INTERNACIONALES: PHILIP GIRALDI

Cómo contrarrestar el extremismo violento

Los horrendos ataques terroristas ejecutados la pasada semana...

18 de Noviembre de 2015

Los horrendos ataques terroristas ejecutados la pasada semana en París dieron lugar a pedidos con miras a eliminar a los militantes islamistas domésticos en Europa. Al menos algunos de los terroristas eran, en efecto, ciudadanos franceses, y la masacre de 129 civiles inocentes generó, sin lugar a dudas, nuevos llamados en el congreso estadounidense para hacer algo frente a la percepción de que existe una amenaza terrorista de orden local de este lado del Atlántico. Es certero afirmarlo: Estados Unidos se muestra extremadamente vulnerable ante ataques contra objetivos que no comportan alto perfil y, por lo tanto, se encuentran relativamente desprotegidos. Piénsese en el desastre que múltiples gatilleros podrían generar, de la mano de ataques coordinados contra centros comerciales, eventos deportivos, escuelas y teatros. Y, a diferencia de Francia, los perpetradores en suelo estadounidense podrían procurarse su propio armamento localmente -incluso de manera legal-, facilitando la carga logística necesaria para la escenificación de un ataque.

Las formulaciones sobre a quién culpar y sobre qué hacer se convertirán, sin dudarlo, en pelotas de fútbol político durante las próximas semanas, particularmente entre aquellos que aspiran a ser elegidos para la presidencia en EE.UU. en 2016. Jeb Bush, por ejemplo, ya ha declarado, no sin alarmismo, que existe un 'esfuerzo organizado para destruir a la civilización occidental'. Los aspirantes probablemente promuevan nuevas leyes para limitar aún más las libertades constitucionales en los Estados Unidos, incluyendo a la libertad de expresión, obviándose el hecho de que la seguridad perfecta (esto es, en todas partes y en todo sitio al mismo tiempo) es imposible, mientras que las libertades fundamentales que alguna vez le fueron robadas al pueblo americano jamás le serán devueltas.

Hace poco, asistí a una muy interesante conferencia en Washington, D.C., que consideraba los modos de analizar el problema que ya ha sido bautizado como 'extremismo violento', y pregunté qué debía hacerse sobre el particular -si acaso algo se podía hacer. Numerosos paneles de expertos rápidamente dejaron entrever que la etiqueta de extremismo violento no comporta significado alguno, puesto que remite a una expresión de conveniencia que, en rigor, sirve para oscurecer el extendido alcance de los motivos que pueden empujar a un individuo a ser parte de un ataque terrorista. Varios ponentes apuntaron que el problema en sí mismo había sido claramente exagerado por razones políticas, a los efectos de crear una cuña desde la cual atacar a la Administración actual. Los participantes observaron que, de entre los miles de estadounidenses musulmanes que exhibían simpatía por el destino de sus correligionarios del exterior y que examinan con detenimiento lo que suele calificarse ordinariamente como sitios web radicales, pocos aceptan que la violencia es una respuesta adecuada -y una porción aún menor de ellos está dispuesto a hacer algo al respecto.

De tal suerte que las fuerzas de policía y las agencias de inteligencia están, en realidad, lidiando con una muy pequeña subcapa dentro de una pequeña minoría de la población estadounidense. Por mi parte, agregaría a esto que esta notoria carencia de militantes 'domésticos' genuinos explica la frecuencia de arrestos en casos de terrorismo en donde los acusados no han hecho prácticamente nada, y donde éstos Juez, martilloparecen ser motivados mayormente por ubicuos informantes del FBI que, con periodicidad, son insertos en tales investigaciones, desde el inicio. La mayoría de los casos son, a la postre, resueltos con una negociación o con una sentencia reducida, relacionada con 'apoyo material' a actos de terrorismo.

Solo uno de los panelistas del evento de referencia creía que 'algo debía hacerse' en relación al problema del extremismo violento, y el citado era también el único asistente que se refería al problema desde una perspectiva gubernamental. El resto sugería, en mayoría, que podrían existir otros modos de asistir al fenómeno y se mostraron de acuerdo, respaldados por abundante investigación, que no existe proceso identificable en el cual una persona se convierte en terrorista. Poner en marcha programas basados en la premisa de que existe un modelo de comportamiento es algo que se intentó oportunamente en Europa, y cuya inefectividad se comprobó. Los programas predilectos, de corte híbrido, generalmente combinan vigilancia de parte de fuerzas de policía y de agencias de inteligencia, sobre comunidades musulmanas con vinculaciones del tipo de la asistencia social que 'ayudan' a aquellos que, presumiblemente, fueron o bien cooptados o cuyos cerebros fueron 'lavados', pero con regularidad suelen dar lugar a merecidas sospechas y poca predisposición a cooperar innecesariamente con las autoridades.

Toda vez que los programas para contrarrestar el extremismo violento (Countering Violent Extremism, CVE) estigmatizan y alienan a las comunidades musulmanas, en realidad tienen éxito en el incremento de la radicalización mientras que, en simultáneo, desacreditan cualquier rol legítimo del gobierno en la prevención de incidentes terroristas. En uno de los tres programas piloto actuales de CVE para la ciudad de Minneapolis (Minnesota), se informaba que los niños somalíes eran considerados 'de riesgo', y éstos debían ser monitoreados al ingresar y egresar de las escuelas para 'ayudar a identificar problemas de identidad y desafectación [social]'. Otros programas están siendo sometidos a prueba en Boston y Los Angeles, mientras que el Departamento de Seguridad Interior (Department of Homeland Security, DHS) ha creado una Oficina para Asociaciones entre Comunidades (Office for Community Partnerships), eufemismo para CVE, destinada a coordinar esfuerzos.

No existen lineamientos específicos en relación a lo que constituye entrenamiento necesario para un esquema de CVE, o siquiera para evaluar cómo y cuándo un individuo contaría con capacidad para informar sobre comportamientos sospechosos ante el FBI. La carencia de marcos idóndeos abre las puertas para la construcción de perfiles y otro tipo de abusos. Y uno podría incluso apuntar que los programas enfocados actualmente y de facto en musulmanes han sido establecidos deliberadamente sin prejuicios sectarios o étnicos específicos. Se informa incluso que el gobierno federal considera a algunos grupos vinculados al control de armas, a la inmigración, al aborto y a los impuestos como extremistas violentos, y potencialmente sujetos al mismo tipo de vigilancia suave, combinada con intentos de ingeniería social.

Una cosa que se exhibe mayormente ausente de la discusión es el sentido de la historia, lo cual no resulta particularmente sorpresivo, dada la edad y los antecedentes del grueso de los participantes. En mi caso, comencé mi carrera en la CIA trabajando contra los cada vez más extendidos grupos terroristas europeos que se mostraban en actividad en los años setenta y ochenta. Con seguridad, había grupos prominentes de Oriente Medio en aquel momento, como ser Abu Nidal, pero los más conocidos eran alemanes, italianos e irlandeses. Estos eran tan despiadados como cualquier otro grupo que se conoce el día de hoy y, lo que es más interesante, todas las preguntas que hoy se encuentran sobre el tapete en relación a la radicalización de jóvenes musulmanes fueron hechas en aquel entonces, también faltando cualquier forma de explicación satisfactoria. En gran parte, esto se debe al hecho de que no existen respuestas sencillas, puesto que el sendero hacia la radicalización -conforme apuntaron los panelistas- podían ser bastante complejas. Cualquier intento de crear un modelo puede derivar en conclusiones erróneas que, inevitablemente, conducen al incremento de poderes policiales y gubernamentales.

La derrota de los grupos terroristas en los años ochenta y noventa debería constituir el punto de partida para cualquier discusión sobre potencial terrorismo doméstico. Aquella era nos dice qué funciona, y qué no. La aproximación militar de mano dura, empleada inicialmente por los británicos en Irlanda del Norte, no tienen éxito. Los grupos terroristas vienen en toda forma, tamaño y color pero, al final del día, constituyen movimientos políticos que buscan reemplazar lo que ven como gobiernos ilegales, lo cual se corresponde con algún sentido de legimitidad para tales grupos. Identificarlos como fanáticos de una u otra clase como 'mentalmente alienados' oscurece lo que realmente representan -aún si es claramente útil, desde el punto de vista de la propaganda, para energizar el respaldo ciudadano para las iniciativas gubernamentales.

El evitar aproximaciones de mano dura a la hora de penetrar y controlar a comunidades identificables en cuyo seno los terroristas operan, ha fallado desde el intento francés en Argelia. Respaldarse en el accionar de los tribunales y las fuerzas de policía sí funciona, porque el sistema de justicia cuenta con una legitimidad intrínseca. La identificación de terroristas y criminales, y lidiar con ellos de manera abierta y transparente a través del sistema de justicia ofrece la garantía de contar con, al menos, un módico debido proceso, particularmente cuando los esfuerzos honestos se llevan a cabo para obtener el apoyo y la cooperción de actores moderados de la comunidad local. Así es como las Brigadas Rojas, Baader-Meinhof, ETA y el IRA fueron empujadas, eventualmente, a su debacle. Ello también condujo al desmantelamiento de grupos radicales, incluyendo a los Weathermen en EE.UU., así como también a los Tupamaros y a Dev Sol en América del Sur.

Las agencias de inteligencia exhiben un rol legítimo en la recolección de información para respaldar los esfuerzos de las fuerzas de policía. Pero, allí donde los programas son diseñados e implementados para espiar a una comunidad sospechosa (como ha sucedido con más notoriedad en el Reino Unido), tal actividad, al ser expuesta, convierte a la cooperación en resistencia. De hecho, señalar a musulmanes o a inmigrantes de una nación particular ya fuere como víctimas o como perpetradores no es una buena idea. Esto solo etiqueta a aquellos al final de la línea como, de alguna manera, involucrados con un pobremente definido y nebuloso 'problema de terrorismo', aún cuando no lo sean. En realidad, los musulmanes estadounidenses se encuentran arriba de la media en ingresos y educación. Son tenidos en alta estima por la mayoría de las comunidades locales, allí donde han logrado establecerse como buenos ciudadanos. Fuentes de las fuerzas policiales expresan que aquéllos cooperan periódicamente con las autoridades a la hora de ayudar a identificar a los miembros de su comunidad que se muestran, en apariencia, radicalizados.

Así es que la pregunta sobre terrorismo doméstico exige mano dura, una aproximación más liviana pero orientada a los servicios sociales, o confianza en la aplicación de la ley para asistir a las fuerzas de policía y los tribunales. ¿Se producirán más ataques terroristas en territorio estadounidense? Casi seguramente, sí; pero la solución es trabajar dentro de los límites de la ley. Debemos identificar y arrestar a perpetradores potenciales genuinos, al tiempo que cabe evitar crear clases completas de ciudadanos alienados en el proceso. El sistema de justicia criminal está diseñado precisamente para eso.

Al cierre, es importante recordar que las organizaciones terroristas van y vienen, hablando en términos históricos. Los grupos que emplean la táctica del terrorismo no son la nueva normalidad y, en general, son creaciones de circunstancias específicas que rara vez suelen repetirse. En el caso que nos ocupa, la guerra contra los rusos en Afganistán, seguida de la 'guerra global contra el terrorismo' empleada por Estados Unidos, sirvieron ambas de gatillo para quiebres de seguridad en el Medio Oriente y Asia. La mayor parte de los grupos radicales son, esencialmente, nihilistas en sus creencias base y, eventualmente, quedan fuera de moda. Póngase a algunos de ellos en la cárcel mientras se ofrece amnistía para los no tan radicales, y muchos de los llamados terroristas se quedarán sin audiencia e, inevitablemente, desaparecerán.


Artículo original en inglés, en http://www.theamericanconservative.com/articles/how-to-counter-violent-extremism/ | Traducido y republicado en El Ojo Digital con permiso del autor y de The American Conservative magazine (Estados Unidos)

 

Sobre Philip Giraldi

Especialista en contraterrorismo; ex oficial de inteligencia militar de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos de América (CIA). Se desempeña como columnista en medios estadounidenses, y como Director Ejecutivo en el Council for the National Interest. Giraldi es colaborador frecuente en Unz.com, Strategic Culture Foundation y otros. En español, sus trabajos son sindicados con permiso en El Ojo Digital.