ESTADOS UNIDOS: PHILIP GIRALDI

Sin rendición de cuentas: la guerra de drones de Barack Obama

Irónicamente, para un presidente estadounidense que una vez hizo campaña prometiendo...

29 de May de 2015

Irónicamente, para un presidente estadounidense que una vez hizo campaña prometiendo 'transparencia' gubernamental, el temido concepto de la 'rendición de cuentas' se ha vuelto, de alguna manera, difícil de discernir. Aún cuando las acciones del gobierno hayan sido transparentes -que no fue así-, la capacidad de burócratas y políticos de carrera de tomar múltiples decisiones erróneas sigue sin ser desafiada, cuando no existe rendición de cuentas.

El reciente asesinato de dos rehenes extranjeros en un errático ataque de drones (aviones no tripulados) en Paquistán remitió a severos cuestionamientos en relación al empleo, por parte del gobierno americano, de lo que ha sido su principal arma ofensiva en su guerra contra el terrorismo (que la Casa Blanca ahora opta por llamar 'operaciones de contingencia en el exterior'). Mientras que el presidente Obama, que supo declamar que los ataques con drones solo tienen lugar cuando 'casi se cuenta con certeza' sobre el objetivo, tomó personalmente responsabilidad por el error, ello no exige mayor comprensión sobre los modos de Washington de percatarse de que el gesto es, en rigor, ciertamente vacuo, siendo que es improbable que el Comandante en Jefe haga frente a consecuencia alguna.

Conforme el gobierno actúa in loco populi en su recurrente empleo de drones como remate en una política que incluye listas de objetivos para eliminación, asesinatos de ciudadanos estadounidenses y acciones militares en países con los que Estados Unidos no se encuentra en guerra, debería, al menos, registrarse un modicum de transparencia y de rendición de cuentas en el proceso. En realidad, no hay ninguna de las dronedos, y muchos estadounidenses tienen poca idea de lo que está haciéndose en su nombre. La mayoría entraría en shock si supiera que EE.UU. emplea drones para lo que se conoce como double-taps, en donde un grupo de personas en tierra es atacado y el drone luego sobrevuela el terreno mientras que los rescatistas se apersonan allí. Los rescatistas son, a la postre, asesinados por una segunda oleada de misiles. Con todo, el tomar a aquellos que asisten a los heridos es un crimen de guerra.

Los graves cuestionamientos que deberían surgir del uso de drones han sido periódicamente deflectados con éxito tanto por el gobierno como por los medios, que han redirigido la narrativa hacia una discusión técnica harto frecuente, y que remite a las capacidades del armamento de referencia. Los drones son baratos, versátiles, pueden sobrevolar territorios durante horas, e incluso días. Cuentan con sensores de inteligencia técnica sin paralelo y pueden detectar, evaluar y aniquilar objetivos con relativa precisión. Conllevan, también, una visión hollywoodense y de video game de la guerra y del estilo americano, con un operador situado en una oficina con el confort del aire acondicionado, mientras que él o ella rastrean un objetivo, lo localizan y ¡zap! un misil hellfire hacen desear al malo nunca haberse metido con el Tío Sam. Lo mejor de todo: tal como sucede en los video juegos, la acción no involucra arriesgar las vidas de tropas estadounidenses.

En tanto no se discute qué tan capaces son los drones para hacer lo que hacen y cómo lo hacen, el interés de los medios de comunicación se enfoca, frecuentemente, en la pregunta administrativa de quién debería operarlos, si acaso debería ser la comunidad de inteligencia o las fuerzas armadas. El Pentágono administra drones en sitios tales como AfganistánIrak y Siria, que son considerados como zonas de guerra, y donde exhibe el amplio mandato de emplear los vehículos no tripulados para la 'protección de nuestras fuerzas', así como también para operaciones ofensivas. Inicialmente, la CIA se convirtió en el primer operador en gran parte de otros teatros porque podía negar plausiblemente lo que hacía, e incluso poner en la mira a naciones como Afganistán y Yemén -gobiernos ostensiblemente amistosos pero que no querían dar a conocer en forma pública que cooperaban con los estadounidenses. Y la CIA también contaba con la ventaja de operar con menos 'rastros' burocráticos que los militares, permitiéndole moverse con mayor rapidez y replicar espontáneamente a situaciones en evolución. Pero, esencialmente, la pregunta sobre quién debería manipular los drones antiterroristas remite a una suerte de cortina de humo, conforme la tecnología, procedimientos y resultados son básicamente los mismos, y cuando no existe pista para la negativa, en relación a quién le hace qué cosa a quién.

La justificación del gobierno estadounidense para el empleo de drones en su totalidad, según se dijo con algún detalle en memorándums clasificados del Departamento de Justicia, se ha basado desde hace tiempo en el concepto policial. Esto significa que los Estados Unidos, dada la virtud emanada de la autoridad proporcionada por la Autorización para el Empleo de Fuerza Militar (Authorization for the Use of Military Force, AUMF) con miras a perseguir a al-Qaeda y, más recientemente, a 'grupos asociados' allí donde sea que estuvieren, se ha arrogado la faena de ayudar a que el mundo se deshaga de los terroristas. El drone se ha convertido en el mecanismo de preferencia, en aquellos países donde las autoridades locales no cuentan con la capacidad de confrontar y detener a su propio elemento radical, ni detener a sus propios extremistas, ni a cualquier otra clase de terroristas no domésticos que hayan decidido refugiarse dentro de sus fronteras. En otras palabras, si Paquistán no puede hacerlo, Washington enviará a un sheriff y se hará cargo del problema.

Pero las preguntas sobre cómo operan los drones, quién los opera, y cuál es la justificación legal para su uso podría ser una distracción, antes que remitir a una discusión seria sobre su inmoralidad esencial. La pregunta crítica en relación a los drones es: '¿Quién, exactamente, está siendo asesinado, y qué sabemos en Washington sobre esos muertos en verdad?'. De manera anecdótica, la gente que vive en los sitios que registran los ataques creen que un gran número de civiles están siendo asesinados, un número muy superior al de los militantes reales. La destrucción de una boda en Yemén en diciembre de 2013 fue extendidamente informada, y condujo al pago de indemnizaciones por parte del gobierno de los Estados Unidos.

El gobierno federal compila meticulosas revisiones de los ataques con drones, pero los anuncios públicos oficiales -una vez que se llevan a cabo- varían considerablemente respecto de lo que aquellos en el terreno experimentan. Estos explican, periódicamente, que solo militantes o terroristas son asesinados y, normalmente, son acompañados de la palabra 'confirmados'. Pero, ¿cómo sabemos que eso es cierto, siendo que los detalles de tales operaciones en general son considerados clasificados, y qué hacer con el cuadrante portador de estimaciones independientes que sugiere que solo el 2% de los miles de ultimados encajan con el perfil de terrorista de alto nivel? El periódico británico The Guardian ha examinado los ataques de drones en Paquistán, para luego concluír que, en promedio, 28 civiles son asesinados como daño colateral por cada fallecimiento de 'malo' o terrorista certificado.

Mientras que muchos de los ataques y víctimas se sitúan en Paquistán o Yemén -esto es, sitios donde Estados Unidos no tiene personal en el terreno-, ¿obtienen las autoridades estadounidenses algún tipo de confirmación de parte de los respectivos gobiernos o servicios de inteligencia? Y, de ser así, ¿cómo hacen Islamabad o Sana'a para identificar a los militantes? Simplemente, podría tratarse de alguien que vive en la urbanización equivocada, o alguien que haya salido a pasear de noche a la hora equivocada. O bien, ¿podría la víctima ser militante de un partido político opositor al gobierno local?

La segunda pregunta -relacionada con la primera- debería ser: '¿cuál es la evaluación daño/beneficio resultante de los ataques con drones?'. Washington es odiado en Paquistán, siendo que las encuestas de opinión revelan que solo el 11% de la población percibe a Estados Unidos favorablemente. Otras encuestas reflejan que el nivel de animosidad se encuentra directamente relacionado con los ataques de drones. Si esto es así, ¿cuál es la conclusión? ¿Cuántos líderes identificados del Talibán o de al-Qaeda y quiénes son los objetivos de las operaciones con drones asesinados? Yendo más al eje de la cuestión, ¿hasta qué punto los drones han degradado la capacidad de los terroristas para conducir sus operaciones? Si la amenaza encarnada por los dos grupos, Talibán y al-Qaeda, no está siendo erosionada dramáticamente, el daño a la relación entre Washington y Paquistán -que tiene armas nucleares y que suele mostrarse frecuentemente inestable- podría representar un precio muy alto a pagar.

Una tercera pregunta remite a cómo los drones son dirigidos, dado que la acción de determinar un objetivo se respalda en inteligencia, y uno puede sospechar que la información que se acerca podría no ser muy confiable. Un drone capaz de golpear a un objetivo con precisión extrema solo es bueno si la inteligencia de la que depende es confiable. La falta de información precisa respecto de qué está sucediendo realmente en el terreno es, probablemente, la razón por la cual el programa ha ejecutado tantos golpes [signature strikes]. Estos golpes son, básicamente, perfiles. Por ejemplo: alguien que se comporta de un modo particular o que se apersona en determinada área, lo cual significa que los atacantes no tienen mayor idea de a quién están eliminando. Si existe alta confianza en estos golpes -que parece ser el caso-, el daño colateral provocado por los ataques será considerablemente mayor, conforme habrá -sin lugar a dudas- un sustancial margen de error.

Finalmente, los drones deberían ser considerados en su propio macrocontexto, que remite a la variable de hasta qué punto han provocado daños irreparables a la reputación de los Estados Unidos -lo cual lleva a muchos a calificarlos como nación que no respeta a otras [rogue nation]. El comportamiento insensible de cara a las bajas inflingidas en formato colateral sugiere que Estados Unidos se encuentra en guerra tanto con poblaciones civiles como con terroristas, eliminando cualquier consideración moral y justificando una guerra interminable contra el terrorismo.

Pero corresponde regresar a la observación inicial sobre transparencia y rendición de cuentas, eje de la discusión. El gobierno tiene derecho a proteger secretos relativos a fuentes y métodos empleados en su actividad contraterroristas, pero tales operaciones deberían ser conducidas dentro de un contexto en donde se es honesto con el público sobre lo que se hace y sobre los costos implicados. Existe evidencia considerable que refiere que la Casa Blanca ha buscado ocultar la escala de acciones militares recurrentes en todo el globo, y el hecho de que ha evitado la transparencia en el programa de drones sugiere que tiene mucho qué explicar.


Traducción al español: Matías E. Ruiz | Artículo original en inglés, en http://www.theamericanconservative.com/articles/obamas-unaccountable-drone-war/ | Traducido y republicado con permiso del autor y de The American Conservative (Estados Unidos)

 

Sobre Philip Giraldi

Especialista en contraterrorismo; ex oficial de inteligencia militar de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos de América (CIA). Se desempeña como columnista en medios estadounidenses, y como Director Ejecutivo en el Council for the National Interest. Giraldi es colaborador frecuente en Unz.com, Strategic Culture Foundation y otros. En español, sus trabajos son sindicados con permiso en El Ojo Digital.