ECONOMIA INTERNACIONAL: POR MANUEL HINDS

Estados Unidos: ¿por qué el oro?

En 1971, el Presidente Nixon rompió el nexo entre el dólar y el oro, poniendo fin al sistema establecido por Bretton Woods y que había liderado al sistema monetario mundial desde fines de la Primera Guerra Mundial.

31 de Enero de 2012

Aquella era la versión “light” del sistema de patrón oro clásico, bajo el cual los bancos centrales podían crear moneda solamente cuando ésta estuviera respaldada por oro (y según el sistema de Bretton Woods, también podían emitir moneda respaldada por dólares que a su vez estuvieran respaldados por oro).

Al descartar dicho sistema, Nixon puso en funcionamiento un sistema basado en moneda fiat, es decir, moneda creada libremente por los bancos centrales, en cantidades calculadas para maximizar el crecimiento económico y el empleo, y mantener baja la inflación.

Manuel Enrique HindsLa realidad no fue generosa con este nuevo sistema monetario, pues en lugar de procurar una expansión sostenida de la producción con bajas tasas de inflación, fue el origen de largos periodos de inestabilidad: la estanflación de los 70’s, 80’s y las severas burbujas de los noventa y del 2000, que condujeron a la crisis actual.

En el medio hubo un periodo de estabilización que tuvo lugar gracias a la decisión de uno de los gobernadores de la reserva federal, Paul Volcker, de no emitir dinero desde 1976 hasta 1986.

La economía se estabilizó. Sin embargo, poco tiempo después retornó el entusiasmo por la emisión monetaria. Cuando Volcker se retiró, la reserva federal emitió dinero para generar crecimiento, teniendo luego que lidiar con la explosión de las burbujas que aparecieron gracias a la excesiva emisión monetaria, seguida por el cierre de bancos, y así sucesivamente, la emisión monetaria excesiva paso a formar parte de un círculo vicioso, convirtiéndose en el remedio utilizado para atacar las consecuencias de la emisión monetaria del pasado. 

A nadie sorprende entonces, que sean muchas las voces que ahora pidan remplazar el actual sistema monetario internacional por uno que realmente asegure la estabilidad financiera global y facilite el crecimiento económico.

Con el objetivo de diseñar un nuevo sistema monetario deberíamos, en primer lugar, identificar porque ha fracasado el que hoy está vigente. Eso es cosa sencilla: el exceso de emisión monetaria condujo primero a la estanflación de los setenta y luego a las burbujas de los noventa y del 2000; conduciéndonos finalmente al actual estancamiento y crisis financiera.

Que la libertad de emitir dinero podía conducir a excesos es algo que se comprobó en una cantidad incontable de casos a lo largo de la historia. Pese a todo ello, la idea era que esta vez sería diferente por dos motivos. En primer lugar, quienes emitieran el dinero serían más prudentes porque estos serían mejores economistas que aquellos que habían envilecido monedas en el pasado. Y, en segundo lugar, porque si el mecanismo de autocontrol fallaba, el Fondo Monetario Internacional (FMI) impondría orden.

Sin embargo, dichos mecanismos de defensa fracasaron. La gente logró olvidar rápidamente incluso la terrible experiencia de los 70’s. Tal cual decía Friedrich Hayek, a los políticos (y a los tecnócratas elegidos políticamente) les resulta imposible resistirse a la tentación de emitir dinero.

Y es precisamente de esa debilidad, la tendencia de andar emitiendo dinero frenéticamente, de la que el nuevo sistema debe deshacerse.
Hay dos formas de encarar el diseño del nuevo sistema. Una consiste en trabajar sobre el sistema que ya tenemos, permitiendo a los bancos centrales la libertad de emitir tanto dinero como deseen, pero siguiendo reglas más estrictas dictadas por un revigorizado FMI.

El problema con este método es que no podemos hacer la vista gorda a dos problemas. Primero, que el poder del FMI es nulo a la hora de lidiar con los países más poderosos del mundo, países que al mismo tiempo controlan la junta directiva del FMI.

Segundo, que estos países poderosos han demostrado su incapacidad de controlar sus propios impulsos de emitir moneda excesivamente. Igualmente, poner al FMI en manos de los países más débiles afortunadamente no sería sostenible y sería el origen de una desorganización aún peor.

La otra posibilidad es quitar el poder de emitir dinero discrecionalmente de las manos de los bancos centrales y devolvérselo a los mercados. Esta solución se practicó anteriormente y fue extremadamente exitosa hasta que se la abandonó por completo en 1914, a comienzos de la Primera Guerra Mundial.

La característica fundamental del estándar oro fue que le daba el poder a la gente común de controlar la cantidad de dinero que los bancos centrales podían emitir. La gente ejercía dicho control de la siguiente manera: las monedas nacionales eran respaldadas por una promesa de entregar oro a quien presentara los billetes a un precio fijo oficial.

Pero el oro además se intercambiaba en el mercado libre a precios establecidos por la oferta y la demanda. Es decir que había dos precios del oro, uno prometido por el banco central y uno establecido por el mercado libre. El arbitraje entre esos dos precios es lo que mantenía la honestidad de los bancos centrales a la hora de emitir dinero.

Si emitían más dinero de lo garantizado por sus reservas en oro, el nivel general de precios se incrementaba, incluido el precio del libre mercado del oro. La gente podía entonces intercambiar su dinero por oro al precio fijo del banco central y luego venderlo en el mercado abierto a un precio más alto.

Como resultado, las reservas del oro del banco central y la oferta de dinero disminuyeron (la moneda local retornaba al banco central a cambio de oro) lo que forzaba a una reducción de los precios que previamente habían aumentado.

El estándar oro clásico tenia otras ventajas cruciales. Era un sistema modular que reproducía a nivel internacional las mismas características que tenía a nivel doméstico. Los extranjeros podían intercambiar sus monedas por oro del mismo modo que los ciudadanos locales. Esto mantenía el equilibrio entre países de manera automática.

Por estos motivos no había necesidad de establecer un complejo sistema institucional o de tener complejas negociaciones políticas para poner a funcionar el sistema, no había necesidad de ningún FMI y cada país podía decidir independientemente adoptar o no el sistema.

De hecho, de esa manera fue creado el sistema monetario internacional del siglo XIX. Inglaterra lo adoptó unilateralmente y fue tan exitoso que la mayoría de los demás países lo copiaron.

El estándar oro clásico impuso una seria disciplina alrededor del mundo, los precios en 1914, último año en que el sistema funcionó a nivel mundial, estaban al mismo nivel que habían estado 40 años atrás, incluso cuando en aquel período el mundo había pasado por una transformación radical, similar a la que tenemos hoy en día, la segunda etapa de la revolución industrial y una globalización financiera y comercial tan profunda como la actual.

Hay dos grandes objeciones en cuanto al estándar oro. Primero, durante la crisis del 30, se le echó la culpa por los límites rígidos que impuso sobre la emisión monetaria. Pero el hecho es que los colapsos monetarios, todos, han sido creados por una expansión monetaria excesiva que viola las estrictas reglas del estándar oro clásico.

Las burbujas de 1920, que llevaron a la crisis del 30, tuvieron origen en una excesiva emisión monetaria permitida por el estándar de intercambio de oro, una versión “light” del estándar oro clásico que le permitía a los bancos centrales emitir dinero independientemente de sus reservas de oro. El sistema de Bretton Woods llegó a su fin porque la Reserva Federal emitió demasiado dinero violando las reglas del sistema y se quedó sin oro.

Un segundo argumento a favor de la emisión monetaria discrecional, es la necesidad de crear liquidez para superar crisis financieras. Los bancos centrales que operaban bajo el estándar oro clásico también emitieron moneda para superar el pánico, siguiendo las reglas de Walter Bagehot, que aun hoy guían las intervenciones vinculadas con la liquidez: en momentos de pánico relacionado a problemas de liquidez, emitan toda la moneda que sea necesaria para extender el crédito a los bancos en peligro, pero háganlo a una tasa alta de interés y tan sólo en base a un aval sólido (Walter Bagehot, Lombard Street: A Description of the Money Market. Philadelphia Orion Editions, 1991 [1873] pp. 96 – 97).

Recientemente, Sir Mervin King, el actual gobernador del Banco de Inglaterra afirmó: “es muy claro, desde un comienzo, que cuando el Banco Central hace un préstamo de ultima instancia, le presta a instituciones bancarias individuales y a instituciones bancarias que cuentan con una clara solvencia. Y esos prestamos se realizan a instituciones que cuentan con un buen aval y que están dispuestas a pagar una tasa de penalidad”. Gavyn Davies, 20 de noviembre de 2011, Financial Times. Esta es la doctrina también aplicada por el Bundesbank, tomada del sistema del estándar oro: lidiar con crisis de liquidez no constituye una excusa para inventar moneda fiat.

El obstáculo más desalentador para una nueva adopción del estándar oro clásico podría ser el hecho que al ser automático, sería redundante para enormes cantidades de personas. Si tan sólo ese obstáculo pudiera superarse, podríamos tener un sistema monetario estable y moderno, adecuado para el crecimiento. No hay necesidad de crear un sistema mundial desde el comienzo. Sería suficiente que los Estados Unidos lo adoptaran para que todos los demás países lo siguieran.

*Manuel Hinds es un consultor de negocios y economía especializado en macroeconomía, asuntos financieros y monetarios. Trabajó en el Banco Mundial desde 1982 hasta 1992 y fue Ministro de Finanzas de El Salvador desde 1994 hasta 1999. Es autor de distintas publicaciones, recibió el premio Hayek del Manhattan Institute, compartido con Benn Steil por su “Money, Markets and  Sovereignty”, Yale University Press, 2009. También recibió el premio Honorario FUSADES 2010 del prestigioso centro de pensamiento salvadoreño. Traducción al español de Dayi Sedano.


Traducción por Dayi Sedano

Por Manuel Hinds