POLITICA: MATIAS E. RUIZ

Cristina contra las clases medias: el imperio de la no-estrategia

Con el único objetivo de dominar la agenda nacional, Cristina Kirchner se ha lanzado a no perder...

04 de Agosto de 2014

Con el único objetivo de dominar la agenda nacional, Cristina Kirchner se ha lanzado a no perder protagonismo en los titulares. Aún cuando esa narrativa le haya costado una concatenación intolerable de derrotas -ya se trate de la Ley de Medios, la promocionada 'democratización' de la justicia, los convenios con Irán, y la decisión de emprenderla contra la Administración Obama, el juez de circuito Thomas Griesa, NML Capital (Paul Singer) y el mediador Dan Pollack por igual.

Naturalmente, el consabido desmoronamiento de las finanzas públicas y el carácter operacionalmente fraudulento de su Administración han conducido a la Presidente a montar una caza de brujas perpetua, desde la cual intentar disfrazar su propia inoperancia y la de sus funcionarios y allegados. Así, pues, cualquier herramienta se vuelve útil para ocultar bajo una cortina de silencio los desaguisados de Amado Boudou en Ciccone; las tropelías de su atribulado ministro de Hacienda Axel Kicillof en el Affaire Holdouts; o los violentos repuntes del escenario inflacionario-recesivo y de la inseguridad. Entre tantos otros macabros subcapítulos.

Este panóptico de propia ingeniería no hace más que concluir que Cristina Kirchner no solo reconoce -implícitamente, al menos- encabezar un gobierno sin respuestas; por momentos, y dado el alto calibre de sus delirantes circunloquios, incluso parece aceptar que se ha estrechado su margen para arrimarse al final de su gobierno sin antes padecer más de la cuenta. Reacia a definir un fuerte recorte de subsidios que morigeraría el déficit en las cuentas del Estado Nacional, CFK insiste en mantener aquellas erogaciones, tensando la cuerda fiscal hasta el extremo. La jefe de Estado y su staff entienden, por lo bajo, que ha sido la propia gestión la que ha hecho tambalear la economía. No obstante y puertas adentro, los devaluados guerreros del subsistema y su Jefa estiman que una eliminación de subsidios traería como consecuencia un estallido social de facturación inmediata. De lo que se trata, entonces, es de llegar a la recta final a cualquier precio; depositando la resolución de temáticas monumentalmente complejas en los hombros del próximo presidente.

El problema es que la estratagema oficial sobreviene con pies de barro, conforme las estadísticas relativas a la recesión (precipicio de la curva del consumo, clausura de comercios minoristas, caída del empleo y aumento de los despidos, derrape de la producción industrial, clausura de las importaciones, etc.) han comenzado a aniquilar el romance entre la Administración y los sectores medios. Precisamente, la variable que, en vida, Néstor Kirchner siempre se preocupó por cuidar, por vía de la promoción de la compra desenfrenada de bienes y servicios en numerosas cuotas, dólar disponible en pequeñas cantidades [pero sin cepo], descuentos en las tarifas de electricidad y gas, y demás. Particularmente obsesionado con la alternativa del golpe ciudadano, el difunto ex presidente primó garantizar el ensimismamiento y la tranquilidad del clasemediero de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, para que éste evitara ganar protagonismo en perturbadoras corridas financieras y nutriera aglomeraciones potencialmente destructivas en Plaza de Mayo. Aún cuando se trataba de una estrategia de contención, el kirchnerismo contaba con una. El cristinismo carece ostensiblemente de ella.

En semejante esquema, no pocos columnistas dominicales equivocaron el sendero del análisis. El sobrecalentamiento de la tarjeta de crédito, los combustibles baratos en comparación con el interior del país y los viajes a pagar ad eternum fueron siempre componentes fundamentales del idilio del kirchnerismo con la clase media porteña (esa que no debía ser agitada). La manutención de estos elementos en el programa gubernamental fueron los que dieron lugar a las demoledoras victorias electorales de la actual primera mandataria en 2007 y 2011; no hubo otros factores de igual peso. Mientras tanto, la supuesta cercanía de la Casa Rosada con el proverbial desposeído nunca comportó mayor importancia en las cifras, mientras que el conglomerado privilegiado de alto poder adquisitivo (empresarios e industriales) siempre mantuvieron relaciones estrechas con el poder central, a criterio de asegurarse negocios y ventajas de variada índole.

Así las cosas, los desaciertos más elocuentes de Cristina Fernández coincidieron con el abandono -paulatino, pero comprobable- de los sectores medios del prisma socioeconómico. Los principios nestoristas con miras a apaciguar al clasemediero fueron demolidos sistemáticamente: se neutralizó la adquisición de dólares billete (recurso basal de ahorro para las familias de ingresos medios) por vía del cerrojo cambiario; se debilitó adrede la infraestructura energética por vía de una exagerada subsidización (lo cual condujo a cortes de energía recurrentes durante el pasado verano); y se extremó el proceder persecutorio de AFIP (percibida hoy como una asociación ilícita que 'recauda para la Corona', a la luz de los ruidosos episodios de corruptela oficial) contra particulares.

El cristinismo se equivocó al intercambiar públicos: optó por arrojar a los sectores medios al pozo del olvido, prefiriendo buscar eco en los pauperizados (que ofician de hojas en blanco, más permeables a la propaganda). Para colmo, los órganos de comunicación oficiales no hacen más que jactarse con el canturreo de esa reorientación, promocionando una pretendida fortaleza moral en el acto de quitarle al que 'más tiene' para entregárselo a aquel que no goza de iguales oportunidades. En el proceso, la Presidente obvió evaluar a consciencia el código genético del clasemediero de rigor. Eternamente insatisfecho, el personaje de referencia sabe aprovechar al máximo las chances que le obsequia la dirigencia (en forma de superconsumo, endeudamiento de la economía personal y hogareña, etc.), para luego ser igualmente impiadoso al momento de mordisquear la mano que lo alimenta; aunque por instantes reacciona espasmódicamente, se muestra implacable para despojarse de presidentes, como si se tratase de malos hábitos. Por sobre todo, es experto en tercerizar culpas (es el clásico 'Yo no lo voté' del posmenemismo): supo celebrar con algarabía en las calles cuando el incipiente movimiento piquetero expulsó de un puntapié a Fernando De la Rúa del gobierno en 2001. Las clases medias carecen de verticalidad, pero su peligro radica -precisamente- en lo esporádico y lo espontáneo de su organización. Tanto en 1989 como doce años atrás, dio muestra cabal de su poder para hacer borrón y cuenta nueva; expulsado el mandatario de ocasión, se las ingenia para perpetuar el agravio contra el que 'se fue'. En el ínterim de este, su más grosero error estratégico, la viuda de Kirchner olvidó también que las capas bajas del estrato social no definen elecciones. El citado continúa siendo un mito dotado de verosimilitud tanto por parte de reputados columnistas dominicales como por una dirigencia multipartidaria que adolece de la más elemental capacidad de análisis frente a la sociedad que declama representar.

A la destrucción programada y sistemática de los clasemedieros -sus otrora socios-, la Presidente de la Nación le superpone otro descuido existencial: la generación de una nueva burguesía estatal y paraestatal (camporistas, eufemismo para la rapiña de la res pública). Cofradía que ciertamente no necesita demostrar habilidades ni aptitud para apropiarse de cargos públicos con sueldos elevadísimos. Este vector añade grotescas cuotas de resentimiento contra el gobierno y todo lo que éste representa, en virtud de que los asalariados del sector privado difícilmente puedan alcanzar los sueldos de los primeros. En tanto ciertas porciones de la clase media resisten la neoburguesía oficialista por el 'dolor de no pertenecer', lo cierto es que este factor cualitativo se complementa con las estadísticas lapidarias de la macroeconomía y la bulliciosa dialéctica amigo-enemigo desparramada desde el atril en Balcarce 50. Cóctel poco recomendable, en medio de la actual progresión en la conflictividad social.

Al final de la curva gaussiana representada por el ciclo de vida del cristi-kirchnerismo, cualquier próxima Administración no solo heredará un Banco Central sin reservas, una economía virtualmente paralizada, un déficit energético sin paralelo, una recalcitrante crisis de seguridad y una República en cesación de pagos. También recibirá en sus manos la amenaza pendulante de la vertiginosa psiquis del clasemediero. Verdadera némesis para la dirigencia política, y -a la postre- para sí mismo.
 

Sobre Matias E. Ruiz

Es Analista en Medios de Comunicación Social y Licenciado en Publicidad. Es Editor y Director de El Ojo Digital desde 2005.