POLITICA: YAMIL SANTORO

El pozo K: la gran causa 'Nacional y Popular'

Mientras leía el otro día, caí en un pozo. No era un pozo cualquiera; se trataba de "El Pozo" de Augusto Céspedes...

26 de Agosto de 2013
Mientras leía el otro día, caí en un pozo. No era un pozo cualquiera; se trataba de "El Pozo" de Augusto Céspedes. La historia remite al conflicto entre paraguayos y bolivianos por un pozo. Los bolivianos morían de sed y, en la búsqueda de agua, deciden ir a ver si en un viejo pozo abandonado podían encontrarla. Tras mucho tiempo de infructuoso trabajo, arriban los paraguayos con idéntica intención, lo que da inicio a una guerra por la conquista y defensa del pozo seco. Mantengamos esta idea en mente por un par de párrafos.
 
Existen dos formas de organizarnos como sociedad: una centralizada y otra descentralizada. Esto tiene que ver con "desde dónde" se recurre a decisiones estratégicas. En la visión centralizada, existe un ente central que baja una línea conductora. Esta es la visión colectivista. Según ésta, conviene que exista una entidad superior que determine el rumbo de los súbditos. 
 
Por otro lado, la cosmovisión individualista o humanista plantea que es preferible que cada individuo realice sus propias elecciones y disponga de su propia planificación. Este enfoque tiende a que menos cosas queden libradas al capricho de un gobernante/rector y entiende que el orden deseable consiste en la sumatoria de decisiones aisladas de múltiples individuos que administran información dispersa, preferencias subjetivas y gustos propios.
 
Estas dos visiones son antitéticas: más estado (socialismo) o menos estado (liberalismo). Se trata, en definitiva, de enfoques principistas. Terminan convirtiéndose en fundamentalismos si se los sitúa por delante de los fines. Esto termina generando posiciones radicales que sostienen que lo privado siempre es bueno y lo público siempre es malo, o viceversa. Corresponde abandonar el dogmatismo cuando hablamos de política. Liberalismo, socialismo, ¿para qué? Las ideologías son como un pozo que -mal entendidas- pueden volverse un fin en si mismo; fin sobre el cual el individuo se obsesiona y sobre cuya base trabaja sin importar el resultado: como los bolivianos en "El Pozo".
 
Cuando liberales y socialistas debatimos, solemos perder de vista la finalidad del debate, que debería centrarse en qué es lo que nos proponemos construir. Los cómo y las estrategias es el espacio en el que diferimos; solemos enfrascarnos en debates acerca de las estrategias sin tener antes definidos los fines. Este debate responde a "¿Cómo lo queremos conseguir?".
 
Creo que es hora de reorientar buena parte del debate político hacia la elaboración de un diagnóstico sensato y, a partir de ahí, pensar las variantes de país que podemos desarrollar. Algunos preferirán la coordinación centralizada; otros preferiremos el orden espontáneo, pero los beneficios de cada abordaje jamás pueden calcularse si primero no elegimos un modelo, una meta. Antes de eso, es imposible.
 
Como ciudadano, si de lo que se trata es de pensar en una meta general, primero es necesario contar con una meta individual. Esto permite "delegar" la toma de una decisión estratégica. En cambio, si nos mostramos desprovistos de sueños y metas, quienes deben tomar las decisiones por nosotros estarán sustituyendo nuestra voluntad. El autoritarismo representa la expresión política en la que la voluntad de la persona queda confundida con la del Estado. Se da pie, así, al primer debate: ¿qué queremos? Agua, en nuestra historia.
 
En relación a esta pregunta existen, dos respuestas: el autoritarismo (y su expresión contemporánea, el populismo) por un lado, y el libertarianismo por el otro. Mientras que la primera considera que existe una causa anterior a las personas (dogmatismo, razón de estado), la segunda considera que no existen, precisamente, causas anteriores. No existe lo bueno en sí para todos.
 
El primero conduce a un modelo ordenado. La violencia del totalitarismo trae orden, uniforma. Ahí, existe “lo bueno” y “lo malo”, que le facilita la existencia a quienes no desean pensar o no se atreven a reconocer que pueden tener preferencias o gustos diferentes a los de otros; trae paz para quien tiene miedo a vivir. En cambio, el libertarianismo, la libertad, traen caos. Pero el caos es sólo posible en modelos analíticos, en las mentes de los observadores, en la pobreza del observador. La libertad, precisamente, nos desafía a con-vivir. Vivir con otros distintos a uno. Mientras que la libertad se potencia en la diversidad, el autoritarismo tiende a terminar con nuestras diferencias. Lo diferente es un riesgo para los enemigos de la libertad.
 
Cada uno de nosotros es portador de una ideología. Tenemos un criterio estratégico que preferimos (colectivismo/socialismo - individualismo/liberalismo), y un criterio de valores con el que nos sentimos más a gusto (autoritarismo/uniformidad - libertarianismo/pluralidad). Desconocer qué criterio empleamos para tomar decisiones nos lleva a volvernos funcionales a los discursos de otros.
 
Por eso, insisto: antes de poder debatir las grandes causas nacionales, primero debemos definir si consideramos que existen valores supremos universales que deben imponerse a todos, o si acaso creemos que cada persona puede tener su propio sistema de valores y preferencias. Luego, podemos debatir qué sistema conviene para administrar de mejor forma lo primero. Quien antepone los medios a los fines, se engaña. El que equivoca esto, termina dando la vida por un pozo seco, y termina sin agua y sin vida.
 
Más allá de la coyuntura y de los rótulos, como planteaba Charly García en “El Tuerto y los Ciegos”, cuando la mediocridad se vuelve normal (en este caso, el dogmatismo o la apatía), la locura es poder ver más allá. Hoy, ver más allá, es ver más allá del pozo en el que nos hemos metido.


* El autor es docente y se desempeña en el partido político Unión Por Todos
 
 
 
Yamil Santoro | El Ojo Digital Política