ESTADOS UNIDOS: POR DAVID AZERRAD

George Washington: el consumado presidente constitucional

Pobre George Washington. Su cumpleaños, celebrado espontáneamente desde la Revolución y declarado formalmente como día festivo en 1879, lentamente se ha metamorfoseado en el insípido Día del Presidente del que oye Ud. hablar actualmente...

21 de Febrero de 2012

Pobre George Washington. Su cumpleaños, celebrado espontáneamente desde la Revolución y declarado formalmente como día festivo en 1879, lentamente se ha metamorfoseado en el insípido Día del Presidente del que oye Ud. hablar actualmente.

George WashingtonGeorge Washington, el “hombre indispensable” de la Revolución Americana que fue justamente exaltado por ser “el primero en la guerra, el primero en la paz y el primero en los corazones de sus compatriotas”, a él lo han amontonado junto presidentes tipo James Buchanan, Jimmy Carter, Franklin Pierce y John Tyler.

Peor aún, el buen nombre y gran legado de Washington se invoca ahora desvergonzadamente para justificar posiciones que nunca hubiese contemplado.

En una edición especial de Time Magazine sobre George Washington actualmente a la venta, el historiador Joseph Ellis declara con total naturalidad que: “[Washington] comenzó una tradición política que produjo la victoria de la Unión en la Guerra Civil Americana, la Reserva Federal, el Seguro Social, Medicare y, más recientemente, Obamacare”.

A Washington, que exhortó a los americanos a mostrar “devota gratitud” por su Constitución y les advirtió de cualquier “cambio mediante la usurpación”, ahora lo han convertido en un partidista del expansivo Estado del Bienestar y del inaudito mandato individual. Ellis incluso llega a tener la cara de elogiar a Washington —el hombre que elegante y voluntariamente renunció al poder tras dos mandatos cuando se podía haber quedado vitaliciamente — como el padre de un “fuerte liderazgo del Poder Ejecutivo” ¡y el precursor de Franklin Delano Roosevelt, que estuvo en el cargo, sin precedente alguno, por 12 años!

El verdadero Washington tiene todavía mucho que enseñarnos, en particular en lo que se refiere a la presidencia, la política exterior y la libertad religiosa. Aunque mucho ha cambiado en los pasados dos siglos, su sabio consejo y su conducta en el cargo no han perdido nada de su relevancia, fundamentados en los inmortales principios fundacionales y en una sobria valoración de la naturaleza humana.

Washington, como todo presidente después de él, pronunció el siguiente juramento al asumir el cargo: “Juro (o prometo) solemnemente que desempeñaré legalmente el cargo de Presidente de Estados Unidos y que sostendré, protegeré y defenderé la Constitución de Estados Unidos, empleando en ello el máximo de mis facultades”. Al contrario que la mayor parte de los presidentes del siglo XX, Washington se tomó el juramento en serio y no trató de ponerse por encima de la Constitución.

Él se vio a sí mismo como el presidente de una república en la que el pueblo, a través de sus representantes electos del Congreso, hace las leyes — no como algún líder visionario que deba definir lo que requiere el “progreso” y liderar hasta allí a las ignorantes masas.

Washington se ocupó de que “las leyes se ejecutaran fielmente”, como cuando acabó con la Rebelión del Whiskey en 1794. No intentó hacer las leyes él mismo, tanto mediante órdenes ejecutivas o decretos que se saltaran al Congreso o regulando lo que no se podía legislar. No dejó tras él logros legislativos estrella, como diríamos hoy. Sólo usó su veto dos veces — una vez por motivos constitucionales y la otra como Comandante en Jefe.

Washington pronunció, como promedio, sólo tres discursos públicos al año mientras estuvo en el cargo  — incluyendo el discurso inaugural más corto a la fecha. Y, por supuesto, se le tuvo que persuadir para servir un segundo mandato.

Como presidente, Washington usó la Constitución como su brújula y dedicó considerable atención a la política exterior. Nuestro primer presidente trató de establecer una política exterior enérgica e independiente. Creía que Estados Unidos necesitaba un fuerte ejército de forma que pudiese ” “elegir la paz o la guerra según nos lo aconseje nuestro interés, guiado por la justicia”. Su Discurso de Despedida sigue siendo el preeminente enunciado sobre el propósito de la política exterior americana.

Ningún estudio del legado de Washington sería completo sin reconocer su profundo compromiso con la libertad religiosa. Muchos parecen haber perdido hoy día el sentido de la crucial distinción que él hacía entre la mera tolerancia y la verdadera libertad religiosa. Como él mismo explicó en su memorable Carta a la Congregación Hebrea de Newport:

Todos poseen por igual libertad de conciencia y las protecciones de la ciudadanía. Ahora ya no se habla más de tolerancia, como si por la indulgencia de una clase de gente, otra pudiese disfrutar del ejercicio de sus inherentes derechos naturales.

Hoy, cuando conmemoramos a nuestro más grande presidente (su cumpleaños en realidad es el miércoles), recordemos por qué él —y no Polk, Garfield o, Dios no lo quiera, Wilson— merece un feriado nacional.

 

La versión en inglés de este artículo se publicó en Heritage.org.

 

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Por David Azerrad / Heritage Libertad