SOCIEDAD: GABRIEL ZANOTTI

Caín, Abel y el liberalismo clásico

Probablemente, en poco tiempo asistamos a éste panorama mundial: Trump por un lado...

30 de Marzo de 2016
Probablemente, en poco tiempo asistamos a éste panorama mundial: Trump por un lado, y del otro, Putin y los chinos, que finalmente tendrán que aliarse para enfrentar definitivamente a ISIS y Corea del Norte. O sea, un mundo hobbesiano. Gane Trump o no próximas elecciones de Estados Unidos, su actual popularidad indica lo tantas veces explicado por Freud, Ortega y Erich Fromm: masas asustadas y alienadas eligiendo a un dictador.

¿Pero, es un mundo hobbesiano ahora, o siempre lo ha sido?
 
Esa es la cuestión porque, según cómo respondamos a la pregunta, tomaremos determinado enfoque para el liberalismo clásico.
 
Algunos liberales se preguntan a veces por qué el mundo no es liberal, como si el autoritarismo surgiera de una ignorancia que la prédica racional y secular del liberal pudiera curar o redimir. Un noble planteo iluminista.
 
Noble, pero errado.
 
Caín y AbelLa historia de la humanidad ha sido siempre la historia de Caín. Esa es la regla, no la excepción. Después del pecado original, la historia es la historia de las guerras, las conquistas, los imperios, las dominaciones, las crueldades más espantosas, y los reyes de este mundo eran educados en producir temor, en ser crueles y vengativos como modo de mantener un poder que sólo se basaba en la más bruta de las fuerzas. Un absoluto horror.
 
Pero, cuando Dios se introduce en la historia del hombre, lo hace claramente en la historia de la salvación, no en la historia humana, porque su propósito, desde su libérrima misericordia, es redimir, salvar, del pecado original. El ser humano era tan bestial que, al principio, Dios tiene que educar duramente al pueblo elegido, legislándolo incluso temporalmente, siendo condescendiente con esa naturaleza tan herida por el pecado. Tan es así que no es raro que surgieran los zelotes, que sólo esperaban un salvador secular, en contra del salvador sobrenatural que había sido anunciado por los profetas y guardado en su Esperanza por los pobres de Jahvé.
 
Esa primera etapa de la historia de la salvación ya exhibe efectos temporales indirectos. La revelación distingue entre Dios y los reyes de este mundo –de los cuales los profetas hacen una severa advertencia-, y los Diez Mandamientos tienen consecuencias temporales que, aunque no inmediatas, indirectamente iban a tener su obvia influencia en la historia de Occidente.
 
El Nuevo Testamento ya aclara todo. Jesucristo es Dios mismo, cuyo reino no es de este mundo, precisamente para cumplir con la promesa de salvación hecha ya en el Génesis. Tan NO es de este mundo que manda cosas directamente contrarias a nuestro modo humano de pensar, luego del pecado: amarás a tus enemigos, rezarás por ellos, no juzgaréis, perdonarás 70 veces 7. No, claro, no sirve mucho para los reyes de este mundo, a los cuales Dios reconoce el ámbito propio de su autoridad temporal, su propia justicia y su legítima defensa: al César lo que es del César……… (Excepto el culto divino, claro, je je :-)), ningún poder tendrías que no hubiera venido de lo alto y si mi reino fuera de este mundo un ejército de ángeles hubiera venido en mi defensa…
 
Pero, para sorpresa de los zelotes de entonces y los actuales (los católicos que verdaderamente sueñan con que Francisco sea rey de este mundo), Dios es crucificado, muerto, sepultado… Resucitó a los tres días, sí, pero para anunciar, precisamente, ese reino NO de este mundo, invisible a los ojos de este mundo.
 
Pero las implicaciones temporales de la liberación del pecado, por más indirectas que fueren, eran inexorables. Comienza a ser más intensa la historia de Abel. Y, aunque tuvieran que pasar 18 siglos de lenta evolución (ver al respecto al discurso de Benedicto XVI al Parlamento Alemán en el 2011), la declaración de Independencia de los EE. UU. es Abel, no es Caín. Que alguien haya escrito, y que sobre eso pudiera elevarse un reino de este mundo, que Dios ha creado a todos los seres humanos iguales, y que les ha dado el derecho a la vida, libertad, y la búsqueda de la felicidad, y eso directamente afirmado contra uno de los tantos tiranuelos de Caín, es un obvio eco temporal de la revelación judeocristiana. No estamos siendo con esto clericales. Las Sagradas Escrituras no contienen la relevación directa de ningún sistema político. Pero sí la noción de persona creada a imagen y semejanza de Dios que, inexorablemente, se iba a convertir en un ideal regulativo, no sólo de nuestra propia conducta temporal sino también como ideal regulativo – la expresión es de Kant- de las diversas evoluciones de la historia humana. Porque la historia humana no es sólo la historia de la bestialidad de Caín, sino que cuando logra salir un poquito de ese fango, es también sumamente imperfecta. El Bill of Rights de EE. UU. fue hecho en medio del esclavismo, los derechos de la revolución francesa en medio del constructivismo racionalista y la declaración de la ONU del 48 en medio del constructivismo del estado providencia. Y hoy, ni qué hablar, los derechos individuales se han esfumado, y ni siquiera se habla de ellos ya, excepto, por supuesto, los liberales clásicos.
 
Lo que quiero decir es que la historia de la humanidad ha sido, es y seguirá siendo la historia de Caín, la historia de los dictadores y de las masas alienadas a su servicio.
 
¿Dónde queda entonces el liberalismo clásico? ¿Por qué no jubilamos a Jefferson y nos ponemos a leer a Hobbes y a todos los autores de la realpolitik?
 
Porque los derechos individuales son un eco temporal de la revelación judeocristiana. No, no directamente, lo directamente revelado son los 10 mandamientos. Pero que toda persona no debe ser invadida, que debe ser respetada por el otro, es un cuasi milagro de Abel, no ha surgido precisamente de Caín. Las concreciones, las formas de escribir y de fundamentar esos derechos, serán siempre humanas e imperfectas, pero por eso el liberalismo clásico, más que un régimen político en particular –aunque asociado históricamente a una democracia constitucional como la de EE. UU.- será siempre un ideal regulativo, será siempre señalar el norte, como contrapeso de la historia de Caín. La historia de la humanidad es la historia de la guerra, la crueldad y el odio, que forman los tres un muro terrible que se inclina sobre todos y nos aplasta incluso con nuestra aceptación. Si el muro no aplasta totalmente, si se mantienen unos 10 grados de libertad, o sea, si en medio de todo sigue habiendo resquicios, fisuras, agujeritos por donde se sigue infiltrando la real libertad, es por nuestros esfuerzos por ese ideal regulativo de los derechos individuales, esfuerzos que no hubieran sido concebibles sin la revelación judeo-cristiana.
 
Así que si, puede venir Trump, puede seguir Putin, pero nosotros allí seguiremos también, predicando siempre el respeto al otro, y esa prédica implicará no que sus muros no sean levantados, sino que sus muros no nos aplasten totalmente. El liberalismo clásico es la denuncia profética, es la voz de la conciencia, es la resistencia, es Caín go home. La utopía es pensar que alguna vez se ira Caín, pero el derrotismo implica pensar que nuestra prédica es nada frente a él.

 
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