INTERNACIONALES: POR JOSE M. GARCIA ROZADO

Cómo mirar a Brasil

El pasado 7 de septiembre, los brasileños festejaron su independencia, conseguida -a contramano del resto de Hispanoamérica- no a través de guerras, sino conformándose como una monarquía. De esta manera, llegó a convertirse en el primer y único imperio americano, gobernado hasta 1889 por Pedro I y Pedro II. Este status le permitió al vecino país dos cosas: ser la única nación que gobernó en la forma de un imperio de ultramar, e incluso logró expandirse sobre casi todas las naciones con que limitaba, incluso la Argentina.

25 de Septiembre de 2011

Brasil fue, en sus inicios, parte de la colonización que trece naciones europeas –España, Portugal, Francia, Inglaterra, Escocia, Holanda, Alemania, Dinamarca, Noruega, Suecia, Polonia, Lituania y Rusia- realizaran sobre una parte al menos del continente, y siendo, asimismo la única nación que gobernó a un imperio ultramarino. Entre 1802 y 1821/22, fue la sede de la monarquía portuguesa, de cara a la invasión napoleónica de la península ibérica y, desde su independencia, Pedro I convirtió este Reino Unido de Portugal, Brasil y Algarve en el Imperio del Brasil.

Nuestro vecino comparte, con el resto de Latinoamérica, un punto de partida común y es que se conformó como Estado independiente, a consecuencia de la invasión francesa a la Península Ibérica entre 1807 a 1814. Hasta antes del ingreso de Napoleón a dicha península, las colonias que Lisboa y Madrid tenían en el mundo se exhibían firmes a éstas pero, luego de que sus casas reales fueran conquistadas, todo cambió. Fernando VII fue apresado y en las colonias españolas se conformaron juntas de resistencia en Andalucía, impactando a su vez en la América española, donde varias ciudades comenzaron a proclamar su derecho a establecer sus propias juntas “soberanas” para defender a ese mismo monarca.

Gradualmente, los movimientos hispanoamericanos que exigían restaurar al rey castellano contra Napoleón -o bien mayor igualdad dentro del imperio en relación a los peninsulares- fueron exigiendo repúblicas independientes, alentadas desde el Imperio de la Gran Bretaña.

Miranda fue el primer latinoamericano en descubrir la maniobra del Imperio Británico para desmembrar en pequeños estados la ex colonia española, y lo enfrentó sin demasiado éxito, pues solamente unos pocos patriotas sudamericanos tuvieron aquella misma visión. José de San Martín fue uno de ellos, e inició la lucha por la independencia de la Gran Sud América Unida, quedando trunca ante la incomprensión de Simón Bolívar. Este, consciente o no del impacto que éste pensamiento podía tener, separó inicialmente la Gran Colombia del ex Virreinato del Río de la Plata, que por sus propias luchas internas terminó conformando las Repúblicas de Argentina, Bolivia, Chile, Paraguay, Perú y Uruguay y la de Guinea Ecuatorial en el África.

La historia del siglo XIX nos muestra con absoluta claridad como el Imperio de Brasil fue, en el mejor de los casos, el brazo ejecutor del desmembramiento de lo que hubiera sido la Argentina, y con la guerra de la Triple Alianza culmina su tarea, destrozando a la pujante e industrializada Paraguay y terminando por consolidar la independencia uruguaya, convirtiendo a esta última en un tapón al dominio argentino del Río de la Plata y del estuario de los ríos Paraná y Uruguay. Todas estas situaciones, sumadas al avance territorial –expansionismo imperialista- del Brasil sobre Argentina, Paraguay, Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia y Venezuela, hizo de aquel pequeño reino confinado por el Tratado de Tordesillas a una ínfima porción del subcontinente sudamericano en el actual “gigante” territorial en que se ha convertido nuestro vecino, socio y hermano.

Toda esta introducción histórica es imprescindible, a criterio de poder comprender, a esta altura del Siglo XXI, las necesidades mutuas y los resquemores aún existentes en muchos de los pueblos sudamericanos respecto del Brasil, una nación imperialista por concepción y por tradición. La República Federativa pasó de ser el país que tuvo la mayor población esclava del globo, llegando a 1888 bajo dicha situación y siendo quizás el último lugar del Nuevo Mundo en abolir la trata de negros y esclavos, a la actual situación de un país donde pobreza tem fim, momento en que se produjo el mayor boom de ascenso social de que se tenga memoria después de la revolución peronista de mediados del siglo XX. Fueron Perón, Getulio Vargas e Ibáñez quienes, retomando el legado de Miranda y San Martín, intentaron -cuando aún Brasil era un conglomerado de feudos y fundos productores primarios de mercaderías de escaso valor comercial en los términos del intercambio del siglo XX- recrear el viejo sueño de la Gran Nación Suramericana. Y lo hicieron inicialmente a través del ABC –Argentina, Brasil y Chile-, bajo la fórmula similarmente considerada por los Estados Unidos, cuando lograron la creación del Estado Continental Industrial, con salidas al Atlántico y al Pacífico para su producción.

A fines del siglo XX, más precisamente durante las presidencias de Alfonsín y Sarney, Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay comprendieron la necesidad de iniciar el camino del regionalismo, primeramente como un Mercado Común, para ir avanzando con el tiempo hacia la Unión de Naciones. Créase así el MERCOSUR, con sus altibajos, problemas, contratiempos y hasta ciertas rispideces propias de la diversidad geográfica, poblacional, productiva y educativa de sus componentes en los 80 del siglo XX. Con mirada de estadistas, Fernando Henrique Cardozo, por Brasil, y Eduardo Alberto Duhalde -en su interinato como Presidente por la Argentina- iniciaron el arduo camino de intentar unir al subcontinente, cosa que recién se logra tras la asunción de Luiz Inacio “Lula” Da Silva como Presidente de Brasil y con el propio Duhalde como Secretario del Mercosur: ellos son los verdaderos y reales impulsores de la Unión de Naciones de Sud América, luego denominada UNASUR.

El inicio del siglo XXI trajo aparejado un nuevo escenario internacional, donde los “términos del intercambio” pasaron a ser por primera vez en la historia mundial favorables para aquellas naciones productoras de alimentos y de commodities. Asimismo, ello trajo también aparejada una crisis económica importantísima en nuestro país en 2001, y una fortísima devaluación de la moneda brasileña, factores que cambiaron las reglas de juego del Mercosur. Sus socios más pequeños se vieron cercados por esta variable, perdiendo peso en sus respectivos status societarios.

Este Mercosur se amplió con la incorporación inicial de Chile como miembro asociado, Bolivia con el idéntico status y Venezuela como miembro pleno, previo a la definitiva conformación de la UNASUR, mas sin lograr tampoco superar las rispideces y desconfianzas mutuas. Las visiones políticas tan diferentes entre sus mandatarios, algunos enrolados en una izquierda casi vernácula y ahistórica –Chávez, Correa y en menor medida Morales-, otros en una izquierda socialiberal y más próximos a un populismo nacional –Kirchner, Tabaré, Mujica, Lula Da Silva, Bachelet- y, por fin, aquellos más próximos a la ortodoxia económica o de centro derecha –Alan García, Uribe, Piñera, Santos-. Estas diferencias complotaron contra esa verdadera unión de naciones regional, necesaria para enfrentar los cambios mundiales. Los contrapuntos ideológicos supieron ser motivo de resquemores, cuando no directamente de conflictos abiertos –Ecuador/Colombia y Colombia/Venezuela-, que debieran ser sorteados con la intervención del resto de las naciones y sus presidentes como mediadores.

Aquel cambio de escenario que acompañara el inicio del presente siglo trajo para el subcontinente la paradoja de un crecimiento sostenido como nunca antes se había visto. Pasamos de ser la “oveja negra” que, teniendo infinitas riquezas naturales, vivíamos en la pobreza, a convertirnos en el nuevo “tigre” del crecimiento entre las naciones emergentes –novedoso calificativo que venía a reemplazar al de países del Tercer Mundo o países en vías del desarrollo (o en “la vía” del desarrollo)-. Este pasaje de un escenario de lumpenaje extendido a aquel otro de crecimiento con políticas sociales inclusivas y de explotación de nuestros recursos naturales generó que Suramérica comenzara a ser tenida en cuenta como una posible potencia comercial del futuro próximo. Mientras Estados Unidos, Japón y Europa enfrentan una crisis financiera, económica y social nunca vistas y de final incierto, con defaults incluídos y crisis sociales notorias, significaron el reverdecer del subcontinente y con chances de posicionarse en la forma que Miranda y San Martín visualizaron oportunamente.

En Brasil, a la instalación de gigantes de la industria –por lo general europeos Volkswagen, Siemens, Mercedes Benz, Fiat- se le sumaron las inversiones propias del Estado en petroquímica, energía, minería, agricultura, trabajaron a la inversa de lo que hacíamos los argentinos: ellos, además de consolidar su crecimiento, procuraron lograr un “desarrollo integral y sostenido” asentados en verdaderas políticas de estado, que fueron llevadas adelante desde la mitad, como mínimo, del siglo pasado hasta el presente. Ellos conocían y llevaron adelante la concepción de Imperio como ideología geopolítica, incluyendo en ella hasta a los desposeídos, a quienes a falta de expectativas de futuro se les vendía el eslogan del Brasil, o país mais grande do mundo.

Durante ese mismo medio siglo, la Argentina pasaba del país industrial peronista –con sus carencias y sus falencias, pero con sus enormes y privilegiadas virtudes-, con inclusión y ascenso social, con investigación aplicada a la industria y al agro, a la ciencia nuclear y la aeroespacial, con escuelas y universidades de excelencia mundial cuna de Premios Nobel, y con una cultura de trabajo y esfuerzo para obtener aquel ascenso del que hablaba el peronismo a convertirse en un “espacio territorial” dominado por la cultura de la especulación, la usura financiera, el desarraigo de nuestras migraciones internas y el endeudamiento externo, hasta volverse asfixiante la política de destrucción de nuestro industrialismo, hasta llegar a la etapa final de la privatización casi total de todo aquello que fuere signo de crecimiento y desarrollo y pasando por las últimas etapas de la corrupción más rampante, como la actual.

Brasil -ya con Lula Da Silva- logró, en una década, rescatar de la exclusión a 29 millones de habitantes, es decir, casi un 25% de su población. Estos, como antes lo hicieran los argentinos, ahora "sueñan". La prioridad del gobierno fue transferir ingresos hacia las clases más bajas y permitirles el “ascenso social”. Como correlato de ello, la nueva clase media creció entre 2003 y 2009 (seis años escasos) hasta alcanzar 94,9 millones de personas (más de un 50% de la población). Cuando, en 1992, la clase alta era el 5,4%, la clase media alcanzaba al 32,5% y la clase baja –verdaderamente sumergida y hambreada como pocas, salvo la africana- representaba un 62,1%.

Lo importante de destacar –tal como hizo Perón entre 1946 y 1955- es que los ingresos per cápita de la mitad más pobre de la población brasileña crecieron a una tasa 318%, más alta que la del 10% más rico. Esto se logró en el período comprendido entre 2001 y 2009. Ejemplo: el ingreso de las mujeres, en relación al de los varones, creció un 17,8% y el de los negros y pardos –descendientes directos del esclavismo lusitano y componente racial muy mayoritario (80% de la población)- creció por sobre el de los blancos en un 24,6%, mientras que el ingreso de las familias con jefe de hogar analfabeto –un porciento enorme de la población brasileña se incrementó en un 53,5%. Todas estas cifras reflejan un verdadero “modelo-plan” de inclusión y ascenso social, uno que, si bien pudo tener diferencias notorias con el aplicado por el peronismo de mitad del siglo pasado, tuvo asimismo enorme cantidad de puntos de contacto; y ese punto de contacto fue el incorporar al trabajo regular o “en blanco” –registrado- mediante la instalación y creación de “polos de desarrollo” en las regiones metropolitanas nordestinas de Recife, Salvador, Belo Horizonte, Ceará, Mato Grosso do Norte, Pernambuco y -en menor medida- a Rio de janeiro, Sao Paulo y Porto Alegre. Bajó notoriamente el desempleo a casi la mitad, desde marzo 2003 a junio 2011, pasando del 12,9% a un 6%.

El modelo aplicado fue muy similar al aplicado por el peronismo de los tres gobiernos de Juan Domingo Perón, y hasta con ciertas similitudes al aplicado tras la crisis de 2001 por la dupla Duhalde-Lavagna: se basó fundamentalmente en el “consumo interno como motor”, que rescató a millones de brasileños de la exclusión y potenció a una economía que creció en base al mercado interno, generando la obligación en el sector industrial de reinvertir las ganancias en la ampliación de la oferta y en el mejoramiento y actualización tecnológica de su producción, para competir con lo llegado desde el exterior. Brasil pasó a construir y desarrollar automotores, aviones, barcos, sumergibles, centrales atómicas, acero, petróleo, armamento–, y llegó a ser el primer productor mundial de armas livianas.

El ingreso familiar mensual brasileño referido a las clases económicas descriptas anteriormente y basamento del modelo de achicamiento del desempleo y crecimiento y conformación de la “nueva clase media” es de R$ 6.329 o $ 16.150 en la clase alta, hasta R$ 4.854 o $ 12.380 en la clase media y de hasta R$1.126 o $ 2.870 para la clase baja, con una canasta familiar básica de R$ 268,52, o sea, $ 685 en el Estado y la ciudad de San Pablo. El poder de compra de la clase media brasileña alcanza al 46,2% del total y un 93,4% de los hogares brasileños con electricidad –que deben estar en un 70% del total poblacional- poseen heladera y línea blanca, este es el motivo por el que el 80,9% de la población cree que la economía mejorará aún más a partir de 2012, logrando ser la población "más optimista del mundo": son ellos los que mejor califican su propia felicidad en el futuro cercano. Pero Brasil no es solamente lo que logró hacia “el adentro” sino que es lo que logró respecto del mundo globalizado, su enorme crecimiento en los últimos diez años, o sea, en los albores del siglo XXI lo convirtió en “un actor global de enorme peso”. Su tasa de crecimiento del PBI per cápita fue de casi el 3% anual –muy inferior al crecimiento a la "china" argentina, pero con la diferencia de que ellos crecieron ampliando significativamente el PBI nacional, en tanto que acumulaban cuantiosas reservas monetarias-. Junto con Rusia, India y China, caminan a convertirse en las economías dominantes.

Brasil es el séptimo país en el ranking económico mundial, desplazando a Rusia, Canadá, Italia, y la India. Si bien se encuentra muy lejos de Estados Unidos (crisis mediante), que detenta un PBI en billones de US$ de 14,65, ya casi alcanza a la mitad del de China de 5,87, o el de Japón de 5,45. Aunque supera holgadamente a Alemania -con 3,31-, y se ubica muy cerca ya de Francia y el Reino Unido, que detentan cada una 2,58 y 2,24. Brasil tiene hoy un PBI de 2,08 billones de US$, extremadamente alejado al argentino. Nos quintuplica en cantidad de población y, por ende, como mercado interno de consumo. La evolución del PBI del sector agropecuario brasileño pasó en 8 años -2002/2010- de un 2,7% a un 7,5% y el de la industria manufacturera en el mismo período del 11,6% al 15,7%, mostrando aquí una de las variables poco positivas ya que el desarrollo agropecuario fue notoriamente superior al manufacturero: nuestro vecino también ha primarizado su producción en forma notoria.

El campo, la industria, la minería y la construcción son los “pilares” del “modelo de desarrollo” del Brasil y explican su creciente peso como potencia económica mundial. El balance comercial, que hasta 2003 fue superavitario para nosotros, hoy ha pasado a ser deficitario. Nuestro vecino nos vende por US$ 17.945, en tanto nos compra por US$ 14.421 millones. El gigante suramericano enfrenta la crisis económico-financiera global realizando ajustes macroeconómicos, tales como la imposición de impuestos a los ricos y a las grandes fortunas para solventar la salud pública. Brasilia considera que el 3,6% invertido en salud pública es escaso a la hora de atender las necesidades de las clases media-baja y baja, por lo que la presidente Dilma Rousseff plantea “duplicar el presupuesto”. Como bien explica Ligia Bahía, directora de Abrasco –Asociación Brasileña de Salud Colectiva-, "No estamos hablando de dinero sino de salud. ¿Cuáles son los indicadores de salud que queremos lograr? Somos la octava economía más grande del mundo y la Nº 78 en mortalidad infantil; mientras los gastos de los intereses de la deuda pública costaron R$ 185 mil millones (US$100.655 millones), los del Ministerio de Salud fueron de R$ 65 mil millones (US$35.333 millones) en el último año".

Brasil toma medidas comerciales (“Para que jamás artículos extranjeros compitan de forma desleal con nuestros productos”). Para hacerle caso a su presidente, el Ministro de Desarrollo, Industria y Comercio Exterior “ajusta tornillos” de la legislación brasileña y utiliza todas las armas a su alcance, sin desobedecer las reglas de la OMC. Se incorporaron productos a la lista de excepciones a la Tarifa Externa Común (TEC) y dos derechos nuevos antidumping en las importaciones. Se hace para elogiar el esfuerzo del gobierno federal en reforzar la defensa comercial en un momento de contracción de la economía global, cuando los países ricos y también los grandes emergentes como China buscan nuevos mercados para sus productos. Es en ese ambiente donde proliferan conductas anticompetitivas para con el comercio. Cuando son bien aplicadas -sin ceder a la tentación del proteccionismo, y más respecto de una industria tecnológicamente obsoleta y no competitiva, medidas de defensa comercial ayudan a los sectores industriales que se encuentran bajo fuego. Más adelante, pero no mucho más, será necesario que Brasil actúe sobre la macroeconomía -luego de recortar las tasas internas-: para parar la sangría de los capitales especulativos golondrinas, deberá devaluarse el real como efecto colateral positivo. Rousseff, tomando medidas, le pide al pueblo “calma frente a la crisis internacional”, en tanto que actúa coherentemente sobre su economía. Para la Argentina, la situación es perjudicial, pues si acaso se llegara a superar una relación real dólar de 1,85, ello afectará irremediablemente nuestra ya delicada -y claramente deficitaria- relación comercial.

El superávit primario fiscal de Brasil será incrementado en R$ 10 mil millones -US$ 6.250 millones-, para conformar ampliando el fondo anticíclico y así podeer enfrentar el desafío de la crisis global. Ellos toman medidas, pensando en los dos próximos años, tornando el superávit primario a casi R$ 90.800 millones (US$ 57 mil millones con criterio anual). Si bien estiman un crecimiento de 3,5% para el próximo año, la apuesta de Dilma es tomar medidas tales como la consolidación fiscal, que se suma a las reservas del BCB por U$S 350 mil millones, para garantizar la continuidad del crecimiento de la economía. De esta manera, se permite a las empresas mantener sin cambios los planes de inversiones y proyecciones de crecimiento para el resto del 2011 y el 2012. Para el vecino, el crecimiento de la economía necesita acompañar el crecimiento de la renta, motivo por el cual gobierno, empresarios y sector trabajador acuerdan las metas y los objetivos, siempre considerando aquella dualidad importante. La reciente devaluación del 3% del real generó en la comunidad argentina de negocios una profunda inquietud, pero ¿qué medidas está tomando nuestro gobierno respecto de la crisis internacional? O, lo que es más importante, ¿cuál es la política de complementariedad argentino-brasilera o argentino-suramericana en materia agropecuaria, fabril o energética (por nombrar sólo las más importantes)? Estas preguntas continúan sin respuesta.

Podemos quejarnos del imperialismo brasileño, cuando lo que deberíamos hacer es adoptar definitivamente una política "imperialista" argentina que complemente, contradiga, compulse o se amalgame con la de ellos. Hablar de Patria es hoy casi una sinrazón, algo chauvinista y perimido: se nos ha quitado tanto el sentido de Patria y de Nación que hablar de nacionalismo deriva -pareciera- en anacronismo, en tanto a quienes sostenemos esta necesidad se nos tilda de fascistas. Por caso, el peronismo supo ser un movimiento de masas donde primaban el Pueblo y el sentido de Nación y de Patria, y donde el “ser nacional” se esbozaba en un verdadero estandarte. La nacionalidad no era una bandera solo cultural, sino social y económica. En lugar de mirar con desconfianza a nuestro vecino, socio y hermano debemos comenzar por reconocer que, durante casi cuarenta años, hemos perdido la perspectiva. En lugar de crecer con vistas a desarrollarnos, hemos optado por permanecer mirando nuestro propio ombligo, y realizamos todas aquellas cosas que fueron en detrimento de nuestro propio beneficio. Nuestro vecino es considerado con la más absoluta desconfianza.

Por José M. García Rozado -Arquitecto-, para El Ojo Digital Internacionales