POLITICA: MATIAS E. RUIZ

Nisman, el Juego

Viviana Fein debió sobresaltarse, al verse a sí misma en el video que, republicado...

03 de Junio de 2015

Arribar a un estado de consciencia, es imposible sin dolor.

Carl Jung, psiquiatra suizo (1875-1961)

* * *

La fiscal Viviana Fein debió sobresaltarse, al verse a sí misma en el video que, republicado por el show Periodismo para Todos (Jorge Lanata) el domingo próximo-pasado, le adjudicaba una centralidad inaudita en las torpezas desplegadas durante los peritajes del departamento del fallecido Alberto Nisman. En el material (que ya recorrió el mundo y, según musitan los corrillos del periodismo y la comunidad nacional de inteligencia, fue acercado a la producción de PPT por la magistrada Sandra Arroyo Salgado) también gana protagonismo un aletargado Sergio Berni. El médico y teniente coronel puso de suyo para amigar a la teleaudiencia con un brumoso mix de carcajada e impotencia; certificándose en el proceso que, en la República Argentina, la desaparición física en misteriosas circunstancias de un funcionario judicial de alto calibre siempre comporta serias posibilidades de mutar en tragicomedia. Para Fein y Berni, las desmentidas posteriores solo contribuyeron al sincericidio: en su óptica -al parecer-, chapucear entre los charcos de sangre de una escena de crimen y manipular evidencias, documentos o pasaportes sin guantes de látex, remite a un mero acto de catarsis para la propia tontería.

El problema es que los enmudecidos televidentes tuvieron una oportunidad cabal de ver la actuación en vivo de aquellos que se supone deben velar por la integridad física de la ciudadanía. Un fiscal, un secretario de Estado, agentes de policía y otros elementos de las fuerzas de seguridad nacionales ingresaban a una escena para destruirlo todo, con un celo que incluso sería difícil de atribuír a un puñado de delincuentes de baja estofa que abandonan a los trompicones el sitio elegido para acometer un desmadre. A la postre, poco más de dos millones de argentinos fueron testigos de cómo procede, en la vida real, su sistema de administración de justicia. Adicionalmente, gana fuerza la convicción de que #ElVideoDeNisman -tal el hashtag de Twitter- no es más que un formidable resumen que engloba, por igual, la deleznable operatoria y el triste legado de jueces de la talla de Norberto Oyarbide, María Romilda Servini de Cubría, Eugenio Zaffaroni, Horacio Piombo y otros muchos; como también incluye sordamente al policía federal obeso que amenaza a automovilistas azuzando su derecho adquirido sobre el soborno, o al gendarme que detiene en las rutas nacionales y provinciales a camioneros para -con algo de fortuna- hacerse de un paquete de yerba extra. En un nivel más operativo, la conclusión es tan cruda como irreversible: el argentino promedio se encuentra, irremediablemente, sólo. Ya sea que pueda convertirse en víctima de un maleante de barrio intoxicado por la infusión de marihuana o de una cuadrilla armada de narcotraficantes homicidas, lo concreto es que nadie lo defenderá. A los efectos de impartir orden o administrar justicia, no pondrán la cara por él policías, fiscales, ni magistrados. Tal es la verdadera esencia de la Argentina de estos tiempos, en tanto se asiste a una gigantesca corporación disfuncional, moldeada no solo para encumbrar la corruptela sino para congratular y recompensar la eficiencia. Ni más ni menos que un descolorido espacio geográfico en donde se asiste a la multiplicación de pequeños Estados dentro del Estado, trátese de infranqueables villas de emergencia o de micronúcleos informativos, judiciales, económicos, políticos y de inteligencia. Es que esa disfuncionalidad gana empuje, precisamente, en la regurgitación recurrente de compartimientos estancos.

Alberto Nisman fue víctima de este aquelarre disfuncional. Y a las pruebas basta remitirse: desperfectos personales al margen, y a sabiendas del impacto que provocarían sus denuncias, optó por llevar sus papeles a los Estados Unidos. Una vez allí, impactó de frente con la Doctrina Hillary Rodham Clinton quien, en 2009 -y ya en comando del Departamento de Estado-, ordenó en reunión privada a sus subalternos no traer ningún tipo de información sobre América Latina, porque la región no comportaba interés alguno para los Estados Unidos. A no ser, claro está, que hubiera un atentado de características similares al de la AMIA. Temáticas tales como la corrupción personificada en dictadorzuelos latinos venidos a menos que trasladaban su fortuna malhabida a bancos americanos, o la propia infiltración terrorista iraní en naciones fallidas situadas al sur del continente habían dejado, súbitamente, de importar. En el área de Washington, D.C., hoy apenas subsiste media docena de investigadores que conocen la identidad de personalidades ignotas como Cristina Kirchner, Cristóbal López o Aníbal Fernández. No han quedado interlocutores válidos en las inmediaciones de Foggy Bottom (barrio del D.C.slang para referirse al Departamento de Estado americano) que dediquen más de treinta minutos mensuales a desmenuzar las grotescas operatorias de lavado de dinero ejecutadas por desaprensivos políticos sudamericanos. La pax americana reaganista y el aventurismo destartalado y desprolijo de George Bush cedieron espacio al promocionado retroceso obamista del 'leading from behind' que ha terminado por convertir al Medio Oriente en un polvorín a punto de hacer eclosión. En posesión de su valiosa documentación (que solo pudo entregar a un reducido núcleo de investigadores y legisladores del Norte), Nisman no supo evaluar el cuadro desde las alturas. Acaso debido a este contexto geopolítico no previsto, el Estado de Israel -atontado por su soledad regional, y con la mirada estrictamente depositada en una próxima y plausible intervención militar unilateral en Irán- tampoco prestó mayor atención a la eliminación por vía del prejuicio extremo de uno de sus compatriotas en una tierra extraña, demasiado lejana.

Tal es así que, en la Argentina, el Caso Nisman se diluye en la forma de un subcapítulo reprimido de la pútrida interna entre servicios de inteligencia locales e intereses económicos judiciales -ambos, en apariencia, contrapuestos. La pretendida damnificada, Sandra Arroyo Salgado, no ha dudado en farandulizar la cuestión, llevando sus inquietudes a la mesa de Mirtha Legrand. El Grupo Clarín y otros canales mediáticos -redirigidos por el criterio de agenda setting que impone las reglas del showbusiness, o bien contaminados por redactores descuidados y bajo payroll del elusivo Jaime Stiuso- exhibe todavía menos interés que nadie en sacar a relucir los alcances de la verdad. Investigaciones independientes que supieron reexaminar y establecer en profundidad las conexiones diferenciadas entre el pacto de impunidad con la República Islámica de Irán, sus agents provocateurs domésticos, la espinosa cuestión de la transferencia de tecnología nuclear vía Venezuela, o la poco saludable interdicción de actores tan disímiles como Ramón Allan Bogado, Héctor Yrimia, Fernando Esteche, 'Jorge' Yussuf Khalil y un espectro criptoterrorista de bizarros frecuentadores de centros culturales financiados por Teherán, irán a parar a las arenas del olvido. O al basurero, si de lo que se trata es de echar mano de una expresión menos críptica.

Al final del día, la realidad servirá para validar el carácter lúdico que serpentea entre los prolegómenos del affaire Nisman y sus consecuencias. 'Nisman, el Juego' podría ser un título válido, como cualquier otro. El análisis proactivo de la resolución del caso -en un escalafón tanto judicial como extrajudicial, no necesariamente a manos de argentinos- acaso sea digno de reservarse para una próxima oportunidad.

 

Sobre Matias E. Ruiz

Es Analista en Medios de Comunicación Social y Licenciado en Publicidad. Es Editor y Director de El Ojo Digital desde 2005.