ESTADOS UNIDOS: ALISON ACOSTA FRASER & RACHEL GRESZLER

La bancarrota de Detroit: no es hora de rescates desde el gobierno federal

La ciudad de Detroit presentó un requerimiento de protección frente a bancarrota (Capítulo Nueve) durante la pasada semana -exhibe una deuda de US$ 18 mil millones-, remitiendo a la bancarrota municipal más grande en los Estados Unidos.

20 de Julio de 2013
La ciudad de Detroit presentó un requerimiento de protección frente a bancarrota (Capítulo Nueve) durante la pasada semana -exhibe una deuda de US$ 18 mil millones-, remitiendo a la bancarrota municipal más grande en los Estados Unidos.
 
Inevitablemente, habrá llamados al gobierno federal para rescatar a Detroit. Pero Washington debería sentar, desde ahora, un firme precedente, y no rescatar a una ciudad descuidada, ni a condado o gobierno estatal alguno. Detroit debe resolver sus propios problemas y, tristemente, la bancarrota es el último mecanismo para forzar a los líderes de la ciudad a hacerlo.
 
La solicitud de rescate ante la bancarrota de Detroit no debiera sorprender; la declinación de la ciudad se ha venido forjando durante décadas. Este declive económico y financiero se afirmó desde la caída en la producción de manufacturas en Estados Unidos. Pero las décadas de declinación ininterrumpida que siguieron -en la que la ciudad perdió más del sesenta por ciento de su población-, se deriva de la respuesta equivocada de la ciudad ante el fenómeno de la caída en la producción.
 
Antes de implementar políticas económico-financieras adecuadas y promover a que el vibrante sector privado rejuveneciera a la ciudad, los tomadores de decisión en Detroit intentaron relocalizar recursos desde el sector privado hacia el sector público, subieron los impuestos e incrementaron los marcos regulatorios -todo ello mientras fogoneaban un gobierno municipal en permanente expansión.

Por desgracia, los líderes de la ciudad tomaron su libreto de la industria automotriz, incrementando el tamaño del gobierno a partir de promesas generosas pero inalcanzables en relación a pensiones futuras y beneficios de salud. De hecho, la porción más grande de la deuda de Detroit está en aquellas promesas imposibles de cumplir: US$ 6 mil millones en beneficios destinados a la salud y otros para futuros retirados de sus empleos, y US$ 3 mil millones en pensiones.

Durante décadas, Detroit logró sostenerse en los 'sospechosos de siempre' que hacen a la mala política fiscal: pedidos de préstamos imposibles de enfrentar, esquemas estatales de subsidios, suba de impuestos y diferimientos de contribuciones a las pensiones públicas; todo ello, antes que proceder a recortar el gasto de la ciudad. Pero la espiral trágica en la caída de Detroit ha llegado ahora a su fin. Exhibiendo índices impositivos cercanos a los máximos permitidos por estatutos y servicios públicos deficientes que desalientan a individuos y empresas de permanecer en la ciudad o en afincarse en ella, Detroit no puede, sencillamente, continuar financiando sus operaciones y honrar sus deudas.

Se ha dicho que los acreedores de Detroit y los pensionistas podrían terminar recibiendo centavos por cada dólar que se les debe. Ciertamente, habrá reclamos que gritarán "injusticia". Pero un rescate federal -en el cual los contribuyentes en ciudades y estados fiscalmente responsables tengan que pagar por servicios y promesas realizadas por gobiernos y ciudades que carecieron de esa disciplina durante décadas- sería bastante más injusto.

Más aún, un rescate federal de Detroit sentaría un peligroso precedente ante rescates estatales y locales. Detroit no es la única ciudad que enfrenta problemas fiscales serios; existen más municipios en donde la bancarrota aparece como el único resultado esperable. Y, si los rescates fueran realmente una panacea, entonces los rescates estatales realizados desde la legislación pro estímulo de 2009 deberán poner a cada estado en la mira, para que se manejen con políticas fiscales firmes.

Lo único que logran los rescates es penalizar a aquellos estados y gobiernos locales con buen comportamiento fiscal, y alentar a aquellos gobiernos irresponsables a que continúen proliferando desde las malas políticas y una peor administración. La bancarrota -y la amenaza que ésta conlleva- fuerza a los líderes del gobierno a confrontar y a solucionar sus propios problemas.
 
Washington también debería aprender sus propias lecciones frente al caso de Detroit. La deuda nacional total asciende a más de US$ 17 billones, una cifra mayor que la totalidad de la economía estadounidense. Más allá del enorme crecimiento observado en casi todos los programas federales, el gasto futuro llegará al punto de quiebre por los mismísimos programdas federales de gasto para empleados retirados -Medicare, Medicaid y la Seguridad Social-. Antes que desalentar a otros estados y gobiernos locales a que pongan sus respectivas casas fiscales en orden a partir de rescates u otro tipo de apoyos, los legisladores de alcance federal deberían resolver sus propios problemas fiscales.


* Traducción al español: Matías E. Ruiz | Artículo original en inglés: http://blog.heritage.org/2013/07/19/detroit-bankruptcy-is-no-time-for-federal-bailouts/
 
 
Alison Acosta Fraser & Rachel Greszler | Heritage Libertad, The Heritage Foundation