ESTADOS UNIDOS: PHILIP GIRALDI

El terrorismo de Washington, una costumbre

Ha transcurrido ya una década y media desde el 11 de septiembre de 2001...

06 de May de 2016

Ha transcurrido ya una década y media desde el 11 de septiembre de 2001, pero el establishment de la política exterior aún no puede admitir que la recurrente intervención americana en Oriente Medio ha sido un fracaso.

Asistí recientemente a una conferencia intitulada 'Retrospectiva: reflejos de quince años de la guerra contra el terrorismo'. En medio de una amplia gama de muy respetados conferencistas, ingenuamente esperee que los paneles concluirían que la denominada 'guerra global contra el terrorismo' había sido un proyecto mal conducido ab initio, que Estados Unidos sigue repitiendo errores en su política exterior nacional -que promueve el terrorismo antes que desalentarlo-, y que la amenaza terrorista en sí misma ha sido extendidamente inflamada, por razones políticas y económicas.

Amén de un comentario individual de parte de un ex general del ejército estadounidense, quien correctamente caracterizó al involucramiento americano en Oriente Medio como una respuesta abiertamente robusta ante lo que en rigor es una situación de 'amenaza de baja intensidad, con escaso interés nacional' para los tomadores de decisión en Washington, en general me vi mayormente decepcionado. Todo mundo pareció aceptar, sin mediar preguntas concretas, la presunción de que Estados Unidos cuenta con el derecho preventivo de emplear la fuerza militar para cambiar gobiernos extranjeros, ignorando ese factor como fuente de terrorismo, y solo criticando aquellas intervenciones reales que habían sido pésimamente implementadas -como lo fueron los casos de Irak y Libia.

Irak, cementerio en KirkukAlgunos de los conferencistas -tal como se preveía- se dedicaron a promocionar agendas personales o bien las agendas de sus jefes y empleados políticos. Uno de los participantes denostó las posiciones republicanas en materia de política exterior, mientras que celebraba a Bill Clinton -y, por extensión, a Hillary- por su brillante equipo de política foránea, lo cual me tentó a gritar '¡Sandy Berger!', seguido de '¡Los Balcanes!' y la '¡fábrica sudanesa de productos farmacéuticos!'. El mismo conferencista incluso se rehusó a comentar sobre una pregunta razonable en relación a la masiva y bien informada operación de espionaje israelí en los EE.UU. hacia 2001, negando que aquélla hubiese existido. En efecto, ni Israel ni Palestina fueron mencionadas en lo absoluto, en lo que duró la discusión de una hora sobre los 'desafíos' de política exterior originados en Oriente Medio -omisión que uno se ve compelido a considerar como curiosa.


Mientras que algunos participantes sólidamente condenaron la erosión de las libertades individuales a raíz del incremento de la seguridad, todo se llevó a cabo en un contexto legalista, lo cual personalmente encuentro particularmente molesto, en relación a las críticas existentes de cara a la guerra contra el terrorsimo. Lo que es legal y lo que no parece tropezarse con el modo como ciertos prolegómenos se ejecutan en términos prácticos, y debería aceptarse que cualquiera que ocupe la Casa Blanca siempre halla algún abogado en el Departamento de Justicia dispuesto a afirmar que casi cualquier cosa es legal, lo cual implica que la distinción no tiene importancia alguna.

La recurrente supervisión fue defendida por numerosos conferencistas, lo cual también es un formato de remedio legal. Conforme se admite, algunos panelistas notaron que la supervisión existente no protege contra el abuso, habida cuenta de que los supervisores generalmente no supervisan en lo absoluto. Los funcionarios de todo espectro del gobierno no se ajustan a transparencia ni rendición de cuentas. Y no había allí consideración alguna de parte de los panelistas en relación al hecho de que si acaso la tortura, el secuestro de individuos (N. del T.: rendition, en inglés del original), la recolección de datos o las puertas traseras (backdoors) en las telecomunicaciones en rigor incrementan la seguridad nacional. A mi modo de ver, esta fue una omisión de importancia, conforme el público generalmente es empujado a pensar que los 'interrogatorios aumentados' y los lapsos éticos 'aceptables' financiados por centenares de miles de millones de dólares anualmente en el Estado de guerra ayudan a 'sentirnos más seguros'.

Solo un conferencista mencionó que los casos existentes de terrorismo en los Estados Unidos en general surgen de operaciones del FBI en donde se pone una celada a individuos, que el gobierno rara vez ha capturado a terroristas in flagrante, y que menos de cincuenta ciudadanos estadounidenses han sido asesinados por terroristas islamistas desde el 9-11, lo cual ilustra hasta qué punto la amenaza terrorista ha sido dramáticamente inflada por razones que tienen poco o nada que ver con ISIS o al-Qaeda. Un 'complot en el que se preveía el uso de una olla a presión', fue citada por el Comisionado para temas de Terrorismo y Contrainteligencia de Nueva York, como un gran éxito que involucró a un estudiante musulmán quien -según se informó- solo pensaba en hacer algo, pero que ni siquiera contaba con el artefacto explosivo del cual se informa que iba a utilizar como explosivo. Los musulmanes arrestados por complots terroristas rara vez tienen la capacidad de ejecutar acciones ofensivas y, con frecuencia, se respaldan en informantes del FBI para que éstos les proporcionen armas que no funcionan o bombas que no estallan. O, en este caso, posiblemente una olla a presión con un orificio en el fondo.

Fueron casi cuatro horas de más y más de lo mismo, hasta el punto en que se incluyó arrogantes instantáneas de Rusia y China como eternos enemigos, y numerosos comentarios que sugirieron que Siria no estaría tan mal ahora si 'nosotros' hubiésemos derribado a Basher al-Assad años atrás. Luego de que un zalamero himno de loas en relación a la efectividad del Departamento de Policía de Nueva York notablemente morigeró menciones sobre operaciones de espionaje doméstico dirigidas contra musulmanes, se me ocurrió que la narrativa nutrida estaba condicionada por un factor de influencia: casi todos los conferencistas se benefician en forma personal de la recurrente existencia de la amenaza terrorista. Todos son parte del establishment, y simpatizantes del consenso de política exterior washingtoniano, aún cuando ni siquiera se identifiquen como tales. Incluso aquellos académicos y abogados que critican la guerra, frecuentemente lo hacen desde una posición restringida, dado que el estatus que surge de ser un participante del conflicto sin fin es parte de sus intereses, así como está en el interés de aquellos que se desempeñan para el gobierno como contratistas de la Defensa.

Pocos en los Estados Unidos y en la Europa Occidental desafían la naturaleza de la amenaza terrorista, y los gobiernos han aprendido que si gritan 'terrorismo' con regularidad, lograrán algún cheque en blanco en forma de presupuestos y de proyectos de legislación que restrinjan las libertades individuales del ciudadano promedio. La libertad es, infortunadamente, un juego de suma cero; se priva de poder a las personas para siempre, y aquel se entrega a lo que los estadounidenses hemos comenzado a calificar como 'ejecutivos unipersonales' -un proceso transicional celebrado por jefes de Estado en los sistemas de gobierno presidenciales y parlamentarios.

La guerra contra el terrorismo es la preocupación constante que fogonea gran parte del agigantamiento del gobierno, así como del gasto. Dependiendo de lo que uno incluya en esos números, es plausible sugerir que tanto como un billón de dólares anuales se canalizan para combatir a la supuesta amenaza. Las guerras del 'contraterrorismo' en Irak y Afganistán han sido las más caras en la historia de los Estados Unidos, y aún no han finalizado. La recurrente intervención en Afganistán -justificada por el presidente Obama como una guerra para impedir el resurgimiento de al-Qaeda-, sigue costando más de US$ 3 billones al me y actualmente está 'reviviendo', al igual que lo que sucede con operaciones en Irak, Libia y Siria.

El gobierno federal estadounidense dio empleo a 2.726.000 personas hacia fines de 2014, comparado este número con el millón y medio de personas de 2001, sin incluir a los militares, que hoy cuentan con 2.100.000 solo en personal de uniforme, incluyendo a reservistas. El grueso de los nuevos contratados se relaciona directamente con la guerra contra el terrorismo, para cubrir con personal las 200 bases militares y de la CIA post 9-11, y que se han multiplicado por todo el mundo. El número de empleados federales informado no incluye a contratistas, que aporta considerablemente a las nóminas. Más de la mitad de los empleados en sectores clave de la comunidad de inteligencia y el Departamento de Defensa son contratistas, y cada contratista cuesta hasta tres veces más que un empleado regular.

Se proyecta que el Tío Sam gastará US$4.2 billones en 2017, comparándose con el US$1.863 billón de 2001 -US$503 mil millones serán empréstitos, revirtiendo el superávit presupuestario de US$127 mil millones de 2001. El Departamento de Seguridad Interior, que no existía previo a 2001, obtiene US$40 mil millones y da empleo a 180 mil individuos; las agencias de inteligencia obtienen un estimado de US$ 100 mil millones y dan empleo a cien mil personas; el FBI recibe casi US$9.5 mil millones; y el Departamento de Defensa obtiene US$632 mil millones, lo cual no incluye un fondo especial para cubrir la guerra en Afganistán y otras contingencias. En 2001, el presupuesto del Pentágono era de US$277 mil millones. Al sumarse la totalidad de los incrementos y compararse con la base de 2001, la guerra contra el terrorismo le cuesta al contribuyente estadounidense, en forma directa, más de US$500 mil millones anuales, como paret de un presupuesto global de Defensa y de seguridad nacional que se aproxima al billón de dólares. En tanto hay por ahí cien terroristas interesados, y plausiblemente capaces de atacar en forma directa a los EE.UU., las cifras hablan de un aproximado de US$ 10 mil millones invertidos por terrorista.

Y este panorama solo se refiere a la órbita federal. La mayoría de los Estados de la Unión cuentan ahora con sus propios departamentos de seguridad interior y, del total, el grueso ha incrementado dramáticamente los números de poder de fuego para sus fuerzas de policía. Sobra seguridad a tiempo completo para controlar los ingresos de casi todos los edificios federales y estatales -incluso locales-, y escuelas. Los costos totales para los gastos estatales y locales destinados a, esencialmente, contrarrestar la falsa amenaza terrorista podría perfectamente exceder los gastos federales corrientes, y luego está el gasto en seguridad -en general regulado por el gobierno- en el sector privado. La conferencia a la que asistí también probó hasta qué punto universidades, institutos y firmas de seguridad se han vuelto parte del enorme y creciente negocio del terrorismo, todos nutriéndose de la falsa presunción de que el siglo XXI es la era del terrorista.

Amén del beneficio para las industrias de la Defensa, el dinero invertido directamente en la guerra contra el terrorismo es, en esencia, dinero desperdiciado. E igual de malos son estos números, en términos del gasto actual; y considérense los costos heredados y los daños institucionales que no están a la vista. El Profesor Joseph Stiglitz (de la Universidad de Columbia) ha estimado que Irak costará casi tanto como US$ 5 billones, cuando la totalidad de los costos, incluyendo los intereses pagados por dinero tomado en préstamo y el tratamiento médico de por vida para las decenas de miles de soldados heridos, deban abonarse. La cuenta para Afganistán, que pareciera no contar con una estrategia de salida, dependiendo de cuánto tiempo Estados Unidos siga presente allí, y en qué nivel de compromiso. El dinero gastado y la deuda en la que se incurre permanentemente, explican en parte por qué los Estados Unidos tropiezan con una infraestructura anticuada y un sistema de salud disfuncional. El país no puede seguir gastando recursos en amenazas terroristas exageradas, sin hacer frente a los costos en nuestra propia casa.


Artículo original en inglés, en http://www.theamericanconservative.com/articles/washingtons-terrorism-as-usual/ | Traducido y republicado con permiso del autor y de The American Conservative magazine (Estados Unidos)

 

Sobre Philip Giraldi

Especialista en contraterrorismo; ex oficial de inteligencia militar de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos de América (CIA). Se desempeña como columnista en medios estadounidenses, y como Director Ejecutivo en el Council for the National Interest. Giraldi es colaborador frecuente en Unz.com, Strategic Culture Foundation y otros. En español, sus trabajos son sindicados con permiso en El Ojo Digital.