. RUIZ

Donald Trump: miradas ingenuas; diagnósticos suicidas

La reciente victoria del polemista profesional Donald John Trump...

15 de Noviembre de 2016

La reciente victoria del polemista profesional Donald John Trump -Donnie, o The Don, si hay que remitirse al modo en que se refieren a él sus apasionados seguidores- en las presidenciales estadounidenses, ha enmudecido a gran parte de la opinión pública mundial. Mientras tanto, no pocos editorialistas de reconocidos medios internacionales han coincidido en que cierto estado de confusión generalizada -sintetizado en el profundo descreimiento frente a la clase política y la probada inoperancia de ésta, conforme se registra en numerosos países del orbe occidental- podría, al menos en parte, explicar la ruidosa debacle de Hillary Rodham Clinton el próximo-pasado martes 8 de noviembre.

La incómoda contrariedad consiste en que, en el caso de los comicios estadounidenses, el Partido Demócrata ha contaminado con su propia tragedia al consorcio de los medios masivos de comunicación. Al apostar por la Plataforma Clinton y pronosticar un holgado triunfo de la ex Secretaria de Estado americana, cadenas como CBS, CNN o MSNBC (a coro con los periódicos The Washington Post y The New York Times) debieron quemar sus propios papeles, haciéndose picadillo su credibilidad. Así las cosas, hoy se cuenta con una idea acabada desde la cual dilucidar el origen del exabrupto: otrora grandes analistas en los EE.UU. se abrazaron a postulados lineales, en desmedro del análisis proactivo; confundieron objetividad con preferencia ideológica y expresión de deseos; privilegiaron la relativización a la contundencia del dato duro. En un apartado quizás más operativo, habrá que preguntarse si acaso no primó el criterio financiero -sustentado en el dato ya conocido de los centenares de millones de dólares que los candidatos deben invertir para contar con una exposición mínimamente potable en los módulos variopintos del mainstream media. Hacia mediados de octubre, por ejemplo, Trump había invertido algo más de US$238 millones, contrastados contra el aproximado de US$450 millones de su oponente. Así lo señala la propia cadena CNBC en un cable; los malpensados de oportunidad tendrán razones más que suficientes para deducir por qué los medios buscaron inclinar la balanza, desde los albores del proceso, en favor de Rodham: Trump pagaba [bastante] menos. Un subcapítulo más escabroso reposa en las confesiones del ex periodista del New York Times Michael Cieply, quien relató ante Rod Dreher (en The American Conservative magazine) los desaprensivos modos en que los editores del prestigioso diario neoyorquino acostumbraban cocinar la narrativa, en acuerdo con las necesidades políticas del gobierno de turno. Sueño húmedo para Alberto Fernández, ex Jefe de Gabinete en tiempos del kirchnerismo en la Argentina y, durante mucho tiempo, serpenteante embajador ante los medios.

Adicionalmente, la mancomunidad de comunicadores en los medios tradicionales estadounidenses (siempre con el objetivo velado, y a veces no tanto, de posicionar mejor a Clinton) contribuyó a potenciar la leyenda del 'Trump populista' y la promoción descarnadamente propagandista del 'Trump xenófobo', caracterizaciones que -sin preguntar demasiado- hizo propias el grueso de la prensa mundial. La explicación podría ser más sencilla: el multimillonario simplemente se aferró a su personaje del ciclo The Apprentice para hacer frente a la cotidianeidad de la campaña, insertando histrionismo y agitación en el discurso que -así le informaron sus asesores de nutrido expertise en mercadotecnia política- el estadounidense promedio, caído en la desgracia económico-financiera, deseaba oír. Acto seguido, la sobreactuación se complementó con una faena que nada tuvo de casual en el Internet y redes sociales -territorio en el cual los tradicionalismos y las ideas edulcoradas suelen perder la batalla dialéctico-retórica frente a proposiciones más vehementes y coloridas (de ahí los debates acerca del trabajo ejecutado por Breitbart News, el cual -algo tarde- miembros del Partido Demócrata y entendidos en reconocimiento de patrones, modelos predictivos y redes neuronales toman ahora nota).

Trump, ClintonPor sobre todo, la noción del 'Trump populista' terminó siendo incorporada -regresando al caso argentino- en análisis políticos que ignoraron los principios fundantes del sistema de gobierno estadounidense, cuyo servomecanismo de checks and balances, rendición de cuentas, división de poderes y provisiones varias jamás toleraría el surgimiento de líder populista alguno. De tal suerte que corresponsales de La Nación o Diario Clarín en Estados Unidos (Silvia Pisani, Luisa Corradini, Paula Lugones) analizaron el escenario echando mano de un cristal clásicamente argentino, esto es, desde la perspectiva de quien asume que los parlamentos son meras escribanías -realidad que, claramente, no se verifica en el Norte. Falla el diagnóstico inicial; ergo, las conclusiones finales caen por propio peso: la agitación del pretendido populismo trumpista jamás evaluó que el presidente estadounidense (quienquiera que fuera) no cuenta con la discrecionalidad que imagina el frágil criterio analítico latinoamericano. Lo explica con meridiana claridad Josh Siegel (The Daily Signal) a la hora de referirse a la construcción del muro: en resumen, Donald Trump no puede decretar erigirlo de manera unilateral, toda vez que ello forzaría la intervención del congreso y el lógico involucramiento de los comités de apropiaciones en ambas cámaras para asignar los fondos necesarios para la obra, previo voto a favor o en contra de la propuesta del Ejecutivo. Marginalmente, y aún cuando el Partido Republicano controle la Cámara de Representantes y el Senado, cierto es que porciones significativas del GOP desprecian profundamente a Trump, y no estarían dispuestos a obsequiarle carte blanche para proceder con arbitrariedades que pudieren sobrevenir de la mano de elevados costos políticos. Certificación que viene al caso: los analistas argentinos tampoco aciertan a comprender las diferencias -en modo alguno sutiles- entre conservador y republicano. Lo cual tampoco representaría sorpresa, habida cuenta de que el periodismo doméstico es, a su vez, fiel reflejo de una sociedad que no sabe distinguir entre gobierno y Estado, y que celebra febrilmente los axiomas vanguardo-socialistas de un extraviado Jorge Bergoglio. Consecuencias inevitables -cuándo no- de más de una década de intoxicante autoritarismo de izquierdas.

Otro aspecto de las presidenciales americanas conducen a la cuestión inmigratoria, desmenuzada con precisión quirúrgica por Philip Giraldi (corrosivamente crítico ex funcionario de la CIA, y colaborador en The American Conservative). En tanto Giraldi no ha negado su preferencia por el candidato Trump, se esmera en puntualizar que el margen con que cuenta cualquier Administración al momento de vetar el ingreso de visitantes del extranjero a su país es notablemente limitado. Al mismo tiempo, reivindica la amplia colaboración de muchos inmigrantes (cita el caso de la comunidad musulmana residente en EE.UU.) con autoridades de Seguridad Interior y subraya las desprolijidades de la Gestión Obama a la hora de preseleccionar a quién se le permitirá el ingreso a EE.UU. continental, y quién se verá impedido de hacerlo. Giraldi ha descubierto, en el proceso, que los funcionarios del gobierno obamista han implementado criterios discriminatorios para el screening de individuos. Finalmente, y más allá de notas al pie, la proposición mediática del 'Trump populista' se da de bruces contra la realidad: es poco lo que el presidente electo puede hacer de manera inconsulta. ¿Es posible para Donald Trump mudar su verborragia de campaña al intrínsecamente restrictivo terreno de la realpolitik? Naturalmente que no. Así lo ha concedido ante la propia Lesley Stahl en la comentada entrevista del ciclo 60 Minutes (CBS), al ser consultado por la reportera en relación a los modos de combatir al establishment recurriendo a lobbistas: en pocas palabras, el multimillonario replicó que los cabilderos son parte del sistema y que, de momento al menos, 'no había nadie más a quién recurrir'. Corolario: el presidente electo reconoce que no existen aproximaciones plausibles para ser un populista. Trump es acusado de ser aquello que, dadas las restricciones del caso, jamás podría ser.

En el terreno de la seguridad internacional (segmento en donde, salvo contadas y honrosas excepciones, el periodismo argentino expone sus más conmovedoras carencias), algunas expresiones de campaña de Trump empujaron a una cuadrilla de analistas locales a, por propiedad transitiva, retratarlo como un personaje fuera de sus cabales que no dudaría en iniciar una Tercera Guerra Mundial luego de cualquier noche de copas. Bastaría el destacado paper de Micah Benko (senior fellow en el Council of Foreign Relations, CFR), intitulado Hillary, la Halcón: Un Relato (Hillary The Hawk: A History) para arrojar peores sospechas contra la rival del magnate. El trabajo sentencia, ya desde la bajada: 'El extensivo historial de la candidata Demócrata sugiere que buscará ser una presidenta dedicada a la guerra, desde el día uno'. Benko efectúa un impecable raconto de la superyo belicista de Rodham, recordando -entre otros- los siguientes episodios: 1) su voto -como senadora por el estado de Nueva York- favorable al empleo de fuerza militar contra Irak en 2002, respaldando la iniciativa de George W. Bush ('Creo en la diplomacia coercitiva', diría entonces Clinton); 2) durante su mandato como Secretaria de Estado, Hillary Clinton no interpuso objeciones a los 300 ataques con aviones no tripulados Predator que dieron muerte, en territorio paquistaní, a miles de personas (sobre las cuales no existió inteligencia ciento por ciento confiable desde la cual certificar su rol de terroristas); 3) Rodham ha sido ideóloga y férrea defensora del programa que terminaría armando, por intermedio de la CIA, a 'combatientes moderados' para que derriben al gobierno de Basher al-Assad -apoyado por Moscú- con consecuencias ya conocidas: al día de la fecha, la guerra civil siria ya se ha cobrado la vida de más de 400 mil personas, rematando ello con una indetenible oleada de refugiados. Al cerrar su paper, Benko apunta: 'De ganar Hillary Clinton la Casa Blanca, los Estados Unidos, ya en guerra durante quince años, serían conducidos por una presidente en profundo conocimiento (...) de los militares. (...) Aquellos que la voten, deberían saber que ella hará frente a crisis, portando un extendido historial de apoyatura hacia las intervenciones militares y su expansión'. Al parecer, mientras la moda exigía emprenderla contra el supuesto 'demente' Trump, los medios de comunicación estadounidenses y sus repetidoras en la Argentina perdían de vista el probado background belicista de Rodham Clinton -ya fuere amparándose en la ignorancia, la conveniente omisión o la mala fe.

Así las cosas, los prolegómenos compartidos por la elección presidencial estadounidense han dado lugar a un quiebre de paradigma digno de análisis. En el mercado más desarrollado del globo, un poco heterogéneo colectivo que agrupara a ciudadanos descontentos y a activos participantes en redes sociales (swarmers cibernéticos) pudo doblegar al espectro de medios masivos de comunicación tradicionales con penetración y llegada insuperables. No obstante, las ponderaciones futuras que intenten explicar lo sucedido habrán de correr, idealmente, por cuenta de sociólogos u otros referentes del mundo de la academia. No ya en manos de periodistas pobremente entrenados que hacen de la desinformación, la ignorancia y la subjetividad un imperativo categórico, soliviantándose contra la ciudadanía en el proceso.

 

Sobre Matias E. Ruiz

Es Analista en Medios de Comunicación Social y Licenciado en Publicidad. Es Editor y Director de El Ojo Digital desde 2005.