POLITICA: POR EL LIC. GUSTAVO ADOLFO BUNSE

La desenterradora de Morondanga

Ella siempre ha sido una desenterradora “profesional”. Ya lo exhumó a él... sólo para fabricar un prócer del museo de cera, con el infantilismo de querer forzar la historia… a expensas de unos efectos puramente visuales.

07 de Noviembre de 2011

Si pudiera exhumarlo otra vez -y embalsamarlo-, lo haría. Pero no para tenerlo cerca. No. 

Sólo para exhibirlo… con un fin.

Su manía exhumadora es una rara enfermedad. Un desvío de su mente, que consiste en haber convertido esa pasión escatológica en un arma… Una herramienta política que, como práctica, rinde bien sus frutos en un pueblo impresionable. Como el nuestro.

Con el desaparecido prócer, desde los tiempos de la gobernación ultraliberal que encarnaron al sur del paralelo 42, llegaron al poder armados de sendas palas... y se dedicaron a desarrollar todo tipo de excursiones retrospectivas, exhumando cadáveres de hace cuarenta años.  

Un delirio de arqueología de ultratumba, para el que dedicaron horas de ingeniería política, que acaso hubiese llegado a hasta a poner una lupa sobre el fusilamiento de Dorrego, si no fuese tan grotesco y ridículo.

Lo que no prescribe, no prescribe. Ergo, lo hubiesen hecho:

El desentierro del cadáver de Don Manuel Dorrego y el enjuiciamiento de los familiares y amigos de quien lo mandó a fusilar... el general Juan Lavalle y sus cómplices, Salvador María del Carril y  Martín Rodriguez.

Para llevar a su marido a la Cripta de Keops, debió desenterrarlo...

Pero lleva unas cuantas experiencias variopintas en su haber.

Campeona de la escatología política, ella podría hacer morir de envidia a Edgar Allan Poe en las páginas negras de "El entierro prematuro".
 
Entre tantas criaturas fallecidas olvidadas, ella acaba de desenterrar el llamado dólar “muy negro” (conocido con ese nombre, si su precio es mucho más alto que el oficial).

En, efecto: en uno de esos mandobles escatológicos, la Princesa del Reino de Morondanga desenterró el dólar ultranegro.

Es que ella había aprendido muy bien el dogmatismo en la cátedra de su difunto esposo, que nació y vivió en la provincia de Morondanga, al sur de la Comarca del mismo nombre... y bajo la advocación divina de una población homónima.

Con tales estudios, estuvo siempre dispuesta a modificar desde la Ley de la gravedad hasta el mismísimo teorema de Pitágoras.

La ley de la oferta y la demanda -dijo- es un invento de los ultraliberales.

Antes bien, si por ella fuera, debería anularse el sistema métrico decimal.

Pues ahora, está dispuesta a demostrarle a todo mundo que si algún decreto en la República de Morondanga prohíbe la venta de vino o de cigarrillos, a nadie se le va a ocurrir la loquísima idea de armar un mostrador por detrás de bambalinas... para vender esos productos en el mercado negro a un precio obviamente más caro, surgido del riesgo de la consabida persecución policial.

Aprendió dogmatismo. Y estrépito.

La proclama estrepitosa de algún exterminio que es hecha a los gritos resulta ser un gran escenario que ella buscará repetir, una y mil veces, para consolidar, ante la impavidez social, la imagen de la “audaz” y la “corajuda”... Heroína ultramontana cuyo rigor y mando sólo admite una de dos respuestas: el temor o la veneración... Cuándo no, la abnegación, que es hija putativa de ambas y que, además, suele disfrazarse de “virtud” entre los siervos.

Con una total objetividad, cuesta entender, sin embargo, la poca o nula dignidad de una dirigencia empresaria y política, temerosa de estos gambitos que, por estricta conveniencia, se postra sin remedio.

Y allí, entonces, desemboca su miserable honor, entregado oblicuamente a un elenco de diletantes sin ningún nivel... al que conocen muy bien, por ser los secretos comensales de la farsa en el país de Morondanga.

A esos empresarios, cuyo mutismo tan paradójicamente sonoro pasará a la historia de esta época de sojuzgamiento, les importa un rábano la herencia malsana de esa infamia, superior a todo freno ético… y sin el menor resuello de grandeza.

Convertidos en alfombras humanas, vuelven a sus casas a ver a sus hijos, sin que se les mueva un músculo de la cara.


Son un verdadero ejército de arrastrados de la peor laya reptante, cuyo mayor arrojo impugnatorio es levantar sus manos con las palmas hacia adelante y decir (sólo en privado): "Perdoname; es lo que hay".

En la República de Morondanga, somos un país básicamente orgulloso de nuestra miseria.

El “orgullo de la miseria” es una práctica política de la familia de la desenterradora, cuyo formato de cien dogmas consiste en subordinar las esperanzas a una perspectiva azarosa de tránsito infinito que la hace disfrutar de la igualación hacia abajo. Y el rasero no debe pasar por ella.    

Para ser una mujer hipócrita, hay que ser primero una deshonesta cabal por cuanto, de tal molde, surge la capacidad ingénita que permite tener la condición esencial de ser una buena artesana de la mentira, pero también es imprescindible ser una inescrupulosa, porque la honra del prójimo debe ser profanada y saqueada sin tener que atender a excepciones de ninguna clase.

Para cada Presidente, nuestra egregia señora princesa de Morondanga tiene tres caras diferentes, tal como pudo verse recientemente con el Rey del Mundo.

Una, para mostrar en el diálogo íntimo con cada uno de ellos; otra, para su discurso público protocolar… y una tercera, para el pasillo montonero de su gabinete advenedizo.

Pero resulta que todos los presidentes del G-20, casi sin ninguna excepción, pudieron descubrirle enseguida el hilo de su careta, y tomaron una distancia prudencial de las contorsiones de la exhumadora, en cuanto se abrió el telón y apareció allí, en el gran escenario, con su rostro de colágeno recapado.

El Canciller de Morondanga, allanador de aviones norteamericanos dijo -sin sonrojarse para nada- que todo fue un éxito.

Un éxito de lazos cortados y de capacidad histriónica desplegada  para galvanizar el futuro aislado de la República de Morondanga, haciendo un diseño ingenioso del naufragio de cualquier reciprocidad que se quiera convocar algún día…en este, nuestro país, ubérrimo y progresista, socio orgulloso de Chávez y Fidel. Ambos ya desenterrados, antes de morir.

Un éxito de proezas independentistas, y de amistad increíble con los más exitosos teócratas del universo.

Y en medio de esa epopeya internacional, en todos los rincones de la trágica comarca de Morondanga, se desenterraba el mercado negro para que permanezca por largo tiempo entre nosotros, para que regresen las “cuevas”... y para que se desate una persecución policial rarísima.

Que maten a todos a balazos por las calles, que se les metan en sus casas, que violen, secuestren y arrasen. Que campee la marginalidad más salvaje, que ya no se pueda transitar por la provincia, que haya veinte muertos por día porque los gobernadores se roban el dinero de la obra pública... Pero que saquen ya mismo a la policía de ocuparse de todas esas imbecilidades, y que la pongan a controlar el dólar.   

Eso sí: es lo importante.    

Todo esto, lo pagaremos muy caro. Con un nuevo déficit fiscal -que acabamos de desenterrar- o con impuestos que ahora, muy pronto, vamos a exhumar pues, obviamente, estaban previstos para después de nuestras elecciones...


... con las debidas disculpas de que no se haya anunciado antes, en la República de Morondanga, tan extraviada y orgullosa de su miseria.  

Por el Lic. Gustavo Adolfo Bunse, para El Ojo Digital Política