ECONOMIA INTERNACIONAL: PEDRO SCHWARTZ

España: prestidigitación tributaria

La ferocidad de la batalla entre las autoridades fiscales y los contribuyentes aumenta a ojos vistas. La crisis financiera lleva a los estados a buscar más ingresos con desesperación, mientras que los paganos buscan el modo de esconder sus ingresos y riquezas de la vista de los recaudadores.

10 de Junio de 2013

La ferocidad de la batalla entre las autoridades fiscales y los contribuyentes aumenta a ojos vistas. La crisis financiera lleva a los estados a buscar más ingresos con desesperación, mientras que los paganos buscan el modo de esconder sus ingresos y riquezas de la vista de los recaudadores. Esta guerra de guerrillas se ve  animada por la persecución de objetivos estratégicos encontrados: las autoridades quieren perpetuarse en el poder, los ciudadanos buscan gozar de beneficios públicos. Quienes mandan necesitan medios para satisfacer a sus votantes; los votantes quieren que su bienestar lo paguen otros. El cinismo está mal visto en una democracia. Hay que apelar a elevados ideales e invocar grandes sentimientos. Por eso, los gobernantes proclaman no tener más objetivo que la felicidad del pueblo y los gobernados sólo querer que pague el que más tiene. El juego de la fiscalidad está lleno de travestismo, de prestidigitación. Tal hemos concluido en una conversación de esta mañana ese mago de las palabras que es Amando de Miguel y quien firma estas líneas.

En este juego, parece que van ganando los profesionales de la política, pues dedican mucha más atención a conseguir sus objetivos. Las personas corrientes tienen poco tiempo para ocuparse de los impuestos y de la política del gasto. Por ello, los gobernantes emplean la opacidad y el embrollo, amparados en que los ciudadanos se mueven por impulsos y eslóganes... hasta el momento en que se hartan y cambian su voto. En lo concerniente a la fiscalidad no hay inocentes, sólo existen operadores más o menos atentos: los unos buscan conservar el bienestar del poder; los otros, conservar el Estado de Bienestar.

Habrán visto cómo se evita la palabra “impuesto”: es que el “impuesto” se impone y queda feo. En esto de las contribuciones (¡cuánto mejor es “contribuir” que pagar a la fuerza!) todo son siglas. ¿Quién sabe de verdad lo que se esconde detrás de “el IRPF”? Tan bien está montada la farsa que las empresas tienen que ir descontando del sueldo bruto mes a mes una proporción mostrenca, que en muchas ocasiones resulta excesiva. Por eso dicen las almas sencillas en julio o en octubre que “la Renta me ha devuelto dinero”. ¿Cómo devuelto? Será que les cobraron de más durante todo el año y ahora les devuelven lo que les deben y sin intereses. Hay incluso quien dice con satisfacción: “Yo no pago impuestos… bueno, sí pago el IVA”, cuando han estado soportando el goteo de las deducciones en su paga, pensión o subsidio de paro.

No de detiende allí el disimulo de los impuestos sobre el ingreso. Se llama “contribuciones a la Seguridad Social a lo que no es sino un impuesto sobre la mano de obra. Ese impuesto alcanza a nada menos que del 29% del sueldo de cada trabajador, a quien, para tranquilizarle, se le dice que la mayor parte la paga la empresa. ¿Creen ustedes de verdad que la empresa paga a la Seguridad Social lo equivalente al 22% del sueldo mientas que el trabajador sólo carga con el 7%? Si la oferta de mano de obra abunda, como ocurre cuando el paro es elevado, quizá el empresario pueda trasladar algo de esa carga a sus empleados. En todo caso, ese impuesto sobre la mano de obra reduce la oferta de puestos de trabajo. Recuerden lo que dice Arthur Laffer: “Cargamos un impuesto sobre el tabaco y el alcohol para que la gente fume y beba menos; cargamos impuestos sobre el trabajo para que la gente trabaje menos”.

Cierto es que las “tasas” o “precios públicos” no son en puridad un impuesto; son a cambio de un servicio. Sin embargo, cuando este servicio es obligatorio, como ocurre con la ITV (o Inspección Técnica de Vehículos), la tasa va pareciéndose a un impuesto, en Cataluña a un impuesto para la familia Pujol. Otro caso de prestidigitación es el del impuesto sobre los depósitos, que la Comunidad Europea acaba de introducir con el nombre de tasa Tobin. En primer lugar, ¿quién era Tobin? Y luego, ¿de verdad que ese impuesto lo van a pagar los bancos y no los depositantes? Luego, dudo que mucho sepan lo que es el “valor añadido” sobre el que recae el IVA. Sea lo que sea el “valor añadido”, no queda claro quién soporta tal exacción: los tenderos sí saben que, en estos momentos de bajo consumo, el IVA no recae sobre el consumidor final, sino sobre las tiendas.
 

Necesidades

No sigo con la relación de los disimulos fiscales. Sí les exhorto a que se pregunten por qué necesita el Estado tantos ingresos, aparte los sueldos de políticos, coches oficiales, obras públicas de relumbrón de las que tanto nos quejamos. ¿No será que los votantes queremos sanidad, educación, pensiones, servicios sociales financiados en parte o en su totalidad por el Fisco?

Imaginen cómo cambiaría la vida democrática si, en lugar de deducir el IRPF del sueldo cada mes, tuviésemos todos los ciudadanos que pagarlo en junio con dinero fresco en una ventanilla de nuestros “agentes” de la Agencia Tributaria.

Este artículo fue publicado originalmente en Expansión (España) el 8 de junio de 2013.

 

Pedro Schwartz | The Cato Institute, sitio web en español