POLITICA: MATIAS E. RUIZ

Las Puertas del Infierno, primera parte: la rehén del General

El subsistema cristinista cruje, protagonista central de un proceso de desintegración inimaginable hasta para el opositor más acérrimo...

20 de Agosto de 2013

El subsistema cristinista cruje, protagonista central de un proceso de desintegración imposible de imaginar hasta para el opositor más acérrimo. Y la frágil cohesión del conglomerado gubernamental ha quedado expuesta, con muy poco: bastó con la acentuación del parate económico, la exposición Twitter, Matías E. Ruizrecurrente de detalles relativos a una flagrante corruptela oficial en el ciclo Periodismo Para Todos, y el súbito ingreso del jefe comunal tigrense Sergio Massa en la arena política. Los guarismos retornados por las Primarias del 11 de agosto próximo-pasado -negativos para la Casa Rosada- amplificaron la sensación de fin de ciclo, mucho antes de lo previsto, conforme aún restan celebrarse las Legislativas del 27 de octubre. Lejos de ser auspicioso, o de compartir senderos alternativos desde los cuales remontar el atolladero, el futuro cercano se ensombrece para Cristina Elisabet Fernández Wilhelm.

Los resultados de las PASO, sumados a la regurgitación flamígera y autorreferencial propagada por la Presidente el día después, sirvieron para imprimirle el último empellón a una diáspora que se acrecienta, y que tiene por destino a la otra vereda. Se ingresa, entonces, en un círculo vicioso, particularmente difícil de neutralizar: las malas noticias ganan empuje (puesto que se potencian gracias a la autocrítica perpetrada por funcionarios y voceros ad hoc del Frente Para la Victoria). En pocas horas, el Secretario de la Presidencia Oscar 'Larry' Parrilli -otrora calenturiento menemista- se ha embarcado en una misión suicida contra Jorge Lanata y el Grupo Clarín, y se ha producido un motín en el penal de Ezeiza cuya ocurrencia (en un esfuerzo vistosamente fútil) el Ministro de Justicia Julio Alak trabaja para disimular. Y, acaso para elevar la temperatura del espeso caldillo, el Gobernador Daniel Scioli ha dejado entrever que no ha perdido del todo su olfato, recurriendo a términos amargos para el cristinismo, como "gobernabilidad" y "estabilidad". En lenta ebullición, el menú político-social exuda un miasma que contagia desesperación y debilidad; la sensación de que los personeros del modelo se han quedado sin recursos ni subterfugios se ha instalado definitivamente.

En este contexto, el General César Milani podría perfectamente dar fe de que nadie puede presumirse inmune ante el poder del archivo. A pocos días de conocerse su nombramiento como JEMGE, la opinión pública se notificó no solo de sus desprolijidades financieras personales, sino también de su brumoso proceder durante los años de plomo. Flota ahora sobre él la espada de Damocles de una persecución judicial sin precedentes, luego de la cual es altamente probable que deba hacer frente a una eventual condena por delitos de lesa humanidad que, a los ojos de la administración de justicia en la Argentina, no prescriben. Sin embargo, las metodologías exhiben ese nosequé que invita a emularlas: panorama que lo ha llevado a exponer ante la Presidente de la Nación un plan específico, con miras a ayudarla en su ambición aún no abandonada de permanecer. La proposición es sencilla: reemplazar al espionaje civil con su propio staff de Inteligencia Militar en la infiltración de toda estructura estatal y privada plausible de ser infiltrada, incrementar la visibilidad/presencia de las Fuerzas Armadas en las calles y avenidas del país y, a la postre, que los uniformados hagan las veces de "garante institucional" ante cualquier intento de desalojar a la jefe de estado. Sin importar que ese desalojo se presente por la vía de un proceso electoral elocuentemente adverso o de cualquier otro mecanismo de conceptuación democrática. Este apartado coincidiría -palabras más, palabras menos- con el autogolpe del que muchos analistas comentan pero pocos hablan. Así las cosas, Milani mira hacia el estanque y la imagen que éste le devuelve es, en mucho, similar a la de Cristina Kirchner; con visos de síndrome de Estocolmo o de mito de Jano, este relato se circunscribe a dos personajes que, en franco conocimiento del destino de padecimientos que los une, concluyen que solo les sirve la estratagema de escapar hacia adelante. Es la causa común del que se presume saboteado, profundamente incapaz ya de discernir sobre los desaciertos que lo han depositado en su propio calvario -no existe distinción, aquí, entre secuestrador y rehén.

La necesidad de cobijarse frugalmente en una estrategia de neto corte defensivo (planteada desde el imperativo categórico del ataque desordenado) ha evitado que el General César Milani pueda contemplar el bosque, desde una posición de altura. En tal caso, se percataría de que carece a todas luces del respaldo con el que pretende hacerse de la gracia presidencial: la porción del generalato que le garantiza lealtad se reduce a no más de media docena de individuos, todos ellos preocupados por mantener el estatus económico favorable derivado de su adhesión al neomilitarismo Nac&Pop. Sobresale, en esta tropilla, el también General Luis María Carena, protégé del tándem Verbitsky-Garré. Es el corolario de una táctica con pies de barro y que está llamada a salir mal, puesto que Milani no solo se encuentra enfrentado con la mayoría de sus pares debido a diferencias ideológicas sustanciales, sino que ha sido el mismísimo uniformado coscoíno (conocido como "Nenino" por sus amigos de la infancia) quien se encargó en su momento de pergeñar el aplastamiento salarial de la suboficialidad y los rasos desde el Fallo Zanotti en el ámbito de la Corte Suprema de Justicia. Finalmente, este salto hacia adelante conlleva la posibilidad furtiva de la respuesta en forma de abultada facturación; los opositores a Milani podrían decidirse a abandonar el voto de silencio, emprendiéndola contra él, sus albaceas, y contra el estamento civil y castrense que, desde su posición en numerosas dependencias de las FF.AA. (institutos, centros de estudios), adhieren demasiado complacientemente al principio bolivariano aislacionista y antioccidental incorporado en abstracciones impetuosas pero insípidas como UNASUR o ALBA. Son asalariados de mirada gris que, lenta pero juiciosamente, comienzan a tomar nota de la cuestionable elección de haberse enrolado en un esquema que agoniza tras el cadalso acusado por el FPV en las urnas. Se asiste, en definitiva, a una apuesta a doble o nada que motoriza chances interesantes de sintetizar un punto de quiebre de importancia en las Fuerzas Armadas; la fractura tan temida que, planteada desde la frialdad del análisis de algunos, podría abrir el pórtico a una purga de alcance inabarcable para los papers.

Cristina Fernández Wilhelm tuvo la opción de descartar de plano la proposición de Milani, pero -así trascendió- no lo hizo. La circunstancia invita -salvando obvias distancias- a repasar el sondeo hecho in situ por Richard Helms (ex director de la CIA americana) al General Alejandro Lanusse en Washington durante septiembre de 1970, a criterio de conocer el potencial interés del uniformado en tomar parte en un golpe de estado junto a false-flaggers contra el gobierno del chileno Salvador Allende. Archivos desclasificados poco tiempo atrás revelan que la respuesta de Lanusse fue: "Señor Helms; Usted ya tuvo su Vietnam. No me haga tener el mío".

Infortunadamente, el librillo de la supervivencia todo lo permite, y todo lo tolera. Para la Presidente, todo se ha vuelto lícito. Incluso abrir de un estridente puntapié el pórtico que conduce al infierno.


 

Matías E. Ruiz