INTERNACIONALES:

Estados Unidos: tres preguntas sobre el espionaje de la NSA

Durante los últimos días, han surgido una serie de preguntas acerca de las implicaciones para las libertades civiles de los programas que tiene desde hace siete años la Agencia de Seguridad Nacional (NSA, por sus siglas en inglés), con miras a recolectar datos de conversaciones...

19 de Junio de 2013

John H. Mueller es catedrático de Ciencia Política en la Universidad de Ohio.

Mark G. Stewart es un ingeniero civil en la Universidad de Newcastle en Australia y un académico visitante del Cato Institute.

Durante los últimos días, han surgido una serie de preguntas acerca de las implicaciones para las libertades civiles de los programas que tiene desde hace siete años la Agencia de Seguridad Nacional (NSA, por sus siglas en inglés), con miras a recolectar datos de conversaciones telefónicas y vía Internet —los programas fueron caracterizados recientemente por el presidente Barack Obama como “erosiones modestas” de la privacidad. Tres preguntas deberían recibir mayor atención.
 

1. ¿Por qué eran secretos estos programas?

Es difícil comprender cómo una revelación más temprana de la existencia de los programas hubiese ayudado a los terroristas, quienes han sabido -por lo menos, desde los años noventa- que la Inteligencia de Estados Unidos se hallaba rastreando comunicaciones alrededor del mundo para localizarlos. Es posible, sin embargo, que la discreción de los programas se deriva del miedo de la Administración Obama ante la posibilidad de que la ciudadanía esté consciente de las “erosiones modestas” de la privacidad que dificultarían los esfuerzos adicionales para erosionarlas aún más.

Un ex secretario de la Fuerza Aérea declaró a Reuters que hay una "creciente ansiedad acerca de la vigilancia doméstica que podría tener un efecto silenciador sobre la legislación propuesta para el ciberespacio, que pide más intercambio de información entre el gobierno y la industria". Desde esa revelación, más legisladores han firmado proyectos que fortalecerían las garantías en la Ley de Privacidad en las Comunicaciones Electrónicas de 1986. La noción aquí es que, entonces, los programas eran secretos, pero no para proteger a las personas del terrorismo, sino para proteger al gobierno de una inconveniente oposición pública y en el congreso.
 

2. ¿Qué han logrado los programas?

Han existido numerosas advertencias ominosas en el congreso y por parte de la Administración acerca de atentados terroristas que han sido frustrados por estos programas. Pero, hasta el momento, solo dos ejemplos concretos han sido mencionados —no mucho, considerando siete años de esfuerzo.

Primero, se ha sugerido que los programas de la NSA ayudaron a detener a un estadounidense que había realizado un trabajo de espionaje para los terroristas armados de Mumbai, India en 2008. Sus esfuerzos, sin embargo, fueron de importancia limitada para el evento, y su arresto eventual no sirvió para prevenir el ataque.

El segundo fue el caso Zazi de 2009, en el cual tres afganoestadounidenses, entrenados en Paquistán antes de regresar a EE.UU., planeaban detonar bombas en el sistema de trenes subterráneos de Nueva York. Dadas las habilidades limitadas de los perpetradores, es cuestionable que el atentado alguna vez hubiese tenido éxito. Además, el atentado fue frustrado no por quienes espían datos para la NSA, sino gracias la vigilancia estándar: la Inteligencia británica proveyó una clave importante acerca de Zazi, basándose en el tráfico de correos electrónicos hacia una dirección conocida por los terroristas —domicilio que, desde hace mucho, se hallaba bajo vigilancia.

En ese momento, las autoridades estadounidenses tenían una buena razón para colocar a los planificadores del atentado en su radar. Disponer de la colección masiva de datos de la National Security Agency puede que haya sido útil, pero difícilmente parece haber sido necesaria. De hecho, ni siquiera queda claro que incluso la clave atendiera a ese criterio de necesidad, puesto que los planificadores torpemente llamaron la atención, desde el empleo de tarjetas de crédito robadas para comprar grandes cantidades de material que podría ser utilizado para construir una bomba.

Varios estudios de caso de los 53 atentados realizados por terroristas musulmanes luego del 11 de septiembre para perjudicar a objetivos estadounidenses sugieren que esto es típico. Donde los atentados han sido frustrados, como en el caso Zazi, la tarea se logró mediante el trabajo policíaco de rutina. Los programas de la NSA difícilmente aparecen.

Cuando se inquirió hace poco al director de la NSA si los programas de recolección de datos de la agencia habían sido “de importancia crítica” o “cruciales” para detener amenazas terroristas, él dijo que en “docenas” de casos la base de datos “ayudó” o estaba “contribuyendo” —aunque no pareció estar de acuerdo con la frase “importancia crítica” en un momento. El ha prometido proveer una lista de esos ejemplos. El asunto clave para evaluar los programas, dada sus implicaciones para la privacidad, no coincidirá con determinar si la gigantesca base de datos fue útil, sino si esta era necesaria.
 

3. ¿Cuál es el costo de los programas?

Después del 11 de septiembre, la Inteligencia estadounidense concluyó que habían miles de operativos de al-Qaeda en el país. Esa perspectiva provocó un aumento vasto y apresurado en el gasto en Inteligencia y en la policía, y por lo menos 263 agencias militares y de inteligencia fueron sido creadas o reorganizadas. Por su parte, el Departamento de Seguridad Interior (Homeland Security) ha establecido una amplia gama de “centros de fusión” para vigilar al terrorismo, pero es incapaz de determinar cuánto cuestan. El Departamento estima que entre $289 millones y $1.400 millones fueron asignados a ellos entre 2003 y 2010 —una brecha de más de mil millones de dólares que es impresionante, incluso teniendo en consideración los estándares de Washington.

El número de operativos de al-Qaeda que de hecho se hallaban en territorio de Estados Unidos resultó ser de cero o casi cero, y la amenaza de terrorismo en el país demostró ser bastante más limitada de lo que se temía en un principio. Consecuentemente, hubiera sido lógico que tengan lugar ciertos recortes prudentes en los fondos destinados a la costosa búsqueda de terroristas que en gran medida no existían —un proceso que algunos en el FBI denominan “persecución de fantasmas” (ghost-chasing).

Sin embargo, la reacción continua ha sido expandir los esfuerzos, buscando la aguja mientras el pajar se agiganta. Desde hace mucho, están pendientes estudios extensivos y públicos que evalúen con un criterio de racionalidad los gastos en seguridad doméstica.

Los programas de vigilancia de la NSA han sido parte de un proceso expansivo. Si acaso han contribuido poco a prevenir ataques terroristas en EE.UU., y si ahora estamos asistiendo a lo que el presidente Barack Obama ha caracterizado como un debate “saludable” acerca de los programas, parece razonable sugerir que quienes debatimos deberíamos, al menos, recibir información puntual referida al costo de estos programas.

Conocer el costo difícilmente ayudaría a los terroristas. Puede que, al revés, sorprenda a los contribuyentes estadounidenses. Tal vez, esa sea otra razón por la cual el costo de los programas se ha mantenido en secreto.
 

Este artículo fue publicado originalmente en The Chronicle of Higher Education (EE.UU.) el 13 de junio de 2013.

 

Por John Mueller y Mark Stewart | The Cato Institute, sitio web en español