SOCIEDAD: POR ALBERTO BENEGAS LYNCH (H)

Mismas causas, mismos efectos

En una de las novelas de William Faulker —el rey en el manejo del factor tiempo, el pionero en los diálogos interiores, el maestro de las frases largas— se relata la vida de una mujer que asume riesgos con varones desconocidos hasta que la violan y la matan.

05 de Febrero de 2012

Esto es lo que ocurre cuando se juega con fuego y hay empecinamiento en probar las mismas causas con la vana esperanza de que se sucedan otros efectos. Muy por el contrario, el afán de mejorar necesariamente apunta a modificar causas para el logro de otros resultados. En este sentido, en una entrevista a Faulker, realizada por Jean Stein en 1956, el autor sostiene que “Nunca hay que estar satisfecho con lo que se hace. Nunca es tan bueno como podría serlo. Siempre hay que soñar y apuntar más alto de lo que es posible hacer. No hay que preocuparse simplemente por ser mejor que los contemporáneos o que los predecesores. Hay que tratar de ser mejor que uno mismo”. Imposible de mejorar esta receta, en la misma dirección ha escrito Viktor Frankl: “Nunca dejes que lo que es se equipare a lo que debería ser”, en otros términos, siempre mantener proyectos nuevos con estándares más exigentes lo cual hace que se mantenga la llama ardiente y se renuevan las fuerzas vitales.

Alberto Benegas Lynch (h), para The Cato InstituteDaría la impresión que lo que actualmente se vive en el mundo es una especie de fantasía absurda y ridícula que consiste en pretender la obtención de resultados distintos aplicando las mismas medidas. Parecería que se ha olvidado aquello que ha repetido Einstein en cuanto a que es imposible esperar efectos diferentes si se adoptan idénticas causas.

Prestemos atención a algunas de las políticas propuestas para salir del atolladero económico. En lugar de prescindir de burócratas, se sugiere “congelar salarios de la administración pública” como si no se supiera que los funcionarios necesitan vivir y que por lo tanto requerirán la actualización de sus haberes. En vez de eliminar funciones del aparato estatal, se insiste en “recortarlas”, como si no se tuviera experiencia que, igual que sucede con la jardinería, las podas vigorizan el crecimiento. Se recomienda el estiramiento de la edad jubilatoria como si no significara postergar el problema actuarial inherente a sistemas estatales quebrados de reparto. Se adoptan políticas de “salvataje” a empresas irresponsables e ineptas con el fruto del trabajo ajeno con lo que se derrochan los siempre escasos recursos disponibles, lo cual afecta muy especialmente los ingresos de los más necesitados. Se instalan sistemas bancarios de reserva fraccional manipuladas por la banca central con lo que se permiten estados de insolvencia permanentes que se ponen al descubierto frente a crisis y cambios en la demanda de dinero. Se aceptan financiaciones provenientes de entidades internacionales coactivamente financiadas por los contribuyentes de diversos países, y así sucesivamente.

Estos son solo algunos de los ejemplos que a vuelapluma se pueden apuntar al efecto de ilustrar el punto en cuanto a la machacona perseverancia en mantener estructuras nefastas que carcomen el nivel de vida de las personas en medio de un clima en el que el Leviatán cercena cada ves más las libertades individuales y los consiguientes derechos.

Ahora los estatistas han encontrado otro canal fértil para atacar la propiedad privada a través de las figuras de la “subjetividad plural” y los “derechos difusos” en el contexto de la ecología. Por ejemplo, se pretende la intromisión en el uso y la disposición de lo propio en base al “calentamiento global” cuando opiniones autorizadas revelan que en los casos de perforación de la capa de ozono los rayos ultravioletas al tocar la superficie marina producen nubes de altura, lo cual se traduce en un enfriamiento global. En este tema y otros similares hay una dosis superlativa de arrogancia atribuyendo al hombre los fenómenos de la naturaleza, sin embargo, si prestamos atención a las series estadísticas, comprobaremos que las acciones humanas inciden muy poco. El periodista Glenn Beck mostró en televisión la mansión recién construida por Al Gore precisamente en la costa en la que pronosticaba que el mar subiría abruptamente como consecuencia del aludido calentamiento.

Por su parte, el valor de las arboledas se asigna en el mercado abierto del mismo modo que se establecen los precios de los medicamentos, si aquellas se aprecian se cotizan en relación a la importancia que se les atribuyen (eventualmente se ejecutarán proyectos conjuntos como una represa, sobre lo que ya he escrito en mi ensayo “Bienes públicos, externalidades y los free-riders: el argumento reconsiderado”, publicado en Chile, reproducido en varias revistas especializadas y ahora en Internet). Por su parte, la extinción de las especies animales se debe a la tragedia de los comunes, esto es, se debe a la ausencia de títulos de propiedad: por ello era que el ganado vacuno se estaba extinguiendo antes de la aparición del alambrado y la marca, por eso es que los elefantes estaban desapareciendo antes de la asignación de la manada a un dueño y por eso se exterminan las ballenas que no tienen censores que marcan la respectiva titularidad.

En la misma línea argumental, la alimentación transgénica ha permitido notables aumentos en la productividad, plantas resistentes a plagas y  pestes que, por ende, no requieren el uso de plaguicidas y pesticidas químicos, a la posibilidad de incrementar el valor nutriente, a la capacidad de incorporar ingredientes que fortalezcan la salud (incluyendo la disminución de alergias) y mejoren el medio ambiente y el enriquecimiento de los suelos. Estos descubrimientos son señalados, entre otras instituciones, por la American Medical Association (AMA) de EE.UU. y se encuentran consignados en libros como el compilado por Nicholas Kalaizandonakes titulado The Environment and the Economic Impact of Agbiotech:  A Global Prespective y en declaraciones de entidades que habitualmente no simpatizan con emprendimientos privados tal como la FAO de las Naciones Unidas que, sin embargo, se ha pronunciado a favor de estas innovaciones tecnológicas. Lo dicho no es para nada incompatible con que simultáneamente se trabajen otros procedimientos como los alimentos orgánicos en los que se excluyen todo tipo de agroquímicos y transgenéticos, para lo que se recurre a fertilizantes producto de la composta o abono orgánico que es el resultado de residuos animales y vegetales, pero todo en el contexto de sistemas abiertos y competitivos en cuanto al control de calidad en ausencia de aparatos estatales siempre politizados e inmunes a la competencia.

En todo caso, sea a través de la reiteración de políticas estatistas que una y otra vez han demostrado su rotundo fracaso o a través de la nueva moda del ambientalismo, de lo que se trata es de salir del túnel del tiempo y retomar la senda de la libertad, lo cual no puede hacerse mientra perduren las insolentes intromisiones del Leviatán en todos los vericuetos de la vida de las personas. Por eso, retengamos que a mismas causas, mismos efectos. En este sentido, es indispensable conocer historia para no repetir errores tal como aconsejaba Cicerón cincuenta años antes de Cristo y para evitar lo que escribió el decimonónico Juan Bautista Alberdi en De la forma de gobierno en Sudamérica, que es también aplicable a otros lares: “Acostumbrado por la fábula, nuestro pueblo no quiere cambiarla por la historia”.

Si no se reacciona a tiempo y nos apartamos de las causas que nos traen tantos trastornos, vamos a terminar en la penosa farsa instalada por esa masa de carne de seres subhumanos que se exhibieron como animalitos en el entierro del tirano de Corea del Norte, simulando llanto en medio de convulsiones, saltitos ridículos y griterío histérico que han hecho estallar en carcajadas al más serio de los mortales y, para peor, los que no aparentaron con suficiente entusiasmo fueron castigados por el adiposo déspota sucesor de la bestia de marras.

Norbert Bilbeny en El idiota moral explica que “la necedad constituye un enemigo más peligroso que la maldad. Ante el mal podemos al menos protestar, dejarlo al descubierto y provocar en el que lo ha causado alguna sensación de malestar […] El necio deja de creer en los hechos e incluso los critica; se siente satisfecho de sí mismo […] Deberíamos, pues, siguiendo con la advertencia anterior, permanecer en guardia”. Además, la arrogancia superlativa del necio lo lleva a una sobreactuación permanente, es como decía mi amigo Floreal González: “no hay nada peor que un necio con iniciativa”.

Finalmente destaco que la reacción y la indignación por lo que viene ocurriendo no puede ser pedir más de lo mismo tal como lo hacen en distintas ciudades del mundo los autodenominados “indignados”, movidos por el panfleto (¡Indígnaos!) de Stéphane Hessel, una persona de gran valía por resistir a los criminales nazis pero que, muy paradójicamente, sugiere la aplicación del programa económico del nacionalsocialismo: estatizar empresas para evitar “la dictadura del mercado”, regular las contrataciones laborales que precisamente expulsan a los que más necesitan trabajar y también insiste en los sistemas quebrados socialistas de pensiones que en verdad son de una superlativa inseguridad antisocial.

Por Alberto Benegas Lynch (h) - Publicado en web The Cato Institute