POLITICA: PABLO PORTALUPPI

Paro: presente y futuro

El pasado jueves 10 de abril, la CGT Azopardo, comandada por el líder del sindicato de Camioneros Hugo Moyano, la CGT Azul y Blanca...

17 de Abril de 2014
El pasado jueves 10 de abril, la CGT Azopardo, comandada por el líder del sindicato de Camioneros Hugo Moyano, la CGT Azul y Blanca (regenteada por el eterno Luis Barrionuevo), y la CTA opositora (Pablo Micheli) convocaron a un paro general de actividades en todo el país. A dicha convocatoria se sumaron organizaciones de izquierda y el fundamental apoyo de los gremios del transporte, alineados formalmente a la CGT oficialista, del opaco Antonio Caló. Los motivos del paro -en la óptica de sus organizadores- fueron la inflación, la inseguridad, y el ajuste. Pero jamás nadie presta mayor atención a las razones que motorizan este tipo de parálisis.
 
Mar del Plata, por ejemplo, parecía una ciudad fantasma. Fue difícil hallar bares o restaurantes abiertos. No circulaban colectivos, y la mayoría de los comercios y empresas no abrieron sus puertas. Que se recuerde, la totalidad de los paros convocados por las distintas CGT desde el retorno de la democracia han tenido su correlato en paisajes urbanos desiertos, al menos en las principales ciudades: así fue con los famosos trece paros de Saúl Ubaldini contra el ex presidente Raúl Alfonsín, los ocho de Moyano contra De la Rúa, y aún el poco recordado 'paro y medio' organizado contra Carlos Menem allá por septiembre de 1996. De lo que se deduce que lo sucedido durante esta última huelga no devolvió novedad alguna. 
 
Tampoco aportaron gran cosa las distintas lecturas hechas sobre el paro de actividades, no ya de parte de sus protagonistas (sindicalistas, funcionarios, y opositores), sino de parte de analistas políticos. En Clarín y La Nación, además de destacarse el “tremendo éxito” de la medida, los repasos subrayaron que aquella había sobrepasado a los propios organizadores, habiendo encontrado en las clases medias urbanas un fuerte apoyo. En honor a la verdad, esa afirmación se presenta difícil de comprobar. En medios oficialistas, en especial Página 12, la primera reacción consistió en hacer blanco en la figura de Barrionuevo -salida fácil, en virtud de lo que el dirigente gastronómico representa-, para luego publicar en la tapa de su edición dominical una improbable encuesta que reflejaba que más del 60% de la ciudadanía estaba disconforme con el paro -la manipulación, a la orden del día. Al fin y al cabo, y en materia de medios de comunicación, cada cual consume lo que desea consumir, a saber, aquello con lo que se siente mas representado. Aunque no deja de ser curioso el modo cómo, en pocos minutos, Moyano y Barrionuevo pasaron a ser 'rubios y de ojos celestes'. A tal efecto, sirve recordar la cumbre de ambos dirigentes en el Hotel Sasso de Mar del Plata -propiedad del gremio gastronómico-, llevada a cabo el pasado mes de enero. Instantánea que a muchos sirviera para conmemorar porciones de la película 'El Padrino'
 
Con todo, el problema parece ser otro. No interesa si el paro fue un éxito por verdadero apoyo, por miedo, por la imposibilidad de trasladarse, o por las razones que fueren. Lo que interesa es el presente y el futuro del país


 
El presente
 
En esta última huelga, se asistió a alianzas imposibles: el sindicalismo más ortodoxo, canalizado en Moyano y en particular en Luis Barrionuevo, junto con la izquierda más reaccionaria (Altamira, Pitrola, Sobrero, etc), aliados a la CTA de Micheli, de izquierda pero más moderado y a Eduardo Buzzi, cabeza visible de la Federación Agraria. No hace muchos años, Hugo Moyano era un ferviente oficialista. Del otro lado, revistaba un gobierno que siempre supo cobijar las más variadas vertientes: allí conviven o han convivido los recalcitrantes intendentes del conurbano junto a la izquierda más revoltosa (Quebracho, Emilio Pérsico), el impresentable Luis D'Elía junto a Estela Barnes de Carlotto, gobernadores clásicos del Partido Justicialista junto a La Cámpora -jóvenes y no tan jóvenes de dudosa extracción, que nada tienen de progresistas; ex-ucedeístas como Amado Boudou, junto a declarados maoístas como Carlos Zannini. En el primer caso, no los une el amor sino el espanto. En el segundo, la billetera y el poder
 


El contexto

Un país que se vió beneficiado desde hace más de diez años como nunca antes en su historia por un contexto internacional extraordinario y que produce alimentos en cuantía, no puede explicar cómo aún se caracteriza por exhibir una sociedad situada bajo un 30% de pobreza; una galopante crisis energética; inseguridad en franco ascenso; una infraestructura que literalmente se cae a pedazos, la cuarta inflación mundial y una crisis educativa sin precedentes. Peor aún: este cóctel sobreviene después de incontables años en que el PBI nacional creció a "tasas chinas". Reside aquí el disparate primigenio de la 'década ganada'
 
'Que se vayan todos', bramaron muchos, trece años atrás. Pero ahí siguen estando todos: Mario Ischi, Raúl Othacehé, la familia Kirchner, Armando Cavallieri, Gerardo Martínez. Lo propio podría decirse de Barrionuevo y Moyano. Los que no están, no figuran simplemente debido a una cuestión cronológica.  
 


El ¿futuro?
 
En la edición del último domingo del matutino La Nación, salió publicada en tapa una precoz encuesta de la consultora Poliarquía. En ella, Sergio Massa y Daniel Scioli encabezaban las preferencias para ocupar el mal llamado sillón de Rivadavia. Massa no es otra cosa que un ex ucedé devenido en kirchnerista hasta hace pocos minutos. El segundo es apenas un híbrido que se autoproclama oficialista, aunque nadie sabe a ciencia cierta qué representa. Si se aplicara un término de uso corriente en política, ambos personajes serían tildados de neokirchneristas, esto es, embajadores del mismísimo proyecto nacional y popular que condujo al país hacia un presente desastroso -muy a pesar del favorable contexto internacional para el intercambio. Es decir que los argentinos volverían a comprarse un boleto para asistir a idéntico espectáculo que en los últimos diez años, pero algo más edulcorado.
 
El país se caracteriza por mostrar un sindicalismo enquistado en el poder, cuyos dirigentes ocupan el liderazgo de sus respectivos gremios desde hace ya décadas. Lo cierto es que continuarán aferrándose al control gremial, obstruyendo y ahuyentando inversiones. Y la alternativa -lícito es decirlo- no suena más agradable: ya pululan por demasiados sindicatos dirigentes de extrema izquierda pugnando por espacios de poder -referentes que nunca atienden a razones y que solo negocian de la mano de la hoz, el martillo, el piquete y la violencia. Si los actuales 'Gordos' son complicados para hacer de la Argentina un país estable y creible, la alternativa de imaginarse una 'izquierda sindical' es terrorífica. El remedio y la enfermedad.
 
Tenemos una oposición no peronista que pretende juntarse, pero pocos -aunque así lo deseen- le creen. Y no pocos de esos dirigentes han acompañado proyectos claves del Ejecutivo, sumiendo al país en un desierto de inversiones. Si -por esas casualidades- llegaran juntos a 2015 y dirimieran sus candidaturas en internas, dos cosas podrían ocurrir, de ocupar el poder: o bien terminan peleándose entre ellos, o bien deberán hacer frente a las CGT (que en ese momento no serán tres, ni cinco, sino solo una; con Moyano, Caló, Martínez, Micheli, etcétera) declarando paros una vez cada treinta días. 
 
Nuestro mayor deseo es que el futuro despeje ese signo de interrogación, aunque existen pocos indicios para ser optimistas. El problema es que, en la Argentina, los procesos pasan pero los dirigentes quedan. Exactamente a la inversa de lo que debería ser. 
 
 
 
Sobre Pablo Portaluppi

Es Analista en Medios de Comunicación Social y Licenciado en Periodismo. Columnista político en El Ojo Digital, reside en la ciudad de Mar del Plata (Provincia de Buenos Aires, Argentina). Su correo electrónico: pabloportaluppi01@gmail.com. Todos los artículos del autor, agrupados en éste link.