SOCIEDAD: ALBERTO MEDINA MENDEZ

El legado mundialista

Una competencia deportiva es solo eso. Más allá de las emociones que genera por momentos...

14 de Julio de 2014
Una competencia deportiva es solo eso. Más allá de las emociones que genera por momentos, se trata de un mero enfrentamiento entre rivales circunstanciales. Sin embargo, el efusivo entusiasmo de la gente invita a una reflexión más audaz, trascendente y fructífera.

El campeonato del mundo de la disciplina más popular del planeta podría pasar a la historia solo como uno más de la secuencia habitual. Pero existe la posibilidad de analizar el interesante legado que ha dejado como saldo trascendente para la sociedad. De su observación, pueden extraerse no pocas conclusiones, algunas de ellas de gran utilidad para el futuro.

Por un lado, la controvertida modalidad que propone mezclar deporte y banderas solo exacerba un nacionalismo que, además de cuestionable, resulta peligroso porque alimenta -aún sin buscarlo- cierto intolerancia; invitando a discriminar a las personas por el lugar en el que han nacido.

Para muchos, el evento ha sido solo una chance para desahogarse, en una sociedad que pretende escaparse, acaso por un tiempo, de sus desilusiones cotidianas y que encuentra en este espectáculo masivo una oportunidad para desconectarse de la coyuntura que lo agobia.

Lo verdaderamente apasionante y digno de destacar es que este fenómeno social de características singulares puede, asimismo, mostrar el camino. Lo que se ha vivido es lo que sucede cuando una sociedad consigue alinearse detrás de un objetivo compartido, dejando de lado sus ocasionales diferencias para enfocarse en lo significativo, en su meta común.

Cabe meditar entonces, con mayor profundidad, acerca de lo que ocurriría con la inmensa nómina de asuntos pendientes que angustian a la comunidad, si esta actitud tan simple y básica pudiere replicarse -al menos parcialmente- en otros tantos campos de la vida en comunidad.

Si los ciudadanos de cualquier lugar llegaran a comprender la manera cómo funciona este sencillo mecanismo que los tiene como protagonistas, podrían intentar atacar cuestiones relevantes como acotar la corrupción, disminuir los niveles de inseguridad o mitigar la pobreza.

Sin lugar a dudas, estos temas resultan lo suficientemente complejos, en tanto no alcanza solo con arengar. Pero quizás, desde la postura apropiada, pudiere minimizarse el impacto negativo de tantos males que aquejan a la sociedad contemporánea.

El Mundial ha dejado un legado muy palpable y fácil de visualizar. No menos cierto es que los legados pueden ser aceptados o descartarase de plano. Lo importante es tomar la decisión a conciencia, no ya afectados por la evolución de los estados de ánimos que emergen de una sociedad espasmódica.

Muchos ciudadanos manifiestan su vocación de cambiar la historia de su país, de torcer el rumbo de los acontecimientos. Están enojados con la realidad y absolutamente hastiados de tanto descalabro a su alrededor. Pero, a criterio de modificar el presente, se necesita bastante más que un poco de bronca esporádica, impotencia inconducente y recurrente queja.

Algo de lo que mostró la máxima competencia deportiva es indispensable para cambiar. Y está absolutamente a la vista. Claro que es factible extraer diferentes conclusiones frente a lo acaecido, para quedarse solo con algunos aspectos de las tantas enseñanzas que ofrece la Copa del Mundo. Vale la pena hacer un esfuerzo intelectual adicional para captar con inteligencia las múltiples oportunidades de aprender que quedaron lo suficientemente explicitadas.

Si la sociedad se propusiera un objetivo y comprendiese la trascendencia derivada de elegir el propio destino, podría -recién allí- dar el paso siguiente; el cual implica, fundamentalmente, aislar las eventuales diferencias personales, los constantes prejuicios hacia los demás y abandonar los personalismos tan propios de la vida política. Enfocando, entonces, la totalidad de la energía para hacer lo necesario. Si la ciudadanía insiste en detenerse en las distracciones propuestas por el paisaje cotidiano, jamás consiguirá su objetivo, y terminará frustrada, enfadada y abatida por la derrota.

El ejemplo reciente prueba que, en esa hinchada, se abrazan todos; se saludan por las calles aquellos que portan la misma camiseta -sin importar que ni siquiera se conozcan. Los une un objetivo común, una pasión similar, una meta compartida, un sueño por concretar. No saben cuál será el resultado; lo viven con tensión e incertidumbre, pero también con el entusiasmo de quien tiene ganas de intentarlo primero para lograrlo después.

No los une el espanto; ni siquiera el desprecio por el adversario. Sino una devoción casi religiosa por la gloria -se trata de un sentimiento en positivo que sirve como elemento motivador desde el cual encaminarse hacia la meta trazada. Y si, eventualmente, la consiguen, este hecho puntual puede convertirse en ese combustible que permita ir por más y no conformarse con lo obtenido.

Aquellos que nada entienden y que ni siquiera miran los partidos por televisión, están igualmente ahí, firmes, ayudando, alentando, haciendo lo que pueden. Poco conocen de táctica y de nombres; quizás ni siquiera se enteraron de la identidad del director técnico del equipo. Tampoco conocen las historias personales de cada jugador, ni sus clubes actuales; de todas maneras, allí están; aportando lo suyo. Porque saben que estar es importante y que borrarse no es una opción.

No parece tan complicado. Se trata solo de un requisito, el que tiene que ver con tener la actitud indispensable para cambiar la historia o para, al menos, intentarlo. Actitud que parece no presentarse casi nunca en la vida cívica de este tiempo. Quizás valga la pena recapacitar en serio. La Copa del Mundo no se consiguió en esta oportunidad. Pero, si se logró comprender la dinámica elemental que da lugar al movimiento, entonces, el legado mundialista habrá servido.
 
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