SOCIEDAD: PABLO PORTALUPPI

Culpa y mediocridad

Resulta cuanto menos curiosa la amable recepción que tuvo la llegada de Jorge Milton Capitanich a la Jefatura de Gabinete, de parte de los mas encumbrados analistas políticos...

28 de Noviembre de 2013
Resulta cuanto menos curiosa la amable recepción que tuvo la llegada de Jorge Milton Capitanich a la Jefatura de Gabinete, de parte de los mas encumbrados Twitter, Pablo Portaluppianalistas políticos y, lo que es peor, de parte de los principales dirigentes opositores y empresarios. Acaso como si, de pronto, uno de los peores sentimientos que existe en nosotros los mortales, la bendita culpa, se hubiera apoderado de nuestra sociedad.

Creemos hallar en la providencia de un hombre -en este caso, de dudosas cualidades- la alternativa de la salvación. Y hay que decirlo: esto suele ocurrirnos cuando se trata de algún dirigente con algún aroma a peronismo. No nos percatamos de que este movimiento jamás ha sido parte de la solución; antes bien, siempre ha sido parte del problema. De los últimos treinta años de democracia, el justicialismo o pejotismo -en cualesquiera de sus formas- nos gobernó veintidós: Carlos Menem, Eduardo Duhalde, Néstor Kirchner y, ahora, Cristina. Y el país está como está.
 
El justicialismo no nació de un repollo; tampoco llegó de Marte. Lo hemos engendrado, obsequiándole votos. El peronismo es un vicio bien argentino, computándose, hacia los dirigentes de ese partido, una mezcla de culpa, temor y respeto. Sucedió con Menem, cuando vino a "rescatarnos" del gobierno de Alfonsín: el riojano echó mano de políticas en extremo similares a las ejecutadas en su oportunidad por Martínez de Hoz durante la dictadura militar, pero nadie se atrevió a decirlo. Y el de Anillaco terminó siendo reelegido con un amplísimo apoyo popular. Llegaría luego la malograda Alianza, producto de una fusión entre elementos radicales y frepasistas; si bien cabe apuntar que se trató de una gestión desastrosa, existía en los medios y en la opinión pública un sentimiendo impiadoso frente a la figura del Fernando De la Rúa.

Después de la inolvidable semana de gobierno del puntano Adolfo Rodríguez Saá, aterrizó Eduardo Duhalde. Este terminó llevando a cabo iniciativas claramente contrarias a las impulsadas por su compañero de partido, Carlos Saúl Menem. El escenario se acercó a la calma hasta que, gracias al apoyo ciudadano cosechado por el lomense, arribó Néstor Carlos Kirchner a la primera magistratura. Pocos evitaron caer en el encantamiento del santacruceño, salvo contadas excepciones. Así como Menem llegó a ser categorizado como "alto, rubio y de ojos celestes", Kirchner alcanzó un status similar. Lo sucedería su esposa, Cristina Fernández. Parecía ser que la Señora se iría a pique; sobrevino la desaparición física de Néstor y la sociedad, acaso decepcionada por una oposición de objetivos y agenda mediocres, empezó a percibir a Cristina como la "pobre viuda". Intoxicados por una economía motorizada por un elevado consumo, los argentinos decidieron votarla masivamente. ¿Culpa? Seguramente, algo de eso existió.
 
Las sociedades necesitan creer en algo. Pero jamás habremos de olvidar la historia, el pasado reciente. Sirve recordar que, al momento de llegar Domingo Felipe Cavallo al Ministerio de Economía -Administración aliancista-, aquél fue recibido con aplausos. Todo se resumía en optimismo y esperanza. Y Cavallo se acercaba a los micrófonos a diario, multiplicaba reuniones, inyectándole un ritmo frenético al gobierno. Ya se hablaba, por aquel entonces, de un premier. Apenas ocho meses después, el cordobés debió huir del país, mientras De la Rúa montaba en helicóptero. Al llegar Rodríguez Saá, el puntano recurrió a idéntico patrón: su eslogan fue "Vamos a trabajar las 24 horas del día". Su renuncia se produjo pocos días más tarde, por mensaje televisado desde San Luis. Dato no menor: el Jefe de Gabinete era Jorge Milton Capitanich Popovich.
 
Un 27 de octubre de 2013, el gobierno perdió las elecciones legislativas a manos de una fragmentada oposición. Cristina, disminuída en salud y sin chances de  reelección -a lo que se sumó una economía en problemas- mueve piezas dentro del gabinete: explusa a Guillermo Moreno, muy a su pesar. Blanquea la llegada de Axel Kicillof al Ministerio de Economía, y designa a Capitanich a la cabeza de su equipo. El gobernador chaqueño repite el modus operandi ya descripto: se dirige a diario a la prensa, programa encuentros con dirigentes opositores, empresarios y sindicalistas. ¿Acaso no asistimos a una película ya vista?
 
De pronto, nos topamos con el Jefe de Gobierno porteño, Mauricio Macri, celebrando el aterrizaje de Jorge Milton Capitanich en la Administración, y lo propio hizo el intendente de Tigre, Sergio Tomás Massa. El resto de la dirigencia opositora destaca por su silencio, especialmente el radicalismo. ¿Es Capitanich una versión local de Winston Churchill? Pareciera que así es. Lejos de ellos, se integra al Gobierno Nacional un político de origen radical, devenido en peronista en tiempos del menemismo, y que luego permanecería del lado del "pejotismo". No es otro que el Gobernador de una de las provincias más pobres de la Argentina, el Chaco, en donde el 60% de los habitantes carece de servicio de agua potable. Quizás algunos hayan olvidado este detalle: Capitanich es el máximo funcionario de su provincia desde hace ya seis años. El señor es ultrakirchnerista, y ha apoyado todas y cada una de las medidas diseñadas por Néstor Kirchner y, luego, su mujer, incluyendo la "guerra" versus el campo. A pesar de que la tierra de donde viene se caracteriza por una importante incidencia de la producción agropecuaria.
 
Tal vez todo se remita a aprender a "leer" a la opinión pública. William Shakespeare -para muchos, el más completo dramaturgo de todos los tiempos- supo acuñar una frase memorable: "Los pueblos son peligrosos porque son manejables". Ahí vemos a Cristina, viuda y con problemas de salud, flamante abuela, reapareciendo en un video "dirigido" por su hija Florencia. Hablando "con naturalidad" a un can venezolano convenientemente depositado sobre sus faldas, y acompañada por un pingüino de peluche. Presentada cual dulce e inofensiva "Caperucita Roja", pero sin revelar su cola de lobo feroz. Algunas encuestadoras de opinión, en apariencia creíbles, reflejan que, por estas horas, Cristina Kirchner cuenta con casi 50 puntos de imagen positiva. ¿Cómo posicionarse frente a esto? ¿Cómo reaccionar frente a una sociedad que opina bien de su Presidenta pero que, a pesar de ello, no elige a sus candidatos en las urnas con igual criterio? ¿Cómo pararse de frente a una sociedad que, apenas dos años atrás, eligió masivamete a la viuda, para luego salir corriendo a comprar dólares?

Desde luego que comprender al argentino promedio no resulta una tarea sencilla. Acaso porque nos caracterizamos por ser manejables, y un tanto volubles. En el proceso, la primera mandataria se despojaba de los servicios de Juan Abal Medina, Hernán Lorenzino, Mercedes Marcó del Pont, para depositar en la palestra a un hombre mayormente desconocido para la opinión publica. Un señor engominado, de buen talante, siempre dispuesto a responder preguntas. Joven, pulcro, profesional. Es decir, con todas las cualidades para hacerse de una buena "comerciable" ante la ciudadanía. Nuestra ciudadanía. Culposa, mediocre. Asustadiza, con una insoslayable tendencia a creer en alguien, para que ese alguien nos indique el camino y nos diga lo que hay que hacer.

El grueso de la oposición política no peronista aún no comprende cómo funcionamos. Mientras tanto, el peronismo nos interpreta a la perfección. Y cuenta, el peronismo, con la inestimable ayuda de empresarios y analistas políticos -al menos, los más reconocidos. Esos mismos analistas que, aún cuando mantengan su espíritu crítico hacia la Administración, no dejan de rescatar la figura y los actos que produce cotidianamente Capitanich. Lo rescatan, fundamentalmente, por tratarse de un referente de buenos vínculos con los "mercados", por ser un dirigente peronista del interior, por dirigirse a los medios de prensa con educación y, seguramente, a partir del poderoso contraste frente a su antecesor en el cargo, Abal Medina. Celebran, hombres de empresa y periodistas, la aparente decisión de Cristina Kirchner de delegar poder, puesto que se trata de algo jamás visto durante la larga gestión de la familia santacruceña. Jorge Milton Captanich es un político; esto es, cuando habla, no dice nada ralmente. Pero lo hace bien, y se esmera por quedar bien con todo el mundo. Lo que se dice, un "vivillo". Y que reúne las condiciones para SER. 
 
Algunos afirman que el gobierno se encargó de "apretar" a empresarios (siempre listos para tal fin), a trabajadores de prensa y a algunos opositores, a fin de que salgan públicamente a expresarse en buenos términos del Jefe de Gabinete. Probablemente sea cierto. A pesar de ser una gestión en franca retirada, mantiene cierta capacidad de presión. Lo cual podría explicarse desde numerosas razones (económicas, por citar un caso). Pero, antes que nada, a partir de los extendidos sentimientos de culpa, temor... y mediocridad. Culpa, tras habernos comportado tan salvajemente con la Alianza. Culpa, quizás, frente a la viudez de la Presidente. Mediocridad, por aceptar alegremente vivir en un país con inflación, inseguridad, con las reservas de su banco central en picada, con cepo cambiario, con la necesidad de importar energía para no vivir a oscuras, por no tener suficiente trigo, etcétera. 
 
Con todo, creemos en Capitanich y Kicillof. Aún cuando ninguno de los dos ha pronunciado todavía la palabra "inflación" ("variaciones de precios", declamaron). El Jefe de Gabinete sonríe y habla, y la verdad es que, con eso, alcanza.

¿No convocó el Gobierno Nacional a la oposición en 2009, para que la opinión pública comprobara luego que nada sucedió? ¿Por qué deberían las cosas ser distintas ahora? Poco importa eso; el asunto es creer. Y mantener el status quo. No asistimos a un gobierno nuevo, y la sola presencia del Gobernador del Chaco se utiliza para hacernos creer que algo cambiará. Al final del día, no comprendemos que jugamos con fuego, que el país marcha hacia la acentuación de su crisis económica. Los que así lo interpretan, callan.

En ocasión de los famosos cacerolazos de 2001, una mujer porteña -portadora de todos los caracteres de la clase media- en la esquina de Acoyte y Rivadavia, comentó a un cronista que protestaba por las privatizaciones de Menem. Proceso de remate de las empresas del Estado que tuviera lugar durante el primer período del riojano (durante el cual se registró un apoyo masivo desde los sectores medios en la sociedad). El tema quedó en el pasado. Hoy, se impone mirar hacia adelante.
 
Nadie pretende una ruptura del orden institucional, ni mucho menos: se exige decir las cosas como realmente son. Después de diez años de kirchnerismo, y veintidós de peronismo. Suficientes para aprender y no repetir los mismos errores. Celebramos el acuerdo con Repsol y el arreglo de un par de juicios en el CIADI, como si se tratara de noticias gigantescas. Nos regocijamos con la llegada del señor que porta más de lo mismo; más o menos, lo que se ha visto desde 1983, bajo otros formatos.  Capitanich inaugura un cambio frente al estilo de los albores del kirchner-cristinismo, sin dudas. Al final del partido, seguimos sin darnos cuenta de que transitamos, lenta pero inexorablemente, el desolador sendero de la medianía general. Expiando culpas y aceptando mansamente a los falsos profetas que se presentan ante nuestros ojos.
 
Sobre Pablo Portaluppi

Es Analista en Medios de Comunicación Social y Licenciado en Periodismo. Columnista político en El Ojo Digital, reside en la ciudad de Mar del Plata (Provincia de Buenos Aires, Argentina). Su correo electrónico: pabloportaluppi01@gmail.com. Todos los artículos del autor, agrupados en éste link.