SOCIEDAD: PABLO PORTALUPPI

Los espejos de nuestra realidad

Poco antes del comienzo del Mundial de Fútbol -que, por cierto, llega ya a su fin-, el Jefe de Gabinete, Jorge Milton Capitanich...

11 de Julio de 2014
Poco antes del comienzo del Mundial de Fútbol -que, por cierto, llega ya a su fin-, el Jefe de Gabinete, Jorge Milton Capitanich, pronunció una de sus tantas frases memorables: 'Durante un mes, en la Argentina no se hablará otra cosa que de fútbol'. Pero 'Coqui' se equivocó, una vez más. A pesar del avance del seleccionado en el torneo, los argentinos no dejaron de hablar de dos temas sobresalientes: las resoluciones judiciales favorables a los holdouts y el procesamiento del Vicepresidente. Ambos temas convivían por igual en las páginas de los diarios y en los sitios virtuales de noticias con los triunfos del equipo de Sabella y Messi. Recién con la clasificación del seleccionado para la final del Mundial en mano, el Jefe de Gabinete vio su pronóstico hecho realidad.

El campeonato mundial de fútbol es tema de análisis de sociólogos y psicólogos, aunque tal vez la cuestión no conlleve mayor importancia. En los últimos veinte años, tanto FIFA como los grandes medios de prensa -y, por qué no, también los gobiernos de todo el mundo- han tratado de promocionar el Mundial como un acontecimiento donde se pone en juego el orgullo nacional de cada país; y lo han logrado. Si bien no deja de ser un evento enormemente atractivo para amantes del fútbol, los participantes no ponen en juego absolutamente nada en dicha competición. Y mucho menos aquellas naciones que se caracterizan por altos niveles de bienestar. Dificilmente los holandeses estén de luto porque su selección haya quedado eliminada -tras que jamás ganaron uno.  En cambio, si la lotería de los penales no nos hubiera favorecido, hoy la Argentina sí estaría de duelo, y los grandes y graves temas nacionales estarían de nuevo en la tapa de todos los diarios (ahora, en reemplazo del arquero Sergio Romero). Es plausible decir que se asiste a dos culturas distintas, diametralmente opuestas. Allí donde los latinos ponen pasión, aquéllos ponen un raciocinio en exceso. Ambas culturas tienen sus virtudes y sus defectos. Pero este no es el punto.

Resulta sano, legítimo y hermoso que la sociedad argentina esté feliz con el triunfo de su selección. Asimismo, sería imperdonable que el gobierno intente adueñarse de la alegría que pueda producir una pelota de fútbol. Pero más peligroso sería que la ciudadanía confunda un eventual triunfo deportivo con una gesta nacional. No lo es, entendido este logro como la interacción entre los mandantes, o sea la sociedad, y sus mandatarios, es decir, sus dirigentes. El fútbol es un juego bellísimo, no una política de Estado. Aunque muchos gobiernos hayan querido apropiarse de ese logro. Sucedió en la Italia de Mussolini en 1934, y pasó con el dictador Jorge Videla en 1978. No resultaría nada extraño que el gobierno kirchnerista intente hacer lo mismo, dado que la historia K refuerza esta tesis. De hecho, ya ha habido un intento en esta dirección con ese lamentable spot donde aparecen los artistas rentados K planteando un falso dilema: Argentina o los buitres. No sea cosa que nuestros gobernantes estén pensando en que, si Argentina sale campeón del mundo, decidan no arreglar con los acreedores. Sería igualmente lamentable que la imagen pública de la Presidente entre las clases medias subiese unos cuántos puntos, de producirse un resultado favorable el domingo.

El calendario y la historia han traído a colación una paradoja cruel:  el mismo día que el país celebraba un nuevo aniversario de su independencia, el equipo accedía a la instancia final del Mundial. Más paradójico fue que el acto en Tucumán fuera presidido por el procesado Amado Boudou, en una ruidosa muestra de gravedad e irresponsabilidad institucional. En simultáneo, el costumbrismo tan argentino de rastrear salvadores surgidos de la providencia hizo que Javier Mascherano se corporizara en ejemplo a seguir. Desde que el seleccionado eliminó a Holanda, no se ha hablado de otra cosa que de la representación de dos Argentinas bien diferenciadas, una representada por Boudou, y otra más cercana al defensor del equipo.

Respeto, humildad, sentido de pertenencia y unión son adjetivos que vienen siendo machacados hasta el hartazgo en esas insufribles publicidades previas a cualquier torneo. Y tales contenidos suelen generar algo de indignación por cuanto, si acaso la sociedad pusiera idéntica energía y sentimiento nacionalista en ámbitos más transcendentes que la pelota, el país sería, decididamente, otro. Aunque no sería justo reconocer que Alejandro Sabella y el grupo humano que conduce se han hecho eco de un remarcable sentido de solidaridad y esfuerzo, pocas veces visto entre argentinos.

En estos días, porciones de la opinión pública han preferido subrayar las virtudes de Mascherano, contrastándolas con los dudosos atributos del segundo de Cristina Kirchner. Siempre se presenta más reconfortante acercarse a la figura del hombre solidario, trabajador, honesto, y humilde, antes que hacerlo por aquel que hace de la corrupción y del vicio una autocelebración.

Javier Mascherano y Amado Boudou no representan dos países. Son -al mismo tiempo- parte de la misma Argentina.
 
Sobre Pablo Portaluppi

Es Analista en Medios de Comunicación Social y Licenciado en Periodismo. Columnista político en El Ojo Digital, reside en la ciudad de Mar del Plata (Provincia de Buenos Aires, Argentina). Su correo electrónico: pabloportaluppi01@gmail.com. Todos los artículos del autor, agrupados en éste link.