SOCIEDAD | OPINION: YAMIL SANTORO

Debate: salario mínimo

Existen vacas sagradas que parecen haber quedado fuera del debate. Si bien es cierto que, dentro de un contexto inflacionario, el salario mínimo sirve para actualizarle el precio-salario...

18 de Noviembre de 2013
Existen vacas sagradas que parecen haber quedado fuera del debate. Si bien es cierto que, dentro de un contexto inflacionario, el salario mínimo sirve para actualizarle el precio-salario a quienes ya tienen trabajo, sus consecuencias son mucho más negativas de lo que se observa a simple vista. Me gustaría ilustrar el asunto con una historia.
 
Conocí a Wilmer en un curso de inversiones para pequeños ahorristas. Era un pibe de poco más de veinte años. Durante el evento, se me acercó, preguntando si podía darle trabajo. Vino de Bolivia, poco después de haber terminado el secundario. Trabajaba en el campo con su mamá cosechando papas y algunas otras frutas y verduras. Un conocido de la madre le comentó que la Argentina era una tierra de oportunidades y que aquí podría tener un futuro prominente. Terminó en un taller esclavo, planchando camisas por diez centavos la unidad, en algún lugar de la Provincia de Buenos Aires. 
 
Armado de esperanzas, luego de más de un año en condiciones de virtual esclavitud, cumplió con el acuerdo con su esclavista de ocasión,y logró encontrar refugio en otro taller donde, al menos, le permitían salir para estudiar. En ese momento, trabajaba de lunes a sábados por, aproximadamente, $1.000. Como decía, me pidió empleo, y le pregunté "¿Qué sabés hacer?". "Coser, planchar y cosechar papas", bien pudo ser su respuesta, que ya no logro evocar pero recuerdo pues me causó gracia su sincera brutalidad. Se trataba de una persona dispuesta a salir adelante y se tenía fe, lo cual me entusiasmaba. 
 
Un día, finalmente me decidí. Lo llamé y le dije "Te pago lo mismo que te pagan ahora; vení y vemos en qué te puedo ocupar". Y fue así como Wilmer vino a trabajar sin tener idea de qué hacer. Poco a poco, fuimos capacitándolo, otorgándole cada vez más responsabilidades, hasta que fue ganándose su lugar. Por supuesto, estaba en negro. Con el tiempo, llegó a justificar su puesto y le pregunté si quería estar en blanco o llevarse el dinero en mano; me contestó que prefería tener el dinero para invertir, y luego dárselo a su familia. El día en que negociamos el aumento que lo ponía finalmente por encima del salario mínimo, nos encontramos -al volver a la empresa- con inspectores del Ministerio de Trabajo: hubo que blanquearlo a la fuerza. Recuerdo ver cómo lloraba cuando le explicaba que no iba a poder darle el aumento prometido y que, además, me iba a comer una flor de multa. 
 
Pero, más allá de las adversidades ministeriales, pudo progresar. Lo ayudé para que se venga a vivir conmigo a un departamento compartido. Se anotó en la universidad, con la idea de comenzar sus estudios. Un día, vino a avisarme que ya no iba a trabajar en la empresa, dado que había conseguido algo mejor. Las buenas nuevas continuaron y, poco tiempo después, nos dijo que ya no viviría con nosotros: se mudaba solo, por primera vez en su vida. Invertir en él valió la pena y pude regalarle a alguien un poco más de libertad.
 
Si hubiera tenido que regirme por lo que dictan las leyes de algunos burócratas iluminados y sindicalistas mafiosos acostumbrados a establecer exigencias absurdas y arbitrarias para ofrecer empleo, Wilmer seguramente hubiera seguido en aquel taller. El salario mínimo sólo sirve para quitarle a las personas menos calificadas la posibilidad de acceder a puestos de trabajo. Si vemos al mercado como una escalera, el salario mínimo elimina los primeros escalones, robándole a muchos la posibilidad de empezar a subirla, o de volver a subir.
 
Es insensato pensar que la prohibición de algo hará que eso deje de existir. Lo nefasto es convertir en ilegal o criminal una relación que beneficia a dos personas de común acuerdo. Aún perdiendo plata a favor de Wilmer -como fue mi caso inicialmente-, yo estaba cometiendo un ilícito. Las leyes me llevaban a realizar una acción injusta (dejarlo sin trabajo en un taller esclavo) o a infringirla, con tal de cumplir con aquello que me dictaba mi conciencia.
 
Existen muchas leyes que sirven para perpetuar situaciones injustas. Así como existen muchos empresarios y empleados malparidos, existen personas valiosas que se ven impedida de hacer todo lo bueno que pudieran hacer, o de ayudar a todos aquellos que pudieren ayudar. La lógica del salario mínimo, en conjunto con otras medidas proteccionistas, sirven para aumentar la dependencia de la sociedad en grupos de presión (sindicatos, cámaras de comercio, etcétera), con el objetivo de poder obtener favores y reconocimientos de parte de un gobierno corruptible.
 
Sin perjuicio de mi profundo repudio y asco por las formas de esclavitud, lo concreto es que, entre el trabajo en situaciones infrahumanas y de cautividad, y un salario acordado libremente (aunque éste pudiere resultar bajo), existe un universo de diferencias que reflejan la complejidad de la sociedad que resulta imposible de plasmar en un Decreto, una paritaria o cualquier decisión centralizada.
 
El salario mínimo es una de las principales causas que convierten el "acomodo" en la principal forma de acceso a un primer empleo en la Argentina. Quien llega sin experiencia, suele ser improductivo -¿pretendemos que la firma absorba su costo, o debería ésta tenerlo en negro un par de meses hasta que aprenda? Corresponde ofrecer oportunidades a todos aquellos que se encuentren parados, para sumarse a trabajar por una Argentina mejor. Hablemos, entonces, sobre cómo mejorar su salario real, sobre cómo brindarles herramientas para el progreso, sobre cómo ayudarlos a llegar a fin de mes, y terminemos con las mentiras que conducen a la perpetuación de la mediocridad y la dependencia.
 
Si el salario resulta insuficiente, hablemos sobre cómo otorgar un ingreso compensatorio como, por ejemplo, en Chile. Hablemos de capacitar a la gente para que pueda elegir no trabajar en lugares por necesidad. Facilitemos las condiciones para que cualquiera pueda abrir un negocio y que podamos expulsar a los miserables del mercado. Ayudemos a las personas a mejorar su condición, ofreciéndoles herramientas genuinas para el desarrollo, y dejemos de destruir el valor de la moneda con políticas monetarias irresponsables.
 
El salario mínimo no termina con el problema de los salarios bajos, ni resuelve el tema de la pobreza: sólo lo esconde, y convierte en criminales o víctimas excluídas a quienes muchas veces no tienen más alternativa que hacer lo que pueden.
 
 
Yamil Santoro | El Ojo Digital Sociedad