POLITICA: MATIAS E. RUIZ

Cristina Kirchner y la destrucción sistemática del tejido societario

El pensamiento del cientista político italiano Antonio Gramsci -en su oportunidad, uno de los activos extranjeros...

09 de Octubre de 2014

"En cada país, el proceso es diferente, aunque el contenido es el mismo. Y el contenido es la crisis en la hegemonía de la clase gobernante, que tiene lugar ya sea porque la clase dominante ha fallado en algún proyecto político de importancia para el cual requiriera -u obtuviere por la fuerza- el consenso de las clases más amplias (una guerra, por ejemplo), o porque grandes masas (específicamente compuestas por campesinos o por intelectuales burgueses) han transitado, de súbito, de un estado de pasividad política a cierta actividad, e interpuesto demandas que, tomadas en conjunto -aunque no formuladas orgánicamente-, sirven para una revolución. Se habla de 'crisis de autoridad': esta es, precisamente, la crisis de la hegemonía, o la crisis general del Estado"

(Antonio Gramsci)

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El pensamiento del cientista político italiano Antonio Gramsci -en su oportunidad, uno de los activos extranjeros más cotizados por la Rusia bolchevique a la hora de intentar dinamitar desde el núcleo a democracias capitalistas de la vereda de enfrente- ha servido para develar las elucubraciones más macabras de la agenda del kirchnerismo, desde su arribo al poder en 2003. A los efectos de disimular su obsesión por el poder y el dinero ajenos, la programática del matrimonio santacruceño subcontrató con dinero público los servicios del recientemente fallecido pensador Ernesto Laclau. Desde la comodidad de Londres, Laclau y su ahora ex concubina, la ciudadana belga Chantal Mouffe, reconvirtieron el discurso político vacuo y las severas limitaciones teóricas de Néstor Carlos y Cristina Elisabet en una proposición lindante con el mesianismo, cuyos demoledores efectos solo pueden atisbarse en la actualidad.

El aterrizaje de Laclau -a lo mucho, un plagiador de poca monta de extractos de la abundante retórica gramsciana- en el atril oficialista ganó empuje discursivo apenas registrada la desaparición física de Néstor Kirchner. El difunto, conocido hasta el tuétano por sus compañeros militantes en La Plata, jamás se mostró en capacidad de hacer alarde de conocimiento académico-enciclopédico alguno. Años más tarde, y desde su cuadernillo anaranjado marca Gloria, diagramaba el histrionismo centralista de su Administración, al punto de quedar a cargo tanto de lo estratégico como de aspectos meramente operacionales -encauzándolo todo con mano de hierro. A fin de cuentas, fue la tensión innecesaria de ese centralismo -ni más ni menos- la que terminaría por acercarlo a su trágico desenlace personal.

Por obra y gracia de la causalidad, la muerte de Néstor Carlos cedería el poder a una personalidad más peligrosa: la de Cristina Fernández. El cóctel de improvisación intelectual, agudo resentimiento y megalomanía de la ahora jefe de Estado allanó el camino para que personeros ideologizados de segunda línea (Carlos Zannini, Eugenio Zaffaroni, Horacio Verbitsky) hicieran y deshicieran a piacere. Con una remarcable coincidencia: el magistrado políticamente más radicalizado de la Corte Suprema de Justicia es, en clara sintonía con el fallecido plagiador Laclau, fan declarado de los principios abolicionistas de Michel Foucault. Es que una de las prerrogativas de la inteligentsia progrekirchnerista se centró, desde siempre, en implementar el modus operandi de la Rusia pos-zarista de los bolcheviques: anotarse la implosión del Estado para, a posteriori, hacerse del control desde la cima. Así las cosas, era menester licuar la influencia de todo esquema identificable con lo que se conoce como 'autoridad' (policía, Fuerzas Armadas, administración de justicia; e incluso la propia familia, núcleo fundacional de cualquier sociedad). La cosecha definitiva del diabólico plan: desmadejar -o, para el caso, aniquilar- la estructura societaria de la República Argentina y acostumbrarla a la recurrencia del caos. El perseguido por la ley -entiéndase, el delincuente y el transgresor- es hoy el héroe épico del Modelo. Sus perseguidores (el ciudadano de a pie, las fuerzas policiales, el Ejército, los jueces) han sido reconfigurados en los victimarios de ocasión, que deben pagar con creces su entrenamiento de años, sustentado en la 'estigmatización' del extraviado héroe.

Pero una granja de hormigas (que se precie de serlo) no funciona sin una Reina Madre, como tampoco funciona sin zánganos. Gracias a la gentileza de las versiones peronistoides menemista y duhaldista, los pensadores de la nomenklatura K dieron con la masa crítica que precisaban. Los subsidiados (ya se trate del resignado elemento de clase baja o de fabuladores con el dinero público como único respaldo para el progreso personal) representan hoy la quintacolumna que ha impedido que el kirchnerismo volara por los aires en medio de los mismos desperfectos que destituyeron a Fernando De la Rúa o a Raúl Alfonsín. Cristina Fernández de Kirchner sobrevive hoy a duras penas, gracias al recuerdo perentorio del '54%', a la intimidación perpetua encarnada por su núcleo duro, al terror infundado que los actores económico-industriales registran frente a su devaluado poderío, y a la inoperancia e ineptitud de una falsa oposición (que mucho tiempo y esfuerzo llevó hilvanar). Esperanzas de legitimidad al margen, este sustento también podría rastrearse en la indulgencia de una ciudadanía neutralizada por cierto sentimiento culposo, gestado en la eyección prematura de los mandatarios citados renglones arriba. La desactivación del ciudadano -en la óptica de cualquier esfera de poder- es un factor clave: la cotidianeidad de la violencia, la crisis económica permanente y otras variables funcionan como constructores de apatía, abulia e indiferencia. La fase final remite a la implementación de un Código Civil orientado a la relativización de la propiedad privada y a la solidificación de la impunidad para conatos de corruptela en la esfera pública.

En cualquier caso (y como ya se ha expuesto en varias oportunidades desde este espacio), resulta insoslayable que la inteligentsia oficial carece de rigor estratégico. Sus invectivas terminan devaluándose en el abuso de interlocutores, agents provocateurs y comunicadores polémicos o, cuando menos, cuestionables. La sagacidad intelectual de Zaffaroni y Verbitsky contrastan ruidosamente con la bravata arrabalera de Víctor Hugo Morales o de Andrés Larroque. La evidencia de esta desconexión, a la postre, convierten a Cristina Fernández y al pretendido movimiento kirchnerista en meras circunstancias: se asiste al homicidio del largo plazo; no existe reemplazo posible y la credibilidad se diluye. En la cúspide de la más lacerante ironía, la debacle transmigra en siniestro Golem que amenaza con rebelarse contra sus arquitectos centrales... en línea con el pensamiento de Gramsci, referido al comienzo de este trabajo.

El problema para los desprevenidos argentinos es que el talón de Aquiles estratégico del subsistema oficialista complementa su escasez de objetivos con la extralimitación del atropello táctico. De tal suerte que, a criterio de amalgamar al segmento del votante duro del Frente Para la Victoria, se aceleran estratagemas tendientes a agitar directa o indirectamente al enemigo u opuesto (el votante opositor). Sirven, a tal efecto, algunos ejemplos ya atendidos:

* La prefabricación de acciones lindantes con el autosecuestro -nunca explicadas, y con sus protagonistas desaparecidos de los medios de comunicación, lo cual acrecienta la sospecha-: casos de Luis GerezJorge Julio López y Alfonso Severo.
* El capítulo de la falsa bomba en el teatro Gran Rex, de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
* El incendio premeditado de pastizales por elementos vinculados al Gobierno Nacional, con el objetivo de endilgar culpas al campo.
* El falaz operativo de las comunicaciones oídas en el helicóptero presidencial que, en apariencia, invitaban a atentar contra la vida de la Presidente.
* El ataque acometido contra la integridad física de periodistas y/o comunicadores sociales alejados de la proposición fundamentalista oficial.

No obstante -y a modo de colofón-, el cristinismo no deja pasar oportunidad para soliviantar un reconocimiento tácito frente a su propia debilidad intrínseca. Alterna su promocionado 'vamos por todo' con maquinaciones de índole defensiva, entorpeciendo pesquisas judiciales que, indefectiblemente, conectarán a la Presidente con el dinero non sancto del pseudoempresario Lázaro Báez (mientras que otro tanto se invierte en enturbiar cualquier proceso que investigue a fondo las relaciones de Cristóbal López con el lavado de dinero). En simultáneo, la cooptación de la administración de justicia y los pactos de impunidad con relevantes figuras de la oposición de cara al futuro siguen su curso.

Confesiones cama adentro que permiten inferir no solo cierto resquemor presidencial sino que, en ocasiones, incluso el pragmatismo gramsciano comporta gran potencialidad para convertirse en arma de doble filo.

 

Sobre Matias E. Ruiz

Es Analista en Medios de Comunicación Social y Licenciado en Publicidad. Es Editor y Director de El Ojo Digital desde 2005.